La doncella y el miliciano


Más de seis décadas después, todavía se intuyen las líneas verticalísimas de su ropa interior, comprada en una de aquellas tiendas republicanas con nombres cursivos en inglés. 
 
Es imposible intentar una crítica fotográfica a fondo que no irrumpa por el mismísimo zíper de ese culo cubano, carrocería continental en el ocaso de los años cincuenta en La Habana. Acaso también mausoleo del suicidio psicosexual de nuestra burguesía criolla. Tan cerca de Fidel y tan lejos de Freud.
 
Ellos son la doncella y el miliciano. Ambos están al borde de su primer acto soberano de violación. Enero de 1959 los ha emancipado a ambos. Súbita, sorpresivamente. La vida de la nación se ha hecho tan intensa y tan instantánea.
 
Es posible que el fotógrafo haya sido un reportero de Nueva York, otro rubio que voló en el vuelo de la madrugada para no perderse los flashes de la Revolución más mediática de la historia de la humanidad.
 
Ella usa un pañuelito catolicón del Movimiento 26 de Julio, incluido un ganchito de pelo de quincalla y su respectivo collar de perlas más o menos caras. O falsas. 
 
Él ha estado fumando la marihuana caribeña de rigor, según lo delatan sus párpados de orientalito aindiado: un poco como Batista, pero más blanco. Por su boquichula, escoltada con la sombra de un bigotín, sabemos que nuestro guerrillero adolescente no es muy despierto que digamos. De hecho, la mujer que mira y lo mira demostrará ser mucho mejor que él cuando se tiemplen no en un platanal, como él acostumbra a acostarse, sino sobre una cama.
 
Se trata de un encuentro de fin de época. Son dos cuerpos sacados a la calle por la violencia que vendrá. Ese cortocircuito fornicaticio encarna el colapso de toda una civilización cubana.
 
Por lo demás, alrededor de los protagónicos, todo viene del norte. Hasta la chapa del Oldsmobile de apenas tres años atrás, de pronto devenido fósil rodante que deberá sobrevivir hasta este lunes de diciembre de 2021. Hoy. 
 
Sin la base material y moral que los Estados Unidos le impusieron a Cuba, supongo que la Revolución de Fidel Castro hubiera sido del todo inconcebible. Vehículos, refrigeradores, utensilios de cocina, revisterío y televisores, armas largas, máquinas de coser uniformes, limpiabotas y lustrapuyas, hebillas relucientes como los sillones de una barbería Made in Illinois, y un septentrionalísimo etcétera.
 
Son la doncella y el miliciano. Están a punto de quitarse cívicamente la ropa, para celebrar así el eros del último enero de aquella década descomunal. Cuba apostaba ávidamente por la muerte. Y no hay nada más excitante que eyacular ante la precariedad y lo perentorio del acto humano, demasiado humano, de por fin dejar para siempre de ser.
 
No culpéis a Fidel Castro. Entre la doncella y el miliciano desaparecieron la patria imposible de nuestros progenitores.





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Los tigres y el niño

Orlando Luis Pardo Lazo

Fidel Castro le dijo a Marita Lorenz, sin el más mínimo atisbo de pedofilia: A mí no me va a pasar como al tigre ese. A mí nunca nadie me va a enjaular.





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