Armando Lucas Correa: “Vivimos con un miedo al otro que casi es enfermizo”

La violencia desmedida, la creciente agresividad que se manifiesta cada día en muchos aspectos del quehacer cotidiano y la intolerancia contra lo que no comprendemos o nos diferencia de uno o más de uno, fueron las principales motivaciones para esta entrevista. 

Armando Lucas Correa nació en Cuba. Graduado de Licenciatura en Teatrología y Dramaturgia del Instituto Superior de Arte de la Habana (ISA), es editor, periodista, crítico de teatro y novelista. Recibió la beca de la Fundación Cintas por escritura creativa. 

Lo conocí a raíz de la publicación de su primera novela: La niña alemana; pero fue recientemente que acordamos que le mandaría las preguntas, a modo de entrevista. Y he aquí sus respuestas.

Armando, tus tres novelas: La niña alemana (2016), La hija olvidada (2019) y La viajera nocturna (2022) te han convertido en un referente de la novela histórica del siglo XXI. ¿Crees que apropiarte del discurso historiográfico para ficcionalizarlo haya requerido una mayor responsabilidad de tu parte como novelista?

Cuando comencé el trabajo investigativo sobre el M.S. Saint Louis y los refugiados judíos que huían de la Alemania nazi y fueron rechazados por Cuba, Estados Unidos y Canadá, nunca pensé que iba a escribir un libro de ficción, todo lo contrario. Estaba agrupando toda la información disponible, quería entrevistar a los sobrevivientes de esa tragedia, a los académicos.

En la novela que escribí, finalmente, decidí que el punto de vista fuera el de una niña, y tuve mucho cuidado con la referencia histórica. Soy periodista, y el periodista, creo, se siente en mis libros. Intento que las referencias históricas sean precisas. Tuve mucho cuidado, principalmente, en los capítulos de la travesía del M.S. Saint Louis de Hamburgo a la Habana. 

Si dije que en un día específico llovió, es porque realmente llovió. Me dediqué a estudiar la correspondencia, las llamadas telefónicas entre el Departamento de Estados Unidos y el gobierno de Cuba. Leí las cartas de negociación entre las organizaciones de ayuda entre los judíos refugiados y el gobierno de Laredo Brú. Tuve acceso al menú del barco, a los programas de música, a los avisos diarios del capitán Gustav Schroeder. Revisé las noticias y vi cómo casi el mundo entero les dio la espalda a los refugiados. 

Mi obsesión con la precisión no es solo en lo histórico sino también en detalles tan simples como el papel en las paredes de la casa de Berlín de los Rosenthal o los muebles que tenían en el Petit Trianon del Vedado, en la Habana.

De los 900 judíos que viajaron en el Saint Louis en 1939 con destino a Cuba, solo 28 lograron quedarse en la isla. Tres de ellos se transformaron en personajes literarios. Hannah Rosenthal es una de ellos. Hannah nos sorprende desde las primeras líneas de la novela al decir que planea matar a sus padres. ¿Por qué abres el texto con esa confesión tan impactante de la protagonista?

En tu pregunta está la respuesta. Quería iniciar la novela con una frase de impacto, que creara intriga, que reflejara el momento histórico que la protagonista estaba viviendo. ¿Qué niña de doce años anhela matar a sus padres? 

De ahí se ve la escena de desolación en que viven los Rosenthal en un vasto apartamento en el centro de Berlín, donde reina el hastío, donde todo es de un verde grisoso asfixiante. Cuando la niña sale a encontrarse con su mejor amigo, Leo, otro niño de doce años al que ella llama El Conspirador, el mundo está lleno de color, de energía, de violencia contenida. ¿Cuál es realmente su mundo? ¿Dentro o fuera de su lujoso apartamento?

¿A qué crees que se deba la ausencia de documentos sobre la historia del trasatlántico en los archivos de Cuba y en otras bibliotecas donde buscaste información?

Es muy fácil decir que Hitler exterminó a más de seis millones de judíos, pero cuando sabemos que el resto del mundo les dio la espalda a los refugiados, que se hicieron de la vista gorda, que Cuba, Estados Unidos y Canadá rechazaron a los refugiados del M.S. Saint Louis y fueron parte de esa tragedia, preferimos dejar esa referencia en el olvido. 

Hubo que esperar setenta años para que el Senado de Estados Unidos emitiera la resolución 111, que “reconoce el sufrimiento de aquellos refugiados causado por la negativa de los gobiernos de Cuba, Estados Unidos y Canadá a brindarles asilo”. En 2012, el Departamento de Estado se disculpó públicamente por los sucesos del M.S. Saint Louis e invitó a los sobrevivientes a su sede para que contaran su historia.

En 2011, fue develado en Halifax, Canadá un monumento financiado por el gobierno canadiense, conocido como The Wheel of Conscience, que recuerda y lamenta la negativa de ese país a recibir a los refugiados del M.S. Saint Louis. En 2018, el primer ministro Justin Trudeau presentó una disculpa formal en la Cámara de los Comunes en relación con el destino de los refugiados del M.S. Saint Louisy pidió disculpas a los pasajeros, a sus familias y a las comunidades judías de Canadá y de todo el mundo. 

Me siento orgulloso de haber ayudado a la oficina del primer ministro de Canadá a localizar a los sobrevivientes del M.S. Saint Louis. En la disculpa formal estuvieron siete niños sobrevivientes de la tragedia, hoy ancianos, y uno de ellos, Ana María Gorman, irónicamente, es ciudadana canadiense. Aún estamos esperando por la disculpa formal del gobierno cubano.

Es un hecho que los niños y niñas que pueblan el discurso ficticio, en general, son hipersensibles, pero en el caso de Lilith, una de las viajeras nocturnas, a veces cuesta creer que ya a los cinco años demuestre esa inteligencia asociada a su vasto conocimiento y cómo se comporta desde tan temprana edad. ¿No te parece demasiado exagerado?

Mi hija Emma, de alguna manera, ha sido la inspiración tanto para Hannah en La niña alemana, como para Lilith en La viajera nocturna. Si hubieses conocido o escuchado a Emma a esa edad, no te hubiese parecido exagerado. 

Además, en el caso de Lilith, tanto su madre como el profesor quieren enfrentarse a las leyes raciales de Nuremberg, implantadas por Hitler, que aseguraban que los judíos, los negros, los mischlings(mestizos) eran inferiores mentalmente, incapaces de desarrollar su inteligencia. 

Lilith es negra, mestiza y es brillante. Vive rodeada de una poeta, su madre, y un profesor al que llama abuelo. A los siete años, según las leyes raciales, los niños mischlings tenían que ser esterilizados y enviados a campos de concentración si no pasaban las pruebas de raza e inteligencia.

Por otro lado, Elise Duval, la hija olvidada, vence a la muerte cuando se separa del padre y burla a los que la persiguen para salvarse del campo de concentración. ¿Escuchaste su historia de alguna de las sobrevivientes con quienes hablaste del holocausto?

La hija olvidada está inspirada en la historia de Judith (Koepler) Steel. Ella es una de las sobrevivientes del M.S. Saint Louis rechazada por Cuba, Estados Unidos y Canadá, y devuelta a Europa. Tenía 18 meses, iba con sus padres y su abuelo materno, y vivieron acogidos por una familia católica hasta que llegaron los nazis. 

Al abuelo le dio un derrame cerebral. Se tuvo que quedar en la casa, pero a Judith y a sus padres los enviaron a un campo de concentración provisional, custodiado por franceses y transportados en el tren de la muerte a Auschwitz. 

Una noche, el padre logró sacar a la niña y entregarla a una familia francesa. Los padres de Judith fueron exterminados en Auschwitz.

¿Por qué decidiste recrear la masacre de Oradour-sur-Glane durante la ocupación nazi de Francia?

En mis tres novelas he intentado rescatar historias que han sido ignoradas o más bien olvidadas. La masacre de Oradour-sur-Glane es una de ellas. El 10 de junio de 1944, cuatro días después del D-Day, esa villa fue borrada de la faz de la tierra. Más de 600 mujeres y niños fueron encerrados dentro de la iglesia del pueblo y los quemaron. A los hombres los fusilaron. ¿Por qué no sabemos más de esa tragedia? 

Sí, fueron los alemanes de la compañía Waffen-SS los que dieron la orden, pero la ejecutaron con la ayuda de los soldados franceses de la región de Alsacia. A principios de este año, murió Robert Hébras, a los 97 años, el último de los sobrevivientes de la masacre.

El que sea una mujer católica la que la salve es una señal, al menos para mí, de que quieres insistir en que cualquier fe religiosa puede estar al servicio del bien, sin importar de quién lo reciba. ¿Es esa la razón?

En una de mis largas entrevistas con Judith (Koepple) Steel, ella me contó sobre su encuentro con su mamá francesa en Nueva York. En la vida real, a Judith la rescató esta familia católica francesa que le salvó la vida, pero luego, un tío que vivía en Washington Heights, en Nueva York, la reclamó. 

Ella perdió contacto con su salvadora, hasta que logró invitarla a que la visitara. Una periodista la entrevistó y le preguntó: “¿Por qué ella se atrevió a arriesgar su vida, la de su hija, la de toda su familia, escondiendo a una niña judía?”. Su respuesta fue simple: “Era mi deber como cristiana”.

El día que conocí a Judith, lo primero que me preguntó fue cuál era mi religión. Al decirle que era católico, me abrazó, se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo: “Como maman”.

En La viajera nocturna es al revés. Una familia judía le salva la vida a Lilith, hija de católicos, y se la lleva con ella en el M.S. Saint Louis.

El lenguaje de las tres novelas es muy ágil sin escatimar en descripciones de hechos, nombres de calles y lugares que reafirman la verosimilitud de los textos. Háblame un poco del proceso de investigación de cada novela.

Para mí, el ritmo es tan importante como la voz y el estilo en una novela. Soy muy consciente delpace. Mi formación es dramatúrgica también y eso se puede sentir en mis libros. 

Con La niña alemana quería que la novela se sintiera como un fairy tale, una especie de cuento de hadas; quizás un poco macabro, me pongo a pensar ahora, narrado por una niña precoz. Hannah llama a los nazis “ogros”. Es un mundo onírico, incluso cuando ella llega a la Habana. 

Esa Habana es un poco subliminal, y es entendible, porque es vista a través de los ojos de una niña judía alemana que llega a una isla que le resulta hostil, llena de ruidos, colores, bajo un sol abrasador, y que es ocupada, de la noche a la mañana por unos rebeldes barbudos. El mundo se desmorona a su alrededor, pero ella ya se ha acostumbrado a las pérdidas.

En La hija olvidada, quise distanciarme de la historia y dejé la primera persona detrás. Fue un alejamiento total de Cuba. Creo que se menciona una sola vez, al inicio. Todo el libro se desarrolla en Berlín y Oradour-sur-Glane. 

Siento que La viajera nocturna es la más cubana de mis tres novelas, por su temática. El segundo acto abre con el golpe de Estado de Fulgencio Batista en 1952. Llega a la revolución de Fidel Castro (otra especie de golpe de Estado), pasa por el juicio a los pilotos de Batista, los fusilamientos, y termina con la Operación Pedro Pan, por lo que más de 14 000 niños fueron enviados a Estados Unidos sin su familia.

Mi proceso investigativo comenzó en la década del 80 y no se ha detenido. Compro libros, objetos, documentos relacionados con lo que estoy investigando en cada momento. Mi casa es casi un pequeño museo. Hace unos años doné muchos libros y documentos originales sobre el M.S. Saint Louis al pequeño museo del holocausto en el Centro Sefardí de La Habana, en El Vedado. 

El problema es que, por ejemplo, en el libro que estoy escribiendo ahora, en medio de la investigación, comienzo a desarrollar una historia para otra novela que no sé cuándo pueda comenzar a escribir. El cerebro siempre va más rápido que la mano.

Las cuatro mujeres (abuela, madre, hija, nieta) en La viajera nocturna se complementan en sus luchas, pérdidas, frustraciones, valentía y su gran amor de madre. Dos de ellas prefieren renunciar a sus hijas con tal de salvarlas de vivir o morir bajo el nazismo o el totalitarismo cubano. ¿Hay aquí algún otro mensaje subyacente?

No soy un escritor que pretenda dar mensajes con lo que escribe. No soy amigo de los mensajes subliminales ni de las moralejas. Cada lector interpreta lo que lee de manera personal. Todos tenemos una historia diferente, un estado de ánimo cuando está leyendo y eso influye en cómo lo interpreta. Ahora, sí, la idea del abandono como única vía de salvación está en la boca de algunos de los personajes.

Los temas que planteas en esta trilogía evocan el antisemitismo cada vez más palpable y más peligroso que estamos padeciendo hoy día. ¿Crees que la literatura tenga algún papel en la concienciación de la sociedad?

Desde que comencé a investigar sobre el M.S. Saint Louis, la idea era hacer un libro de testimonios, una especie de ensayo. Cuando en 2005 mi hija Emma nació, todo cambió. Comencé a desarrollar la historia desde el punto de vista de una niña. 

Existen miles de libros sobre la tragedia del M.S. Saint Louis y, aun así, pocos conocen su historia. El día que presenté mi proyecto a la editorial, la mayoría de los editores, muchos de ellos judíos, no sabían de su existencia. 

Hoy la novela ya tiene más de un millón de lectores. Fue un bestseller en Canadá e hice muchas presentaciones con la sobreviviente Ana María (Karman) Gorman, que vive en Toronto. 

Creo que gracias a esa visibilidad fue que se organizó, unos años después, la disculpa del gobierno canadiense en la Casa de los Comunes a los refugiados. Me dio satisfacción haber aportado mi granito de arena. Así que la literatura puede ser efectiva. Como dijo Ana María (Karman) Gorman en una entrevista sobre La niña alemana: “no aprendemos de la historia y la historia tiende a repetirse a sí misma”.

Al final, vivimos con un miedo al otro que casi es enfermizo. Le tememos al que piensa diferente, al que cree en un Dios diferente, al que tiene un color de piel diferente, al que tiene una orientación sexual diferente de la nuestra. Tenemos que aprender a respetar nuestras diferencias. Es como único el mundo podría ser mejor.


© Imagen de portada: Armando Lucas Correa / Facebook.





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Ted A. Henken

Camila Acosta (Isla de la Juventud, 1993) ha experimentado en carne propia casi todas las estrategias represivas que el gobierno cubano despliega contra los que intentan practicar un periodismo libre de ataduras ideológicas en la isla. A pesar de todo, apuesta por quedarse en Cuba y seguir trabajando en la prensa independiente.





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