Daína Chaviano: Los caminos del hambre

Nacida en La Habana y radicada en Estados Unidos desde 1991, Daína Chaviano es una de las escritoras más reconocidas en su ámbito, donde integra la llamada trinidad femenina iberoamericana de literatura fantástica y de ciencia ficción. Sus trece obras narran con fantasía, mito y realismo, el pasado, el presente y los posibles futuros de Cuba. Al respecto, Daína ha comentado: “Cuba es un fantasma que alimenta mi literatura […] Lo que soy, comenzó en esa isla”.[1]

Su última novela, Los hijos de la Diosa Huracán (2019), ha sido premiada con la medalla de oro al libro más relevante en lengua española dentro de los Florida Books Award. En él relata simultáneamente dos épocas en la Isla: la primera, durante los asentamientos españoles iniciales en Cuba y las formas de rebelión de sus originarios, guiados por rituales en torno a la Virgen de la Caridad. La segunda, durante un futuro de transición democrática donde se realizan elecciones pluripartidistas y las antiguas estructuras de poder en la Isla apenas comienzan a difuminarse.

Retrocediendo treinta años, El hombre, la hembra y el hambre es una de las obras más asentadas en la experiencia inmediata de los cubanos. Ubicada en la década de 1990, narra las vicisitudes de tres profesionales para lograr alimentos y proyectos de vida en una nación impactada por la crisis económica y el control político. Sobre paralelos, vigencias y lecciones entre su literatura, la memoria histórica y la realidad cubana, conversamos con Daína Chaviano.

Daína, El hombre, la hembra y el hambre[2] es una obra que apela directamente a las historias de crisis y sobrevivencia de los cubanos que vivieron los años 90 en la Isla. La lucha de los personajes en esta obra es substancial, interfiere en todos los aspectos cotidianos y en la formación de los habitantes de la ciudad. En una entrevista con Fernández y Trimberger [3] afirmas que, si bien es un producto de tu experiencia entre 1992 y 1994, no hubiera sido posible investigar lo suficiente dada la limitada información existente dentro de Cuba. ¿Cómo fue el proceso de creación de la novela? 

Permíteme aclarar un punto. En la entrevista a la que aludes, lo que digo es que “todo lo que aparece allí es parte de la experiencia cubana de mi generación durante el Período Especial (1992-94)”. Yo me fui de la Isla en 1991, unos meses antes. Aunque mis vivencias personales no distaban mucho de lo ocurrido en esos años, en los meses posteriores a mi partida se produjeron cambios. A través de cartas y mensajes que recibía de amigos y familiares, me mantuve al tanto de lo que pasaba

Para la novela no solo utilicé esos datos anecdóticos, de carácter personal, sino también —y principalmente— históricos. A estos últimos tuve acceso gracias a Cuban Heritage Collection de la Universidad de Miami, que es el depósito referencial sobre cultura cubana más completo que existe fuera de la Isla.  

Estuve muchos meses visitando esa biblioteca y reuniendo información para reconstruir el pasado colonial de La Habana, que es un elemento fundamental y protagónico de la trama. Nunca habría conseguido todos esos datos si me hubiera quedado en Cuba. Gracias a esa base de referencias, los elementos de ficción —incluyendo los más improbables— se mantienen apegados a la realidad.

Tus obras parten realmente de una extensa investigación histórica. Yo diría que son un rescate histórico, de las tradiciones y naturaleza caribeña de la Isla, sus migraciones y religiones. En El hombre…, el revisionismo histórico juega un papel protagónico, el pasado colonial conjuga la expresión posnacional y fractura el discurso revolucionario, pretendidamente monolítico. Para el texto eliges un epígrafe de Milan Kundera que muestra esta intención: “Para liquidar a las naciones […] lo primero que se hace es quitarles la memoria. Se destruyen sus libros, su cultura, su historia. Y luego viene alguien y les escribe otros libros, les da otra cultura y les inventa otra historia. Entonces la nación comienza lentamente a olvidar lo que es y lo que ha sido”. ¿Cuál consideras, es la salud actual de la memoria nacional cubana? ¿Podrá ser preservada o rescatada ante la historiografía unificadora del proceso revolucionario cubano?

Para conservar la memoria nacional se necesita, ante todo, transparencia en la información, datos al alcance de todos, libertad para el análisis y confrontación de cifras. Nada de eso existe actualmente en Cuba. Y quienes vivimos fuera de ella no poseemos un sistema unificado y coherente de educación donde se transmita la historia real del país. Cada niño, adolescente y joven exiliado debe estudiar y regirse por los sistemas de enseñanzas de los países que los han acogido, donde la historia de Cuba no ocupa ningún lugar. Por tanto, no es posible hablar de una preservación de la memoria nacional dentro o fuera de la Isla, salvo en el seno de contados grupos de intelectuales, escasos académicos y unos pocos individuos interesados en el tema a título personal.  

Se necesitará un cambio radical en Cuba para poder desarrollar un nuevo sistema de enseñanza, crear otros libros de texto y comenzar el rescate de ese pasado olvidado. Para recuperar la memoria histórica nacional, no veo otra alternativa que desactivar todo el entramado político de un sistema que no ha hecho más que falsear y extirpar a su gusto lo que no le conviene a sus postulados. 

En tu literatura, en El hombre… expones a José Martí como uno de los artífices fundamentales alrededor del cual gira la construcción teleológica del poder en la Isla. Lo utilizas como un comando desmitificador que sugiere: “¡Mi patria está en tanta fosa abierta, en tanta gloria acabada, en tanto honor perdido y vendido! Yo ya no tengo patria”. En estos días vuelve la figura del Apóstol como pensador, gestor y visionario, esta vez retomada por la sociedad civil independiente. ¿Qué piensas de este giro?

La actual dictadura ha abusado del ideario martiano como ningún otro poder en la Isla, apoderándose de él y convirtiéndolo en cómplice de sus crímenes, de su represión, de las medidas para coartar las libertades civiles. Ha usado sus frases sacadas de contexto, ha hiperbolizado un supuesto antiamericanismo martiano con el fin de fabricarse un enemigo que jamás le ha tirado ni un hollejo a la Isla desde que una familia se apoderó de ella hace más de 60 años. 

Haberse apropiado de Martí, intentar justificar el control y la represión malversando su ideario, es un chantaje de la peor calaña. Es lógico que cualquier movimiento opositor luche por arrebatarle la figura del apóstol a un Estado que lo ha mantenido como rehén de su discurso desde hace seis décadas. Es la respuesta a un secuestro político vergonzoso. Es un acto de legítima recuperación y la reacción esperada de una sociedad que responde dándole una cucharada de su propia medicina al represor. 



Daína Chaviano por Lillian Domínguez.



Dos de los aspectos que describen las penurias cotidianas de los cubanos en tu novela son la incertidumbre: “Y eso es lo que más me encabrona: no saber nunca a qué atenerme, vivir a la buena de Dios, vigilando a ver dónde piso no vaya a ser que me hunda en un agujero que el día antes no estaba. Qué va, mi socio, con esta intriga no hay quien viva; yo creo que por eso hay tantos suicidios”. Así como la migración o “el síndrome de la esperanza fallida”: “Cuando esa esperanza fallida se repite año tras año, la gente se vuelve escéptica y se anulan sus posibilidades de acción. Y con esa incertidumbre a cuestas no queda otra alternativa que la inacción absoluta o el escape hacia otro mundo donde las leyes naturales sean más previsibles”. Ambas características parecen continuar dominando la realidad de los cubanos. Si tuvieras que narrar la novela para la última década, ¿crees que cambiaría algo en su cosmovisión? ¿Cuánto consideras que se mantendría? ¿Qué piensas que tendrías añadir?

Tanto el estado de incertidumbre como la opción migratoria siguen siendo constantes en Cuba. Las condiciones a las que aluden ambas citas no han menguado desde que escribí esa novela hace más de dos décadas. Todo lo contrario. El caos, la depauperación y la desigualdad social y racial dentro de la población cubana no han dejado de crecer. Pertenecen al horror cotidiano de la Isla. Cuando creemos que este ha llegado al límite, aparece algo peor. 

Siempre hubo racionamiento de alimentos y medicinas, pero ahora la gente muere por falta de oxígeno en los hospitales, por falta de ambulancias que nunca llegan. Otros se quedaron ciegos por una avitaminosis crónica. Se han multiplicado las epidemias que azotan a la población (dengue, sarna, neuropatía óptica, zika, chikungunya, cólera, conjuntivitis hemorrágica) mientras el Estado utiliza el dinero de las donaciones extranjeras para comprar más armas y equipos sofisticados con el fin de reprimir a la población enferma y hambrienta.

Cuando salió El hombre, la hembra y el hambre, algunos lectores extranjeros dijeron que muchos elementos de la novela estaban exagerados o eran inventados. No podían creer que tantas situaciones dantescas fuesen ciertas, aunque yo no había hecho más que describir lo que me contaban familiares y amigos. Pero la realidad siempre puede superarse a sí misma. Hoy no me siento capaz de escribir una novela sobre lo que ocurre en la Isla. Los últimos acontecimientos han rebasado con creces el horror de aquellos años.  

Volviendo a estos ciclos repetidos y agravados en la historia reciente de Cuba, en estos momentos estamos presenciando una reiteración más aguda de los sucesos del 94 que narras en la novela. Diría que narras magistralmente, porque supiste captar el gran malestar popular cuando a vox populi se conoce lo sucedido con el remolcador 13 de Marzo. En tu blog escribiste a raíz del 11J: “Esta semana he visto escenas de violencia como nunca pensé ver […] Cuba se desangra y esos defensores del régimen son cómplices. Ya pueden olvidarse del perdón”. ¿Cuándo piensas que llegará “la hora de Cuba” que tanto esperaban Claudia, Rubén y Gilberto en tu novela?

Con el paso de los años me ha ocurrido lo mismo que a esos personajes. Yo también padezco ahora del “síndrome de la esperanza fallida”. Cada vez veo menos probable una salida a la situación del país. Cuba es ya una Rusia caribeña. La élite militar, la contrainteligencia y la familia Castro se han repartido la isla. Todas las grandes industrias están en sus manos. Cuba ya ha emprendido el mismo camino del proceso ruso.  

En tu novela haces una taxonomía de muchas de las decisiones y prácticas que debieron asumir los cubanos para resistir la crisis de los años 90 y las medidas capitalistas y restricciones ideológicas que la acompañaron: la asistencia a trabajos voluntarios por prebendas; la búsqueda del sosiego espiritual en visitas a espiritistas y en sistemas de adivinación; el abandono o la expulsión de puestos profesionales para sobrevivir en la ilegalidad y el mercado negro. Aún así, los personajes enfrascados en ello sienten recelo entre sí y no se atreven a confesar sus problemas a sus parejas o amigos más íntimos. ¿Cómo crees que han evolucionado la incertidumbre y la autocensura en el imaginario nacional después de los 90? 

Dentro de un sistema represivo, la incertidumbre y la desconfianza nunca cesan, pero creo que la gente tiene cada vez menos miedo de hablar y decir lo que piensa. El hartazgo ha superado el miedo. La dictadura se encuentra tan agobiada por los brotes de rebeldía cada vez más frecuentes, que ahora es posible hallar brechas para que esas protestas salten a la luz pública antes de que puedan ser atajadas. 

Las redes sociales también han contribuido a forzar esa apertura, pese a los controles estatales. A través de esas redes, he visto a muchos cubanos expresando abiertamente lo que nadie en los años 90 se hubiera atrevido a decir. 

Las nuevas generaciones que pueden ver el mundo gracias a los teléfonos móviles, y no únicamente en las imágenes manipuladas por los medios oficiales, ya no se tragan con facilidad los dogmas y las consignas. Por eso los choques entre el aparato represivo y la población han ido en aumento…, lo cual no quiere decir que pueda ser fácilmente derrocado. Es un Estado que ha acumulado demasiado poder y recursos frente a una población débil y hambrienta que solo piensa en huir porque no encuentra otra solución.         

En palabras de Claudia, una de las protagonistas de El hombre…: “Nadie, ni siquiera quienes continúan visitando la isla como si se tratara de una meca, se atreven a repetir los antiguos mantras: fin de la prostitución, de la pobreza, de las castas, de la discriminación, de los privilegios […] Nadie quiere reconocer que el sueño se perdió, que los ideales ya no existen, que dejaron de existir hace mucho. En el fondo nos han dejado solos, con nuestra hambre y nuestro espíritu […] y una sola pregunta, que es el dilema de mi generación”. ¿Cómo consideras a la intelectualidad internacional que aún repite los viejos mantras, legitima la gestión del gobierno cubano e ignora los dilemas de varias generaciones de cubanos?

Ya no son muchos los que siguen apoyando el fallido proyecto cubano. Quienes más suelen defenderlo son ciertos elementos políticos —principalmente latinoamericanos y algunos españoles— que lo utilizan para sus propios intereses. Quedan cada vez menos intelectuales de esa factura. Incluso muchos considerados de izquierda se han distanciado o criticado abiertamente a la dictadura. 

No obstante, algunos despistados y manipuladores “vive-bien” insisten en su apología, especialmente en América Latina. Es de esperar, cuando quedan escritores e intelectuales en la Isla que mantienen discursos a favor o ambiguos sobre la represión y la falta de libertades, diciendo que sí pero no, que la libertad pero el bloqueo, que la independencia de la Isla pero la amenaza yanqui. 

Con tales declaraciones, que siguen aceptando el discurso oficial, ¿cómo aspirar a que otros condenen lo que un cubano presenta como preferible, sobre todo si ese mismo escritor o artista, que se queja de sufrir censura en su tierra, sigue defendiendo a sus censores? 

Conste que no condeno, ni pido que la gente actúe o se pronuncie de un modo u otro. Solo intento explicar de dónde proviene esa apología trasnochada y persistente en algunos círculos.    

En El hombre, la hembra y el hambre narras un ejercicio que parece común a todos, una preocupación que todos comparten y por la que se ayudan entre sí: la búsqueda de alimentos, de seguridad y acceso a estos: los protagonistas se enamoran invitándose a comer, como ritual máximo; abandonan sus puestos de trabajo profesionales por “la lucha” dentro del mercado negro; los motiva el acceso a la leche y a la carne para sus hijos, son encarcelados por poseer “verdes”, los dólares para comprar estos productos. Estas dinámicas cotidianas son muy similares a lo que ocurre hoy día, donde la inseguridad alimentaria se ha agravado y el acceso a la moneda de compra es selectivo. ¿Al escribir la novela pensaste que podría tener una extensión tan verídica, tres décadas después? ¿Consideras los ejercicios, “la lucha” hoy día como una resistencia de los ciudadanos, tal como fue para los personajes de la novela y para los cubanos en los 90?

Mi escritura es un reflejo de lo que vivo y observo. Escribo porque la realidad duele cada vez más y porque quisiera que el mundo fuera diferente. Me enfurece el engaño, la codicia desmedida, la ruindad, la estupidez humana, el abuso en todas sus formas, incluyendo el abuso de poder… La situación en que vive Cuba es un compendio de todo lo anterior. Y cada año que pasa, ese proceso de decadencia y putrefacción social se intensifica. Por eso las estrategias de supervivencia de la población se mantienen a lo largo del tiempo. La hambruna y el control político que existían en los años 90 continúan, y en algunos casos han aumentado. No se puede esperar que la población actúe de manera diferente a aquellos años, si todo sigue igual o peor.    



Daína Chaviano por Lillian Domínguez.



Escribes escenas conocidas por todos los cubanos como el pasaje donde los vecinos de un solar se avisan al llegar la carne a la bodega o un carretillero al vecindario. Claudia comparte salomónicamente lo que consigue con sus amigas y vecinas más cercanas, sobre todo a cambio de favores y productos, en una especie de economía moral. ¿Cuáles son para ti las “ramificaciones del hambre” que han continuado tras los 90? ¿Qué impacto han tenido en el imaginario colectivo? ¿Crees que han contribuido al individualismo o han promovido dinámicas de apoyo en la comunidad como en el solar de Claudia?

No lo sé con seguridad, porque no vivo en la Isla desde hace años, pero supongo que los matices de la dinámica social no deben de haber cambiado gran cosa. Los pueblos —y el cubano no es una excepción— suelen ser solidarios en medio de grandes catástrofes. Es parte de la naturaleza humana. Y Cuba está atravesando la mayor calamidad de toda su historia.Por otro lado, los desastres también multiplican el sentido de supervivencia, ese instinto de “sálvese-quien-pueda” que puede ser la otra cara de la moneda en la sociedad cubana. 

Relacionada también con estas ramificaciones y consecuencias del hambre expones otro fenómeno desde la idea de género. Como forma última de sobrevivencia, Claudia adopta el pseudónimo de la Mora y se hace ‘jinetera’. Aunque en El hombre… ser jinetera posee un carácter autorizado como producto de su contexto socioeconómico y político, Claudia debe negociar sus códigos y prejuicios, y le cuesta desplazarse de la naturaleza militante, materna, federada que se le imputa a la mujer dentro del proceso revolucionario. Siendo la figura femenina un eje central y casi místico de tu narrativa, ¿cómo consideras el papel de la mujer en los 90 en Cuba?

Históricamente, la mujer siempre ha llevado la peor parte en cualquier sociedad. Y en medio de un proceso político tumultuoso, esa carga es doble. No me atrevo siquiera imaginar lo que tiene que significar ser madre en Cuba: hijos sin comida, niños enfermos y sin acceso a medicamentos, adolescentes en peligro constante de ser reprimidos, golpeados o desaparecidos. 

La década de los 90, que trajo el Período Especial y subsiguiente Maleconazo, marcaron puntos de viraje en la sociedad cubana. No es de extrañar que el movimiento civil más duradero y resistente de los últimos años en Cuba haya sido el de las Damas de Blanco, surgido poco después de esa década. Ningún otro grupo u organización se ha mantenido por tanto tiempo al frente de las protestas civiles. No han sido hombres, sino mujeres (madres, esposas, hijas), las que con más persistencia y resistencia han reclamado libertad y justicia para sus seres queridos. Esa actitud lo dice todo.   

En un pasaje de la novela, Claudia debe explicarles a dos periodistas extranjeras el significado de la nomenclatura de racionamiento: “Y pasó a aclararles que el ‘pollo de población’ era un pollo racionado para todo el mundo, al que llamaban así con la idea de diferenciarlo del ‘pollo de dieta’: una minúscula porción adicional que podían comprar los viejos y ciertos enfermos. La frase ‘picadillo extendido’ —y aquí Claudia adoptó el tono catedrático apropiado— debía entenderse como un aporte del socialismo caribeño a las corrientes poéticas del siglo XX. Se trataba de una antífrasis, es decir, de una figura de la retórica que consiste en denominar las cosas de manera opuesta a su sentido original. En otras palabras, el picadillo extendido en realidad estaba ‘recortado’”. Como autora que ha sido traducida a más de veinte idiomas, ¿cuál ha sido tu experiencia a la hora de internacionalizar cubanismos y realidades cubanas tan sui géneris como las que narras en la novela?

Siempre trabajo estrechamente con quienes traducen mis novelas. Recibo sus dudas y preguntas, y les envío mis explicaciones e imágenes. El email ha facilitado una tarea que quizás hubiera resultado imposible sin este tipo de comunicación instantánea. Es un intercambio en el que también aprendo mucho. Buscar equivalentes a conceptos u objetos que no existen en otras partes del mundo es un ejercicio que requiere de imaginación y de compromiso. Siempre disfruto con esa clase de colaboración. 

En la novela expones varios de los “inventos” cubanos para palear el hambre, muy conocidos en los 90, como el “picadillo de cáscara de plátano”: “Las cáscaras, que antes iban a parar a la basura, constituyen ahora un nuevo ingrediente que han revolucionado la dieta cubana. Primero se hierven para que pierdan su consistencia dura y se conviertan en una sustancia suave. Después se muelen como si fuera carne. La masa resultante se adoba con ajo y limón, y se cocina con bastante pasta de tomate (si se encuentra), lo cual le otorgará el color rojizo necesario para crear la ilusión de que se trata de picadillo o carne molida”. ¿Crees que estas prácticas han modificado la memoria y la identidad nacional respecto a la cocina cubana? ¿Crees que Cuba ha perdido sus referencias culinarias a partir de los 90? ¿Ha aumentado una “estética” del hambre en los últimos años?

Más que una estética del hambre, yo diría que en Cuba ha nacido una estética de la miseria. No es coincidencia que un libro como Las comidas profundas, de Antonio José Ponte, y mi novela El hombre, la hembra y el hambre, salieran publicados casi al mismo tiempo a finales de esa década. El hecho de que dos cubanos exiliados usaran como tema central —en un ensayo con tintes de ficción y en una ficción con tintes de ensayo— el deterioro culinario nacional, es síntoma inequívoco de que había surgido una nueva visión generacional sobre la pérdida del paladar histórico, con todas las connotaciones de identidad cultural que ello conllevaba. 

No olvidemos que desde las barrocas descripciones frutales en nuestro primer texto nacional (Espejo de Paciencia, 1608) hasta la poesía de los siboneyistas y otros movimientos que buscaban reforzar los símbolos patrios, las comidas siempre constituyeron un elemento distintivo de identidad —un elemento cada vez más elusivo para las últimas generaciones—. Ese olvido de las prácticas culinarias ha provocado algo más que una amnesia histórica. Perder nuestras tradiciones ha multiplicado la confusión social porque ha privado a la gente de ritos familiares que constituyen la base del funcionamiento civil coherente. A la larga, no solo se altera la memoria sensorial, sino la histórica. Esa pérdida es la base de la anemia en el pensamiento cívico.  

Pero Cuba perdió sus referentes culinarios mucho antes de los 90. Durante toda mi infancia y adolescencia, mis padres hablaban con nostalgia de toda clase de comidas que recordaban y describían con fruición. Nunca pude conocerlas hasta que llegué al exilio. 

En mi novela La isla de los amores infinitos, reflejo mi fascinación cuando descubrí que en Miami se conservaban muchas tradiciones culturales desaparecidas en la Isla. Si algún día Cuba volviera a ser país, habrá que acudir a esa reserva cultural para reconstruir gran parte de nuestra identidad, incluyendo nuestra tradición culinaria.  

Por último, una pregunta como lectora impaciente de tu obra, ¿tienes algún proyecto en camino que continúe diseccionando la herencia y el futuro de Cuba?

Tengo muchos proyectos. Algunos de ellos incluyen a Cuba de alguna manera, otros no. Si regresara al tema, no lo haría del mismo modo en que ya lo he hecho antes. Siempre estoy buscando ángulos nuevos para no repetirme. Ahora mismo estoy trabajando en dos proyectos muy diferentes: un libro de cuentos y una novela. Uno se relaciona con la ciencia ficción, otro con la historia. Pero no sé cuál saldrá primero…, o incluso si saldrán. Con el paso de los años, me siento cada vez menos segura de lo que haré.


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* Claudia González Marrero es Investigadora de Food Monitor Program.




Notas:
[1] Vicente Morín Aguado, “Cuba es un fantasma que alimenta mi literatura”, en https://www.dainachaviano.com/interview.php?item=137#.YaclyfHMLfE
[2] Daína Chaviano: El hombre, la hembra y el hambre, Planeta, Barcelona, 2010.
[3] Manuel Fernández y Michael Trimberger: “Ecos de un pasado que se niega a morir: una conversación con Daína Chaviano”, en Caribe: Revista de Cultura y Literatura, vol. 12, no. 1, 2009.




Alejandro Alonso Estrella

Alejandro Alonso Estrella: “Cuba es un gran limbo”

Amilkar Feria Flores

Cuba es un gran limbo, un no lugar. Una especie de zona franca donde las leyes físicas funcionan con otra dinámica. Una anomalía”.