Carlos Alejandro Rodríguez: “Contar Cuba tal como es”

Carlos Alejandro Rodríguez Martínez (Placetas, 1991) se licenció en Periodismo por la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas (UCLV) en 2015. Su primer puesto laboral fue de redactor-reportero en el periódico Vanguardia, órgano del Comité Provincial del Partido Comunista de Cuba en Villa Clara. En 2017 comenzó a trabajar como reportero de la revista independiente Tremenda Nota (una publicación que da cobertura a las minorías en Cuba, con un enfoque especial en la comunidad LGBTIQ) y rápidamente llegó a ser el editor de este medio.

Mientras trabajaba en Vanguardia, entre 2015 y 2017, colaboró con medios independientes como El Toque, Periodismo de Barrio OnCuba. Fue durante la época en que había cierta tolerancia con los periodistas de medios oficiales que también colaboraban con medios independientes. Ya no existe esa tolerancia. 

De hecho, Carlos Alejandro fue integrante de un grupo de nueve jóvenes periodistas que protagonizaron una protesta sin precedentes dentro del gremio de los medios oficiales, defendiendo su derecho a escribir en los medios independientes. Estos nueve periodistas redactaron lo que después se conocería públicamente como la Carta de Santa Clara, donde hablaron clara y abiertamente de la censura en los periódicos oficiales, de las distorsiones estructurales del sistema comunicativo y de los “medios acríticos dedicados a presentar visiones triunfalistas de los hechos”. Además, denunciaron una verdadera “cacería de brujas preventiva” desatada contra ellos por la Seguridad del Estado.

Desde mayo de 2019, Carlos Alejandro reside en Miami y es redactor y editor del periódico digital CubaNet, y periodista y editor de género del Proyecto Inventario. Dice que el exilio no ha significado una renuncia al periodismo: “de hecho, a varios de mis colegas y a mí, tener que salir de Cuba nos acercó aún más a la prensa independiente. Perdimos la posibilidad de hacer trabajo de campo en la Isla, pero ganamos tranquilidad para investigar en archivos y bases de datos, y conectividad a Internet para rastrear fuentes e historias en las redes sociales”. 

En su caso particular, el exilio le ha permitido descubrir que el modelo de medios con reporteros dentro de Cuba y editores, redactores, programadores y jefes de redacción en el extranjero, funciona y salva a los medios del jaqueo y otros ataques sistemáticos. “Por esto”, aclara, “aun cuando los periodistas sean detenidos dentro de la Isla, los medios pueden publicar”.

¿Podrías describir tus orígenes familiares y sociales? ¿Qué trabajo o profesión practicaban tus padres y cuán “integrada” fue tu familia al proceso revolucionario durante tu niñez? 

A pesar de que mi papá era trabajador civil de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en mi casa no se solía hablar del Gobierno, ni mal ni bien. Tanto mis padres como yo estábamos, por supuesto, sometidos a la intensa propaganda del régimen cubano, pero los asuntos estrictamente políticos nunca fueron una preocupación diaria; como sí lo fue, por ejemplo, la escasez de alimentos. 

He intentado desprenderme de algunos recuerdos de esa época, pero regresan una y otra vez: mis padres sin saber cómo poner un plato de comida a la mesa, y yo en una esquina de la casa, llorando por el hambre. 

Si bien nunca me adoctrinaron a favor del régimen, tampoco los escuché hablar nunca en contra los gobernantes cubanos. Ni siquiera hoy dirían que en Cuba gobierna una dictadura, pero no puedo culparlos: no tienen otro medio de información que los periódicos oficiales y la televisión; jamás han salido del país. Mi mamá ni siquiera conoce La Habana.

¿Cuán “integrado” fuiste tú de joven y adolescente? ¿Cómo fueron tus experiencias educacionales?

Yo fui creciendo por un camino de corrección política: participaba en actos político-culturales, iba a congresos pioneriles, integraba la Unión de Jóvenes Comunistas. Así fue hasta que, en algún momento de la Universidad, que ahora no puedo definir, comencé a ver la censura, el miedo de la gente a expresarse, y mis propios temores a contradecir el discurso dominante. 

A diferencia de la mayoría de mis compañeros, conocí la naturaleza represiva del sistema apenas en segundo año de la Universidad, cuando un agente de la Seguridad del Estado me acosó, interrogó y amenazó para que le diera información sobre mi pareja de aquel momento: un periodista de medios oficiales que era “demasiado crítico con Revolución”.

¿Cómo y por qué decidiste estudiar Periodismo? 

Me lo sugirió mi profesora de Español-Literatura, cuando yo tenía 15 años. Había pasado toda mi vida en una comunidad rural, nunca había pensado en el periodismo, pero me gustaba leer y escribir. Entonces me parecía que los periodistas que salían en la televisión, y los que firmaban sus textos en los diarios, necesariamente eran profesionales prestigiosos, cultos. Pensé que yo también quería ser eso.

Llegué a la enseñanza media superior convencido de que, al menos, me presentaría a las pruebas de aptitud de Periodismo. Pasaron tres años, hice los exámenes, me otorgaron la carrera y en 2010 entré a la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas.

¿Qué te atraía de la idea de ser periodista en un país como Cuba?

Escogí Periodismo a la ligera, sin saber realmente lo que significaba ser periodista bajo un sistema totalitario. Mucho menos había pensado en los límites de la profesión en la Isla. Faltaban al menos dos años para convencerme de que lo que mis profesores esperaban que yo hiciera era propaganda partidista y no periodismo.

Pero una vez que conocí el panorama periodístico cubano y pude analizarlo con más rigor y madurez, acepté que, de todos modos, habría optado por la carrera de Periodismo. Hasta cuando rompí para siempre con los medios estatales y la oficialidad, e incluso las veces que me detuvieron o amenazaron por ejercer la carrera que había estudiado, no me arrepentí de haber escogido Periodismo.

Dices que en el segundo año en la UCLV recibiste presiones y amenazas de la Seguridad del Estado…

Varios amigos y profesores me advirtieron de que el “compañero de la Seguridad del Estado que atendía a la comunidad universitaria” estaba haciendo preguntas sobre mí. Incluso, una joven que trabajaba en la Secretaría Docente de mi facultad, me contó que el agente de marras había accedido a su departamento para chequear mi expediente académico. Por todas las vías me llegaron noticias del interés de ese sujeto. Aunque sería mi primer contacto directo con un agente de la Seguridad del Estado, el día que se atravesó en mi camino no fue una sorpresa.

Un mediodía del curso escolar 2012-2013, yo iba del aula al comedor. El policía de civil se presentó ante mí —no recuerdo el nombre que usó— y me pidió que lo acompañara a su oficina, que estaba ubicada en uno de los edificios de la residencia estudiantil. En aquella habitación oscura, con las persianas cerradas para que nadie pudiera mirar desde fuera, empezó un largo monólogo que no tengo ánimos de recordar.

En esencia, el policía me “informó” que yo me estaba reuniendo con una persona potencialmente contrarrevolucionaria (mi novio de entonces) y me pidió que colaborara con la Seguridad del Estado. Mi silencio lo irritó sobremanera. Yo le dije que era de pocas palabras. Después de una hora de aquella desagradable “conversación”, me di cuenta de que no me permitiría salir de la oficina hasta que escribiera en un papel, de mi puño y letra, cierta estupidez que a él le pareció una prueba rotunda de mi compromiso político:

“Yo, Carlos Alejandro Rodríguez Martínez, me comprometo a colaborar con los órganos de la Seguridad del Estado hasta mi última gota de sangre”.

Escribí lo que tuve que escribir y, antes de salir, él me pidió que más adelante le hiciera llegar mi autobiografía. “Échala por debajo de la puerta, para que no nos vean juntos”, me dijo. También me dio un nombre de agente y me escribió el número de teléfono adonde debía llamar para entregarle información que considerara valiosa.

Yo salí de aquella habitación temblando, pero convencido de que no volvería a reunirme con ese sujeto. Entonces, por supuesto, él me cazó: como no seguí ninguna de sus “orientaciones”, un par de semanas después me pidió lo que, a su juicio, yo le debía. Y en aquella misma acera, por donde pasaban otros estudiantes, le dije que no me buscara más, que no iba a darle lo que quería, que no me interesaba conversar con él. 

Lleno de furia, me dijo: “Ahora sí vas a saber quiénes somos nosotros”. Y se fue refunfuñando.

Esa misma tarde me presenté en la oficina de la decana de la Facultad. Le conté lo que había sucedido y le dije que, si no detenía a aquel acosador, yo no tenía otro remedio que publicar, por cualquier vía, lo sucedido. En los años siguientes de Universidad, ni ese agente ni ningún otro volvieron a molestarme, al menos de manera directa.

En tu experiencia, ¿los estudiantes de Periodismo en Cuba se preparan para ser “fiscalizadores del poder” o “facilitadores del poder”? Es decir, ¿al llegar a la prensa oficial es que chocan con el muro de la censura y la práctica de la obediencia, o ya desde las aulas están entrenados para ser “leales facilitadores” del poder y las políticas del Estado? 

Algunos de mis profesores eran los propios periodistas de los medios de propaganda, así que no podían enseñar algo diferente a lo que ellos mismos hacían. Sin dudas nos preparaban como “facilitadores del poder”, pero en la Universidad prevalecía a veces un halo romántico de la profesión.

Por ejemplo, tuvimos una asignatura llamada “Grandes figuras del Periodismo”, en la que estudiábamos los textos de Gabriel García Márquez, Ryszard Kapuścińki y Oriana Fallaci, una de las más grandes periodistas del siglo XX, según el canon liberal. El modelo de periodista de mi generación nunca estuvo en Cuba.

No obstante, una vez en los medios, todo ese romanticismo era aplastado: nos habían dado la bienvenida al reino de la propaganda.

¿A tu juicio, a qué se debe este fenómeno de ruptura que lleva a jóvenes graduados a abandonar el periodismo estatal para pasarse al periodismo independiente? ¿Por qué ahora y no antes?

Porque el efecto de la propaganda ha sido acumulativo. A los 20 y a los 30 años ya cargábamos encima décadas de propaganda seudoperiodística. Cuando salimos de las universidades ya existían medios independientes, pero poco después surgieron otros nuevos: el ecosistema de publicaciones se diversificó y nuestras posibilidades de ejercer el periodismo, lejos de la radiactividad del Comité Central del Partido, fue mucho más tentativa que seguir en unos medios que, en algún día no lejano, tendrán que disolverse.

¿Cuál fue tu primer puesto laboral como periodista en el sector oficial? 

Siempre supe que quería trabajar en la Redacción de un periódico impreso, como si no perteneciera a la generación digital. (Lo soy por edad, pero no por lugar de nacimiento: la primera computadora que vi llegó a mi pueblo natal cuando yo tenía 11 años. Hasta entonces, mi contacto con la tecnología se limitaba a encender y apagar el televisor Krim-218 de mi casa. Aquella computadora me maravilló, al punto de que pensé estudiar Informática u otra carrera afín. Por suerte esa idea se fue disolviendo con el tiempo y opté por Periodismo. Y digo por suerte porque, de perseverar, habría terminado seguramente en la UCI, la cantera de las “ciberclarias”).

Pasé los cinco años de la Universidad convencido de que quería ir a trabajar al periódico Vanguardia, el órgano oficial del PCC en Villa Clara. Desde mi primera práctica preprofesional, me mantuve como colaborador de ese medio. Incluso antes de graduarme ya me habían asignado una sección fija en la página cultural del periódico. Al graduarme, tenía una plaza asegurada, aun cuando vivía en Sagua la Grande, a 50 kilómetros de Santa Clara, y tenía que viajar prácticamente a diario a la Redacción.

Yo fui el último de un grupo de jóvenes periodistas graduados de la UCLV que llegaron a Vanguardia con ánimos de cambiar aquel medio, profundamente aburrido, conservador y esquivo de los temas relevantes para la sociedad cubana. Fui el último en nutrir el grupo que se estaba nucleando allí. Tras su disolución, las cosas volvieron a ser como eran antes: expulsados los más contestatarios, en la Redacción quedó la misma maquinaria de siempre, bien engrasada, para producir propaganda.

Recién graduados, pensábamos que si no se hacía mejor periodismo era por culpa de los reporteros y no del sistema (como el régimen se ha esforzado en hacer creer). De hecho, en esa época asumíamos que el sistema de la prensa estatal se podía reformar desde dentro. Y eso queríamos hacer nosotros, consciente o inconscientemente.

Como se sabe, estábamos profundamente equivocados. El sistema de propaganda cubano, que no de periodismo, es una maquinaria que, hasta hace poco, engullía el talento y la voluntad de muchos de generar un mejor periodismo, y los devolvía en forma de propaganda ideológica: la propaganda más simple y penosa que se publica, todavía, en esta parte del mundo.

Y no digo hasta hace poco porque ahora el panorama sea diferente, sino porque los jóvenes con ansias de hacer periodismo ya no entran a los medios oficiales, o se van pronto de ellos. Solo basta mirar quiénes nutren la prensa independiente en Cuba y quiénes han permanecido en los medios estatales.

En 2011, el escritor cubano residente en Londres Juan Orlando Pérez publicó una reflexión en su blog titulado “Profesión, periodista. Cubano. Perdón”, donde dice que ser periodista en Cuba es la receta perfecta para una vida profesional de una “espesa insatisfacción” y una “tremenda frustración”. Al mismo tiempo, describe los dos años que trabajó en Tribuna de La Habana como los más felices de su carrera. Basado en tu experiencia, ¿cómo entiendes esta descripción contradictoria de Juan Orlando Pérez?

Hasta hoy no había leído esa reflexión de Juan Orlando Pérez. No sabía que la sensación que tengo ahora de mi paso por Vanguardia era semejante a la de otros colegas, incluso de generaciones anteriores. En ese periódico, al menos durante los primeros meses de trabajo, y pese a la frustración, la censura y las discusiones incesantes con mis jefes, viví algunos de los meses más felices después de graduarme. Será porque, como dije antes, tenía la satisfacción de haber llegado adonde entonces pensaba que quería llegar.

De seguro la mayoría de nosotros recuerda con cariño las primeras coberturas y otras experiencias de trabajo. A la vez, en ese momento pensábamos que podríamos escribir importantes investigaciones o notas memorables. A la larga nada de eso sucedió, al menos no en los medios estatales. Pero, aun así, no me arrepiento de haber pasado por Vanguardia: la mejor manera de saber cómo se miente y se tuerce la realidad, cómo se parapeta la información o se ocultan datos, es haber conocido por dentro la maquinaria de propaganda estatal. 

Pocos meses después de llegar a Vanguardia, ya sabía que nada de lo que teníamos en la cabeza era posible. Un año y medio después, estaba desesperado por salir del periódico. Quería irme, pero temía que invalidaran mi título universitario por incumplir el período de Servicio Social, como amenazaban nuestros jefes. Hoy sabemos que no valía la pena cumplir con ese requisito, porque nunca más estaríamos dispuestos a trabajar en un medio oficial. 

No somos periodistas porque estudiamos Periodismo, sino porque queremos ejercer el periodismo, y lo hemos ejercido pese a los obstáculos.

Hasta aquí, la “espesa insatisfacción” y la “tremenda frustración” se codean con el recuerdo de aquellos meses “felices”. No obstante, cuando el periódico en el que quería trabajar se convirtió en el lugar donde me interrogaban un par de oficiales de la Seguridad del Estado, supe que había llegado la hora de poner fin a ese trabajo. Tenía que escapar.

¿Saliste por voluntad propia o te expulsaron? 

Estaba desesperado por salir de Vanguardia: deseaba profundamente que se cumplieran los dos años de Servicio Social para irme a cualquier lado, aunque eso significara no trabajar más como periodista. Y así es como llegué a este punto: 

La edición impresa de Vanguardia salía cada sábado. Por lo general, los viernes me iba tarde, esperando revisar mis textos en la plana. Me iba confiado de que mis artículos habían pasado todos los filtros y que, al día siguiente, saldría publicado justo lo que yo había escrito, con los cambios que yo había consentido.

Pero cuando me despertaba el sábado y lograba conseguir un periódico, me daba cuenta de que habían cambiado mis notas (expresiones y datos censurados, así como modificaciones no por razones estilísticas o factuales, sino por motivos políticos). En ese momento, me convencía de que no tenía sentido seguir en un medio como aquel. 

El lunes hacía el trayecto de una hora y media en camión entre Sagua la Grande (a donde me mudé en 2013 o 2014, a vivir con mi exnovio) y Santa Clara, convencido de renunciar. Pero cuando llegaba a la Redacción me dejaba persuadir por mis colegas, que me recordaban el riesgo de invalidación del título universitario. El ciclo se repitió una y otra vez, hasta que entró en juego la Seguridad del Estado.

El 15 de abril de 2016 publiqué en OnCuba la crónica “La soledad de la mujer pezUna semana después, el subdirector del periódico cedió su oficina a un teniente coronel de la Seguridad del Estado para que me interrogara sobre mis colaboraciones con los medios no estatales (hasta ese momento: OnCubaEl Toque y Periodismo de Barrio).

Los agentes de la Seguridad tenían pleno acceso a todas las oficinas y espacios del edificio del periódico. Ese día fue la primera vez que le vi la cara al teniente coronel Adrián Vega (así se hacía llamar). Entró a la Redacción y estuvo varios minutos parado detrás de mí, buscando la manera de interrumpirme. Luego me tocó un hombro, se presentó y me pidió que lo acompañara a la oficina que le habían cedido. Antes de entrar, otro agente que lo acompañaba me quitó mi teléfono, y ahí comenzó una primera sesión de “amables” amenazas.

(Hay dos entradas de abril de 2016, “Milagros en todas partes” y “¿Por qué escribo?”, del blog La aldea maldita, que entonces publicaba, y que explican en parte lo que pasó después de la publicación de “La soledad de la mujer pez”).

Como te expliqué antes, esa no era la primera vez que un agente de la Seguridad del Estado me interrogaba, pero esta vez salí del encuentro convencido de que jamás me iba a librar de aquella presión nefasta. 

Nuevamente me pidieron que colaborara, me ofrecieron recargas telefónicas para que mantuviera la comunicación con los agentes, y me aseguraron que ellos me podían poner donde yo quisiera (la zanahoria). Y, por supuesto, también me amenazaron (el garrote): de la misma forma, podían cerrarme todos los caminos hasta enterrarme en una emisora municipal o, peor aún, impedirme trabajar como periodista.

¿Cómo evitaste entrar en ese juego sucio?

Siempre utilicé la misma estrategia, que no fue calculada, sino natural: silencio rotundo. Los dejaba hablar, amenazar, proponer, y apenas asentía cuando se referían a asuntos triviales. Supongo que mi silencio a ellos les parecía la aceptación de algo, pero era todo lo contrario. 

Menos de dos meses después de ese episodio, en junio de 2016, mis colegas y yo nos preparamos para participar en el Pleno Provincial de la UPEC de Villa Clara. El presidente de la UPEC en ese entonces nos hizo saber que seríamos atacados en la reunión, a causa de nuestras colaboraciones con los medios independientes, y nos pidió que defendiéramos nuestro derecho a escribir en tales periódicos y revistas. 

Previendo esos ataques, y cansados de ser presionados por la Seguridad del Estado, redactamos lo que después se conocería como la Carta de Santa Clara. No teníamos intención de leerla, a menos que fuéramos atacados. Entonces llegó el día del Pleno, el 7 de junio de 2016, y obviamente nos condenaron. Nos levantamos a leer el documento frente a dos miembros del Comité Central del PCC y varios periodistas de rango nacional, como Rosa Miriam Elizalde, actual vicepresidenta de la UPEC. Como cada periodista tenía solo tres minutos para intervenir, la colega que leyó la carta pidió usar los tres minutos de cada uno de nosotros (éramos nueve, si mal no recuerdo), que estábamos de pie detrás de ella.

Las caras pasaban del asombro a la ira, de la ira al susto, y del susto al miedo. La carta fue leída íntegramente. Nos sentamos. Nadie aplaudió. 

Un reconocido periodista radial de Villa Clara tomó la palabra y dijo que no podía creer las denuncias que habíamos acabado de hacer, particularmente las que señalaban a la Seguridad del Estado. Pedí la palabra para responderle y conté, entre otros detalles, que pocas semanas antes dos agentes me habían interrogado en la oficina del subdirector del periódico, con la anuencia de este. Pedí a la directora de Vanguardia que me desmintiera, pero solo hubo silencio.

Ese día marcó el principio del fin, no solo para mí, sino para todos los colegas villaclareños que habían comenzado a colaborar con los medios independientes. Pocas semanas después, un oficial de la SE reconoció que la lectura de esa carta, considerada como la primera protesta de un grupo de periodistas de medios oficiales, había sido imperdonable. 

Tras varias semanas de presión, mis cuentas de Facebook y Gmail fueron jaqueadas en la propia Redacción del periódico. (La Redacción era el lugar donde yo me conectaba a Internet en aquel momento. Además, el informático podía intervenir nuestras sesiones desde el servidor. A menudo lo hacía para resolver dificultades técnicas de los periodistas. No era extraño que lo hiciera, también, por presiones de la Seguridad del Estado).

Ese día asumí que me iba, definitivamente. Consulté a una abogada y logré probar que se había cumplido mi período de Servicio Social. Pedí la baja, fue aprobada y salí para siempre de Vanguardia. Nunca más volví a entrar al edificio del periódico, donde me quedaban muy pocos amigos. 

Mis compañeros (la mayoría de los firmantes de la Carta de Santa Clara) fueron expulsados pocas semanas después del Pleno de la UPEC por diferentes motivos. Algunos fueron sancionados por una supuesta mala praxis periodística y separados temporalmente del periódico; cuando intentaron reincorporarse, la directora de Vanguardia les advirtió que solo serían readmitidos si dejaban de colaborar con los medios independientes. 

No me corresponde revelar la identidad de los firmantes. Algunos aceptaron las presiones de la administración de Vanguardia, del Comité Provincial del PCC y la UJC, y permanecieron en el periódico. Otros fueron expulsados por su participación en un taller de periodismo de investigación impartido por el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS) en Lima, Perú, en 2017. Se trataba de la segunda edición del taller organizado por IPYS, donde participamos 10 periodistas cubanos.

He leído en 14ymedio que la publicación de la carta fue como “una bomba de fragmentación” en el gremio de Villa Clara.

Tras la Carta de Santa Clara, hubo unos pocos días de calma. El mismo día que la leímos yo regresé a Sagua la Grande en un bus con periodistas de la emisora municipal de radio. Fue muy gracioso, porque durante todo el viaje, de una hora y media, nadie me miró ni me dirigió la palabra. Los demás tenían más miedo de hablar con nosotros, que nosotros de las consecuencias de protestar.

El 1 de julio de 2016, la Carta apareció publicada en Diario de Cuba. Entonces la nube de silencio que se había formado a nuestro alrededor se disipó. De inmediato el Comité Provincial de la UJC, el Partido Provincial y la administración del periódico nos convocaron para “analizar lo sucedido”. En todos los casos, fuimos amenazados. Nos dijeron que quien había filtrado la Carta pagaría las consecuencias. Una de las firmantes, que luego aceptó las condiciones de la Seguridad del Estado y mantuvo su puesto en el periódico, llegó a decir que el responsable de la filtración debía ser “crucificado”.

En la reunión con cuadros de la UJC, uno a uno tuvimos que hacer una declaración de principios en la cual lamentábamos que la Carta se hubiera filtrado. Ese día, al Comité Provincial de la UJC tuvo la idea de que publicáramos un mea culpaen nuestras redes sociales. Yo no estaba dispuesto. Finalmente, por consenso del grupo, acepté escribirlo con una condición: lamentaríamos la filtración, sí, pero también reafirmaríamos cada una de nuestras demandas. Escribí el mea culpa sabiendo que la Seguridad del Estado, que debía revisarlo, nunca iba a permitir su publicación. Y eso era justo lo que yo pretendía.

El clímax llegó cuando Miguel Díaz-Canel, entonces primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, viajó a Villa Clara y se reunió con el Consejo de Dirección del periódico para tratar el asunto de la Carta. Según dos de los participantes en esa reunión, Díaz-Canel habría querido reunirse con los firmantes, pero el Comité Provincial del PCC tendió una “emboscada” para que solo se encontrara con los integrantes del Consejo de Dirección (al que pertenecía uno de los firmantes) y no con todo el grupo.

En ese encuentro, el gobernante se refirió específicamente a mis denuncias sobre el acoso de la policía política: dijo que la Seguridad del Estado había intentado “salvarme” cuando yo aún estaba en la Universidad.

En la última reunión que sobrevino tras la publicación de la Carta, otra vez fui yo quien amenazó al subdirector y al secretario del núcleo del PCC del periódico con hacer público el hostigamiento contra el grupo. A los funcionarios de menor rango les da terror involucrarse públicamente en escándalos de este tipo; por eso, la exposición es la única arma que podemos usar, a veces, para defendernos.

El asunto fue quedando atrás, aunque a los firmantes nunca nos perdonaron. Solo había dos salidas: o aceptar las presiones de la policía política, bajar la cabeza y ser la oveja más dócil del periódico, o quemar las naves para siempre con la oficialidad (ya porque nos echaran, ya porque renunciáramos).

Desde tu experiencia como periodista, ¿cuál es la función de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC)?

Las críticas de los periodistas de medios oficiales cubanos, aunque sean superficiales, se repiten de congreso en congreso sin que nada cambie. Como todas las demás organizaciones de su tipo, la UPEC existe para controlar al gremio y servir al régimen. No aboga por la libertad de prensa ni por el derecho de los periodistas a informar, sino que representa los intereses de la trinidad cubana: Gobierno-Estado-Partido.

¿Qué opinas de la prensa oficial? ¿Es monolítica o tiene luces y sombras?

Para ser justos, no creo que el Estado promueva algo que podamos llamar “prensa”. Es un aparato de propaganda que ha sido bien engrasado en los últimos 60 años: condena al periodismo y premia la obediencia. Lo contrario a lo que la prensa debe ser.

¿Qué es lo que diferencia fundamentalmente al periodismo independiente del periodismo oficial? 

Todas las diferencias entre el periodismo independiente y el sistema de propaganda estatal se resumen en esta: uno quiere contar Cuba con todas las herramientas disponibles en el siglo XXI; el otro quiere mantener la apariencia del “mejor de los mundos posibles”. Los medios independientes abren los caminos del periodismo; los medios de propaganda viven su estado terminal: alcanzaron el punto en que nada puede florecer ya, porque al intentar reformarlos, te das cuenta de que tienes que acabarlos y fundar una cosa nueva: la prensa independiente. 

Ejercer el periodismo fuera de la oficialidad en Cuba te convierte en una suerte de “disidente” a los ojos del Estado, aun cuando no sea esta tu intención. ¿Es posible ser periodista y disidente al mismo tiempo?

La última vez que la policía me detuvo (el 6 de septiembre de 2017) por ejercer el periodismo, un agente de la Seguridad del Estado me aseguró que yo había perdido la oportunidad de hacer “periodismo revolucionario” el día que salí de Vanguardia. Y cuando los agentes de la SE dicen “periodismo revolucionario”, debe entenderse exactamente lo contrario.

Ser un periodista disidente no era una pretensión de antemano. Pero luego te das cuenta de que el periodismo es necesariamente disidente: critica, pone en tela de juicio y fiscaliza. Quien quiere ser periodista, en Cuba o en cualquier lado, es un disidente de forma natural. Y yo también pretendo serlo.

Por supuesto, la convicción de que en la Isla gobierna una dictadura jamás debe entorpecer tu labor. Como periodistas, no tenemos que rechazar la oposición a un régimen que viola los derechos humanos de millones de personas. Los estándares del periodismo deben cumplirse a cabalidad, pero ninguno de ellos contradice el ejercicio de la profesión que se hace desde la prensa independiente: queremos contar Cuba tal como es. Y eso, quieras o no, te vuelve un opositor, un disidente.

Durante un tiempo se enfatizó el hecho de que algunos blogs y luego medios independientes se hicieron “desde Cuba”, mientras otros se hicieron “desde afuera”. ¿Todavía tiene importancia, significado o relevancia, esta distinción (dada la realidad cada vez más “transnacional” del periodismo y de la nación cubana)?

No, ninguna. Cuba está repartida entre el archipiélago y su diáspora, su exilio. De hecho, los medios independientes cubanos han sobrevivido porque mantienen una parte fuera del país que ha logrado evadir la represión, el jaqueo y el acoso constante. Ese es, queramos o no, el modelo de prensa independiente que mejor ha funcionado hasta ahora.

Como periodista, cubriste la realidad de la Isla dentro de Cuba, y ahora trabajas desde afuera. Profesionalmente, ¿cuáles son los costos/desafíos y beneficios/facilidades de cada posición?

Al salir de Cuba dejas atrás la posibilidad de trabajar en el terreno. Pero con el tiempo te das cuenta de que las redes sociales abren una nueva posibilidad de reportería. No es lo ideal, y nunca lo será, pero es la alternativa que nos ha permitido seguir adelante a todos los periodistas exiliados. Asimismo, se gana acceso a Internet y mayor tranquilidad para investigar y escribir. Y gracias a que los medios independientes cubanos se han multiplicado y diversificado, la posibilidad de publicar en uno u otro es casi segura.

Además, desde afuera hemos sido más conscientes que nunca de que, para que funcionen, los medios independientes cubanos tienen que tener una parte de su equipo en el exilio. La edición, la programación, la publicación en las diferentes plataformas web y otras necesidades básicas de los medios, se cumplen fuera del territorio físico de Cuba; esto ha asegurado que los medios no se extingan.

En todas partes del mundo el modelo de financiación de los medios está en crisis. En Cuba, además, el discurso oficial dice que los medios y periodistas independientes son “subversivos” y “mercenarios” porque cuentan con financiación alternativa. ¿Cuál es tu valoración de este contexto extremadamente polarizado y politizado?

Antes de comenzar a trabajar en los medios independientes, estábamos cargados del discurso oficial cubano, del que hemos tenido que liberarnos poco a poco. Entre muchas cosas, temíamos que la agenda de los otros medios estuviera dictada por intereses foráneos, como nos había hecho creer el régimen. Pero cualquiera que haya trabajado en medios independientes sabe que es lo contrario: las agendas de los medios independientes cubanos las dictan sus editores. 

No obstante, cuando denunciamos las violaciones de derechos humanos en Cuba, el régimen dice que estamos sirviendo a intereses extranjeros. El régimen jamás podrá reconocer que, en efecto, viola los derechos humanos. Entonces nos declara “mercenarios”, que es la única vía que tiene para intentar invalidarnos.

¿Qué opinas de los fondos de entidades extranjeras dedicados a promover cambios sociales y políticos en Cuba (el llamado “cambio de régimen”), es decir: a promover la democracia, una prensa independiente, el apoyo a disidentes, etcétera? ¿Estos fondos y programas son legítimos?

Antes que valorar la legitimidad de los fondos, lo primero que deberíamos preguntarnos es si hay o no hay una democracia en Cuba. Resuelta esa interrogante, creo que también se habrá resuelto el tema de la legitimidad. 

Obviamente, yo creo que en Cuba vivimos bajo un sistema totalitario que reprime no solo a los periodistas independientes, activistas y opositores, sino a la población en general. Mientras tales fondos promuevan la democracia, y los donantes no interfieran en las políticas editoriales de los medios, para mí no existe conflicto alguno.

Ahora bien, me llama la atención que muchos investigadores y académicos suelen interesarse por la financiación de los medios independientes cuando esta proviene de programas dedicados a promover la democracia. Nunca se nos cuestionaba, por ejemplo, cómo éramos capaces de recibir el pago del Partido Comunista de Cuba, una organización criminal que ha dirigido la represión en la Isla por casi seis décadas. Casi todos los periodistas independientes alguna vez fuimos pagados por el PCC, es decir, recibimos fondos de la misma organización que detenta el poder político en Cuba y que traza las líneas de acción y pensamiento de la Seguridad del Estado.

Como periodista que trabaja para un medio (CubaNet) que recibe estos fondos, ¿cómo aseguras que tu contenido no está influenciado por los intereses de los que manejan dichos fondos? O sea, ¿la línea editorial del medio es realmente independiente de los intereses de aquellos que otorgan el financiamiento?

La línea editorial de todos los medios independientes en los que he trabajado se construye sobre el consenso de sus periodistas, editores, redactores y demás profesionales. En ninguna de estas reuniones (diarias, semanales, mensuales) interviene ningún representante de organizaciones extranjeras. Si hay puntos de coincidencia entre los medios de prensa y los programas que financian esos medios se debe, por encima de todo, a un hecho insoslayable: en Cuba impera un Gobierno totalitario. Y no creo que ninguna organización, gobierno prodemocrático o medio de prensa independiente puedan apoyar tal sistema.

¿Has sido arrestado? ¿Se te impidió o “reguló” tu movimiento dentro o fuera del país?

Fui arrestado en dos ocasiones por ejercer el periodismo: la primera vez el 11 de octubre de 2016, en Baracoa, tras el paso del huracán Matthew. La segunda vez en septiembre de 2017, en Isabela de Sagua, por entrevistar a los vecinos de una comunidad costera que se preparaba para el paso del huracán Irma.

Fui impedido de viajar al extranjero por primera vez en 2017. La prohibición se repitió varias veces, hasta que me exilié en Estados Unidos en mayo de 2019.

¿Por qué dices que te exiliaste, y no que emigraste?

Si yo hubiera podido soportar los niveles de represión que padecí en Cuba, hubiera seguido reportando y escribiendo desde allá. Por lo tanto, no emigré: tuve que exiliarme.

¿Cuál ha sido el impacto del auge del nuevo periodismo independiente digital en Cuba?

Gracias al periodismo independiente, la prensa cubana ha vuelto a formar parte del mapa de la región. En los últimos años, periodistas independientes cubanos ganaron dos premios García Márquez, y fueron nominados dos veces más. Periodistas independientes cubanos han obtenido también el Premio Rey de España, y el Don Quijote. 

Las mejores historias que se han contado sobre Cuba en los últimos 10 años tuvieron su origen en la prensa independiente. Si en algún lado está presente la multiplicidad de voces cubanas, es en la prensa independiente que se ha publicado en/desde/sobre la Isla en la última década. 

¿El periodismo independiente tiene futuro en la Isla? 

El único periodismo que tiene futuro en Cuba, no solo porque es el único que existe como periodismo, sino porque ha probado su valor, es el periodismo independiente. 

¿Qué sabes de la historia del periodismo independiente cubano antes del nuevo movimiento digital actual? ¿Te identificas con esta historia como parte de tu propia historia profesional?

Los periodistas independientes actuales nos debemos a otros que abrieron el camino desde hace años, soportando muchas veces mayores niveles de represión, incluyendo la cárcel. Que tras la expansión de Internet en Cuba se hayan multiplicado y diversificado los medios independientes en la Isla, tiene que ver también con que existieron medios precursores.

Este breve testimonio, que escribí a finales de 2019 por el décimo aniversario de Diario de Cuba, ilustra mejor mi respuesta.




Camila Acosta

Camila Acosta: “La información es poder. Ellos lo saben”

Ted A. Henken

Camila Acosta (Isla de la Juventud, 1993) ha experimentado en carne propia casi todas las estrategias represivas que el gobierno cubano despliega contra los que intentan practicar un periodismo libre de ataduras ideológicas en la isla. A pesar de todo, apuesta por quedarse en Cuba y seguir trabajando en la prensa independiente.