Fetiches y parafilias. Confesiones de un pigmalionista político

Pocos días hace que recibí la carta de un individuo decidido a compartir conmigo sus experiencias. Se sintió impelido a ello a partir de la lectura de esa joya investigativa que es el “Bestiario de sadismos políticos”. La misiva es sumamente interesante para comprender las motivaciones de las personas que conforman el campo de estudio al que me veo abocado, cada día con más entusiasmo. 

La compartiré con ustedes, preciados eropolitólogos en ciernes, en su casi total integridad. No es necesario justificar las omisiones, dado que estas no demeritan el contenido en sí y responden a decisiones e intereses que no es necesario clarificar.

Antes de permitirles la lectura del texto, estimo necesario establecer algunas pautas, imprescindibles para justificar su pertinencia como contenido privilegiado y esencial de nuestro magnífico tema investigativo.

En otras ocasiones, se ha observado y aclarado que un parafílico no necesariamente debe circunscribirse a una sola filia; a veces suele, puede y debe simultanearla con otra u otras, con la única finalidad de potenciar y extender el éxtasis. En el caso de estudio que nos compete, es evidente la predilección por el pigmalionismo unido a una fascinación latente por la urolagnia.

La urolagnia, o urofilia, es una práctica que consiste en experimentar excitación sexual en la contemplación de ver orinar a alguien, en la manipulación o ingestión de la orina de otra persona o en el acto de orinar sobre otra persona para obtener gratificación sexual. 

Un parafílico no necesariamente debe circunscribirse a una sola filia.

Hay en ello un doble elemento parafílico: por una parte, de sadismo en quien lo lleva a cabo; por otra, de masoquismo y humillación en quien lo recibe. La mera contemplación entraría en el circuito del voyerismo.

En primera instancia, nuestro “paciente” parece ser solo un fetichista sexual, lo cual lo deslindaría fuera del campo de estudio de la eropolítica. Sin embargo, es pertinente resaltar que eligió comunicarse conmigo para confesarse, previo conocimiento de mi campo de investigación. 

En la mayoría de los casos, el paciente no suele revelar su verdadera condición en el primer encuentro. Se mantiene en la negativa de su parafilia para no reconocerla. Por tanto, su actitud, al desmarcarse de la eropolítica a partir de la omisión de cualquier comentario referente a esta, tipifica, por la misma omisión, tal característica.

Otro detalle importante es la elección de las figuras que cuenta en su historia. Comienza por una imagen neutra, como puede ser un militar —referente a la época colonial— y a un hecho casual, para luego perfilar las figuras de mayor interés. Deja entrever un deseo hacia algunas figuras de la historia patria, del período republicano, reconvertidas por su importancia o accionar político en símbolos representativos de una institución pública como es la Universidad de La Habana. Cabría continuar los contactos y el estudio para poder abarcar con precisión su marco de preferencias.

Sobre el documento en sí, fue entregado por correo postal nacional a mi dirección de trabajo que, presumo, obtuvo a partir de una convocatoria lanzada para becarios que desearan trabajar en mi consulta. Fue redactada a mano, con una extensión de cuatro cuartillas y una caligrafía correcta. Algunos detalles de la caligrafía están siendo analizados por un grafólogo versado en psicología para obtener detalles de la personalidad, que luego serán confrontados con el —espero— estudio del paciente. 

La urolagnia o urofilia consiste en experimentar excitación sexual en la contemplación de ver orinar a alguien.

Tengo la satisfacción de adelantar que había seguridad en la letra y en la expresión discursiva, sin un derroche poético y tratando, en casi todo momento, de remitirse a los hechos. Posee algunos errores ortográficos que me he permitido subsanar —no demasiados, para asentar una preocupación en o sobre sus facultades educacionales o el sistema educativo en sí—, así como tachaduras —redactado en tinta azul— que he omitido. 

Ligeros cambios en la coloración de la tinta hacen pensar que no fue escrito de una vez. Se tomó tiempo para pensar con claridad cada idea, lo que denota una racionalidad objetiva y perfecto dominio de sus actos. Este hecho permite eliminar la hipótesis de la culpabilidad como objetivo inconsciente de su comunicación. 

En la transcripción que les será expuesta ha sido evitada la corrección de estilo y, salvo alguna que otra añadidura ineludible en la puntuación, se mantuvo lo más certera posible la voz y lenguaje del escriba original.

Dicho esto, les convido a la lectura rigurosa de la carta y les exhorto a compartir notas sobre esta.


*



[…] 

Yo no sé cuándo empezó, pero lo que más placer a mí me da en este mundo es mear estatuas.

Desde chiquitico lo descubrí. Cuando salía con mi mamá a la calle y no podía aguantar las ganas de orinar. Ella me decía que me sacara el pito y lo hiciera ahí mismo. Buscábamos un árbol o un matorral donde meterme o si no al borde de la acera. 

Un deseo hacia algunas figuras de la historia patria, del período republicano, reconvertidas por su importancia o accionar político.

Me ponía colorado cuando había gente cerca. Pero cuando no había nadie y me decía que me escondiera detrás de alguna estatua mientras ella vigilaba, sentía una cosquilla en la punta de mi miembro que me encantaba. 

Le confieso todo esto porque nadie más podría entenderlo y sé que usted podrá defender mi derecho sin juzgarme.

No sé porque me gustan tantos las estatuas, solo sé que me gustan. Se siente bien ver cuando cae el chorro contra la piedra. En verano, cuando hay mucho calor, el mármol se calienta. Al orinar contra una estatua de mármol al mediodía, las gotas de orín hacen que se levante una pequeña nube de vapor. Las veo chocar y secarse al momento mientras el sol me da en la cara.

Mis estatuas favoritas son las de mármol, pero aquí en La Habana es cada día más difícil encontrarlas. Son muy pocas, en lugares cerrados y casi siempre están sobre un pedestal. Prefiero las que son de cuerpo entero porque puedo elegir diferentes partes de ellas para satisfacerme. Así puedo disfrutarlas mejor. 

Una vez me encontré una que no había descubierto. Estaba en la calle Obispo, al lado de la escuela esa que hizo Eusebio Leal. Era perfecta. Un mármol blanco que parecía llevar mucho tiempo al aire libre y tenía detalles de moho verdoso. Lo mejor de todo es que era de cuerpo entero, y en plena calle. 

Me extrañaba no haberla visto antes, pero llevaba meses sin caminar por ahí. La estatua era de un caballero inglés o español, de esos de la colonia. Tenía su sombrero de tres picos (creo que se llaman) y un sable en la cintura. Me pareció raro que delante de los pies tuviera una cajita de mármol con billetes y monedas que los yumas le tiraban. Pensé que eso daba suerte así que me senté en un banco a esperar a que la calle estuviera vacía. Si las monedas daban suerte, yo iba a tener más suerte aún.

Eliminar la hipótesis de la culpabilidad como objetivo inconsciente de su comunicación.

Recuerdo que eran las cuatro de la tarde cuando por fin no había casi nadie pasando por ahí. Me levanté y me puse delante de la pieza. Le repito que era perfecta, desde su acabado hasta su tamaño. Podía mirarla a los ojos que estaban absolutamente quietos pero brillosos. El artista que la hizo era un genio. 

Bueno, me paré delante de ella y mientras la miraba, me saqué el rabo (perdóneme la palabra, pero no sé de qué manera decirlo) y comencé por echarlo todo en sus pies. Estaba tan excitado que cerré los ojos por el placer y no me fijé que el líquido no rebotaba, sino que era absorbido por la estatua. Fue cuestión de segundos. Saqué, cerré los ojos, solté. Volví a abrir los ojos cuando me sonaron tremenda galleta. 

Me desconcentré con los gritos y ver a la estatua insultándome y golpeándome. Salí corriendo con el rabo en la mano, tratando de guardarlo mientras el tipo me tiraba latas y piedras y se cagaba en mi madre. Se me había bajado la erección y me sentía humillado.

Le cuento esta historia por dos motivos. El primero, porque a partir de ese momento soy más cuidadoso. Busco una tarja o alguna seña que me confirme que no es un hombre disfrazado. También vigilo el lugar por horas para no pasar un susto similar. El segundo motivo es porque necesito que entienda que la excitación solo la consigo con las figuras inmóviles y que ya he probado muchas variantes para no hacerlo en público.

He intentado hacer con mis parejas eso que llaman “lluvia dorada” y ni ellas ni yo lo hemos disfrutado. Con las mujeres no se siente igual. No se quedan calladas y se mueven mucho. Eso en el mejor de los casos. Otras veces se me quedan mirando y se ríen. O me empiezan a gritar que soy un asqueroso y que me ponga a lavar las sábanas y procure que la peste a meado no se quede en el colchón.

Al orinar contra una estatua de mármol al mediodía, las gotas de orín hacen que se levante una pequeña nube de vapor.

Una vez probé con un hombre y ni siquiera se me paró. No es cuestión de heterosexualidad o mariconería, simplemente no me gustan. Que tampoco significa que solo se me pare con las estatuas. Las mujeres me encantan, pero no se siente igual. Disfruto más todo esto que le cuento.  

[…] 

Una vez me encontré un maniquí botado fuera de una tienda, le faltaban los brazos y me gustó la idea de llevármelo para mi casa. Lo cogí, lo lavé bien para quitarle el olor a basura y lo meé. Nada, no se sentía igual. 

Lo pinté con marmolina para que se pareciera a la Venus de Milo que es una de mis fantasías mayores. La puse en medio de la sala con una colcha debajo para que recogiera todo lo que cayera al suelo. Así pude disfrutarla un poco más pero no como cuando lo hago en la calle. Le faltaba algo. 

Lo mismo me pasa con los bustos pequeños. Me robé uno de Martí de una escuela primaria y no pude hacer nada con él. Como el tipo tenía la vista hacia abajo, pero no mirando directamente al suelo, sentía que me miraba el miembro y eso me acomplejaba. Todavía lo tengo aquí en mi casa y lo uso para aguantar la ropa.

[…] 

Le contaré mi última incursión y espero que le sea útil para continuar su estudio.

Cuando estudiaba Derecho en la Universidad de la Habana me desfogué algunas veces con las estatuas del Parque de los Cabezones. Era un lugar poco transitado, sobre todo por las tardes. Todo lo que soltaba caía directamente en la tierra y no quedaba huella ni olor al otro día. 

Volví a abrir los ojos cuando me sonaron tremenda galleta.

Como usted debe saber, en la universidad hay dos esculturas ilustres y es complicado acceder a ellas. Me refiero a acceder en este sentido porque están en lugares bien visibles. 

Bueno, hace dos semanas asistía a un seminario en mi antigua escuela, esta que le cuento. Llevaba mucho tiempo sin visitarla y casi había olvidado los momentos de intenso placer que viví allá. Al llegar, inconscientemente atravesé el edificio de la Biblioteca Central. 

Ahí estaba el busto de Rubén Martínez Villena. Magnífico. Era temprano en la mañana y el sol daba suave contra la figura. No puedo explicarle todo lo que sentí. Solo puedo decirle que fue complicadísimo disimular la erección. 

Bien, seguí mi camino resistiendo el deseo de mirar atrás. Fui a mi seminario y no pude dejar de pensar en Villena durante toda la clase. Todo el día pensando en él. Salí a almorzar y no pude quitarle la vista de encima. Rezaba porque el tiempo en el aula pasara rápido para poder volver a verla. Me sentía absolutamente enamorado. Como un adolescente. 

El cursillo terminó y salimos de nuevo, yo y mis compañeros de grupo. Hablamos un rato y cuando todos comenzaron a despedirse me inventé una excusa para quedarme solo en la colina. Como la universidad está en cambio de semestre, casi no hay nadie transitándola en la tarde. Los estudiantes se van temprano para estudiar y prepararse en los exámenes finales y a las 4 de la tarde se está prácticamente solo.

Me encontré un maniquí botado fuera de una tienda. Lo cogí, lo lavé bien para quitarle el olor a basura y lo meé.

No pude resistir más. Subí los escalones del edificio de la Biblioteca Central. Disimulé mientras miraba a los ojos de Rubén. Le toqué el rostro y miré en todas direcciones a ver si había alguien. Nadie. No había nadie. Me lo saqué y comencé. 

Tuve que taparme la boca con una mano mientras me aguantaba con la otra para que no se me escapara un gemido. El orine me salía dorado, con un olor fuerte. Subía y bajaba la dirección del chorro para cubrir el mayor espacio posible. En el piso se formó un charco grande que me mojaba la suela de los zapatos.

Terminé y tuve que sujetarme de la estatua porque se me aflojaron las rodillas. Fue intenso. Tanto que no tengo palabras para contárselo. Cuando pude recuperarme, salí caminando. Dejé algunas huellas marcadas en el piso. 

Al otro día tenía seminario de nuevo y volví a pasar delante de la estatua. En la noche se había secado el charco y se veía una mancha pegajosa y con un olor fuerte. 

Resistirme fue más difícil que el día anterior, pero logré aguantarme y mirar disimuladamente porque había gente sentada en los escalones. 

Mi nuevo reto es satisfacerme con otra fantasía mayor. El Alma Máter que está en la cima de la escalinata. Sé que llevará más preparación y no puedo ser impulsivo, para que no me descubran.

Si lo logro y usted me lo permite, le contaré todos los detalles.

[…]




Fetiches y parafilias. Del voyeurismo político y otros demonios - Daniel Álvarez Mateo

Fetiches y parafilias. Del voyeurismo político y otros demonios

Daniel Alvarez Mateo

La sociedad cubana está plagada de seres extravagantes. Pero estos no viajan solos. He podido constatar la aparición de nuevos especímenes hasta ahora desconocidos por la biología, las ciencias sociales y la psicología política. Comparto con los lectores de Hypermedia Magazine mis resultados investigativos.






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