Los cimientos de un movimiento
Transgénero es una palabra que se ha generalizado en las dos últimas décadas y cuyo significado aún está en construcción. La utilizo para referirme a las personas que se alejan del género que se les asignó al nacer, personas que cruzan (trans-) los límites construidos por su cultura para definir y contener ese género.
Algunas personas se alejan del género que se les asignó al nacer, porque creen firmemente que pertenecen a otro género a través del cual les iría mejor; otras quieren dirigirse hacia un nuevo lugar, un espacio que aún no está claramente descrito u ocupado; otras simplemente sienten la necesidad de desafiar las expectativas convencionales ligadas al género que se les asignó inicialmente.
En cualquier caso, es el movimiento a través de una frontera impuesta socialmente desde un lugar de partida no elegido, más que cualquier destino o modo de transición concreto, lo que mejor caracteriza el concepto de transgénero que desarrollo aquí. Utilizo el término transgénero en su sentido más amplio posible.
Hasta hace poco, los problemas de la transexualidad se presentaban como problemas personales —es decir, como algo que un individuo experimentaba interiormente, a menudo de forma aislada—, en lugar de considerarse en un contexto social más amplio.
Afortunadamente, esto está cambiando. La mayor parte de la literatura sobre temas transgénero solía proceder de perspectivas médicas o psicológicas, casi siempre escritas por personas que no eran ellas mismas transgénero. Estas obras enmarcaban la transexualidad como una desviación psicopatológica individual de las normas sociales de una expresión de género saludable y tendían a reducir la complejidad y la importancia de la vida transexual a sus necesidades médicas o psicoterapéuticas.
Ha habido muchas autobiografías escritas por personas que han “cambiado de sexo”, y un número creciente de guías de autoayuda para personas que contemplan ese cambio, o para personas que buscan comprender mejor por lo que está pasando un ser querido, o para padres de niños que expresan su género de forma contraria a las expectativas de la cultura dominante. Pero tanto la literatura médica como la de autoayuda, incluso cuando están escritas desde una perspectiva transgénero o de afirmación trans, siguen tendiendo a individualizar la experiencia trans en lugar de colectivizarla.
Este análisis adopta un enfoque diferente. Forma parte de un corpus en rápido crecimiento de literatura de ficción y no ficción, escritos académicos, documentales, programas de televisión, películas, blogs, canales de YouTube y otras formas de producción cultural DIY por y sobre personas trans que nos sitúa en un contexto cultural e histórico y nos imagina como parte de comunidades y movimientos sociales.
Ya en los años setenta, el movimiento feminista liberal popularizó el lema “Lo personal es político”. Algunas feministas de entonces criticaban prácticas transgénero como el travestismo, la toma de hormonas para cambiar la apariencia de género del cuerpo, someterse a cirugía genital o torácica y vivir como miembro de un género distinto al asignado al nacer.
A menudo consideraban que estas prácticas eran “soluciones personales” a la experiencia interna de angustia por sufrir opresión de género, es decir, pensaban que una persona asignada al sexo femenino al nacer y que se hacía pasar por hombre sólo intentaba escapar de la escasa (o nula) remuneración del “trabajo de mujeres” o moverse con más seguridad en un mundo hostil a las mujeres; una persona femenina asignada al sexo masculino al nacer, pensaban, debía trabajar por la aceptación social de “mariquitas” o “reinas” y ser orgullosamente afeminada en lugar de pretender ser una mujer “normal” o una mujer “de verdad”.
El feminismo, por su parte, pretendía desmantelar sistemáticamente las estructuras sociales que crearon la opresión de género en primer lugar y que convirtieron a las mujeres en el “segundo sexo”. El feminismo liberal dominante quería concienciar a las mujeres sobre su propio sufrimiento personal, basando esa experiencia en un análisis político de la opresión categórica de todas las mujeres. Quería ofrecer a los hombres una educación en valores feministas para erradicar el sexismo y la misoginia que (consciente o inconscientemente) dirigían a las mujeres. Este tipo de feminismo era, y sigue siendo, un movimiento necesario para cambiar el mundo a mejor, pero necesita comprender mejor las cuestiones trans.
Debemos situar el activismo transgénero por el cambio social dentro de un marco feminista amplio. Hacerlo requiere que pensemos de formas diferentes sobre cómo lo personal es político, y sobre qué constituye la opresión basada en el género, y sobre cómo entendemos el desarrollo histórico de los movimientos feministas.
En términos generales, el feminismo de la “primera ola” del siglo XIX y principios del XX se centró en la reforma de la vestimenta, el acceso a la educación, la igualdad política y, sobre todo, el sufragio: el derecho al voto.
El feminismo de la “segunda ola”, también conocido como “movimiento feminista”, despegó en la década de 1960 y abordó una amplia gama de cuestiones que incluían la igualdad salarial, la liberación sexual, el lesbianismo, la libertad reproductiva, el reconocimiento del trabajo no remunerado de la mujer en el hogar, una mejor representación de la mujer en los medios de comunicación, la autodefensa y la prevención de las violaciones y la violencia doméstica.
En la década de 1990 surgió una “tercera ola” feminista, en parte como respuesta a las deficiencias percibidas de las anteriores inflexiones generacionales del feminismo, y en parte para centrarse en cuestiones emergentes.
Las feministas de la tercera ola se consideraban más sexopositivas que sus madres y abuelas: organizaban Marchas de Putas en lugar de marchas por la Recuperación de la Noche, hacían porno feminista en lugar de denunciar toda la pornografía como intrínsecamente degradante para las mujeres, apoyaban el activismo de las trabajadoras del sexo y el autoempoderamiento en lugar de imaginarse a sí mismas rescatando de la prostitución a mujeres sin poder.
Estaban más interesadas en impugnar las políticas de vergüenza corporal, en tener una relación subversiva o irónica con la cultura de consumo y en participar en el activismo en línea a través de las redes sociales. Incluso se habla de una cuarta ola, que está tomando forma tras la crisis financiera de 2008 y que está más en sintonía que sus predecesoras con las políticas de Occupy, Black Lives Matter, la justicia medioambiental, la tecnoalfabetización y la espiritualidad.
Sin embargo, más importante que analizar las distintas “olas” generacionales del feminismo es la aparición de lo que se ha dado en llamar feminismo “interseccional”.
Arraigado en el pensamiento feminista negro y chicano, el feminismo interseccional cuestiona la idea de que la opresión social de las mujeres pueda analizarse y cuestionarse adecuadamente centrándose únicamente en la categoría “mujer”.
El feminismo interseccional insiste en que no existe una “mujer” esencial que esté oprimida universalmente. Para entender la opresión de una mujer o un grupo de mujeres en particular, hay que tener en cuenta todos los factores que se entrecruzan con su condición de mujeres, como la raza, la clase, la nacionalidad, la religión, la discapacidad, la sexualidad, la condición de ciudadanía y otras muchas circunstancias que las marginan o las privilegian, como tener sentimientos o identidades transgénero o de género no conforme.
Las perspectivas interseccionales surgieron en la segunda ola, pero la dividieron en distintos bandos y siguen atravesando todas las formaciones feministas posteriores. Una poderosa corriente dentro de los movimientos trans contemporáneos por el cambio social tiene sus raíces en las perspectivas feministas interseccionales que surgieron por primera vez en la segunda ola, pero que la mayoría de las veces encuentran alianzas mucho más solidarias en los movimientos de la tercera (o cuarta) ola que afirman explícitamente a las personas trans.
Los feminismos que incluyen a las personas trans siguen luchando por desmantelar las estructuras que sostienen la jerarquía de género como sistema de opresión, pero lo hacen reconociendo que la opresión puede producirse por las consecuencias de cambiar de género o de cuestionar las categorías de género, así como por ser categorizado como miembro del “segundo sexo”.
Para reconciliar la relación entre la política transgénero y la feminista —para crear un transfeminismo— es esencial simplemente reconocer que la forma en que cada uno de nosotros experimenta y entiende su sentido de género del yo, su sentido de ser hombre o mujer o algo que se resiste o mezcla esos términos, es una cuestión personal muy idiosincrásica, relacionada con muchos otros atributos de nuestras vidas. Es algo previo o subyacente a nuestras acciones políticas en el mundo y no necesariamente en sí mismo un reflejo de nuestras creencias políticas.
No es ni radical ni reaccionario adoptar una identidad trans. Las personas no transexuales, después de todo, se consideran a sí mismas mujeres u hombres, y nadie les pide que defiendan lo políticamente correcto de su “elección” ni piensa que el hecho de que se sientan identificadas con su género comprometa o invalide de algún modo sus demás valores y compromisos.
Ser trans es como ser gay: algunas personas son simplemente “así”, aunque la mayoría no lo sean. Podemos sentir curiosidad por saber por qué algunas personas son gais o trans, y podemos proponer todo tipo de teorías o contar historias interesantes sobre cómo es posible ser trans u homosexual, pero en última instancia simplemente tenemos que aceptar que una pequeña fracción de la población (quizás incluyéndonos a nosotros mismos) simplemente es “así”.
Dado que los miembros de los grupos minoritarios son, por definición, menos comunes que los miembros de los grupos mayoritarios, las minorías suelen sufrir incomprensión, prejuicios y discriminación. La sociedad tiende a organizarse de forma que, deliberada o involuntariamente, favorece a la mayoría, y la ignorancia o la desinformación sobre una forma de ser menos común en el mundo puede perpetuar estereotipos y caracterizaciones erróneas perjudiciales.
Además, la sociedad puede privilegiar a algunos tipos de personas frente a otros, beneficiándose los primeros de la explotación de los segundos: los colonos se beneficiaron de la apropiación de tierras indígenas, los esclavistas se beneficiaron del trabajo de los esclavizados, los hombres se han beneficiado de la desigualdad de las mujeres. La violencia, la ley y la costumbre mantienen estas jerarquías sociales.
Las personas que sienten la necesidad de resistirse al género que se les asignó al nacer o de vivir como miembros de otro género se han encontrado con importantes formas de discriminación y prejuicios, incluida la condena religiosa. Dado que la mayoría de las personas tienen grandes dificultades para reconocer la humanidad de otra persona si no pueden reconocer su género, los encuentros con personas que cambian o se resisten a cambiar de género pueden parecerles a veces un encuentro con una falta de humanidad monstruosa y aterradora.
Esa reacción visceral puede manifestarse en forma de pánico, asco, desprecio, odio o indignación, que puede traducirse en violencia física o emocional —incluido el asesinato— dirigida contra la persona percibida como no del todo humana. Cabe preguntarse por qué la reacción típica ante un encuentro con formas no privilegiadas de género o encarnación no se experimenta más a menudo con asombro, deleite, atracción o curiosidad.
Las personas percibidas como no del todo humanas por su expresión de género suelen ser rechazadas socialmente y se les pueden negar necesidades básicas como la vivienda y el empleo. Pueden perder el apoyo de sus familias. En la sociedad burocrática moderna, muchos tipos de procedimientos administrativos rutinarios hacen la vida muy difícil a las personas que traspasan los límites sociales de sus géneros asignados al nacer.
Los certificados de nacimiento, los historiales escolares y médicos, las credenciales profesionales, los pasaportes, los permisos de conducir y otros documentos similares proporcionan un retrato robot de cada uno de nosotros como persona con un género concreto, y cuando estos historiales presentan discrepancias u omisiones notables, pueden surgir todo tipo de problemas: incapacidad para cruzar fronteras, optar a puestos de trabajo, acceder a los servicios sociales necesarios y obtener la custodia legal de los hijos. Como los transexuales suelen carecer del mismo tipo de apoyo que esperan automáticamente los miembros plenamente aceptados de la sociedad, pueden ser más vulnerables a comportamientos de riesgo o autolesivos y, en consecuencia, acabar teniendo más problemas de salud o problemas con la ley, lo que no hace sino agravar sus ya considerables dificultades.
En Estados Unidos, los miembros de grupos minoritarios intentan a menudo oponerse o cambiar las prácticas discriminatorias y las actitudes prejuiciosas agrupándose para ofrecerse apoyo mutuo, expresar sus problemas en público, recaudar dinero para mejorar su suerte colectiva en la vida, formar organizaciones que aborden sus necesidades específicas insatisfechas o participar en la política electoral o presionar para que se apruebe legislación protectora.
Algunos miembros participan en tipos de activismo más radicales o militantes, dirigidos a derribar el orden social o abolir instituciones injustas en lugar de reformarlas, y otros elaboran herramientas de supervivencia para vivir en condiciones que no pueden cambiarse en ese momento.
Algunos hacen arte o escriben literatura que alimenta las almas de los miembros de la comunidad o cambia la forma en que otros piensan de ellos y de los problemas a los que se enfrentan.
Algunos hacen el trabajo intelectual y teórico de analizar las raíces de sus formas particulares de opresión social y de idear estrategias y políticas que propicien un futuro mejor.
Otros dirigen su atención a promover la autoaceptación y el sentido de la propia valía entre los miembros de la comunidad minoritaria que pueden haber interiorizado actitudes o creencias que les restan poder respecto a su diferencia con la mayoría dominante.
En resumen, a menudo empieza a tomar forma un movimiento activista multidimensional para el cambio social.
Términos y conceptos
Los temas trans tocan cuestiones existenciales sobre lo que significa estar vivo y nos llevan a ámbitos que rara vez consideramos conscientemente con algún grado de atención —como nuestras actitudes ante la gravedad, por ejemplo, o la respiración—. Por lo general, simplemente experimentamos estas cosas sin pensar demasiado en ellas. En el curso cotidiano de los acontecimientos, la mayoría de la gente no tiene motivos para plantearse preguntas como “¿Qué hace que un hombre sea un hombre o una mujer una mujer?” o “¿Qué relación tiene mi cuerpo con mi papel social?” o incluso “¿Cómo sé cuál es mi género?”. Más bien, nos limitamos a seguir con nuestras actividades cotidianas sin cuestionar las percepciones y suposiciones no examinadas que forman parte de nuestra realidad laboral.
Pero el género y la identidad, como la gravedad y la respiración, son fenómenos realmente complicados cuando empiezas a desmontarlos y descomponerlos.
Debido a esta complejidad, puede ser útil establecer algunas definiciones más técnicas de palabras que utilizamos en el habla cotidiana, así como definir algunas palabras que no solemos necesitar en absoluto. Dedicar un poco de tiempo a discutir términos y conceptos puede ayudar a sacar a la luz algunas de las suposiciones ocultas que solemos hacer sobre el sexo y el género.
* (asterisco)
El asterisco aparece cada vez con más frecuencia en los debates sobre cuestiones transgénero. Su uso se originó en las búsquedas en bases de datos e Internet, donde el símbolo funcionaba como un operador comodín.
Es decir, una consulta con un asterisco encontraría la cadena de caracteres específica buscada, más cualquier otra. Por ejemplo, si se busca sobre* se obtendrá sobrenombre, sobrepasar, sobrepeso o cualquier otra palabra que empiece por la cadena de caracteres sobre.
El uso de trans* en lugar de transgénero se convirtió en una forma abreviada de señalar que se intentaba incluir muchas experiencias e identidades diferentes arraigadas en actos de cruce, y no obsesionarse con la lucha por etiquetas o conflictos arraigados en diferentes formas de las normas de género.
El asterisco también puede representar una provocación para pensar en las interconexiones entre lo transgénero y otros tipos de cruces categóricos. ¿Cómo se relaciona lo trans de transgénero con lo trans de transgénico, transespecie o transracial?
Se podría imaginar el asterisco como la representación visual de una intersección de innumerables guiones que apuntan en distintas direcciones, cada uno de los cuales conecta la idea de cruce con una cosa concreta que hay que cruzar.
Acrónimos
Los miembros de la sección T de la comunidad LGBTIQQA A (lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, intersexuales, queer, cuestionadores, asexuales y aliados) utilizan muchos acrónimos. MTF y FTM se refieren, respectivamente, a “de hombre a mujer” y “de mujer a hombre”, indicando la dirección del cambio de género; sería más preciso hablar “de varón a mujer” o “de hembra a hombre”, pero lo cierto es que en la práctica nadie dice realmente esas cosas.
Algunas personas transexuales se resisten a estas etiquetas “direccionales”, alegando que tienen tanto sentido como llamar a alguien “hombre heterosexual a gay” o “mujer heterosexual a lesbiana”, y que sólo sirven para marginar a los hombres y mujeres transexuales dentro de las poblaciones más amplias de otros hombres y mujeres. Los dos acrónimos en sí son mucho menos comunes de lo que solían ser. CD (o a veces XD) significa “travestismo”. TS se refiere a un transexual, que puede ser preoperado o postoperado, o incluso no-ho/no-op (que no elige ni hormonas ni cirugía, pero que sigue identificándose como miembro del género que no se le asignó al nacer), mientras que TG es “un transexual”, utilizado como sustantivo para un tipo concreto de persona en lugar de “transexual” como adjetivo que describe el género de una persona.
El término correcto para referirse a una persona en particular no depende del ojo del espectador, sino de la persona que se lo aplica a sí misma.
Agénero
Sentimiento de no tener identidad de género en lugar de tener una identidad de género contraria al género asignado al nacer; puede considerarse parte de la rúbrica trans en la medida en que una persona agénero se ha alejado del género asignado obligatoriamente al nacer.
AMAB y AFAB
Acrónimos de “hombre asignado al nacer” y “mujer asignada al nacer”, por sus siglas en inglés.
Estos términos señalan que, cuando venimos al mundo, otra persona nos dice quién cree que somos. Comadronas, técnicos de ecografía, obstetras, padres, familiares e innumerables personas más miran nuestros cuerpos y dicen lo que creen que nuestros cuerpos significan para ellos. Determinan nuestro sexo y nos asignan un género. Tomamos conciencia de nosotros mismos y crecemos en el contexto creado para nosotros por estos significados y decisiones, que son anteriores a nuestra existencia individual.
Las diferencias corporales son reales y nos colocan en trayectorias vitales diferentes, pero lo que las personas que utilizan estos términos de “asignación” intentan señalar es que nuestros cuerpos y las trayectorias que nos marcan, por muy no elegidas que fueran inicialmente, no tienen por qué determinarlo todo sobre nosotros.
Nuestras categorías asignadas siguen siendo situaciones en las que podemos tomar decisiones sobre nosotros mismos y emprender acciones significativas para cambiar nuestros caminos, incluida la reasignación de nosotros mismos.
Género binario
La idea de que sólo hay dos géneros sociales —hombre y mujer— basados en dos y sólo dos sexos —masculino y femenino—. La historia de las personas trans* nos enseña que tanto el género como el sexo pueden entenderse de forma no binaria.
Cisgénero
Palabra que no se impuso hasta el siglo XXI, pero que rápidamente se generalizó como sinónimo de “no transgénero”. El prefijo cis- significa “del mismo lado que” (es decir, lo contrario de trans-, que significa “del otro lado”). Pretende señalar el privilegio no declarado o asumido de no ser transgénero.
La idea detrás del término es resistirse a la forma en que “mujer” u “hombre” pueden significar “mujer no transgénero” u “hombre no transgénero” por defecto, a menos que se mencione explícitamente la condición transgénero o no binaria de la persona.
Es la misma lógica que llevaría a alguien a preferir decir “mujer blanca” y “mujer negra” en lugar de utilizar simplemente “mujer” para describir a una mujer blanca (presentando así al blanco como la norma no marcada) y “mujer negra” para indicar una desviación de la norma.
El uso de la terminología cisgénero se ha generalizado entre las personas, sobre todo las que trabajan en universidades y escuelas universitarias o en el activismo comunitario, que se consideran aliadas de las personas trans o no binarias y que pretenden ser conscientes de los privilegios de los que disfrutan por ser binarias o no trans.
Pero el cisgénero no está exento de contradicciones conceptuales o debilidades propias. Utilizar el término con demasiada rigidez puede fomentar otro tipo de binarismo de género, cis- frente a trans-. Alinea lo binario y lo cis- con la política cultural de la normatividad y lo no binario y lo trans- con nociones de transgresión o radicalidad, cuando en realidad la política de la normatividad y la transgresión atraviesan las categorías cis y trans.
En lugar de utilizar cis y trans para identificar a dos tipos de personas totalmente distintas, es más productivo preguntarse por qué alguien es cis (es decir, cómo se alinean diferentes aspectos de su cuerpo y su mente en el lado de las divisiones de género de forma privilegiada) y por qué es trans (es decir, cómo cruza los límites del género asignado al nacer de formas que pueden tener consecuencias sociales adversas) y reconocer que todas las personas, sean cis o trans, están sometidas a prácticas sociales de género no consentidas que privilegian a unos y discriminan a otros.
Crossdresser
Término que pretende sustituir sin prejuicios al de travesti, y que suele considerarse una descripción neutral de la práctica de llevar ropa atípica en cuanto al género.
La práctica del travestismo puede tener muchos significados y motivaciones. Además de ser una forma de resistirse o alejarse del género social asignado al nacer, puede ser una práctica teatral (cómica o dramática), parte de la moda o la política (como lo fue en su día la práctica de que las mujeres llevaran pantalones), parte de ceremonias religiosas o parte de la celebración de festivales y fiestas públicas (como Mardi Gras, Carnaval o Halloween).
Las personas transexuales o transgénero que se visten a la moda del género que consideran que son no se consideran travestis, simplemente se visten.
Género
Género no es lo mismo que sexo, aunque los dos términos se utilizan a menudo indistintamente, incluso en la literatura técnica o académica, lo que puede llevar a una gran confusión cuando se intenta ser analíticamente preciso.
En general, se considera que el género es cultural, y el sexo, biológico.
Suele ser una apuesta segura utilizar las palabras hombre y mujer para referirse al género, del mismo modo que masculino y femenino se utilizan para referirse al sexo. Aunque todos nacemos con un determinado tipo de cuerpo que la cultura dominante denomina nuestro “sexo”, nadie nace siendo niño o niña, mujer u hombre; más bien, a todos se nos asigna un género y llegamos a identificarnos (o no) con ese género a través de un complejo proceso de socialización.
Género deriva de la palabra latina genus, que significa “clase” o “tipo”. El género es la organización social de los cuerpos en diferentes categorías de personas. Esta clasificación en categorías se basa en el sexo, pero histórica e interculturalmente ha habido muchos sistemas sociales diferentes de organizar a las personas en géneros.
Algunas culturas, como la de muchos nativos americanos, han tenido tres o más géneros sociales. Algunas atribuyen el género social al trabajo que realizan las personas en lugar de a los cuerpos que realizan ese trabajo. En algunas culturas, las personas pueden cambiar su género social basándose en sueños o visiones. En otras, lo cambian con un bisturí o una jeringuilla. Lo importante es tener en cuenta que el género es histórico (cambia con el tiempo), que varía de un lugar a otro y de una cultura a otra, y que es contingente, es decir, que depende de muchas cosas diferentes y aparentemente sin relación entre sí que confluyen de una forma única y particular.
Una complicación a la hora de establecer una distinción rígida entre sexo y género, por muy diferentes que sean estos términos desde el punto de vista analítico y conceptual, tiene que ver con nuestras creencias culturales. Aunque es cierto que el sexo suele utilizarse para determinar la categorización del género, también es cierto que lo que cuenta como sexo es una creencia cultural.
Creemos que el sexo es cromosómico o genético, que está relacionado con la capacidad de producir espermatozoides u óvulos, que se refiere a la forma y función genital, que implica características secundarias como la barba y los pechos. Pero los cromosomas, la capacidad reproductiva, el tipo genital, la forma del cuerpo y las características sexuales secundarias no siempre van juntos siguiendo un patrón biológicamente predeterminado.
Algunas de estas características son inmutables, mientras que otras son transformables. Esto nos deja con la tarea social colectiva de decidir qué aspectos de la corporeidad física cuentan más para determinar la categorización social del género.
Los criterios utilizados para tomar esa decisión son tan históricos, culturales y contingentes como biológicos; después de todo, nadie hablaba de utilizar el “sexo cromosómico” para determinar el género social antes del desarrollo de la genética, ni de utilizar los certificados de nacimiento como prueba de identidad antes de que la expedición de certificados de nacimiento se convirtiera en algo habitual a principios del siglo XX.
Además, la necesidad percibida de tomar una decisión sobre el sexo de alguien y determinar su género se basa tanto en la estética como en la biología; nadie cuestionaría el sexo de una atleta de élite como la corredora sudafricana Caster Semenya si su aspecto fuera estereotípicamente femenino.
Por tanto, es posible entender que el sexo es una construcción social tanto como el género. Esto se reduce a decir que creemos que el sexo es una base estable para determinar un género social fijo, pero la realidad es que los cuerpos físicos son complejos y a menudo no binarios, y las categorías sociales, que en sí mismas son muy cambiantes, no pueden basarse sin problemas en la carne. Es otra forma de decir que intentar relacionar el sexo con el género de algún modo determinista siempre falla en algún nivel y que cualquier correlación que establezcamos tiene una dimensión cultural, histórica y política que debe establecerse, afirmarse y reafirmarse una y otra vez para que siga siendo “verdadera”.
Esto nos lleva a una de las cuestiones centrales de los movimientos sociales transgénero: la afirmación de que el sexo del cuerpo (entendamos como entendamos cuerpo y sexo) no guarda ninguna relación necesaria o predeterminada con la categoría social en la que vive ese cuerpo ni con la identidad y el sentido subjetivo del yo de la persona que vive en el mundo a través de ese cuerpo.
Esta afirmación, extraída de la observación de la variabilidad social, psicológica y biológica humana, es política precisamente porque contradice la creencia común de que si una persona es hombre o mujer en el sentido social está fundamentalmente determinado por el sexo corporal, que es autoaparente y puede percibirse de forma clara e inequívoca. Es político en el sentido adicional de que la forma en que una sociedad organiza a sus miembros en categorías basadas en sus diferencias físicas no elegidas nunca ha sido un acto políticamente neutro.
Uno de los puntos principales del feminismo es que las sociedades tienden a organizarse de forma que explotan más el cuerpo de las mujeres que el de los hombres. Sin estar en desacuerdo con esa premisa básica, una perspectiva transgénero también sería sensible a una dimensión adicional de la opresión de género: que nuestra cultura actual intenta reducir la amplia gama de tipos de cuerpos habitables a dos y sólo dos géneros, uno de los cuales está sujeto a un mayor control social que el otro, y ambos géneros se basan en nuestras creencias sobre el significado del sexo biológico.
Las vidas que no se ajustan a este patrón dominante suelen tratarse como vidas que no merece la pena vivir y que tienen poco o ningún valor. Romper la unidad forzada de sexo y género, aumentando al mismo tiempo el alcance de las vidas habitables, tiene que ser un objetivo central del feminismo y de otras formas de activismo por la justicia social. Esto es importante para todos, especialmente, pero no exclusivamente, para las personas trans.
Disforia de género
Literalmente, una sensación de infelicidad (lo contrario de la euforia, una sensación de alegría o placer) por la incongruencia entre cómo uno entiende subjetivamente su experiencia de género y cómo su género es percibido por los demás.
La disforia de género era un término común entre los profesionales médicos y psicoterapéuticos que trabajaban con poblaciones transexuales entre los años sesenta y ochenta, pero fue suplantado gradualmente por la categoría diagnóstica, ahora desacreditada, de Trastorno de Identidad de Género, que la Asociación Americana de Psiquiatría adoptó por primera vez en 1980 en la tercera edición de su Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-III) y mantuvo en la cuarta edición de 1994 (DSM-IV).
En parte como respuesta al activismo transgénero que impugnaba la patologización de las identidades trans, la disforia de género volvió a ponerse de moda en el siglo XXI como parte de un argumento para justificar por qué las necesidades sanitarias de los transexuales deberían estar cubiertas por los seguros médicos.
Sugiere que es el sentimiento de infelicidad el que no es saludable y el que es susceptible de tratamiento terapéutico, en lugar de que una persona transgénero sea intrínsecamente desordenada; del mismo modo, sugiere que el sentimiento de infelicidad sobre el género podría ser transitorio en lugar de una característica definitoria de un tipo de yo.
Expresión de género
Todos representamos nuestro sentido del yo a través de cómo comportamos nuestros cuerpos para expresar nuestro género. En los últimos años, a medida que las cuestiones transgénero han ido recibiendo cada vez más atención jurídica y regulación burocrática, la expresión de género suele figurar como condición protegida junto con la identidad de género.
La intención es proteger a las personas que expresan su género de forma no binaria o inconformista, como una mujer de la industria tecnológica que no se maquilla y se siente más cómoda con una camiseta que con un vestido largo de tirantes, o un joven de la escuela de arte aficionado al esmalte de uñas con purpurina.
La idea es que esas expresiones de uno mismo no deben ser ilegales, estigmatizadas, discriminadas o perjudiciales para las personas que se expresan de esa manera.
La expresión de género también es un término útil en situaciones en las que algunos miembros del público, o algunos propietarios de negocios, pueden no aceptar o reconocer a las personas transgénero como pertenecientes realmente al género con el que se identifican y persisten en pensar en una mujer trans como un “hombre con vestido” o en un hombre trans como una mujer con vello facial.
No importa tanto lo que los demás piensen que eres si puedes expresarte sin miedo de la manera que te parezca correcta.
Algunas personas trans, sobre todo las que consideran que su transexualidad tiene una base biológica y requiere tratamiento médico, establecen una distinción entre expresión de género e identidad de género para argumentar que la identidad de género es más grave, menos elegida y necesita más protección que la expresión de género, que se considera más voluntaria y menos importante.
Identidad de género
Cada persona tiene un sentido subjetivo de ajuste (o falta de ajuste) con una categoría de género particular; esto es la propia identidad de género.
Para la mayoría de las personas, existe una sensación de congruencia entre la categoría que se le ha asignado al nacer y en la que ha sido socializado y lo que uno considera que es. Las personas transgénero demuestran que no siempre es así, que es posible tener una sensación de no ser como los demás miembros del género asignado al nacer o sentirse perteneciente a otra categoría de género o resistirse a la categorización.
Muchas personas que nunca han tenido una sensación de incongruencia de género no pueden entender realmente lo que sienten los demás, e incluso pueden dudar de que las personas transexuales realmente la experimenten o de que pueda ser persistente e intratable y emocionalmente dolorosa, mientras que a las personas transexuales que sí experimentan esta incongruencia a menudo les cuesta explicar a los demás lo que se siente o por qué es tan importante abordarla.
En primer lugar, cómo se desarrolla la identidad de género y cómo las identidades de género pueden ser tan diversas son temas muy debatidos que entran de lleno en las controversias sobre naturaleza frente a crianza y determinismo biológico frente a construcción social.
Algunas personas piensan que la identidad de género y los sentimientos transgénero están causados por características físicas innatas; otras piensan que están causados por cómo se cría a los niños o por la dinámica emocional de sus familias; otras consideran que la identidad, y el deseo de expresarla de forma diferente, tienen sus raíces en creencias espirituales, preferencias estéticas o deseos eróticos. Como se ha señalado anteriormente, es más importante reconocer que algunas personas experimentan el género de forma diferente a la mayoría que decir por qué algunas personas experimentan el género de forma diferente a la mayoría.
Pronombres de género neutro
El inglés, la lengua más común en Estados Unidos, no nos permite fácilmente referirnos indirectamente a otros individuos sin indicar su género. Tenemos que elegir entre él, ella o ello, y este último no se considera apropiado para referirse a los seres humanos precisamente porque no indica un género. Sin embargo, existe una larga historia de pronombres de tercera persona de género neutro en varios dialectos ingleses (como la reliquia anglosajona “a” que aún se utiliza en Yorkshire, Reino Unido, para referirse a él/ella/ello, o yo, un término vernáculo afroamericano popularizado por el hip-hop, que se utiliza del mismo modo en Baltimore hoy en día). También hay una larga historia de intentos de introducir deliberadamente pronombres de nueva invención (como la palabra thon, que se propuso en 1858 como contracción de “that one” y que se consideraba similar al arcaico thine para “your”) y de uso de plurales de género neutro (they/them) como sustituto del singular de género binario.
Los primeros usos de este tipo del plural por el singular se registraron en el siglo XIV y siguen siendo comunes incluso ahora en variantes regionales como y’all (vosotros todos) y y’uns o yinz (vosotros unos), que a veces se utilizan para referirse a un individuo.
Cada vez es más común utilizar el plural they/them/their en lugar de un pronombre singular de género cuando el sexo o género de la persona a la que se hace referencia es desconocido o irrelevante, incluso hasta el punto de decir algo tosco como “la persona misma”.
Algunos partidarios de los pronombres neutros utilizan ze o sie en lugar de he y she, o la palabra hir en lugar de his y her. A veces, por escrito, se utiliza el impronunciable s/he. Ninguna de las soluciones al género lingüístico en inglés es totalmente satisfactoria; las palabras de nueva acuñación pueden sonar falsas o chocantes, y el uso del plural en lugar del singular puede sonar antigramatical.
Pero la lengua evoluciona, a menudo en respuesta a acontecimientos históricos (como las conquistas romana y normanda de Inglaterra, que introdujeron mucho vocabulario latino en inglés). Las personas transgénero y no binarias están presionando a la lengua para que evolucione y tenga en cuenta la nueva realidad social que están creando.
El español, la segunda lengua más hablada en Estados Unidos, presenta dificultades aún mayores que el inglés a la hora de intentar comunicarse de forma no sexista, dado que el género gramatical en español, al igual que en la mayoría de las lenguas indoeuropeas, se refleja en otras partes de la oración además de en los pronombres. Un avance reciente, que funciona mejor por escrito que oralmente, consiste en sustituir las terminaciones de género -o (masculino) o -a (femenino) por la terminación de género neutro -x; por ejemplo, Latinx en lugar de Latino y Latina. Por el contrario, en la tercera lengua más hablada en Estados Unidos, el chino mandarín, los pronombres de la tercera persona no tienen género cuando se hablan, ya que todos se pronuncian igual: tā. Curiosamente, los caracteres escritos para los pronombres personales se basan en la forma que representa el concepto genérico “humano”. En realidad, los pronombres en tercera persona no sexistas son la norma más que la excepción en la mayoría de las lenguas no indoeuropeas.
El uso adecuado de los pronombres neutros puede ser complicado. Por un lado, el lenguaje neutro puede ser una forma de evitar el sexismo (por ejemplo, no utilizar “él” u “hombre” para referirse a las personas en general) o de no hacer suposiciones sobre la identidad de género de una persona.
Por otro lado, algunas personas transexuales —a menudo las que han trabajado muy duro para conseguir un género distinto del que se les asignó al nacer— pueden sentirse ofendidas cuando se refieren a ellas con pronombres neutros, en lugar de los que corresponden a su género, porque perciben que es una forma de que los demás no reconozcan cómo presentan su género de forma obvia y deliberada. Una buena regla general es tratar los términos neutros como más educados y formales, para usarlos cuando no se conoce muy bien a la persona a la que se hace referencia, y tratar los términos de género como más familiares, para usarlos en situaciones en las que se conoce a la persona y lo que prefiere.
Género no conforme, género queer y no binario
Todos estos términos se refieren a personas que no se ajustan a las nociones binarias de alineación de sexo, género, identidad de género, rol de género, expresión de género o presentación de género. Si hay que hacer sutiles distinciones, éstas son que el término “no conforme con el género” (o variante de género) describe de forma más neutra el comportamiento; genderqueer (o género queer) se asocia más con formas subculturales particulares de expresión de género que han surgido en las comunidades LGBT o en la moda contracultural de inspiración punk, gótica o fetichista que hace hincapié en los piercings, los tatuajes y los estilos dramáticos de maquillaje y peinado; y no binario es una preferencia terminológica emergente entre las generaciones más jóvenes que consideran que la identidad de género binaria es algo más relevante para sus abuelos que para ellos mismos.
Dado que las personas transexuales y transgénero no se ajustan a la expectativa social de que las personas a las que se les asigna un sexo masculino al nacer sean hombres o de que las personas a las que se les asigna un sexo femenino al nacer sean mujeres, pueden considerarse no conformes con el género y ser tan género queer o no binarios como cualquier otra persona.
En la práctica, sin embargo, estos términos suelen referirse a personas que rechazan los términos transgénero y transexual para sí mismas, porque piensan que son anticuados o están demasiado enredados conceptualmente en el binario de género.
Presentación de género
Muy similar a la expresión de género, el término se refiere a parecer y actuar como tu cultura espera que parezca o actúe un hombre o una mujer (o, alternativamente, presentarte de tal manera que hagas visible tu no conformidad de género). Todo el mundo presenta su género.
Rol de género
El rol de género se refiere a las expectativas de comportamiento y actividades adecuadas para un miembro de un género concreto. Es un término cada vez menos importante en la sociedad secular contemporánea debido a la disminución de los estereotipos de género, la mayor participación de los hombres en la crianza de los hijos y las responsabilidades domésticas, y la mayor variedad de oportunidades de empleo para las mujeres.
Pero en la medida en que el concepto sigue teniendo significado, a menudo expresa costumbres culturales, creencias religiosas o suposiciones arraigadas en teorías científico-sociales.
Es el guion social que dice que un hombre debe llevar kipá o una mujer hiyab, así como el que dice que los hombres son agresivos y las mujeres pasivas, o que un hombre debe ser médico pero una mujer enfermera, o que las madres deben quedarse en casa con sus hijos y los padres deben tener trabajos estables fuera del hogar.
Aunque es posible vivir una vida feliz y plena eligiendo hacer cosas que son (o fueron) socialmente convencionales, como ser ama de casa, o que expresan el sentido del deber religioso o la pertenencia étnica, los roles de género nos dicen que si no actuamos de acuerdo con las expectativas prescritas, no somos mujeres u hombres adecuados.
Las personas transgénero experimentan a veces grandes dificultades sociales y psicológicas cuando no encarnan los roles de género que otras personas esperan de ellas, sobre todo cuando esas expectativas se basan en creencias científicas, culturales o religiosas sobre lo que es natural, normal o divino.
Habitus
Habitus significa nuestra forma habitual o acostumbrada de comportarnos y de estilizar nuestro cuerpo. Gran parte de nuestro hábito consiste en manipular nuestras características sexuales secundarias para comunicar a los demás lo que sentimos que somos: si movemos las caderas, hablamos con las manos, nos llenamos de músculos en el gimnasio, nos dejamos crecer el pelo, llevamos ropa con un escote que resalta nuestro busto, nos afeitamos las axilas, dejamos que se nos vea la barba de la cara o hablamos con una inflexión ascendente o descendente al final de las frases. A menudo, estas formas de movernos y de peinarnos están tan interiorizadas que las consideramos naturales, aunque —dado que son cosas que hemos aprendido mediante la observación y la práctica— pueden entenderse mejor como una “segunda naturaleza” culturalmente adquirida.
Al prestar atención al habitus, nos damos cuenta de que, aunque los cuerpos son ciertamente diferentes unos de otros, lo que hacemos con ellos, cómo los usamos y transformamos, es a menudo más importante para convertirnos en lo que somos que aquello con lo que nacemos.
Todos los cuerpos humanos son cuerpos modificados: son cuerpos que hacen dieta y ejercicio, que se perforan y se tatúan, cuyos pies se moldean por el tipo de zapatos que llevan. Dar forma, peinar y mover el cuerpo para presentarse ante los demás de una manera determinada es una parte fundamental de las culturas humanas, una parte tan importante que es prácticamente imposible practicar cualquier tipo de modificación corporal sin que otros miembros de la sociedad tengan una opinión sobre si la práctica es buena o mala, o correcta o incorrecta, dependiendo de cómo o por qué se haga.
Todo, desde cortarse las uñas hasta cortarse una pierna, entra dentro de un espectro de juicio moral o ético. En consecuencia, muchos miembros de la sociedad tienen fuertes sentimientos y opiniones sobre las prácticas consideradas como modificaciones corporales “transgénero”, a menudo despreciándolas como “antinaturales”, aunque cultivar un estilo particular de encarnación para expresar la identidad es algo que todos hacemos de alguna manera.
Identidad
La identidad es lo que uno es. Es una palabra que encierra una paradoja. Significa que dos cosas que no son exactamente iguales pueden sustituirse entre sí como si fueran iguales. En matemáticas, decir que (1 + 4) = (2 + 3) es decir que aunque los dos conjuntos estén formados por números diferentes, son matemáticamente idénticos porque suman lo mismo.
En la sociedad y la cultura, el concepto de identidad funciona de forma similar. Cuando uno dice “soy socialista” o “soy hindú” o “soy músico” o “soy mujer”, el “soy” es como un signo igual, y está diciendo que su sentido individual de ser algo (un “yo”) está descrito por una categoría a la que se considera perteneciente.
Tú y la categoría no sois exactamente lo mismo, pero en determinadas circunstancias una puede sustituir a la otra. En la vida social, suele ser muy importante decir con qué categorías te identificas o llamar la atención sobre las categorías en las que te colocan, tanto si te identificas con ellas como si no. Por supuesto, es posible tener muchas identidades personales diferentes, superpuestas o incluso contradictorias, y que personas muy diferentes entre sí en algunos aspectos se incluyan en la misma categoría.
Políticas de identidad
Las políticas de identidad tienen que ver con las reivindicaciones de pertenencia y ciudadanía en relación con algún tipo de condición minoritaria. Apelan a nociones de sociedad civil que protegen los derechos de las minorías de los abusos de la mayoría y promueven la idea de que las formas culturales, historias, experiencias e identidades minoritarias tienen un valor intrínseco.
En un sentido muy real, las políticas identitarias, que tienen sus raíces en la asignación de cuerpos minoritarios a categorías sociales jerárquicas, siempre han formado parte de la historia de Estados Unidos, dado que es una nación que ha desplazado y absorbido a pueblos nativos a los que se categorizaba como racialmente diferentes de los colonos, ha esclavizado a africanos por motivos de raza y origen no europeo, ha controlado la inmigración ofreciendo entrada preferente a algunas etnias mientras negaba la entrada a otras, no ha permitido votar a las mujeres y ha criminalizado a homosexuales y transexuales.
Las minorías siempre han necesitado participar activamente en el proceso político para dar a conocer sus necesidades y hacer oír su voz frente a los grupos socialmente dominantes. Desde mediados del siglo XX, muchos grupos identitarios minoritarios han apelado a nociones de justicia, derechos civiles, igualdad y orgullo cultural para impugnar las formas en que la sociedad mayoritaria puede discriminarlos a sabiendas o sin saberlo.
Intersexualidad
Normalmente, ser un organismo productor de óvulos significa tener dos cromosomas X, y ser un organismo productor de espermatozoides significa tener un cromosoma X y un cromosoma Y. Cuando los óvulos y los espermatozoides se fusionan (es decir, cuando tiene lugar la reproducción sexual), sus cromosomas pueden combinarse en patrones (o “cariotipos”) distintos de los típicos masculinos (XY) o femeninos (XX) (como XXY o XO).
Otras anomalías genéticas también pueden hacer que el sexo del cuerpo se desarrolle de forma atípica. Otras diferencias de desarrollo del sexo pueden tener lugar durante el embarazo o después del nacimiento como resultado de afecciones glandulares que contribuyen a aumentar las diferencias en el desarrollo típico del sexo biológico.
Algunas de estas anomalías hacen que un cuerpo genéticamente XY (típicamente masculino) parezca típicamente femenino al nacer. Algunos cuerpos nacen con genitales que parecen una mezcla de formas típicamente masculinas y típicamente femeninas.
Algunos cuerpos genéticamente femeninos (típicamente XX) nacen sin vagina, útero ni ovarios. Todas estas variaciones en la organización más típica de la anatomía reproductiva humana —junto con muchas, muchas más— se denominan condiciones intersexuales.
La intersexualidad solía denominarse hermafroditismo, pero ese término suele considerarse peyorativo en la actualidad. Algunas personas intersexuales prefieren el término médico TDS (Trastornos del Desarrollo Sexual) para describir su condición sexual, pero otras rechazan este término por considerarlo excesivamente patologizante y despolitizador.
Estas personas pueden utilizar el término TDS para referirse a “diferencias en el desarrollo sexual”, o pueden aferrarse a la palabra intersexual o incluso hermafrodita, o la palabra del argot herm- para señalar su sentido de pertenencia a una comunidad minoritaria politizada.
La intersexualidad es mucho más frecuente de lo que solemos reconocer; según estimaciones fiables, se da en uno de cada dos mil nacimientos. En realidad, la intersexualidad no tiene mucho que ver con la transexualidad, salvo que demuestra que la biología del sexo es mucho más variable de lo que la mayoría de la gente cree.
Esto adquiere importancia cuando existen creencias culturales según las cuales sólo hay dos sexos y, por tanto, sólo dos géneros. Estas creencias pueden llevar a que las personas intersexuales sean objeto de intervenciones médicas como la cirugía genital o la terapia hormonal, a menudo cuando todavía son bebés o niños pequeños, para “corregir” su supuesta “anormalidad”.
El hecho de estar sometidos a las mismas creencias culturales sobre el género, y de que las mismas instituciones médicas actúen en consecuencia, mediante las mismas técnicas de alteración corporal, es lo que hace que las personas intersexuales y las transexuales tengan más puntos en común.
Algunas personas trans que creen que su necesidad de cruzar los límites de género tiene una causa biológica se consideran a sí mismas intersexuales (las teorías actuales favorecen las diferencias cerebrales ligadas al sexo), y algunas personas con cuerpos intersexuales también se consideran a sí mismas transgénero (en el sentido de que desean vivir en un género diferente del que se les asignó al nacer o después). Aun así, lo mejor es pensar que las identidades, comunidades y movimientos de cambio social transgénero e intersexuales son demográfica y políticamente distintos, aunque con algunas áreas de solapamiento y algunos miembros comunes.
Morfología
Morfología significa “forma”. A diferencia del sexo genético, que (al menos por ahora) no puede cambiarse, el sexo morfológico de una persona, o la forma del cuerpo que solemos asociar con ser hombre o mujer, puede modificarse en algunos aspectos mediante cirugía, hormonas, ejercicio, ropa y otros métodos.
Una morfología masculina adulta típica es tener genitales externos (pene y testículos), un tórax plano (sin pechos) y una pelvis más estrecha. La morfología típica de una mujer es tener vulva, vagina, clítoris, mamas y una pelvis más ancha. La morfología también puede referirse a aspectos de la forma corporal como el tamaño de las caderas en relación con la cintura, la circunferencia de la muñeca en relación con la mano, la anchura de los hombros en relación con la altura, el grosor de las extremidades o del torso, si las puntas de los dedos son más afiladas o más romas, la prominencia relativa o la ausencia de crestas óseas en las cejas o a otras características del cuerpo que indican el sexo.
Queer
A finales de los ochenta y principios de los noventa, en plena crisis del SIDA, algunas personas recuperaron la palabra queer, que había sido un término despectivo para referirse a la homosexualidad, y empezaron a utilizarla de forma positiva.
Aunque ahora se utiliza a menudo como sinónimo de gay o lesbiana, las personas que primero se reapropiaron del término intentaban encontrar una forma de hablar de su oposición a las normas sociales heterosexistas; queer era menos una orientación sexual que política, lo que los “teóricos queer” de la época llamaban ser “antiheteronormativo”.
Lo queer se sigue asociando normalmente con la sexualidad y con las comunidades de gais y lesbianas, pero desde el principio una minoría insistió en la importancia de las prácticas transgénero y de género no conforme para la política queer. Muchas personas trans implicadas en la política cultural queer empezaron a llamarse a sí mismas “género queers”.
Características sexuales secundarias
Ciertos rasgos físicos tienden a asociarse con el sexo genético o el potencial reproductivo, como la textura de la piel, la distribución de la grasa corporal, los patrones de crecimiento del vello o el tamaño relativo del cuerpo. Las características sexuales secundarias constituyen quizás la parte socialmente más significativa de la morfología: en conjunto, son los “signos” corporales que los demás leen para adivinar nuestro sexo, atribuirnos un género y asignarnos la categoría social que consideran más apropiada para nosotros.
Muchos de estos rasgos físicos son los efectos de niveles variables de hormonas, los “mensajeros químicos” como el estrógeno y la testosterona que producen las glándulas endocrinas, en distintos momentos del desarrollo físico del cuerpo. El ajuste de los niveles hormonales puede modificar algunos (pero no todos) los rasgos ligados al sexo secundario.
Los tratamientos hormonales para alterar los caracteres sexuales secundarios tienen mayor capacidad para efectuar una gama más amplia de cambios cuanto más temprano se emprendan en la vida. La testosterona puede hacer crecer la barba a una persona adulta que nunca antes había podido dejársela crecer, pero nunca hará que las caderas de esa persona sean más estrechas, del mismo modo que el estrógeno puede promover el desarrollo de los senos en el cuerpo de una persona adulta que nunca antes había tenido senos, pero nunca hará que esa persona sea más baja. Pero tomadas en la adolescencia, mientras el cuerpo aún está madurando, las hormonas permiten que los cuerpos de las personas trans desarrollen muchas de las mismas características sexuales secundarias que tendrían si sus cuerpos fueran de otro sexo biológico.
Sexo
Para ser una palabra tan pequeña, sexo significa muchas cosas diferentes. La utilizamos para describir a un tipo de persona (como cuando marcamos una casilla en un formulario burocrático), para referirnos al acto sexual (“tener sexo”), como sinónimo de nuestros genitales (imaginemos la prosa morada de una novela tórrida en la que se dice que “el sexo de él se puso flácido” o que “el sexo de ella ardía de deseo”), así como para describir diferencias biológicas en la capacidad reproductiva (tener un cuerpo que produce espermatozoides u óvulos).
La raíz latina de sexo, sexus, significa “una división”. Algunas especies se reproducen asexualmente, lo que significa que cada organismo individual tiene todo lo que necesita para hacer otro organismo nuevo igual a él, y algunas especies se reproducen sexualmente, lo que significa que no toda la información genética necesaria para hacer un organismo completamente nuevo está contenida en el cuerpo de cualquier organismo de esa especie: en tales casos, la capacidad reproductiva está dividida, o sexuada, entre diferentes cuerpos individuales.
Algunas especies sexuadas tienen más de dos divisiones, pero la mayoría, como nosotros, sólo tiene dos. Todo esto sobre el sexo es bastante sencillo, aunque en la práctica incluso este concepto biológico del sexo puede complicarse bastante.
La confusión del sexo tiene que ver con nuestras creencias culturales sobre lo que significan esas diferencias biológicas de capacidad reproductiva. Es una creencia cultural, no un hecho biológico, que tener un cierto tipo de capacidad reproductiva determine necesariamente cómo es el resto de tu cuerpo o qué tipo de persona eres, o que algunas de esas diferencias biológicas no puedan cambiar con el tiempo, o que las diferencias biológicas deban utilizarse como principio para clasificar a las personas en categorías sociales, o que esas categorías deban ordenarse de forma jerárquica.
Este conjunto de creencias y prácticas culturales sobre lo que significa el sexo biológico puede llamarse “género”. Al principio puede resultar confuso intentar pensar de forma analítica sobre la diferencia entre sexo y género, y la relación entre ambos, porque una de nuestras creencias culturales no examinadas más arraigadas es que género y sexo son lo mismo, razón por la cual la mayoría de la gente tiende a utilizar sexo y género indistintamente en el lenguaje cotidiano.
Una buena regla a tener en cuenta es que el sexo se considera generalmente biológico, y el género cultural, y que se deben utilizar las palabras masculino y femenino (en lugar de hombre y mujer) para referirse al sexo.
Sexualidad
Lo que nos resulta erótico y cómo sentimos placer con nuestro cuerpo constituye nuestra sexualidad. Para la mayoría de nosotros, esto implica el uso de nuestros órganos sexuales (genitales), pero la sexualidad puede implicar muchas otras partes del cuerpo o actividades físicas, así como el uso erótico de juguetes sexuales u otros objetos.
La sexualidad describe cómo y con quién ponemos en práctica nuestros deseos eróticos. La sexualidad es analíticamente distinta del género, pero está íntimamente ligada a él, como dos líneas de un gráfico que se cruzan. Los términos más comunes que utilizamos para etiquetar o clasificar nuestros deseos eróticos dependen de la identificación del género de la persona o personas hacia las que se dirige nuestro deseo: heterosexual (hacia miembros de otro género), homosexual (hacia miembros del mismo género), bisexual (hacia miembros de cualquier género en un sistema de género binario), o polisexual o poliamoroso (hacia muchas personas de diferentes géneros).
Estos términos también dependen de cómo entendamos nuestro propio género: homo y hetero sólo tienen sentido en relación con el hecho de que nuestro género sea “igual” o “diferente” del género de otra persona.
También podemos ser asexuales (no expresar deseo erótico por nadie) o autosexuales (sentir placer en nuestro propio cuerpo más que en la interacción con los demás) u omnisexuales o pansexuales (gustarnos todo).
Dado que muchas personas transexuales no encajan en las categorías de orientación sexual de otras personas (o porque ellas mismas no tienen una idea clara de dónde podrían encajar), parece haber una proporción relativamente alta de asexualidad y autosexualidad en las poblaciones transexuales, así como tasas más altas de poliamor y pansexualidad.
Algunas personas se sienten específicamente atraídas por personas transgénero y no conformes con su género. Las personas transgénero y no binarias pueden tener cualquier orientación sexual, al igual que las personas cisgénero.
Términos subculturales y étnicamente específicos
En un sentido importante, todos los términos mencionados son términos subculturales, es decir, palabras que se originan y circulan dentro de un subconjunto más pequeño de una cultura más amplia. Sin embargo, los términos que aquí se analizan son también los más utilizados por las élites culturales, los medios de comunicación o las profesiones poderosas como la ciencia, la medicina y el mundo académico.
A menudo se derivan de las experiencias de personas transgénero blancas con educación formal. Pero hay cientos, si no miles, de otras palabras especializadas relacionadas con el tema que podrían incluirse. Y no dejan de surgir nuevos términos, en consonancia con la evolución de la realidad social de la experiencia trans* y no binaria.
Varias de estas palabras proceden de subculturas históricas de gais y lesbianas; por ejemplo, “drag” (ropa asociada a un género o actividad en particular, a menudo llevada de forma paródica, autoconsciente o teatral); “drag king” y “drag queen” (personas que participan en actuaciones de género cruzado, ya sea en el escenario o en la calle, normalmente en espacios subculturales como bares gay-friendly, clubes nocturnos, barrios o zonas de sexo comercial); “butch” (la expresión de rasgos, manierismos o apariencias normalmente asociados con la masculinidad, especialmente cuando la expresan mujeres lesbianas u hombres gais); o “femme” (la expresión de rasgos, manierismos o apariencias normalmente asociados con la feminidad, especialmente cuando la expresan mujeres lesbianas u hombres gais).
Algunas palabras, como “neutrois” (persona con una identidad de género neutra; similar a agender) son específicas de las subculturas trans* y de género no conforme emergentes y son más frecuentes en las comunidades en línea.
Muchos términos, como “bulldagger” o “agresivo” (para una mujer masculina o que lleva la iniciativa en la iniciación del sexo), tienen su origen en las comunidades queer de color. Las subculturas “caseras” de muchas comunidades urbanas afroamericanas, latinoamericanas y asiáticoamericanas (como las representadas en la película de Jennie Livingston Paris Is Burning) tienen grandes bailes en los que los participantes “pasean las categorías”, compitiendo por la mejor representación de una multitud de designaciones de género muy estilizadas, como “reina marimacho con zapatos de tacón”.
Resulta bastante difícil utilizar el término transgénero para hablar de prácticas de género entre culturas. Por un lado, la palabra circula transnacionalmente, y muchas personas de todo el mundo han empezado a utilizarla para sí mismas a pesar de ser una palabra inglesa que se originó en Estados Unidos y se refería a las formas en que los géneros asignados podían alejarse en Norteamérica.
Se utiliza en un contexto transnacional, sobre todo cuando el uso del término ayuda a las personas del Sur Global a acceder a servicios sanitarios financiados por ONG o a hacerse legibles en los discursos internacionales sobre derechos humanos.
Por otro lado, el uso del término transgénero también puede servir para aplanar y sobrescribir diferencias culturales importantes, incluso convirtiéndose en parte de la práctica de la colonización, en la que las formas eurocéntricas de dar sentido al mundo se imponen a otras personas. No es posible enumerar aquí todas las formas de género étnicamente específicas que a menudo se asocian con el término transgénero, pero algunas de las más comunes en el contexto norteamericano son “dos espíritus” (un término que engloba varios géneros indígenas norteamericanos), el hijra indio, el mahu polinesio y el travesti latinoamericano.
Tranny
En su día fue un término autoaplicado que se utilizaba en las comunidades trans para indicar familiaridad, comodidad, informalidad, afecto e interioridad, pero ahora muchas personas trans más jóvenes lo consideran un término despectivo que suelen utilizar las personas cisgénero para ridiculizar, trivializar o sexualizar a las personas transgénero, especialmente a las mujeres trans.
Existe una gran diferencia de opinión generacional sobre el uso de la palabra, ya que las personas trans de más edad a menudo siguen prefiriendo utilizarla, aunque ya no en el discurso público y normalmente fuera del alcance de las censuradoras personas más jóvenes.
Hombre trans y mujer trans
En las comunidades trans, la gente suele utilizar palabras como hombre trans, hombre transgénero u hombre transexual cuando se refieren a personas a las que se les asignó sexo femenino al nacer pero que se consideran hombres y se presentan como tales, o persona transmasculina cuando se refieren a alguien a quien se le asignó sexo femenino al nacer que tiene algún grado de identificación o expresión masculina.
Del mismo modo, las palabras mujeres trans, mujeres transexuales y mujeres transgénero se refieren a personas asignadas a varones al nacer que se consideran mujeres y que viven socialmente como tales, mientras que persona transfemenina se refiere a alguien asignado a varón al nacer que expresa o se identifica en cierto grado con la feminidad.
El “hombre” y la “mujer” se refieren, de acuerdo con la definición de género dada anteriormente, a la categoría social con la que la persona se identifica, vive y a la que pertenece, no al sexo biológico ni al género asignado al nacer.
Cuando se utilizan pronombres sexuados en lugar de neutros, se refieren igualmente al género social y a la identidad de género: ella y ella para las mujeres trans, y él y él para los hombres trans.
En mucha de la literatura médica más antigua, suele ocurrir lo contrario. Los médicos y psiquiatras suelen utilizar “hombre transexual” para referirse a las mujeres transexuales (y suelen decir “él”) y “mujer transexual” para referirse a los hombres transexuales (y suelen decir “ella”). De acuerdo con la etiqueta social más general, se considera educado llamar a las personas como piden que se les llame y utilizar los términos de género que mejor reflejen la autocomprensión y la presentación de la persona.
Transgénero
Como ya se ha señalado, este término clave implica alejarse de una posición de género asignada y no elegida. Transgénero se empezó a utilizar de forma generalizada a principios de la década de 1990, aunque la palabra tiene una historia más larga que se remonta a mediados de la década de 1960 y ha significado muchas cosas contradictorias en distintos momentos.
Durante las décadas de 1970 y 1980, solía significar una persona que no quería simplemente cambiar temporalmente de ropa (como un travesti) o cambiar permanentemente sus genitales (como un transexual), sino cambiar su género social de forma continuada mediante un cambio de habitus y expresión de género, que quizás incluía el uso de hormonas, pero normalmente no cirugía.
Sin embargo, cuando se generalizó el uso de la palabra a principios de la década de 1990, se utilizó para englobar cualquier tipo de variación con respecto a las normas y expectativas de género, de forma similar a lo que significan ahora “género queer”, “género no conforme” y “no binaria”.
En los últimos años, algunas personas han empezado a utilizar el término transgénero para referirse únicamente a quienes se identifican con un género binario distinto del que se les asignó al nacer —que es lo que solía significar transexual— y a utilizar otras palabras para referirse a las personas que intentan resistirse al género que se les asignó al nacer sin identificarse necesariamente con otro género o que intentan crear algún tipo de práctica de género nueva.
Transexual
Este término se remonta a veces al sexólogo alemán de principios del siglo XX Magnus Hirschfeld, que escribió sobre el “seelischer Transsexualismus”, o “transexualismo espiritual”, con el que se refería a tener sentimientos o emociones o sensibilidades estéticas normalmente atribuidas al género binario distinto del asignado al nacer.
Para Hirschfeld, lo que llegó a denominarse transexualismo o transexualidad más adelante en el siglo XX estaba englobado dentro de su definición de travestismo.
Un artículo publicado en 1949 en la revista Sexology por el Dr. David O. Caldwell, titulado “Psychopathia Transexualis”, describía a una persona asignada al sexo femenino al nacer que se consideraba a sí misma un hombre, pero la palabra transexual no se popularizó hasta que el Dr. Harry Benjamin empezó a utilizarla en la década de 1950, a raíz de la espectacular publicidad dada al “cambio de sexo” quirúrgico de Christine Jorgensen en 1952.
Benjamin utilizó el término para establecer una distinción entre los “travestis” (en el antiguo sentido de la palabra de Hirschfeld) que buscaban intervenciones médicas para cambiar su cuerpo físico (es decir, su “sexo”) y los que simplemente querían cambiar su vestimenta de género (las “vestimentas” en la raíz de travesti).
En la actualidad, transexual se considera a veces una palabra pasada de moda, mientras que la palabra transgénero —que irónicamente fue acuñada por personas que querían distinguirse de los transexuales— se ha convertido más o menos en sinónimo de lo que solía significar transexualidad: es decir, una transición unidireccional, única y medicalizada a través del binario de género.
No obstante, algunas personas prefieren seguir utilizando transexual para referirse a aquellas identidades, prácticas y deseos trans que requieren interactuar con instituciones médicas o con burocracias legales, en contraste con aquellas prácticas trans que no lo requieren.
Sin embargo, la terminología se vuelve aún más confusa, dado que muchas personas que no se consideran transexuales han empezado a utilizar cada vez más las mismas prácticas medicalizadas de modificación corporal que los transexuales han utilizado durante mucho tiempo —por ejemplo, las personas asignadas al sexo femenino al nacer que se someten a mastectomías o toman testosterona— sin utilizar estas prácticas para reivindicar legal o socialmente su condición de hombre.
En los últimos años, la cirugía de feminización facial se ha hecho cada vez más popular entre las mujeres transexuales, a veces junto con la cirugía genital, y a veces en lugar de la cirugía genital, lo que plantea la intrigante cuestión de si ahora tenemos que pensar en la “cara” como un factor determinante del “sexo”.
Para complicar aún más las cosas, los activistas trans* han trabajado duro durante las dos últimas décadas para desmedicalizar el proceso de cambio de género legal, es decir, eliminar el requisito de que una persona deba haberse sometido a cirugía genital o haber tomado hormonas para cambiar su documento de identidad o su estado de género legal. Como resultado, la frontera entre transexual y transgénero se ha vuelto muy difusa.
Travesti
Esta es otra antigua palabra acuñada por el sexólogo alemán Magnus Hirschfeld. La utilizaba para describir lo que él llamaba “el impulso erótico de disfrazarse”, que era como entendía la motivación que llevaba a algunas personas a llevar ropa generalmente asociada a un género social distinto del que se les había asignado al nacer.
En la actualidad, muchas personas consideran que la palabra es peyorativa o patologizante, pero para algunos sigue conservando una cualidad descriptiva neutra.
Para Hirschfeld, los “travestis” eran uno de los muchos tipos diferentes de “intermediarios sexuales”, incluidos los homosexuales y las personas intersexuales, que ocupaban el centro de un espectro entre “masculino puro” y “femenino puro”.
Inicialmente, este término se utilizaba de forma muy parecida a como se empezó a utilizar transgénero en la década de 1990 y posteriormente, para transmitir el sentido de una amplia gama de identidades y comportamientos de género variantes.
Sin embargo, a lo largo del siglo pasado, hasta el punto de que no ha caído totalmente en desuso, travesti se refiere principalmente a las personas que llevan ropa atípica de su género pero que no realizan ningún tipo de modificación corporal. Suele referirse a hombres más que a mujeres y ahora suele llevar consigo la connotación estigmatizada de travestirse de manera fetichista por placer erótico.
La transexualidad en el punto de mira
¿A qué se debe la obsesión actual por todo lo trans*, que se disparó a principios de la década de 1990, cuando la variación de género parece ser una parte bastante persistente de las culturas humanas a lo largo del tiempo y en todo el mundo?
Aunque los medios de comunicación no han dejado de prestar atención a las cuestiones transgénero al menos desde los años 50, en las dos últimas décadas se ha producido un aumento constante de la visibilidad de los transexuales, con una fuerte tendencia hacia una representación cada vez más positiva.
En 2008, la búsqueda en Google de la palabra “transgénero” arrojaba 7,3 millones de resultados, y la de “transexual”, 6,4 millones. En 2017, al buscar “transgénero” en Google se obtienen 70,7 millones de resultados, y “transexual” 56,8 millones, es decir, diez veces más en menos de diez años.
En la década de 1950, Christine Jorgensen podía generar millones de palabras de cobertura en la prensa simplemente por ser transexual, mientras que ahora los medios de comunicación contemporáneos están completamente saturados de referencias y representaciones continuas de la transexualidad y otros fenómenos transgénero, desde programas galardonados como Transparent hasta series innovadoras como Sense8 de los Wachowski, pasando por realities de jóvenes trans como I Am Jazz, por no mencionar la cobertura exhaustiva de la transición de género de Caitlyn Jenner y los medios impresos de gran tirada como Time y National Geographic, que publican portadas muy publicitadas sobre temas trans.
Muchas tendencias culturales, condiciones sociales y circunstancias históricas han confluido para poner de moda los temas trans. Algunos creen que el número de transexuales está aumentando. Los partidarios de las teorías biológicas suelen apuntar a factores medioambientales, como la cantidad de sustancias químicas que alteran el sistema endocrino presentes en el agua, el suelo y los alimentos.
Otros observadores insisten en que la mayor visibilidad no es más que un artefacto de la era de Internet: no se trata realmente de un aumento de la prevalencia, sino sólo de una nueva forma de que personas antes aisladas y socialmente invisibles se relacionen y difundan información sobre sí mismas.
Otros señalan que los propios sistemas de género se están transformando de tal manera que las distinciones cis/trans parecen reliquias del siglo XX. La globalización nos pone a todos en contacto cada vez más frecuente y extenso con personas de culturas diferentes a la nuestra, incluidas personas que tienen experiencias diferentes de género y sexualidad, lo que puede llevar a una mayor familiaridad y comodidad con la variación de género.
La actual fascinación por lo transgénero probablemente también tenga algo que ver con las nuevas ideas sobre cómo funciona la representación en la era de los medios digitales. En la era analógica, se suponía que una representación (palabra, imagen, idea) apuntaba a algo real, del mismo modo que una fotografía era una imagen producida por la luz que rebotaba en un objeto físico y provocaba un cambio químico en un trozo de papel, o del mismo modo que una grabación de sonido era un surco cortado en un trozo de vinilo por ondas sonoras producidas por un instrumento musical o la voz de una persona.
Se solía suponer que el género social y psicológico de una persona apuntaba exactamente igual al sexo biológico de esa persona: el género se consideraba una representación de un sexo físico. Pero una imagen o un sonido digitales son algo totalmente distinto. No está claro cómo se relaciona exactamente con el mundo de los objetos físicos. No apunta a algo “real” de la misma manera y, de hecho, podría ser una fabricación completa construida píxel a píxel o bit a bit, pero una fabricación que, sin embargo, existe como una imagen o un sonido tan real como cualquier otro.
La representación del género transgénero funciona de forma similar. La imagen y el sonido de “hombre” y “mujer” son perfectamente comprensibles, se produzcan como se produzcan, sea cual sea la cosa material a la que se refieran.
Para la generación que ha crecido en medio de la revolución de los medios digitales y las telecomunicaciones de finales de siglo y que está inmersa en la cultura de los videojuegos y los efectos especiales de las películas generados por ordenador, la transexualidad a menudo tiene un sentido intuitivo como posible forma de ser, incluso para las personas que no se sienten transexuales. El “yo” ya no se corresponde con el cuerpo biológico del mismo modo que parecía hacerlo en el siglo pasado, y ser trans no es tan importante como solía serlo en muchos contextos.
Probablemente media docena de otras cosas también entran en la ecuación. El final de la Guerra Fría a finales de los ochenta y principios de los noventa marcó el comienzo de una era en la que se hizo políticamente imperativo pensar más allá de los binarios totalizadores Este-Oeste que dieron forma a la conciencia de las masas en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
En la era geopolítica descentralizada y globalizada que vino después de la Guerra Fría, el transgénero reflejó un cambio similar en el pensamiento más allá de los binarios de “hombre” y “mujer”. En los noventa también existía la sensación, tan difícil de comprender ahora que estamos bien adentrados en el siglo XXI, de que el inminente cambio de milenio del calendario significaba que pronto viviríamos en “el futuro”, cuando todo sería diferente y todos tendríamos coches voladores como los de los Jetsons y radios de pulsera bidireccionales a lo Dick Tracy (mientras que en la vida real resultó que tendríamos coches robot autoconducidos y smartphones con videocámaras).
El transgénero de los noventa se convirtió en una forma de imaginar ese futuro, en el que las nuevas tecnologías de las telecomunicaciones, la biotecnología y la ciencia médica prometían rehacer lo que significaría ser humano.
Pero la realidad, al margen de las fantasías de ciencia ficción, es que la tecnología está transformando radicalmente las condiciones de la vida humana en la Tierra. Detengámonos un momento a reflexionar sobre algunos avances recientes (y no tan recientes) en biomedicina: clonación, fecundación in vitro, cirugías intrauterinas, bancos de esperma y óvulos, granjas de bebés de alquiler, ingeniería genética, terapia génica, híbridos planta-animal, ADN artificial, embriones humanos con más de dos progenitores genéticos. A medida que estos y otros avances biomédicos se van consolidando, encontramos cada vez más formas de separar el sexo (en el sentido de reproducción biológica) de la identidad psicológica de género o del papel social de género. Las cuestiones trans contemporáneas ofrecen una ventana a ese nuevo mundo.
* Fuente: Capítulo “Contexts, Concepts, and Terms”, del libro ‘Transgender History: The Roots of Today’s Revolution’, de Susan Stryker. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.
* Sobre la autora:
Susan Stryker se doctoró en Historia de Estados Unidos por la Universidad de California, Berkeley, en 1992, y ha contribuido a dar forma al debate público sobre cuestiones transgénero durante más de veinticinco años. Fue miembro fundador del grupo activista Transgender Nation a principios de la década de 1990; co-escribió, produjo y dirigió el documental ganador de un Emmy Screaming Queens: ‘The Riot at Compton’s Cafeteria’ (2005); coeditó los volúmenes 1 y 2 de ‘Transgender Studies Reader’ (2006 y 2013); y coedita la revista académica ‘TSQ: Transgender Studies Quarterly’ (2014-). Fue directora ejecutiva de la Sociedad Histórica GLBT de San Francisco (1999-2003) y directora del Instituto de Estudios LGBT de la Universidad de Arizona (2011-2016), donde actualmente es profesora asociada de Estudios de Género y de la Mujer.
* Imagen de portada: Performance ‘VB Intervention’, de Cassils.
Tetas trabajadoras
Por Sarah Thornton
“Entre los pechos de copa B de Sativa hay un elaborado tatuaje del Sagrado Corazón, símbolo católico del sacrificio de Cristo por el pecado humano”.