Pornografía ¿feminista?

El cine pornográfico tiene casi el mismo tiempo de existencia que el cine “clásico”; pero, aun así, este subgénero es menos susceptible de apreciarse como ficción para los públicos. Como la gran mayoría del cine clásico, el mayor cine porno que se consume es machista; incluso, aunque su trama principal sea el placer, existen piezas que pueden llegar hasta la misoginia y otras discriminaciones como el racismo.

En este subgénero, el placer del espectador tiene más protagonismo que en ningún otro; por tanto, las asociaciones que hacen los públicos entre ficción y realidad pudieran considerarse un poco más importante que en el cine tradicional. Partiendo de esta premisa, algunos colectivos feministas niegan y condenan la existencia del porno tradicional. Uno de los movimientos más importante en este sentido lo lideró la organización feminista estadounidense WAP (Women Against Pornography), en la década de 1970. 

La idea central que defienden estas mujeres es que “el porno es la teoría y la violación la práctica”, según frase textual expresada en trabajos de las investigadoras Andrea Dworkin y Catherine Mackinnon en los años 80 y 90. Estas líneas de pensamiento poseen un basamento real. 

Primero: en cifras de consumo, dado que los mayores consumidores del porno, al menos los más contabilizables, son los hombres; y segundo: en formas de organizar la industria cinematográfica del porno, sobre todo en los países angloparlantes, donde, con el pasar del tiempo, las productoras, integradas mayoritariamente por hombres, han asumido el discurso prosexo de varios colectivos feministas para justificar todo tipo de desigualdades en el cine pornográfico, bajo la premisa “de que las mujeres lo desean y han dado su consentimiento”.

La línea entre los derechos femeninos y el reacomodo del sistema patriarcal para mantener su status quo es en ocasiones delgada y borrosa, pues, obviamente, los basamentos teóricos y plataformas políticas del feminismo como movimiento deben insertarse en realidades complejas con seres humanos muy diversos. En ese sentido, es importante no negar el derecho al placer femenino y el lugar que dentro de él puede ocupar el cine pornográfico.

Tal como plantea Paul B. Preciado en su ensayo “Museo, basura, urbana y pornografía”, el cine pornográfico mainstream está conformado pensando en la figura del “masturbador imbécil”, aquel que solo busca el placer a través de la “hiperrealidad” que le ofrece este producto. Pero, ¿qué pasa si dentro de las estadísticas de este “masturbador imbécil” se encuentran masturbadoras? 

El sexo es un ámbito importante dentro de la vida de los seres humanos, y las mujeres han estado dentro de este, tratando de comprenderlo, a veces con mejores o peores resultados. 

Es por eso que en el universo existente resulta importante incorporar el concepto que ofrece Erika Lust de “masturbadoras informadas” y, de ahí, pasar a valorar la posibilidad de consumir pornografía feminista, donde el tradicional objeto de la pornografía clásica ―la mujer― se convierta en sujeto de placer. Pero también pueda liberar a los hombres de estereotipos, nociones rígidas y construidas sobre el placer y la sexualidad. Resumiendo, aprender desde la ficción pornográfica nuevas formas de asumir y disfrutar el placer sexual.




Dirty Diaries: cine pornográfico y manifiestos feministas

En 2009, un grupo de cineastas suecas agrupadas bajo la producción de Mia Engberg creó una serie de cortometrajes pornográficos a los que decidió titularlos confesamente feministas.

A los Dirty Diaries le siguió un manifiesto en el que reivindicaban, en diez puntos, el derecho al disfrute sexual femenino a través de la pornografía y cómo esta también pudiera servir, si no para tumbar al patriarcado, al menos darle una relectura al sistema.

Casi quince años han pasado desde el lanzamiento de esta serie y su manifiesto; de este último, poco se ha difundido. El debate pro sexo versus el repudio a la pornografía mainstream han ocupado más el espacio público. Pero vale la pena compilarlo en este texto y ver cómo a través de sus 13 cortometrajes están presentes los presupuestos del texto.

Hermosas como somos: ¡Al diablo con los ideales de belleza enfermizos! El profundo odio hacia sí mismas mantiene minada mucha energía y creatividad de las mujeres. La energía que podría enfocarse en explorar nuestra propia sexualidad y poder, se está drenando hacia las dietas y los cosméticos. No permita que los poderes comerciales controlen sus necesidades y deseos.

Este primer presupuesto encuentra su extensión en los cortometrajes Skin (Elin Magnusson)Dildoman (Åsa Sandzén). 

En el primero, hay una búsqueda sensorial más allá de las formas preconcebidas del cuerpo al promover el sentir más que el ver. Esto permite que el placer ocupe otros sentidos como el tacto, el oído y el gusto que, por supuesto, no son ajenos al placer sexual más tradicional, por lo general más condicionados por la vista. La cinematografía y montaje de estos cortos no se limita a un enfoque de los genitales, también busca la exploración de otras partes del cuerpo.

En ese sentido, también Dildoman, a través del lenguaje de la animación, busca otras formas de placer visual. Y es que la animación no resulta ajena al mundo de la pornografía: ahí está la larga historia del hentai (porno japonés); pero, una vez más, enfocado en otorgar, mayoritariamente, un placer masculino. 

Por ello, este cortometraje busca en la animación otras formas de representación y placer hacia las espectadoras femeninas, sobre todo a través del empoderamiento sexual y político de las mujeres.


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Lucha por tu derecho a estar caliente: la sexualidad masculina es vista como una fuerza de la naturaleza que debe ser satisfecha a toda costa, mientras que la sexualidad femenina es aceptada solo si se adapta a las necesidades de los hombres. Sé cachondo en tus propios términos.

Debatiendo este propio estatuto, se encuentra en la serie el corto Body Contact (Pella Kågerman). Su estética documental en juego con el “realismo” que suele demandar el porno tradicional también cuestiona e invierte el rol de la chica que puede llegar o no al lugar del encuentro sexual, pero siempre está esperando que la pareja sexual masculina sea quien asuma la iniciativa e, incluso cuando la cámara ocupa un aparente elemento de sorpresa, la actriz no se sorprende, ni sospecha. 

En este corto, quien es sorprendido por la cámara es el personaje masculino de la trama y el rol que asume desde ese momento va desde la duda a ser grabado hasta asumir un rol de “estrella porno” más clásico. 

El final del cortometraje resulta liberador y desacralizador, pues es también algo más común de lo que parece que los encuentros sexuales no sean satisfactorios para sus miembros. Y esto es lícito expresarlo. No sentirse completamente acabadas por no sentir el placer que se ha dicho que se debe experimentar.

Una chica buena es una chica mala: estamos hartos del cliché cultural de que las mujeres independientes y sexualmente activas están locas o son lesbianas y, por lo tanto, están locas. Queremos ver y hacer películas en las que Betty Blue, Ophelia, y Thelma & Louise no tengan que morir al final. 

El binarismo y la moraleja son elementos extremadamente presentes en la cultura pornográfica y en la vida en sentido general. En las parejas heterosexuales, “siempre” debe haber alguien que lidere y alguien que obedezca; en las parejas homosexuales, “siempre” debe haber un pasivo y un activo. 

Entrecomillo la palabra “siempre” en ambas ocasiones pues no hay nada menos absoluto que esto, pero la pornografía filmada por hombres llega para reforzar el estereotipo, el cual siempre remite a esta binariedad, centrada en el falo como figura y símbolo. 

En ese sentido, el cortometraje Authority (Marit Östberg) utiliza algunos elementos del poder en las relaciones sexuales para experimentar con ellas e incluso mostrar la posibilidad de que estas, que se nutren de ese poder vertical, pueden tener balances, intercambios, que la experimentación abra un abanico de posibilidades sexuales en el que el encasillamiento ya no es una opción.


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Este corto casi que le va dando paso también al cuarto postulado del Manifiesto: 

Aplastar el capitalismo y el patriarcado. La industria del porno es sexista porque vivimos en una sociedad capitalista patriarcal. Se beneficia de las necesidades sexuales y eróticas de las personas y las mujeres son explotadas en el proceso. Para combatir el porno sexista hay que aplastar el capitalismo y el patriarcado.

El capitalismo como sistema económico y político ha llevado al patriarcado como sistema social a la capitalización de todo lo humano existente. Es precisamente esta forma de funcionamiento lo que las feministas antipornografía reivindican en su lucha. El sexo es un producto y la explotación sexual y visual de las mujeres son la vía mediante la cual este producto se rentabiliza para su principal consumidor: el hombre blanco cis.

Así, hacer porno pensando en otro destinatario, o incluso rompiendo con el concepto de placer preconcebido de estos “hombres blancos cis” puede ser una forma de desplazar, al menos un poco, las relaciones patriarcales.

Un acápite aparte merecerá el repensamiento de la industria del porno, la cual, como toda relación capitalista, está basada en profundas desigualdades económicas y genéricas. 

Además de esa creencia comercial que establece, a conveniencia, que “las mujeres no consumen porno”, se encuentra otra más profunda, que es no asumir el derecho a la búsqueda del placer propio de las mujeres bajo otras estéticas y otras relaciones que dejen excluida la mirada masculina que ya señaló en su teoría Laura Mulvey.

La libertad del porno feminista no debe estar construida en la exclusión per se que sustenta el porno mainstream. Esto significa que, si existen mujeres consumidoras a conciencia de formas tradicionales de la pornografía, debe ser posible que se reconozcan en ese gusto, pero esto no representa que el consentimiento no será parte tanto de la ficción como de la realidad. 


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El quinto punto del manifiesto lo expresa claramente: 

Tan desagradables como queremos ser. Disfruta, hazte cargo o déjate llevar. Di NO cuando quieras, para poder decir SÍ cuando TÚ quieras.

El porno tradicional está enfocado en hacer pasar por placer femenino la subordinación de la mujer y, si esta “sumisión” y su supuesto placer no son parte de la ficción pornográfica, es solo como parte de un juego de roles, donde en lo que se piensa es en acomodar el placer visual de este “masturbador imbécil”. 

Esta relación de poder está construida para también mantener desde el sexo los roles de género establecidos públicamente, incluso para reforzarlos. Las mayores fantasías sexuales que les son asignadas a las actrices porno son las de maestra, enfermera, doctora o incluso vírgenes, todas labores y roles asignados a las mujeres en la vida pública.

En ese sentido, también convergen los últimos puntos del manifiesto: 

¡Lucha contra el verdadero enemigo! La censura no puede liberar la sexualidad. Es imposible cambiar la imagen de la sexualidad de la mujer si las imágenes sexuales en sí mismas son tabú. No ataque a las mujeres por exhibir sexo. Ataca el sexismo por intentar controlar nuestra sexualidad.

A lo largo de los Dirty Diaries, lo primero que se observa es una voluntad de crear un lenguaje fusionado entre el cuerpo, el cine y el sexo. La cámara en la mayoría de los cortometrajes de esta serie no es el ojo voyeur objetualizador, sino que busca, a través de primeros planos cuando no se esperan, o planos generales donde se esperaría grandes close-ups, una invitación a encontrar el placer a través de sensaciones sinestésicas. 

Un claro ejemplo es Red Like Cherry (Tora Mårtens). El cuerpo humano es muy amplio y en casi toda su superficie puede encontrarse el placer.

No hay necesidad de definir una sola forma de alcanzarlo. El cine pornográfico debe estar para producir o inspirar este placer, no para convertirse en una guía de educación sexual que parta de una ficción hiperbolizada y que, a la vez, contribuya a la fiscalización y control de la construcción binaria de los géneros.


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Es por esto que las realizadoras de la serie plantean en su manifiesto: 

Mantente cuir. Mucha oposición a la erótica es homofóbica y aún más transfóbica. No creemos en la lucha entre los sexos sino en la lucha contra los sexos. Identifícate como el género que quieras y haz el amor con quien quieras. La sexualidad es diversa.

Esta simple oración ilustra el camino que representarán otras corrientes del cine y el arte erótico como el posporno. 

Como ha ocurrido históricamente, una parte del movimiento feminista ha contribuido al desarrollo y búsqueda de otras disidencias de género y también sexuales. Algo que las cineastas suecas no pasan por alto, pues muchas de las actrices que intervienen en estos cortometrajes, además de apelar a una apariencia física menos normativa, también buscan una identidad de género cuir.

El sexo es político y la industria del cine pornográfico intenta controlarlo. A este control, Dirty Diaries también le dedica un acápite de su Manifiesto: 

Hazlo tú mismo. La erótica es buena y la necesitamos. Realmente creemos que es posible crear una alternativa a la industria del porno convencional haciendo películas sexys que nos gustan.

La fiscalización que supone la industria del cine pornográfico tradicional sobre las mujeres es un hecho de debate y control, pero no debe caer esta lucha en la prohibición o entierro del derecho a otros tipos de placeres desde el entretenimiento. Se necesita una educación sexual real y liberadora, pero también el placer sexual puede ser representado desde la ficción cinematográfica no para educar, sino para compartir, ampliar y celebrar relaciones sexoafectivas.

El diario es considerado una forma de comunicación, en principio íntima, del ser humano con él mismo. Pero es desde esa individualidad que luego se ocupa el espacio público. Lo mismo sucede con el sexo y la pornografía feminista. Se consumirá tal vez en la intimidad, pero su espacio en el mundo audiovisual será completamente público con toda la “suciedad” que desprenda.




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Cine sin marcos: los cuadros pornográficos de Cuba

Fabio M. Quintero

He visto cosas bastante osadas en París, pero en La Habana es espantoso. París es una escuela dominical comparada con la capital cubana”.