El proceso emprendido por el Estado cubano contra Luis Manuel Otero Alcántara es una traición a la tradición emancipadora cubana. Sobre todo en la contemporaneidad, donde se hace imprescindible rescatar la idea de la cultura como un espacio de resistencia, rescatar la cultura como un espacio que reclame la legitimidad de la discrepancia ante el poder político del Estado.
Un espacio basado en la disconformidad siempre va a ser dialéctico y por ende dinámico, por ende democrático. En Cuba existe una larguísima tradición de un arte inconforme, crítico, y desde luego esto siempre va a ser molesto para el poder político estatal, pues para una narrativa de la unanimidad, la crítica y la discrepancia siempre van a resultar adversas. A un Estado que se desvive por mantener la cohesión social desde una matriz, desde una plataforma partidaria, el arte inconforme siempre le va a parecer insólito.
La historia de los intelectuales y artistas cubanos dentro del proceso revolucionario es también la historia de la violencia simbólica y la represión cultural. Es decir, el ataque a la creación artística no fue algo aislado: fue sistemático hacia toda la actividad creativa que no quería ser disciplinada dentro del cuerpo del Estado cubano.
Luis Manuel Otero es uno de esos creadores que continúa esta tradición emancipadora. Un artista que usa la irreverencia como estética, como continuidad de esa misma tradición, pero que a la vez intenta señalar la legitimidad de la irreverencia como posibilidad cívica, pues es imposible pensarlo todo desde la horizontalidad o la verticalidad del poder político del Estado. Es ahí donde Luis Manuel Otero genera sus dos hipótesis ante la realidad: una como artista dentro de los imaginarios e identidades culturales, y otra como un ente vivo, dentro y para la ciudadanía.
Luis Manuel Otero es un creador precisamente por eso: porque piensa, hace un comentario sobre la cultura y sus formas. Sobre todo porque piensa las formas más allá del objeto simbólico: las piensa como sujeto cívico activo. Sus antagonismos son los mismos antagonismos bajo los cuales han vivido muchísimos artistas e intelectuales cubanos en los últimos 60 años.
El ensañamiento contra Luis Manuel Otero es el ensañamiento contra todos los que, como él, proponen esta noción descentralizada de ver y crear posibilidades artísticas adscritas a la ciudadanía. Tan solo señalar que detrás del estereotipo de revolución socialista existe una historia de despotismo político en Cuba, te puede conducir a los pasillos de ese despotismo. Su encausamiento plantea la idea de que para el Estado y las instituciones cubanas todos somos enemigos: los artistas, los activistas, los periodistas, los disidentes políticos, la sociedad civil.
Hoy el Estado cubano nos recuerda claramente que es enemigo de su historia, de su cultura, de su identidad. Que es enemigo del civismo, de su sociedad, de sus subjetividades, de sus minorías. Que es enemigo para con sus hijos.
Luis Manuel Otero Alcántara encarna todas estas imágenes, y por ello, por supuesto, es un enemigo.
(Praga)