Si se es un lector o un país olvidadizo, se recomienda abrir un libro al azar, para recordar la trama, el para qué:
“Yo no sabía que Ingmar Bergman había nacido un 14 de julio y, sin embargo, como una señal del más allá, aquel 14 de julio del 2017 me encerré en un apartamento a ver todas las películas del maestro, en una especie de trance. Como si estuviera haciendo una misa espiritual en su nombre o tratase de recuperar la fe. Yo pasaba de los treinta y nunca me había dado por eso”. (Carlos Lechuga: “Bergman y Olofin”, En brazos de la mujer casada, Editorial Hypermedia, p. 19).
En su prólogo a Los archivos personales de Ingmar Bergman, Erland Josephson escribe: “En el mundo de Bergman, la luna está siempre llena”. El pasado 14 de julio de 2020, aunque la luna estaba menguante y La Habana se encontraba en Fase 1, decidimos hacerle una entrevista a Carlos Lechuga. Recién había empezado a circular su libro debut: En brazos de la mujer casada (Editorial Hypermedia), y queríamos hurgar en él y presentar, en boca de su autor, algunas claves de lectura para el volumen.
Una lectura-entrevista de tono detectivesco, que de algún modo justifique las recurrencias del 14 de julio, con acontecimientos separados por vueltas de la Luna a la Tierra, y que nos indique cuánto falta por saber sobre este título que se agita en las redes sociales de Carlos Lechuga y su comunidad de lectores.
Bergman se ocupó de entender la memoria (muchas veces refiriéndose a los actores); asimismo, afirmó: “cuando la memoria no basta, hay que valerse de la ficción”.
Lechuga goza de una carrera sólida en el cine, lo demuestran sus largometrajes de ficción Melaza (2012) y Santa y Andrés(2016). Actualmente publica crónicas, entrevistas y relatos en medios de prensa independientes. Sus textos lo presentan como un obseso del cine y el sexo, un sobreviviente en una Cuba que: “No es país para jóvenes. No es país para nada fresco” (“Carta a una niña suicida”, p. 231).
Atravesado por las crisis existenciales, la decadencia política, la censura, la vigilancia, el dolor y el tedio, el cineasta ha encontrado en las palabras su propio antídoto contra la desmemoria. En brazos de la mujer casada es un libro escrito para no olvidar.
Antes de En brazos de la mujer casada, ¿habías pensado alguna vez en escribir y publicar un libro?
No, la verdad es que no. Yo le tengo un gran respeto a los escritores. Desde joven escribo para el cine, pero un guion cinematográfico no es una obra literaria: es un instrumento. A pesar de venir de una familia de periodistas, diseñadores de libros y editores, nunca me dio por eso. Yo soy un tipo más de imágenes. Empecé a leer tarde.
Un gran amigo es muy buen escritor, y por respeto a él tampoco me dio por escribir. En un momento tuvimos problemas y esa atadura se zafó. Recuerdo que, después de mi divorcio, Martica Minipunto, como si fuera una pitonisa, me dijo: “Yo lo que veo es que tú tienes muchas ganas de escribir. Escribir mucho”.
La cuestión principal es que le tengo mucho miedo a la gramática, al orden de las palabras, a palabras que desconozco.
Me siento más como un turista en este mundo, y me gusta, porque el mundo del cine me tenía agotado.
Al sentirme un turista, también entiendo que muchos escritores no me vean como un escritor, a pesar de que les gusten algunos de mis textos.
¿Va teniendo la acogida que esperabas?
Mira, el simple hecho de tener un libro publicado ya es un milagro. Lo veo como un regalo. Una sorpresa. En un momento pensé que no iba a pasar, pero pasó. Muchos lo han comprado, y otros, sobre todo dentro de la Isla, me escriben para tenerlo.
Aún no tengo ningún ejemplar, pero gracias a los videos de los amigos he visto que el papel es bueno, que quedó bonito. Parece que es un librito de verano. La mayoría de la gente lo lee en la playa, en el campo o en la piscina.
Eso me gusta. Que sea un libro para exteriores.
En redes sociales se habla mucho del libro como “una novela”. La novela de Lechuga. ¿Qué nos hemos perdido? ¿En brazos de la mujer casada puede leerse como una novela?
Tengo muchas dudas con respecto al género del libro. Hay una variedad de textos que me cuesta clasificar. No sé si pueda leerse como una novela. A algunos les ha funcionado, y otros simplemente saltan de un capítulo a otro, indistintamente.
Como te decía, yo me siento un turista en todo esto. No sé si son crónicas, cuentos abiertos que dan pie a que se vea como una novela… A veces pienso que es un diario.
Yo soy un hombre de imágenes y me cuesta clasificar mis propios escritos. No es broma. En mi interior, sé que no es una novela, pero los editores me señalaron que, como por momentos se trataba de una historia que sucedía a lo largo de un año, un protagonista y una historia de amor que va y viene, se podía ver como un todo.
En un momento tuve miedo de que la gente se fuera a sentir decepcionada. Pero bueno, hasta ahora ha gustado.
Curioso el título que escogiste. No es el de ninguno de los textos (columnas, piezas breves, artículos de opinión y entrevistas) que integran el volumen, de modo que sugiere como una especie de idea vertebral que los conecta a todos…
El título se le ocurrió a Ladislao Aguado. Supongo que vio que el arco dramático del libro estaba en el seguimiento al personaje de la mujer casada.
Mis primeros textos fueron vomitados cuando estaba en el proceso de divorcio, luego pensé que me iba a centrar en escribir sobre los directores de cine de sesenta años, luego empecé a escribir de encuentros amorosos, hasta que apareció esta mujer en mi vida, y ya. Todo cambió.
En ese sentido, el libro es un diario del 2019 y parte del 2020. Ese tipo de acercamiento al desamor, y a las noches que estuve en espera, creo que le gusta mucho a la gente. Al mismo tiempo, los textos de cine y las entrevistas tienen un denominador común: la mayoría de los entrevistados no están en Cuba. Leerlos, ver sus filmes, se hace más difícil. Algunos han sido censurados y otros simplemente no son parte del mainstream de los medios nacionales.
Pero sí, la columna vertebral de todo es la aparición, el momento de paz y la partida de la mujer casada.
¿Quién es la mujer casada?
Es una mujer brillante, de muy buenos sentimientos, pero por cosas de la vida y problemas temporales, no estaba destinado a que sucediera. La conocí en Barcelona y luego nos encontramos acá en La Habana. Ahora vive en Europa.
Sigue casada, no te puedo decir más.
El libro podría situarse en una tradición de literatura autobiográfica agitada por el Eros, el cine y la relación con el poder. ¿Reconoces ahí la influencia de algún autor u obra en particular?
Esta pregunta me encanta. Me gusta porque se toman en serio los textos. Creo que, como un diario de lo que he vivido, el libro tiene un poco de todo eso. Me encanta todo lo que tiene que ver con el sexo, con el cine. Y la relación con el poder no la escogí. La vida te pone en situaciones graciosamente extrañas. Y al mismo tiempo, si vives en Cuba, es imposible abstraerse de todas las crisis.
Hay gente que me ha dicho que le recuerdo a Pedro Juan Gutiérrez o a Bukowski, pero no lo creo. El libro se parece a mí. Es un poco caótico y espontáneo.
En mis viajes para los estrenos y presentaciones de mis películas, siempre me gastaba el dinero en libros escritos por cineastas o actores. Me gusta mucho Sam Shepard. Me gustan algunos de los libros de Pasolini. Las novelas cortas de Ennio Flaiano, el guionista de Fellini.
Pero si pudiera elegir, me encantaría poder escribir como Ena Lucía Portela, Antonio José Ponte o Abilio Estévez.
Una pregunta recurrente en tus entrevistas es sobre la fe religiosa. Sueles preguntar a tus entrevistados si creen en algo, o en qué creen… ¿Por qué este interés? ¿Cuáles son las creencias de Carlos Lechuga?
Sí. Es curioso. Varias amigas me escriben por Messenger para decirme que mis entrevistas son horrorosas. Que las preguntas casi siempre son las mismas.
La cuestión de la fe viene sobre todo porque, como muchos saben, mi abuela era una cartomántica que estaba muy clara. Tenía un gran don. De eso va mi próxima película.
Creo que la superstición, los ritos, las creencias religiosas, tienen que ver mucho con el proceso creativo. Y una de las cosas que más me interesa en la vida es tratar de entender cómo ocurre ese milagro de tener una idea y darle forma, desde lo intuitivo hasta lo aprendido. Lo que se debe hacer, lo que no. O romper. Me encanta enterarme de qué hace la gente a la que admiro antes de dirigir o escribir.
Yo tengo unas creencias muy mezcladas. Todo muy espiritual y muy claro. Me encontré una roca en la costa y parecía un Elegguá, y ese es mi Elegguá. Creo en eso de poner un vasito de agua.
El negocio del cine, esto a lo que muchos se refieren como “ser artista”, necesita de una disciplina y de una fuerza tremenda. Creo que para crear, hay que creer. No sé. Pero si te tuviera que decir, te diría que soy muy devoto de la Virgen de la Caridad del Cobre.
También preguntas a menudo por los gustos musicales. ¿Qué escuchas por estos días? Ofréceles a nuestros lectores una playlist con algunos de tus temas favoritos. O la playlist que nos recomiendas para acompañar la lectura de En brazos de la mujer casada…
Yo no soy muy melómano. Nunca escucho música porque sí. Mi playlist es para trabajar. La música que pongo para escribir. Para recortar imágenes y hacer mis lookbooks o moodboards. Casi siempre escucho a Elena, a Chavela, a Manolín, a Issac.
Creo que la playlist del libro sería:
- Bajanda, de Chocolate MC.
- Aburrida, de Elena Burke.
- Esta casa, de Elena Burke.
- Adiós, felicidad, de Bola de Nieve.
- Toosie Slide, de Drake.
- Starboy, de The Weeknd.
- El buey cansao, de Los Van Van.
- Voy a ser feliz, de Tito Gómez.
- Medias negras, de Willy Chirino.
- Y todas las canciones suaves de Celia Cruz.
¿Qué estás leyendo actualmente?
Aflicción, de Russell Banks; La noche del oráculo, de Paul Auster; y Mi vida en la maleza de los fantasmas, de Amos Tutuola. Voy y vengo de uno paʼ otro.
Un libro o un autor que hayas descubierto recientemente y que te haya deslumbrado.
Trilogía africana, de Chinua Achebe, y Servidumbre humana de, W. Somerset Maugham.
Películas que te hayan gustado mucho o que te hayan seducido especialmente, en estos últimos meses.
Los primeros Batman de Tim Burton. La humanidad, de Bruno Dumont. Confianza, de István Szabó. La patota, de Santiago Mitre. La anguila, de Shohei Imamura. Grans, de Ali Abbasi. Y cada seis meses veo de nuevo Caro diario, de Nanni Moretti.
¿Qué escritores y cineastas cubanos recomendarías ahora mismo? Tus listas a lo top ten, preferiblemente comentadas.
Va a parecer un descaro mío, pero es así, no puedo cambiarlo ni inventar: me han mucho llamado la atención los textos de ustedes dos.
Me gustan mucho los textos breves de Vultureffect (Jorge E. Lage) por la sencillez y la contención del lenguaje. No hay excesos y al mismo tiempo se dice todo y se deja ver una profundidad, como esa cuestión del iceberg de Hemingway.
De Martica Minipunto me gusta mucho Días de hormigas y un poema bien oscuro sobre los huesos y la muerte del que ahora no recuerdo el nombre.
Me gusta leer a Legna y a Carlos Manuel.
Me gusta mucho La luz, bróder, la luz, la antología de Sigfredo Ariel.
Pero bueno, mi lista de libros cubanos sería algo así:
- Pájaros de la playa, de Severo Sarduy
- Boarding Home, de Guillermo Rosales
- Cartas a Eloisa, de José Lezama Lima
- Little Havana, de Eddy Campa
- La obra completa de Ángel Escobar
- El viaje, de Miguel Collazo
- Las palabras perdidas, de Jesús Díaz
- El viejo, el asesino y yo, de Ena Lucía Portela
- La fiesta vigilada, de Antonio José Ponte
- La rosa sucia, de Manuel Rodríguez Soteras
- El portero, de Reinaldo Arenas
- Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante
- Los cuentos completos de Calvert Casey.
Con respecto al cine, me gustó mucho que me descubrieran a Miñuca y a Fernando Villaverde. Me encanta Marzel. No me imagino a la isla sin Seres extravagantes, de Manuel Zayas. Inside Downton de Guillén Landrián. Me parece superelegante el aire fresco que trae El secadero, de José Luis Aparicio, al cine joven de la Isla. Y me gusta mucho el cine que hacen los cubanos en el exilio. Me gustan los cortos de Juan Pablo Daranas en Nueva York.
Pero lo que más me va a gustar es lo que aún no he visto, las obras de gente joven, desconocida, que van a aparecer y la van a partir.
¿Qué tendrán ellos que otros cineastas cubanos no han tenido? ¿Cómo te imaginas que la van a partir?
Creo que cada generación viene con una fuerza y un universo ideológico visual diferente. Hay muchas películas cubanas viejas muy buenas, pero también hay muchas que tienen una inocencia y una bobería curiosa. Este tipo de obras son un documento histórico para saber qué se pensaba en la época y hasta dónde se podía llegar a un nivel político, estilístico y de contenido. Para gente que ahora tienen 20 años, mis películas pueden ser vistas así.
La juventud es muy soberbia, y así como yo quise romper con todo, los que vengan ahora y en el futuro pasarán una aplanadora por sobre lo que se ha hecho.
Yo admiro a muchos de los cineastas cubanos, y detesto a otros. Pero en general no soy un hombre de rupturas, entiendo y sé porque la gente hizo lo que hizo en un momento. Sin embargo, desde hace mucho tiempo, me he tenido que pasar a las series, o a algunas películas independientes extranjeras (pocas), porque desde hace rato no veo algo que me impacte. Yo antes de escribir decía que era más un cinéfilo que un cineasta, y todavía siento algo de eso. Tengo muchas ganas de ver una película cubana nueva que me dé un golpetazo en la cabeza.
Por eso te digo que la juventud, los que vendrán, deben estar cocinando algo sabroso. Cuando uno tiene menos de 30 es más fácil reunir a un grupo sin un peso y tirar una película. Ese tipo de empresas saca maravillas. Películas pobres en valores de producción, pero muy ricas como obras de arte.
Creo que los que vendrán tendrán una manera diferente de ver las cosas. Serán más duros o simplemente cambiarán el tema de conversación y eso, el aire fresco, siempre se agradece.
De hecho, tienen acceso a más información de la que tuve yo cuando tenía 27 e hice Melaza.
Una vez nos contaste que escribías tomando un buen ron añejo y fumándote un tabaco. ¿Tienes algún otro ritual para la escritura?
Yo solo tomo añejo. Mi primera cerveza la probé a los 35. Y desde los 20 fumo tabaco. He dejado de fumar varias veces, y he vuelto. Pero escribir con un vaso de ron y el tabaco en la mano, creo que ha sido poco. Lo hice sobre todo para los textos que escribía de madrugada por culpa de la mujer casada.
La verdad, lo que predomina es que, si necesito inspiración, fumo. Eso sí. Necesito silencio, o unos audífonos, para no escuchar a nadie. He aprendido a escribir en un entorno no propenso a la inspiración. Escribo donde sea. Lo que sí hago es sacarle varias copias a lo que escribo, en varias memorias usb o discos duros. Temo mucho perder el trabajo.
Escribo mis guiones de día y mis textos en las noches.
En “Carta a una niña suicida”, escribes: “Estaba en los estudios de animación a punto de hacer una entrevista, cuando una trabajadora del mundo del cine se me acercó para decirme que mis textos la decepcionaban. Que mis escritos eran una mentira y que yo solo estaba dolido por no poder salir más en Mediodía en TV”. ¿Han sido frecuentes este tipo de escenas desde que empezaste a publicar tus textos, o han sido reacciones aisladas?
Esta es una pregunta muy bonita. Después de Santa y Andrés, y luego con los textos, pasa que mucha gente conocida no sabe dónde ponerme. La gente tiene la necesidad de estar clasificando todo, necesitan saber dónde ubicarte. Casi siempre tiene que ver con lo político, pero a veces es por las malas palabras.
Me pasa mucho que cualquiera se me acerca y me dice bajito al oído: “¿La próxima película está dura?”, “¿Cómo va la disidencia?”, “Yo soy gusano como tú”. Y eso me parece de una bajeza total. De una doble moral horrible. Otros me saludan de lejos.
Es un cliché, pero yo lo único que hago es decir lo que pienso. Borrar todo tipo de filtro. Y eso hace que la gente se lo tome mal. Que crean que he perdido el camino, después de la censura. Que debo hacer más cine y centrarme. Me da una roña, como si fuera tan fácil hacer una película… A ver, ¿por qué ellos no hacen más películas?
Entonces, es curioso, porque yo creo que todo es porque la gente está aburrida y en el país no pasan muchas cosas. Ni soy tan importante ni mis textos están tan buenos.
También hay muchos que se ven reflejados en las críticas que hago, y yo realmente no estaba pensando en ellos.
Es gracioso ver a la gente más conservadora, cómo le dan likes a mis publicaciones más suaves y evitan hablar de las más duras. Es como si estuvieran tratando de enseñarme un camino: no te desvíes, lo tuyo es el cine. Ja ja ja.
A mí me duele un rato, luego me da igual. Siempre pienso que nadie de esa gente me llama para saber si tengo arroz y frijoles para mí y para mi madre. Entonces, si no se preocupan por eso, los invito a que no opinen de lo demás. Con no leerme o no ver mis películas tienen.
Ahora, dejo para el final lo que más me llena, lo que realmente importa: mucha, pero mucha gente, me escribe, lo mismo desde Finlandia que desde Las Tunas, para decirme que se sienten menos solos con mis textos. Que piensan igual que yo. Eso me alegra.
Me gustaría dejar claro que yo no hago nada para epatar ni para llamar la atención. Los textos, las películas, hasta los desnudos, todo lo hago porque sí. Porque le descargo a quien soy. Nada más.
Hubo un antes y un después de la censura a Santa y Andrés. Estos textos tuyos para diferentes medios culturales, ¿han marcado también un antes y un después en el ámbito de tus relaciones profesionales dentro la Isla? ¿De qué modo?
No lo sé. Desde que escribo los textos, mis guiones están mejor escritos. La revista Cine Cubano me ha pedido algunas crónicas.
Yo no me limito, el que quiera trabajar conmigo sabe cómo encontrarme. No creo que exista un decreto o algo que diga que no se debe trabajar conmigo. Pero a veces la gente no sabe, o coge miedo, y dejan de llamarme. O llaman a alguien con una imagen más sana con respecto a las instituciones estatales. En ese caso, yo siempre pienso que Dios aprieta, pero no ahoga. Me pueden tumbar 56 trabajos, pero siempre me van a caer 4 que me ayudarán a seguir siendo yo.
Yo nunca he trabajado para ningún organismo estatal. Y no lo digo con orgullo. Es una realidad. Entonces, nada: siempre he sido un freelance.
Y a nivel personal, hay gente a la que uno no le cae bien y ya.
Pero desde que escribo y me publican, sí me han caído más trabajos de escritura.
Estaría bueno eso de un decreto que regule trabajar contigo… Pero lo que sí es una realidad es el Decreto Ley 373, sobre los realizadores independientes y su relación con el ICAIC. Tenemos entendido que hay un registro de creadores independientes, y que se les entrega un carnet… En uno de los artículos, el 15.1, se habla de criterios artísticos “enmarcados en la tradición cultural cubana y en los fines de la Revolución que la hace posible y garantiza el clima de libertad creadora”. ¿Qué opina de este Decreto el director de Santa y Andrés?
Ja ja ja. Qué preguntica…
Miren, yo soy una persona que ha viajado mucho y estuve casado por diez años con una mujer (Claudia Calviño) que sabe y ha visto cómo funcionan las Leyes de Cine y los Fomentos en el mundo entero. Dicho esto, les cuento que yo creo que el Fondo de Fomento para el Cine Cubano tiene más cosas buenas que malas. Para mucha gente joven, o de provincias, esa es una vía para poder hacer sus películas. Antes era muy difícil entender cómo se daban los dineros y por qué algunos cineastas filmaban y otros no.
Colombia es una muestra de lo que se ha podido hacer, su Ley de Cine ha permitido que se hagan un millón de películas; los primeros años se veían un montón de obras centradas en la miseria, en los narcos, en las guerras, y ahora se ven nuevas historias. Esa gente pudo criticar y contar todo, y ahora muchos jóvenes colombianos están cansados de las mismas historias y se están yendo para otras tallas.
Hay un grupo de personas que se creen dueños de la definición y de la terminología de lo que es el cine independiente, y ahora hablan de que el ICAIC se está robando el cine independiente. Yo no concuerdo con ellos.
Antes del 373, antes del carnet, un grupo de amigos y yo hicimos Santa y Andrés y nos hicieron trizas; no solo fueron a por lo artístico, sino que trataron de hacernos la vida un yogur. Así que no creo que haga falta una ley nueva para joderte. Sin ley, a mí ya me jodieron. En lo personal, la ley ni la he leído. Yo sé el cine que quiero hacer y lo voy a seguir haciendo, con ellos o sin ellos. Si me apoyan, me sentiría bien. Si no, ya conozco de qué pata cojean.
Ahora, el día que yo quiera filmar una película, lo hago con un celular en el baño de mi casa y no hay Dios que me pare. Lo único que hay que tener es una buena idea. En estos tiempos es imposible parar algo. En el 2015 no pudieron desaparecer todas las copias de Santa y Andrés. Es una película que existe, y ya está. Imagínate ahora.
Yo me registré, y tengo un carnet, que por cierto no sé por dónde anda. ¿Por qué me registré? Porque creo que en este país se han visto películas peores y más mediocres que las mías. Y yo vivo en este país, y ya he tenido mis logros para la edad que tengo, sobre todo a nivel internacional. A mí hay que masticarme y tragarme, porque no pienso dejar de crear ni pienso irme.
Un censor me dijo hace poco: “Es mejor que sigas haciendo cine porque los textos son metralla”. En ese sentido, aplicaré a todo lo que sea trasparente. Eso sí: nunca he aceptado que me compren. Nunca me han dado un dinero a dedo. ¿Un concurso? Sí, aplico. Porque sé que va a haber un jurado, y un jurado internacional.
Y si un día me dan el fondo, sé que recibiré un millón de críticas: ¿Pero este no era el independiente, el que no jugaba más?, dirán muchos. Es una cuestión a pensar. Pero lo que pasa es que yo sé quién soy. Y yo sé que desde que tenía trece años he querido hacer cine y he trabajado a diario para eso. Y lo seguiré haciendo. Ahora bien, haré las películas que quiera hacer, sin autocensurarme. Es la única manera que tengo de poder seguir durmiendo tranquilo.
Las autoridades culturales son las que han tratado de clasificarme, por el simple hecho de ser libre a la hora de decir y mostrar lo que pienso.
La otra opción sería lo que tanta gente de afuera me invita a hacer: envolverme en una bandera y darme candela frente al Yara. Esa opción no me gusta, porque mi sueño es hacer cine. Es verdad que uno vive en un país que está de pinga, pero, ¿por qué haría eso? Total, si un millón de gente va a seguir haciendo mal cine cubano. No. Yo voy, presento mi película, no les gusta, me voy y la hago en mi casa con un par de huevos. Y ya.
Creo en un país donde haya varias voces. No creo que la solución sea irme o cortar el diálogo. Yo voy y hablo, pero lo que nunca voy a permitir es que, a cambio de un dinero, cambien mi manera de contar o de pensar.
Estoy siendo sincero. Sé que es una respuesta que no gustará en ninguno de los dos lados. Pero es lo que es.
Tras Santa y Andrés ha habido un grupo de “amigos” que insisten en que yo no supe cómo enfrentar a los censores. Están muy desinformados. Yo me paré delante del Ministro de Cultura por tres horas, y discutí. Salvamos la película. Viajamos con ella y defendimos su discurso. No acepté ningún tipo de compra que se intentó hacer. Pero esa gente que me critica parece que quería que yo escribiera más en Facebook o me fuera a la Plaza a dar un mitin. No sé.
Resumiendo: no hay Ley ni Decreto que me pare. Sin Ley ni Decreto me mandaban a la Seguridad del Estado igual.
Como bien dices, tu carrera como cineasta ha sido bastante exitosa, censura incluida, y en efecto has viajado mucho. ¿Alguna vez pensaste en el exilio?
No. Nunca llegó una propuesta de trabajo lo suficientemente tentadora como para pasar más de tres meses fuera.
En el peor momento de censura mucha gente me “invitó” a irme. Y aquello me parecía una locura. Yo nací aquí y, en realidad, no sé a que precio, me siento bastante bien. Digo lo que me da la gana. Es verdad que no encuentro los utensilios de papelería que más necesito para mi creación. Pero ya te digo, he tenido la suerte de viajar y poder volverme loco en las librerías y las papelerías de España; no lo he podido comprar todo, pero poco a poco voy consiguiendo lo que necesito para mis collages y mis escritos.
Todos mis calzoncillos tienen huecos, no tengo un televisor propio, ni carro, ni ningún tipo de lujo; vivo con mi madre y el futuro me preocupa, pero aquí voy tirando. De una manera u otra, aquí tengo la posibilidad de trabajar en lo que me gusta. Afuera, no lo sé. Ojo: no lo sé. A lo mejor sí. A lo mejor estaría mejor. Quién sabe.
¿Cómo han transformado tu relación con el cine estos textos que meditan sobre un cineasta solo y fundido, que “va tirando” y no sabe cuándo volverá a filmar?
Cada vez le hago más rechazo a todo lo que tiene que ver con la industria, el lobby y el circo que ocurre alrededor del cine. Lo que más amo en la vida es hacer cine, pero para hacerlo hay que bailar una conga que en un momento sabía bien cómo bailarla, pero ahora, soy también un poco como un turista.
Estar un rato en el mundo del cine, tratando de sacar las próximas películas, y luego poder hacer un poco de turismo en el mundo de las crónicas y las entrevistas, además de ayudarme a vivir, me ayuda a refrescar la cabeza.
Con los textos me he podido soltar más, y creo que la próxima película que filme va a ser más libre que las anteriores. También tengo más edad, y esto hace que solo haga lo que tengo ganas de hacer.
¿Cómo ves el futuro de Cuba?
Negro. Estamos jodidos.
¿Cómo ves el futuro el tuyo, en lo personal y en lo creativo?
Estoy tratando de conseguir aunque sea 3000 dólares para cuando ningún fondo ni ningún productor quiera ver otra película de Lechuga, poder hacer una peliculita en un cuarto. Yo, y un equipo de 5 personas. Tengo la suerte de tener a Claudia Calviño, que es la mejor productora de Cuba, cubriéndome las espaldas.
Tengo este nuevo trabajo de columnista. Pero me preocupa mucho el futuro. Tengo miedo que me boten de las revistas. Temo mucho a la enfermedad, a la falta de dinero para cuando ocurra una desgracia.
Me veo luchando por tener una estabilidad, para tratar de sopesar mejor lo malo que pueda venir.
En otro sentido, trabajo mentalmente para estar bien. Amar, tener una tranquilidad.
Me gustaría poder seguir haciendo cine, y si no, poder tener la claridad para en vez de comprarme ropa nueva o un aire acondicionado, gastarme el dinero en seguir filmando. Pero con el aumento de la edad eso cada vez es más difícil: uno se deja tentar, quiere ahorrar, acomodarse.
Entonces, ¿qué llegará primero, el próximo libro o tu nueva película?
Si Dios quiere, la próxima película. Escribir crónicas, o lo que sea eso que hago, espero que sea algo pasajero.
Librería
¿Ustedes saben lo que es una cápsula del tiempo con mensaje para los jóvenes del futuro? Es algo que hacen algunos seres humanos: agarran un papel, escriben un mensaje y lo entierran o empotran en una pared, con la intención de no sacarlo en veinte, treinta años. Pero, cuando tienes que volver a la calle, te sientes como una cápsula del tiempo que abren varios años después. Los jóvenes que escribieron el mensaje ya no están, el paisaje ha cambiado y la gente ya no es la misma. Así me siento en este momento.
Carlos Lechuga
La senda del samurái: una cubana en Japón
Tokio es la capital de uno de los países más desarrollados y quizás más míticos del mundo. Y los luchadores, los samuráis, siguen llegando. En Japónviven actualmente cerca de 500 cubanos. Poco más de la mitad están en Tokio. Anayanci es uno de ellos. Clásica mulata habanera, aunque ella dice que es negra.