Fernández Fe y el lado C de las cosas

Estamos en La Habana. En un barcito muy bonito que queda en 17 entre G y H, Vedado. A un lado está el parque donde los jóvenes se reúnen y tratan de matar el tiempo, y al otro ese cementerio o asilo de ancianos que es la UNEAC. 

Me tomo un ron oscuro, creo que va a ser de los últimos que me tome en este país, porque, como todo el mundo, pienso irme echando bien prontico. Miro a la puerta. Hace algunos años aquí mismo me encontré a mi entrevistado de hoy. Pasaba en un carro, me vio, gritó, se detuvo y me acerqué a hablar con él. Organizamos para quedar y nunca pudimos.

Después de eso me mandó su libro de entrevistas a José Kozer, que es una maravilla.

Esta vez, que es como una especie de despedida de este barrio, sí hemos “aterrizado” el encuentro.

Su último libro, Hotel Singapur (Audere, 2021), llegó a La Habana con un año de retraso por culpa de la pandemia y como el país cerró por completo no había manera. Aunque la verdad es que mi ejemplar fue uno de los primeros en llegar. 

Gerardo Fernández Fe es así de especial y cuidadoso.

El escritor llega, lo abrazo, le echa una mirada al local y le parece bueno el ambiente. Lamentablemente no hay nadie conocido, todo el mundo se ha ido del país. 

El ambiente está bueno, pero estamos rodeados de desconocidos.

Pide una cerveza. Aprovecho y pido una también. Hay que refrescar.

Me le quedo mirando a las manos, a la cara, me recuerda a un amigo cercano. Quizá no, quizá es la sensación que te viene cuando andas con alguien al que has leído, con el que has pasado un buen tiempo. 

Nos ponemos manos a la obra.





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‘Hotel Singapur’ resalta lo que ‘La falacia’ y ‘El último día del estornino’ parecían dejar bastante claro: de los escritores cubanos nacidos después de 1959, Gerardo Fernández Fe es ya uno de los imprescindibles. Abilio Estévez.






Tengo la sensación de que esta es tu novela más ambiciosa. Varios personajes, espacios, tiempos… ¿Cuándo empezaste a gestar Hotel Singapur? ¿Cómo fue esa primera idea? Creo que un texto que abarca tanto debe llevar mucho pensamiento a lo largo de los años.

Todo echa a andar con un cuento que se llamaba “Los batracios”, que escribo hacia 2007 más o menos, viviendo todavía en La Habana. Tendría cuatro o cinco páginas, no más. Entonces entendí que había potencial para algo más ambicioso, para darle luz verde a la indagación y la escritura. A partir de ese momento, con niños que fueron creciendo, un trabajo nada intelectual para procurarnos el pan y luego dos mudanzas de país, llevaba rato dándole taller a este retorcimiento de historias, tonos y locaciones. Estaba listo para meterme en las patas de los caballos de una escritura más trabajada, nada lineal, que me diera placer a mí y a un puñado de lectores.

Como sabes, estas cosas pueden tener un punto de arranque mental, un día de alumbrón, unas primeras anotaciones, pero luego puedes cargar con ellas por muchos años. El texto por fin empezó a “coger cuerpo” en 2018 y al final el real proceso de escritura ni siquiera llegó a los 20 meses.

No puedo dejar de hablar de emociones con respecto a tu novela. En un mundo tan dividido, tan de blanco y negro y pocos grises, tan de hiperbolizar para ganar adeptos, seguidores… tu pluma es tan respetuosa, certera, incluso cariñosa con tus personajes, sin juzgarlos, pero al mismo tiempo colocando a cada uno en su lugar. Como la vida misma. Es algo que me encanta, lo tridimensionales que son. ¿En quién te inspiraste? El Grimmy, Urbano, Hilda… Pienso que hay ciertos movimientos que tienes que haber visto en alguien cercano.

Como estoy consciente de mis tics, mis taras y mis vicios, suelo fijarme en los de los demás. A finales de 2020, aquí mismo en La Habana, durante una sobremesa, tuve este debate con mi hermana. Nuestro padre había muerto diez días atrás, pero el diálogo era tranquilo, sobrio. Hablábamos sobre la memoria y los objetos que la sostienen y la alimentan. Ella se mostraba poco partidaria de conservar fotos antiguas, sobre todo de bisabuelos y familiares más lejanos, “porque no sabemos nada de ellos”, decía. Yo le respondía que para mí eso era lo interesante: imaginar la vida de la persona que aparece en una foto sepia. Ella me decía que, quién sabe, tal vez el bisabuelo había sido un maltratador. Yo le contestaba: “De acuerdo, pero no tenemos la certeza”. 

Ella se oponía a rendirle cierto respeto a través de una foto a alguien que pudo haber sido mala persona y yo le respondía que ahí radicaba para mí la atracción, en imaginar el pasado, en fabular a partir de aquella imagen que nos fue legada por alguien con quien tenemos cierta similitud genética. Y ella que no, que no le veía sentido a guardar fotos viejas. Y yo que sí, pues al no existir una biografía familiar o un compendio de opiniones de sus contemporáneos, lo único que nos quedaba era la imaginación y su disfrute. 

Hace unos días veía un documental sobre Kurt Vonnegut. El tipo admitía que no le gustaba ver fotos viejas porque recordaba a su hermana muerta de cáncer de manera prematura. Felizmente la mía vive, tenemos graves diferencias políticas, pero la familia, al menos para mí, está por encima de todo. Ahora, lo que más me llama la atención es que no le interese viajar al pasado y mucho menos especular con él. “Vida, doce mistério”, como canta Caetano. 

Aquel fue un debate interesante en el que quedaron definidas dos actitudes muy dispares: yo estaba a punto de publicar Hotel Singapur sin que lo supiera nadie de mi familia, y lo tenía todo muy claro. Si hace veinticinco años La Falacia fue una respuesta a la obsesión personal y nacional por la traición, esta nueva novela responde a mi interés por la cara no revelada del pasado.


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Gerardo Fernández Fe.


Hablando de movimientos, el comienzo es tan cinematográfico. ¿Qué libros leíste o qué películas viste en el transcurso de la escritura? Hay veces que uno sabe lo que quiere y otras uno solo sabe lo que no quiere. Con esta novela, ¿de qué tipo de historia o sensación quisiste alejarte?

Quise alejarme primeramente de un conteo ramplón de la realidad y de la vulgaridad de la escritura testimonial. No hace falta un vocabulario soez para que un texto sea vulgar. Mucho de lo que se ha escrito dentro y fuera de Cuba es soberanamente vulgar porque es chato, chambón, falto de vuelo y poco trabajado a nivel del lenguaje. Durante muchos años en este país se ha escrito una narrativa de picadillo de soya, de realismo de denuncia, que es, como dije en otro lugar, la contraparte del realismo socialista. Dos caras de una misma moneda que no me interesa. Que lo hagan otros y que vendan muchos ejemplares… “les deseo loooo mejor”, como se despedía hace años un presentador del parte del tiempo en televisión.

Hubo una época, mientras vivía en Quito, que me dio por recorrer casi toda la filmografía de Rohmer; algo trágico me llamaba la atención detrás de su tempo y ese regodeo suyo en la rutina personal y familiar.

Rohmer es de mis preferidos. La rodilla de Clara es una joya.

Por esa época me leí a casi todo John Cheever, tanto que luego, en un momento intrincado emocionalmente en mi vida, solía evitarlo. Hay lecturas que matan. Más adelante quise leerme a todo Philip Roth, pero por el medio reapareció Piglia, Sebald y Pitol. ¡Una locura! También los cuentos de Flannery O’Connor o de Kjell Askildsen, varias películas de Carlos Reygadas o alguna novela de Kenzaburo Oé. No tengo claro si me marcaron, pero ahí están. Como dices, hay veces en que uno sabe lo que quiere y otras no. Yo lo tenía más o menos claro, pero nunca imaginé hasta qué punto, incluso delirante, podía enredarse toda la trama.

Háblame de tu cine favorito.

No me considero un cinéfilo, pero uno siempre tiene una listica predilecta, como fotos mentales de personas que ya no están: Fanny y Alexander, de Bergman; Cría cuervos, de Carlos Saura; Canino, de Lanthimos; Una separación, de Asghar Farhadi; La ciénaga, de Lucrecia Martel; Las herederas, de Marcelo Martinessi; El regreso, de Andrei Zvyagintsev. Tú, que sí has visto cine, hallarás aquí un vínculo con mis temas de preferencia: la familia, las miserias humanas. Ah, y La obra del siglo, de Carlos Quintela, con esos dos Marios tan tremendos y esa aspereza en el ambiente.

¿Y tu música?

Así, al vuelo… Tárrega, Segovia, Carlos Embale y Simon & Garfunkel, Chabuca Granda, Keith Jarrett, Joaquín Rodrigo (hay un tema suyo, muy breve, que se llama Adela, no dejes de escucharlo; casi siempre las canciones con nombre de mujer son hermosas: MichelleSuzanneAngieMandyRoxanneLucíaYolandaGrettel; esa canción de Varela que me vira bocarriba). También están Nina Simone y casi todo Erik Satie; Amalia Rodrigues, Supertramp y los Van Van; Bee Gees y el José José de los años 70.

Por cierto, veo que la novela abre con un exergo de una canción de José José. ¿Puede uno escuchar ese tipo de música y leer a Sebald?

¡Cómo no! A cada rato entro a bañarme y pongo los temas más viejos de José José y de Roberto Carlos. Mis hijos se ríen mucho de mí. ¡Claro que es posible! Luego lo apagas y te pones a leer a Fleur Jaeggy, a Claudio Magris, a Natalia Ginzburg. ¿Cuál es el drama?





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‘Hotel Singapur’ resalta lo que ‘La falacia’ y ‘El último día del estornino’ parecían dejar bastante claro: de los escritores cubanos nacidos después de 1959, Gerardo Fernández Fe es ya uno de los imprescindibles. Abilio Estévez.






Volviendo al libro, siento que es muy cubano y al mismo tiempo universal. Siento mucha honestidad en lo que voy leyendo. Labor titánica, y digo esto y no dejo de pensar en Moby Dick, en la cacería de la ballena blanca… (y no hablo de la extensión del libro). Pero si veo unas ganas tremendas de atrapar algo intangible sin pasarte ni exagerar ni quedarte corto. ¿Qué buscabas?

No creo que me haya quedado corto con 400 páginas, al contrario. Entiendo que agoté con creces el potencial de aquel cuentecito de cuatro páginas. Y no me refiero solo a la extensión física, sino a esa energeia que debería tener toda novela.

Ahora, ¿qué buscaba? Creo que capturar el lado C de las cosas y de las personas. Fíjate que hay un lado A, visible, donde prevalece el cálculo y la pose; y luego está el lado B, el íntimo, el que solo conocen unos pocos. Pero, ¿qué me dices del C, el de los complejos, los malos pensamientos, las pesadillas, los miedos?

Una de las primeras lectoras de Hotel Singapur, Esther María Hernández, una amiga querida, conocedora del teatro y sus montajes, me hizo notar la sensación de saturación que pudiera dejar tal abundancia de personajes y de situaciones; algo peligroso, no hay duda, que puede conducir a lectores morosos o poco adiestrados a abandonar, pero que a mí me produjo el placer infartante del corredor de maratón o el del escalador de unas cumbres que son, en este caso, borrascosas.

Ese “intangible” del que hablas, que yo pretendía atrapar, pudiera estar en el ambiente opresivo de una oficina y en la situación “inverosímil” (una palabra que odio) de que exista un sujeto que necesite averiguar por puro vicio el pasado de los demás. Perfecto, lo admito. Pero fíjate que pudiera estar también en la manera en que fui tejiendo todas esas tramas. Si se trata de atrapar, me ha dado mucho placer atrapar un modo de escritura.

Hablando del lado C de las personas, ¿A qué le tienes miedo?

A perder la cabeza, a un incendio en casa mientras estoy durmiendo, a los cocodrilos…

¿Cocodrilos?

El lenguaje lo es todo. Hay una expresión que me resulta extremadamente gráfica, cuando hablan de un río o un lago “infestado de cocodrilos”. Es una de las cosas que más angustia me genera, sobre todo porque ahí no sabes por dónde te viene el peligro, ya que casi siempre son aguas turbias. Y a mí me gusta saber, ¡todo el tiempo!, para poder prepararme para lo peor. Hace unos años, a un sujeto le dio por hacerme llamadas y enviarme mensajes amenazantes. Me dijeron “bloquéalo”, pero no lo hice; necesito saber todo el tiempo por dónde viene el peligro.


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Gerardo Fernández Fe.


¿Por qué no me haces dos o tres revelaciones más?

¿Eres consciente del tonito amarillista que está cogiendo esta entrevista?

Por ejemplo, se me ocurre: ¿te gusta el ajedrez? Tienes cara de jugador de ajedrez. 

Negativo. Creo que es para seres demasiado inteligentes y pacientes. Hace poco supe que Ilona Staller, la célebre Cicciolina, juega y lo hace bien; es una mujer muy inteligente y atrevida. Pero a mí, cuando lo intenté con 11 o 12 años, me daba dolor de cabeza. Mi abuelo Sixto, nacido en 1898 en O Saviñao, Galicia, con quien tuve la suerte de compartir techo por más de veinte años, tenía un lindo juego de madera. Ahí lo intenté, pero no funcionó. Prefiero el dominó y todos sus rituales, aunque soy bastante malo.

En esta mesa hoy no vamos a hablar de porno, pero cuéntame otro secreto…

Mmmm, esta confesión es antipatriótica por todos los costados: no me gusta Celia Cruz. No me identifico con su sonoridad ni con su imagen. Prefiero a la Orquesta Aragón, a Benny Moré, a Celeste Mendoza, a Vicentico Valdés, a Elena Burke.

Eso sí que no. ¿Después de esto qué me vas a decir?

Esta otra revelación hará que algunos de tus amigos intelectuales levanten demasiado las cejas: nunca he leído a Roberto Bolaño.

¡No jodas! Sus cuentos completos me los he tenido que comprar tres veces. Lo compro y lo pierdo…, lo compro y lo vuelvo a perder.

No solo eso: tampoco sé si algún día llegaré a leerlo. ¿Crees que iré a la guillotina? Habiendo asumido mi parte de responsabilidad, pienso que la culpa de esta reacción la tienen los propios bolañistas, que llevan tantos años masturbándose delante de sus libros y sus imágenes. ¡Son tan cansinos!

Nos dispersamos con facilidad con todo el movimiento que hay en el bar. Volviendo al libro, veo que se trata de una autopublicación. ¿Qué es esto, un acto político?

Político en la medida en que responde a una reacción ante el estado de las cosas. Luego de un año y medio tocando puertas de editoriales conocidas en España y en México, gracias a la mediación de buenos amigos como Iván de la Nuez y Carlos Manuel Álvarez, de haber participado en algún que otro concurso y de haber sido ignorado por dos o tres agencias literarias, tomé la decisión de ocuparme por mí mismo del asunto, de correr todos los riesgos, como un kamikaze. ¿Acaso no lo hacen los músicos cuando graban sus descargas en una habitación empapelada con cartones de huevo? Esta es mi descarga y estos son mis huevos.





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‘Hotel Singapur’ resalta lo que ‘La falacia’ y ‘El último día del estornino’ parecían dejar bastante claro: de los escritores cubanos nacidos después de 1959, Gerardo Fernández Fe es ya uno de los imprescindibles. Abilio Estévez.






Ahora, habría sido imposible de no ser por la ayuda de personas como Ivette Leyva, a quien este libro y yo le debemos mucho. También está la cesión de la imagen de portada, obra de una vieja amiga, la fotógrafa francesa Virginie Burgos; además de las palabras que le dedicó Abilio Estévez y la atención que le prestó Joaquín Badajoz.

Que es un riesgo, lo sé. Que quedan reducidas de gran manera las opciones de distribución, también. Que uno sigue siendo un outsider… bueno, en realidad nunca me ha interesado estar bajo los focos ni subiéndome desesperadamente a todas las tarimas. No es mi estilo, en ese sentido tengo alma de segundo violín.

¿Cuál es tu experiencia con las editoriales cubanas en el extranjero?

Mi hartazgo hacia el sistema editorial ordinario y la decisión de publicar esta novela por mi cuenta coincidieron con un problema que tuve con uno de esos editores, por su falta de seriedad y profesionalismo al ocuparse de dos de mis libros. Ahí me dije: “Basta ya, tienes que hacer algo”.

Esta es una asumida producción independiente, hecha con la complicidad de unos amigos, al amparo de la facilidad que ofrecen la divulgación y la venta digitales; así como el demonizado monstruo de Amazon, que tantas librerías pequeñas habrá llevado a la bancarrota, es cierto y lamentable, pero que alguna cosa buena, aunque sea mínima, tendrá, ¿no?

Y ahora te respondo: ahí está Rialta, con la que tengo tres libros, una excelente relación y mucho por hacer en el futuro. También está Hypermedia, en cuyo catálogo continúo. Y me consta que las puertas de Casa Vacía están abiertas para mis trabajos por venir. Son tres sellos que respeto y que sigo. Pero esta vez me tomé el asunto por mis propias manos. Sin miedos. ¡Qué más voy a perder pasados los 50 años!

¿Eres de los escritores que se colocan de personaje a sí mismos en sus obras?

Siempre hay algo, es inevitable, pero no al nivel que supongo que te refieres. Valoro mucho la contención, suelo practicarla. Me inquietan bastante los escritores que se ponen constantemente en el centro de su trabajo; por lo general no es una fórmula que salga bien, es demasiado egotista. No todos los días nace un Philip Roth. En las artes plásticas hay infinidad de casos que funcionan, pero no en la literatura; mira qué cansino se vuelve Cabrera Infante cuando solo habla de sus correrías amatorias en La Habana de los 60… ¡En el fondo es tan ingenuo todo! De todos modos, Caín no deja de ser un grande de nuestras letras. 


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Gerardo Fernández Fe.


En cuanto a los otros, siempre me hago esta pregunta: ¿Serán capaces de desdoblarse, de escribir en tercera persona sobre algo o sobre alguien que no sea su cabrón retrato? También me exasperan los que asumen el vedetismo como estrategia de acompañamiento. Uno es como es, claro, pero asomarse a las redes y ver los excesos verbales y de imagen de cierta gente ya es una buena cura preventiva.

La literatura cubana está llena de escritores sobrevalorados, pero esto no es algo que caiga del cielo: ocurre porque ellos son los primeros que se lo han creído demasiado y sobre todo porque con esa misma intensidad se miran a diario en el espejo. 

¿Pero eso del espejo no es normal en todos?

No lo dudes. “Lo que no se ve es como si no fuera”, escribió Gracián en su Oráculo manual hace cuatro siglos. Pero a estos de los que te hablo se les va la mano. La peculiaridad de nuestros tiempos es que casi todo el mundo está en las redes y estas son un muestrario de los tics, los cálculos, las entretelas de cada cual. Luego están los comparsas que no dejan de aplaudirlos y se creen el cuento sin un ojo crítico.

¿Sabes quiénes son Alexandra Molina, Pedro Marqués de Armas, Ernesto Santana? Escritores muy interesantes, con una obra sobria, sólida y reposada, pero que “no suenan”, como se dice ahora, no venden imagen, no están o aparecen muy poco en las redes. Son escritores a los que no les interesa convertirse en líderes de opinión ni hacernos llegar sus reflexiones sobre la primera lluvia de mayo o la invasión rusa a Ucrania, mucho menos mostrarnos su último selfi mientras se comen una natilla de kiwi.

Pero déjame irme más atrás, a tiempos predigitales: siento respeto y consideración por escritores como Cleva Solís, Roberto Friol, Francisco de Oraá o Miguel Collazo, que no solo fueron buenos en lo que hicieron, sino que jamás corretearon detrás del halo de luz de la celebridad, como sí sucedió con contemporáneos suyos de menor valía, como Pablo Armando Fernández o Miguel Barnet. ¡Esos sí que se subieron a todas las carrozas!

Ya veo que es algo en lo que te has detenido a pensar.

Pienso en la sobriedad como contraparte de la “infladera”, que es un término que la RAE debería empezar a considerar, porque es bien gráfico. Lamentablemente editores, agentes literarios, periodistas culturales, articulistas, académicos, traductores a la caza de un hallazgo, muerden el anzuelo y se van muchas veces con los nombres que más repiquetean. Ya sabes, en este mundo muchas veces pesa más el paratexto y el brilli-brilli que lo creativo mismo.

Por lo general, y esto va más allá del mundo de las letras, algo me hace desconfiar de estos campeones de la automitificación. Les falta pudor, contención y misterio; se les ven las costuras, y eso a veces me aburre y otras hasta me disgusta, sea quien sea el personaje.





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Hablando de cosas más alegres, me quedé conectado con una imagen: tú, cantando a Roberto Carlos en el baño y tus hijos riéndose detrás de la puerta. Es muy cinematográfica.

Y eso que no me han escuchado cantar Búscame, de Héctor Téllez, a todo pulmón.

¿Qué edad tienen ellos?

Daniela tiene 22; Mauricio 25.

¿Te has enamorado mucho?

(Silencio) En algunos costosos pantanos sí me he metido, no lo dudes.

Ya terminamos: ¿Algún libro en preparación? ¿Algún deseo?

Me gustaría escribir uno, pero solo tengo el título: Los ojos de Gabbie Carter.

¿Pero esa no es una actriz porno?

¿Ya ves? Ahora por tu culpa entraré de cabeza en las listicas calientes de los neopuritanos. Al final todo será por tu culpa, no lo olvides. Anda, aprovecha lo que queda de mi cerveza, que de tanto hablar se me ha calentado, como siempre.


© Imágenes de interior y portada: Alejandro Taquechel.




Gerardo Fernández Fe

Gerardo Fernández Fe: “La escritura y la lectura son actos de soledad”

Iván Darias Alfonso

“La vida en Cuba es muy chata. Aunque, ojo, tan chata como puede ser la de una familia cubana en Miami, solo que por razones diferentes. En la isla hace décadas que se impuso la grisura, hace rato que se acabó el relato. Lo que prevalece a nivel político, social e incluso doméstico, es una ausencia total de imaginación”.