Pródiga es la palabra de Franky Piña. Son pocas las preguntas que necesita para contar su historia personal en el mundo de la escritura, la edición, la promoción cultural, la alta cocina. Una historia que empieza en México, en el mercado del hermoso pueblo de Tequisquiapan, y que fluye hoy en el barrio mexicano de Pilsen, en la ciudad de Chicago.
En la historia de Piña —que es, en buena parte, la de las y los artistas mexicanos en el norte de Estados Unidos—, la migración y la literatura se entrecruzan con la necesidad de fundar espacios de diálogo cultural: en la década de 1990, fue miembro del grupo creador de las revistas Fe de erratas y Contratiempo, y desde 2014 dirige el portal digital El BeiSMan, donde la literatura latinoamericana encuentra un espacio activo, sin importar en qué idioma esté escrita.
Y es que para Franky Piña la honestidad es la clave de todo: de la buena literatura y de la buena cocina, de las posturas políticas y también de la identidad. Por eso no teme confesar cuánto han cambiado sus ideas sobre lenguaje, homofobia y emigración desde que llegó a Estados Unidos a finales de la década de 1980, para luego lanzar una pregunta que se torna espejo de muchos de nuestros mundos: “¿Por qué aferrarse a decir soy cubano, soy mexicana, soy puertorriqueño, si a fin de cuentas seguimos estando jodidos?”.
Franky Piña es, sin duda, un ejemplo de la perenne transformación que ha significado ser migrante en cualquier época:
“Yo soy de la generación que emigró después de la famosa crisis del 82 y que vino a cambiar completamente el tipo de inmigrante que llegaba a Estados Unidos. A partir de esa crisis, comenzó a desmoronarse la clase media en México. Por lo tanto, los patrones migratorios dejaron de ser completamente rurales y se transformaron en más cosmopolitas, más de las ciudades. Comenzó a emigrar una clase que no podía terminar sus estudios universitarios o que incluso venía con títulos”.
“A diferencia de las migraciones cubanas, sudamericanas, que en los años setenta ya eran profesionales muchos de los que se estaban exiliando; la comunidad mexicana generalmente venía de provincia, de los pequeños pueblos, rancherías y no de grandes urbes. Pero con esta nueva generación de los años ochenta, llegaron artistas, escritores, doctores. No importa que se incorporaran al sector obrero, de servicio, limpieza, restaurantes; traían una formación académica y, por lo tanto, también traían ciertos hábitos de lectura. Las librerías en Chicago comenzaban a pegar ya no solamente con periódicos con noticias del terruño, sino también con otro tipo de libros”.
“Llegué a Chicago porque vivía un primo aquí, Raúl Dorantes, que también es escritor. Él estaba involucrado en una organización que ayudaba a los inmigrantes, y casi todos los integrantes de esa organización eran también parte de esa nueva ola de inmigrantes que tenía una conciencia política. Soy parte de esa generación y llegué a Pilsen”.
Autoras entrevistadas: Lina Meruane / Kelly Martínez-Grandal / Mariza Bafile / Ana Teresa Toro / Jennifer Thorndike / Franky Piña / Osiris Mosquea / Rose Mary Salum / Anjanette Delgado / Lila Zemborain / Melanie Márquez Adams.
¿Ser una escritora mexicana en Pilsen es diferente a serlo en Chicago?
Pilsen históricamente era un puerto de entrada de inmigrantes polacos, albanos y alemanes. Cada una de las iglesias que están en este barrio pertenecen a un grupo étnico diferente. En los sesenta hubo un gran plan de gentrification que se llamó Plan 21. Entonces la comunidad mexicana estaba alrededor de la calle Tylor, compartiendo espacio con la comunidad latina. Se habían asentado ahí porque en esa zona estaba el trabajo para la construcción de las vías del tren, muy cerca del centro de la ciudad. Pero con este Plan 21 desplazan a la comunidad mexicana, les prometen que sus hijos van a ir a la Universidad de Illinois y los empujan hacia el sur, hacia Pilsen, que está muy cerca de la Universidad.
En ese momento, el sur ya estaba en decadencia, pero poco a poco comienzan a crear este barrio. Comienzan a afianzarse organizaciones sociales. En 1968 surge un movimiento muralista, con un mural de Mario Castillo que se llamó Metafísica. Regresan de Vietnam jóvenes mexicoamericanos que comienzan a formar sus propias organizaciones, a pintar murales; comienzan a transformar el barrio y la cultura. Había grupos de teatro callejeros.
Cuando yo llegué a Pilsen existían organizaciones civiles en un barrio sólido. Mi generación nunca se incorporó al movimiento chicano; había dos o tres miembros del movimiento, pero quizás por la lejanía con la frontera, quizás por el frío, Pilsen se volvió un lugar muy, muy purista, donde tratábamos de mantener la cultura mexicana, las tradiciones y el idioma español lo más puro que se pudiera.
O sea, a diferencia de la generación de los años cuarenta y cincuenta, que habían tratado de incorporarse a la cultura mainstream, a nosotros nos interesaba aferrarnos a nuestra cultura original. En Pilsen hubo revistas, poetas, muralistas; pero creo que en los años ochenta se produce un giro. La inquietud de las organizaciones sociales comienza a despertar la conciencia de mucha gente.
En 1989 se desmorona el muro de Berlín. Entonces hubo un desencuentro y, ante organizaciones de marcada izquierda, latinas, mexicanas, surgieron otras organizaciones de derecha, también radicales.
En medio de todo eso, llegó un amigo poeta desde Guadalajara, Febronio Zatarain, y forma aquí un taller literario. Primero se leyeron y analizaron libros del boom latinoamericano, que para nosotros los autodidactas era algo nuevo. Mi primo Raúl fue fundador del grupo. Y, como mi primo también era mi roommate, comencé a leer de retache. No quería quedarme fuera de las tertulias, y leía para poder participar.
El taller se volvió entonces un grupo de escritura. No quería entrar, tenía miedo, pero me interesaba la literatura. Se fueron sumando obreros, maestros, gente a quienes se les despertó el mismo interés. Llegó el momento en que me animé a escribir, y era un proceso muy religioso: cada ocho días teníamos que someter un texto nuevo. Ya no solo discutíamos los libros, sino que se revisaban nuestros textos, pero en una carnicería misógina increíble. Pocas mujeres entraron al grupo, pocas sobrevivimos el machismo, el nivel de críticas y ofensas.
Autoras entrevistadas: Lina Meruane / Kelly Martínez-Grandal / Mariza Bafile / Ana Teresa Toro / Jennifer Thorndike / Franky Piña / Osiris Mosquea / Rose Mary Salum / Anjanette Delgado / Lila Zemborain / Melanie Márquez Adams.
¿Estaban ya avanzados los años noventa?
Era 1992, y llegó un momento en que todos teníamos textos escritos. La librería Tres Américas publicaba la revista tres américas. Pero desde ahí nos veían con cierto recelo. Éramos una generación más joven, tal vez consideraban que no teníamos calidad. En tres américas publicaban generalmente profesores sudamericanos, cubanos, que enseñaban en las universidades. Pero nosotros prácticamente nos habíamos hecho en el barrio, y nos habíamos hecho como inmigrantes. Esa diferencia marcó el destino de toda nuestra generación, a la que Naida Saavedra llama la Generación del 92.
Se empezaban a popularizar las computadoras, y queríamos crear una voz. Así que dijimos: si no nos publican, si no hay un medio para nosotros, vamos a crearlo. Creo que es una característica del inmigrante: si no tienes algo, lo inventas. Creas una alternativa.
Autoras entrevistadas: Lina Meruane / Kelly Martínez-Grandal / Mariza Bafile / Ana Teresa Toro / Jennifer Thorndike / Franky Piña / Osiris Mosquea / Rose Mary Salum / Anjanette Delgado / Lila Zemborain / Melanie Márquez Adams.
* Una versión más extensa de este diálogo forma parte del libro Imaginar países: Entrevistas a escritoras latinoamericanas en Estados Unidos (Hypermedia, 2021), editado por Dainerys Machado Vento y Melanie Márquez Adams. Aunque los temas de las entrevistas son diversos, las editoras han querido explorar, sobre todo, la manera en que los matices de la identidad latinoamericana se manifiestan y fluyen en la escritura de cada una de las entrevistadas.
Doblemente americanas: sumar las resistencias de la escritura
“Estas entrevistas tienen múltiple valor, porque se trata de mujeres hablando en el espacio público sobre ellas mismas, sobre sus cuerpos, sobre la política de sus países, sobre sus errores y aciertos”. (Prólogo del volumen ‘Imaginar países: Entrevistas a escritoras latinoamericanas en Estados Unidos’, Hypermedia, 2021).