La censura nunca ayuda

Los más estrictos amantes de las estadísticas y los historiadores de datos no podrán negar que la cinta Santa y Andrés (Carlos Lechuga, 2016) ha sido una de las grandes contribuyentes al posicionamiento del audiovisual cubano en las plataformas mundiales. Desde su estreno en el Toronto International Film Festival (TIFF) en noviembre pasado, no ha dejado de ser incluida en las selecciones oficiales de múltiples festivales. No pocos “clase A” como Chicago y San Sebastián, y otros tan importantes como Guadalajara, Miami, Málaga, Gotemburgo, Punta del Este. Y el apreciable número de premios engrosa aún más las estadísticas, subrayando la calidad del guion y las actuaciones de este minimal relato sobre el entendimiento entre cubanos y entre humanos. Ya los análisis más teóricos ayudarán a definir la siempre ambigua jerarquía cualitativa.

El nicho ganado por esta cinta en la historia del cine cubano, además del palmarés y las críticas, también fue excavado por el veto oficial dictado en los meses previos al 38 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, y la intensa polémica desatada en medios de comunicación digitales entre intelectuales cubanos y funcionarios cubanos. Algo muy sano en principio, pues ya el silencio institucional no resulta epílogo tajante para este tipo de avatares. Así que anótese otro mérito a Santa y Andrés, y al audiovisual cubano en general, pues las bregas anteriores por la firma de una ley de cine en la nación igualmente dinamitaron los muros sordos.

Tras toda esta madeja se halla el realizador Carlos Lechuga, un cubano que ya ocupaba un lugar llamativo dentro del cine nacional con películas como Cuca y el pollo, Los bañistas y Melaza, su primer largo; que lo señalaban como un creador con buen oficio narrativo y propósitos nítidos. A poco tiempo de sus más recientes galardones en Guadalajara y Miami, y el casi increíble veto de Santa… en el Habana Film Festival de Nueva York, desarrollamos esta entrevista. En plena efervescencia.

Tus cortometrajes delatan en su mayoría una marcada voluntad experimental, sin embargo, tus dos largometrajes Melaza y Santa y Andrés remontan definitivamente el realismo. ¿Intención o necesidad?

A mí lo que más me gusta es trabajar con las sensaciones, acercarme a los sentimientos, explorar el mundo y su efecto en el ser humano. Es vago, pero soy así. Por eso me gusta todo tipo de cine. Sé que la vida es finita, pero me gustaría probar muchas cosas hasta que se pueda.

Yo era un estudiante de preuniversitario bastante mediocre. Me entretenía con facilidad, me costaba mucho trabajo prestarle atención a una sola cosa a la vez. Siempre estaba en las nubes. De pequeño mi madre me había apuntado a clases de piano, pintura, judo, computación; y en ninguna de esas cosas era bueno. Lo único que realmente me apasionaba era ver películas.

Mis notas solo me alcanzaban para estudiar pedagogía en la universidad, labor muy bonita, pero para la que no estaba preparado. Gracias a que en un momento la FAMCA abrió su curso regular diurno es que pude estudiar cine. Te cuento esto para tratar de buscar un orden dentro del caos.

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A mí me aburriría mucho casarme con un solo estilo, con un solo género, o con una sola forma de hacer. Siempre he sido caótico en el proceso de creación: leo un párrafo de un libro, veo unas fotos, miro la mitad de una película; y así una cosa me va llevando a la otra. Y por eso creo que mis cortos tienen un poco de videoarte, mezclados con un estilo mundano, no refinado. Son como imágenes vomitadas con mucha libertad. Están a medio hacer. Con los largos he tratado de ser más racional.

Antes de hacer Melaza, que es mi guion de graduación de la EICTV, mi idea era hacer una película sobre un ladrón cincuentón que recorre la isla para robarse a una mujer. Era una especie de thriller o cine noir crepuscular. En la escritura de esta película me aburrí mucho, y por eso pasé a la historia de Melaza. Y desde ese momento hasta ahora, he estado luchando entre hacer un cine realista con una estructura clásica, o abrirme un poco más y fantasear, desordenar. Lo que pasa, como tú dices, es que las historias de Melaza y Santa… necesitaban de una manera más clara y directa de encontrarse con el público. Eran temas muy serios y no encontré una mejor manera para hacerlas. Siempre ha sido un trabajo de prueba, ensayo, arreglar, corregir, volver a intentar.

Yo me considero más un cinéfilo que un cineasta, y por eso quiero probarlo todo. Por eso no va a haber una trilogía en mi obra. De ahí que quiera hacer lo mismo una película de vampiros y también una historia de cámara bergmaniana en el trópico.

Los cortos te dan la posibilidad de equivocarte más, de jugar, de hacer cosas raras, hay mucha más libertad. Los largos te amarran un poco más. Al salir de la EICTV, luego de estar tres años encerrado en una burbuja, tenía que reconectar con mi país. Y para eso escogí una especie muy mía de realismo para contar las dos pelis que he hecho. En estas pelis quería decir cosas, y sobre todo decírmelas a mí mismo. Para eso la mejor manera que encontré fue la claridad y dejé a un lado cierto misterio que rondaban mis cortos. Pero eso fue un momento dado y no siempre me apasiona lo mismo. Ahora, por ejemplo, ya estoy cansado de este tipo de realismo social y quiero probar cosas distintas.

Quiero volver a empezar de cero. Estoy muy cansado de ser Carlos Lechuga. Por eso me engaño y pienso que soy otro director de cine distinto. Me acerco a los nuevos proyectos como si fuera alguien nuevo que está a punto de hacer su opera prima. Quiero volver un poco más al misterio, al juego, para poder divertirme más en el proceso también. Para no sentir que me repito. En mi caso, todo lo que importa es la búsqueda: a veces me lleva a lugares más placenteros y cómodos y otras veces no. A veces siento mis cosas más redondas y otras veces las veo más “cojitas”. Lamentablemente, en el arte lo que se ve es el proceso final. El acabado. Es tarea de los críticos y los espectadores juzgar.

Siempre intento de salirme de mi zona de confort para no repetirme.
Una historia como Santa y Andrés me pedía a gritos una aproximación directa, sin muchas fugas. Sin embargo, una película como La pelota roja me pide muchas fugas y variaciones. Lo que más me gusta de mis cortos son sus imperfecciones. Esa espontaneidad de los cortos es muy linda, volver a verlos, saber que hay cosas que ahora no haría así. A pesar de todo yo creo que hay muchos puntos en común entre los cortos y las películas. Por mucho que no quiera repetirme se trata del mismo autor.

Entonces creo que sí, que juega mucho la intención, pero también la necesidad. A veces siento que Melaza y Santa y Andrés son películas que hice por necesidad, debían ser hechas y las hice. A veces pienso que hacerlas retardó un poco otras historias que tengo en la cabeza, y que me gustan también un montón. Historias donde Cuba no es necesariamente la protagonista.

La postura oficial respecto a Santa y Andrés ha sido de exclusión total de los circuitos de exhibición pública en la Isla, con las consecuentes polémicas mediáticas. ¿Crees que esto haya influido en la gran promoción mundial de la cinta? ¿O en la misma promoción nacional “no oficial”?

Suena feo que te lo diga, pero a mí me gusta mucho mi película. Estoy muy orgulloso de ella y del equipo que la hizo conmigo. Me gusta pensar que si no hubiera pasado nada de lo malo que pasó, le hubiera ido igual o mucho mejor. Yo no soy una persona a la que le gusta estar en el medio, en el foco. Las pocas veces que he llamado la atención, después me he sentido mal. A pesar de ser un hombre alegre y chistoso, soy una persona muy de mi casa, como si en vez de 33 tuviera 60. No soy el tipo de gente que le gusta atraer el escándalo. Si yo fuera otro y hubiera hecho una película coja, basada en el odio, oportunista, la censura si me hubiera ayudado. Pero no es el caso. Suena feo, repito, que lo diga, pero mi película es una película bella.

La realidad es que yo, que no leía mucho como ya te dije, fui descubriendo poco a poco este momento histórico que paso en Cuba y me puse a investigar con mucha pasión. Me abrí con sinceridad. Sin prejuicios. Tratando de escuchar con respeto a los Santas y a los Andrés. Sin tomar partido. Siendo justo con los dos. Probar a ver qué pasaba.

Sin hacerme el santo o el inocente, sabiendo que iba a ser complejo el proceso, pensaba y sigo pensando que estaba hablando de algo muy necesario para mi país y para algunas personas que habían vivido aquellos años. Yo no experimenté esos tiempos, y a veces a los protagonistas directos les cuesta más hablar de lo vivido. Yo no creo que la película sea perfecta, pero sí creo que es muy válido que la gente joven se interese por el pasado y lo busque en sus obras.

Algunas personas me felicitan por la censura, y me dicen que ha ayudado a la película. Yo sinceramente no lo creo. El hecho de que te censuren una película, más allá de las tristezas obvias, como que tu público no verá la obra en un cine, también le quita a la audiencia cierta virginidad. La gente se acerca de una manera distinta, menos inocente, un poco más contaminados. Y esto te hace perder la claridad, la trasparencia, a la hora de enfrentarte a la obra. Más allá del estrés y las preocupaciones que me ha dejado en estos últimos meses. Y realmente para mí la salud y la tranquilidad son mucho más importantes que cualquier escándalo.

Yo hice una película sobre la unidad entre los cubanos, sobre la tolerancia y el respeto hacia el otro, piense lo que piense, y esto me ha traído críticas de los dos lados. Ofensas. Ataques. Mi idea de poner en un mismo espacio a dos seres diferentes, y verlos acercarse, encontrarse, ha sido muy bien acogida por muchos, pero ha sido muy mal vista por algunos.

Con Santa… siento que no era necesaria tanta prensa. Sé que la película hubiera encontrado su camino. Más allá de los momentos duros que tiene es una película muy humana, muy constructiva, así lo veo yo. La censura nos ha dado mucho más trabajo en el día a día. Me ha cansado mucho porque una película es como un hijo, y si a tu hijo lo expulsan de la escuela tú vas a poner mucho más esfuerzo en que su educación y su vida vuelvan a la normalidad. La censura ha hecho que muchos antiguos amigos nos den la espalda. Me ha robado mucho tiempo de mis futuras películas. Me ha cansado a mí y a mi esposa.

La censura nos ha hecho mucho daño a todos. Realmente creo que la censura nunca ayuda. Hubiera sido más fácil ponerla un día a las 11 de la noche en la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, que es una sala bien alejada. Pero bueno, es una cuestión ajena a mi obra, no está en mis manos hacer nada. Yo solo sigo tratando de que mi película siga una vida más o menos normal en los próximos años. Con más trabajo y con más esfuerzo, pero tratando.

¿Te consideras un realizador “político”?

No. Porque como te decía no me gusta encasillarme. No me gustan las etiquetas. Me estaría perdiendo muchas otras cosas bellas que el arte te permite explorar. Por cosas de la vida he hecho dos películas con una carga social y política obvia, pero me aburriría seguir por ese camino. Hacerlas me ha ubicado a veces en el centro de algunas discusiones bien fuertes, pero así y todo no me arrepiento de haberlas hecho. Me gustan. Me parecen necesarias. Pero al mismo tiempo soy una persona que ama más el cine que la realidad.

Por eso creo que mi camino, a pesar de venir de una familia de políticos, diplomáticos, periodistas, está más en redescubrir nuevas formas e imágenes y no en ser un activista político. Ojo, no me arrepiento de lo que he hecho y suscribo a un cien por ciento lo que Melaza y Santa… expresan. Pero en mi cabeza hay una veintena de otros proyectos que no tienen nada que ver con Cuba, y no quiero prescindir de ellos.

No me veo con sesenta años con una carrera de cine puramente político. Me veo más bien, si llego allá, como un cineasta que probó muchos estilos, que en algunos momentos habló de cosas muy necesarias, y que en otros fue más egoísta y le dio por hacer, por ejemplo, un musical de zombis.

No sé. El arte es muy rico. Quiero hacer videoarte, videoclips, thrillers, comedias. Y el tiempo de la vida humana es muy corto como para no tratar de hacerlo todo.

Cuando voy a un festival de cine y veo a cineastas suecos, ticos, italianos, hablar de sus películas y veo el tipo de preguntas que les hacen, más centradas en lo estético que en lo político, me da un poco de envidia. Cada vez que un artista cubano se tiene que parar a hablar de su obra hay una carga sobre sus hombros que cansa mucho. Uno tiene que hablar más de política que de la obra. Incluso más si la obra tiene brochazos políticos como mis dos películas anteriores. La censura tampoco ayuda en esto. Todo el mundo quiere hablar de la censura y pocos hablan, por ejemplo, del maravilloso trabajo de Eduardo y Lola.

Una de las cosas que me parecen feas a la hora de la interpretación de un cine con momentos políticos es que desde cualquier postura te llevan a verlo todo en blanco y negro. Cuando la vida misma está llena de grises. Al mismo tiempo, sin contradecirme y volviendo a los grises, me acuerdo de alguien que decía que el lugar donde pones la cámara ya es una postura política. Si es así, todos somos realizadores políticos. Todos. Bergman y el director de cualquier película de Disney.

¿Las luces y sombras de la producción, rodaje y posproducción de Santa y Andrés la convierten en un caso privilegiado o común entre las obras audiovisuales cubanas independientes contemporáneas?

CL-03Creo que mi película tuvo un proceso de creación muy normal y muy acorde con los tiempos que se viven en el cine fuera de Hollywood. El guion estuvo en muchos talleres de escritura, el proyecto fue presentado en muchos fondos, buscamos coproductores extranjeros para poder estar acompañados en el proceso. Tuvo fondos que han ayudado mucho el cine iberoamericano como IBERMEDIA.

En el proceso fue duro el rodaje, porque estábamos en agosto, bajo un sol tremendo en una cantera y eso hizo que muchos del equipo se enfermaran. Tuvimos que tener varios foquistas, porque las condiciones eran muy duras. Pero así y todo me siento un privilegiado. En estos tiempos que se viven, para cualquier cineasta latinoamericano, hacer una película en cuatro años es un privilegio.

Con respecto a Cuba, es un cliché, pero realmente la tecnología digital ha permitido que un grupo de amigos se reúna y haga una película. Se edita en la casa. Es más fácil que en 35 mm. Lo importante es tener una idea en la cabeza y una dedicación total. Yo vivo el cine 24 horas al día. Por supuesto que me siento dichoso de tener el equipo que tengo, y de poder hacer cine. Hay mucha gente muy talentosa que no logra terminar su película. Es una industria y un mundo muy difícil. Cada vez más se les exige a los cineastas jóvenes que triunfen en sus dos primeras películas. Se busca mucho al nuevo Apichatpong o al nuevo Xavier Dolan, y esto hace muy difícil hacer una tercera o cuarta película, ya que si en la primera no fuiste a Cannes o a Venecia, hay gente que te ve en desventaja.

Yo creo que el esfuerzo y las ganas juegan un papel muy fuerte en esto. Hay cineastas que vienen de familias de dinero como Larraín o Walter Salles, y logran hacer cine, pero también hay realizadores que tienen dos trabajos y ahorran su dinero para hacer su corto. Sin olvidar que también hay cineastas muy talentosos a los que la desgracia les toca la puerta. Creo que en los próximos años vamos a ver muchas óperas primas cubanas. Muchas películas nuevas. Filmadas con dinero o con un celular en la casa. Hay mucha gente con ganas.

¿Por qué no optaste por distribuir Santa y Andrés en Cuba por canales alternos cuando fue vetada para las pantallas cubanas a finales de 2016?

El equipo de Santa y Andrés y yo hemos luchado y seguiremos luchando porque la película tenga una vida sana y un recorrido normal. Mi mayor gusto sería que el público cubano la viera, pero al mismo tiempo la piratería no es una opción. La película tiene que viajar, tiene que ser comprada y exhibida como es debido. Si todo fuera pirateado, los técnicos, artistas, actores del cine, no tuvieran trabajo. Para poder seguir haciendo cine debe haber un dinero para pagarle al equipo. Si se piratea no hay forma de que la película recupere un poco su inversión. Si no se recupera no hay manera de hacer otra película con un equipo de más de diez personas.

Por otra parte, nuestra relación con las autoridades estatales nunca fue de desafío. Si ellos no quieren que se vea en la Isla, nuestra lucha no es hacer un lío o buscar problemas. Apelamos hasta donde pudimos por la vía establecida. Nuestra lucha es contar historias. Ya estoy acostumbrado desde Melaza a no ser el más querido en los medios de comunicación masiva. Antes me daban celos con otros cineastas con más difusión. Ahora, con los golpes, he aprendido a ser más feliz. Me duele menos que antes. Sé que en Cuba mucha gente no conoce Melaza o Santa… Pero qué le voy a hacer. La vida pondrá a cada uno en su lugar.

La piratería sería un fenómeno anormal en esta película que ya ha sufrido demasiados avatares. Y como te decía, un director lo que quiere es lo mejor para su obra. Que goce de buena salud. Hay que tratar de volver a la normalidad.

¿Las reuniones con funcionarios y realizadores cubanos —convocados por los primeros con visionaje de la cinta incluido— consideras que en algún momento pudieron concluir con el estreno de la cinta en salas cubanas? ¿En algún momento valoraste posibles (y concretas) consecuencias sociopolíticas de Santa y Andrés durante los procesos de gestación?

Bueno yo sabía que no iba a ser fácil hablar de esto, hablar de los grises, unir a dos personas opuestas. Sabía que de los dos lados habrían reticentes. Pero nunca me imaginé que me fuera a meter en tantos problemas. Una vez más la realidad es más rica que la ficción. Nosotros empezamos a reunirnos con las autoridades culturales el 14 de octubre del 2016, y fueron varios meses de conversaciones, debates, encuentros. Yo sí creía que la iban a poner. Yo sí creo que una película que habla de perdón, de unión, es muy necesaria para los cubanos. Y pienso que esto era obvio en la obra y que toda la humanidad y el encuentro entre los dos personajes sobrepasarían los momentos de odio del filme.

Santa y Andrés es una película que tiene una columna vertebral que es el amor y luego tiene momentos explícitos de odio. Pero es obvio que en la película pesa más el amor, por eso se llama Santa y Andrés. No Andrés y Jesús o Santa y Jesús. Yo tenía mucha fe que a medida que las reuniones aumentaban estaríamos más cerca de poder ponerla en los cines. Algo en mí decía que era obvia la intención constructiva de mi obra. Tuve mucha fe en el proceso. Para hablarte de los cubanos de la Isla que la han visto, te cuento que a la mayoría le gusta la película.

Yo creo que hay cosas que hay que hablarlas para que sanen y para que no se repitan. El tema ya había sido tratado en muchos libros, obras de teatro, revistas, entrevistas, y creo que esto ayudaba a que la película tuviera una carrera más sana en la Isla. El no ser el primero en tratar el tema me daba optimismo. Pero lo que más me dio fuerzas fue el apoyo de tantos cineastas queridos y admirados. Lo mejor del cine cubano. Sentirme acompañado en este viaje fue una bendición. No sé si fui inocente, algunos amigos me dicen que soy un comemierda, pero yo sí tenía fe y creía que se iba a poner. Nunca me imaginé que se me fuera a dar un tratamiento tan jodido. Esta censura nos ha hecho mucho daño a todos. En la gestación del filme sabía que no estaba haciendo una película fácil, pero al mismo tiempo nunca tuve ninguna fea señal ni ningún problema.

Santa y Andrés es tu segundo largometraje excluido de los circuitos cubanos de exhibición pública. Melaza también fue vedada en su momento, con ciertas ¿discretas? proyecciones posteriores según tengo entendido. ¿Cómo interactuaron entonces contigo los funcionarios de la cultura? ¿Qué argumentos emplearon?

Con Melaza la cosa no fue tan grave. Tuvimos una proyección con los vicepresidentes del ICAIC. Y cuando acabó la reunión salimos optimistas del diálogo. Varios días después me llamaron para pedirme que borrara el crédito de agradecimiento al ICAIC que aparecía. Cosa que me sorprendió, ya que volver al laboratorio en una película terminada es algo muy caro y no teníamos el dinero ni el tiempo para hacerlo. La película se estrenaba en una semana en el Festival de La Habana. Las copias ya estaban hechas. No pudimos hacerlo. Era imposible. Melaza tuvo varios pases en el Festival y no pasó nada. En ningún momento la intención fue de desafiar a nadie. Simplemente no había dinero para hacer los cambios. Después, en un momento quisimos poder aplicar a las candidaturas de los premios Goya y Ariel, y el Instituto nos ayudó y estrenó la película. El dialogo nunca se rompió.

¿Crees que una obra de arte, cualquiera sea su naturaleza, puede afectar decisivamente la estabilidad de un sistema sociopolítico cualquiera? ¿De cuáles maneras este affaire de Santa y Andrés (que aún no termina) pudiera o no influir en la concepción de tus posteriores proyectos audiovisuales?

No creo que una obra de arte pueda hacerle daño a un país. El arte cura, nos hace mejores personas, ya sea porque nos conecta o nos aleja, estéticamente hablando. El arte dialoga. Santa y Andrés aboga por el diálogo. Piensa que una persona que está haciendo arte, un artista, tiene la capacidad de expresarse a través de su obra y de interactuar con el otro. No creo que este tipo de interacción ponga en problemas a ningún país. Muchas veces el arte va más allá y nos hace salir de una zona de confort, pero siempre creo que aunque no guste nos hace bien. No creo que Santa y Andrés le haga daño a Cuba.

Realmente espero poder seguir haciendo mi obra normalmente en Cuba. No creo que tenga que estar escondido con un celular en el baño para poder filmar mi próxima película. Creo que cuando se deje de hablar de Santa y Andrés va a ser más fácil para mí. Pero todavía no ha llegado ese momento. Yo trataré de seguir siendo yo mismo, sin tener que convertirme en algo que no soy. Sin ser un Santa o un Andrés. Ser yo.