Karla Pérez (Cienfuegos, 1998), a quien el gobierno cubano prohibió regresar a su país el 18 de marzo, tiene 22 años de edad y es graduada de Periodismo (diciembre de 2020) por la Universidad Latina de Costa Rica.
La prohibición de regreso al país que la vio nacer ocurre casi cuatro años después de su expulsión, por razones políticas, del programa de Periodismo de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas (UCLV), el 13 de abril de 2017.
De acuerdo con un informe detallado del Observatorio de Libertad Académica de noviembre de 2020, algunos meses antes de entrar a la carrera, cuando tenía solo 17 años, Karla Pérez se integró al movimiento político Somos+, una organización constituida en 2013 con el objetivo de “construir un país moderno, próspero y libre”.
Esta iniciativa disidente ha sido descalificada y perseguida por el gobierno cubano, que la clasifica como un proyecto subversivo y contrarrevolucionario financiado por el gobierno de Estados Unidos.
Según relató la joven estudiante en aquel entonces: “Me motivó a integrar ese movimiento que había mucha gente buena allí, personas que consideraba ejemplo a seguir. Al inicio, ese movimiento fue como un espejo del país que yo quería”.
Como consecuencia de su pertenencia al movimiento Somos+, y por expresarse abiertamente en el blog del grupo, Karla fue juzgada por un colectivo “decisor”, integrado por cuatro profesores de la carrera, seis miembros de la dirección y una brigada de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) de su propia aula, es decir, los otros 14 estudiantes del primer año de la carrera. La acusaron de violar normas de la Universidad. Ya se les había informado, a todos sus compañeros de aula, que quienes se opusieran a la sanción contra ella serían analizados posteriormente.
Viendo cerrados todos los canales para un futuro profesional en la Isla, Karla acudió a la oferta de ayuda de la plantilla del periódico El Mundo, en Costa Rica y pudo continuar y eventualmente terminar sus estudios de Periodismo en aquel país, entre 2016 y 2020. A la vez, se entregó activamente a la práctica del periodismo independiente, colaborando con Diario de Cuba y Havana Times en 2017, y como community manager y redactora en Tremenda Nota desde inicios de 2018. Actualmente trabaja con ADN Cuba.
El 15 de marzo, Karla Pérez me concedió esta entrevista, que es parte de un proyecto más amplio que estoy llevando a cabo para trazar las trayectorias profesionales de periodistas independientes cubanos.
La entrevista trata de captar el proceso de “concientización” de una joven cubana atraída por el ejercicio del periodismo. Además, revela los muchos costos personales, familiares y políticos que uno tiene que pagar al emprender el camino de la libre expresión en Cuba.
¿Cómo y por qué decidiste estudiar Periodismo? ¿Qué te atraía de la idea de ser periodista en un país como Cuba?
No es una respuesta muy romántica al inicio. Siempre había sentido afinidad por las letras, desde la enseñanza primaria. Me fascinaban la historia, el español y la literatura.
Lo “romántico” vino después, en el preuniversitario. Logré tener más acceso a una sociedad civil alternativa, a enterarme de lo que sucedía en La Habana y Oriente; y a irritarme también, porque no podía leerlo en la prensa estatal.
Mi familia nuclear y yo habíamos roto desde hace mucho con el gobierno cubano; nunca me planteé trabajar en el oficialismo. Quería contar lo que quedaba al margen del discurso “revolucionario”, y sabía que no podría hacerlo en los periódicos permitidos.
¿Podrías describir tus orígenes familiares y sociales?
Provengo de una familia nuclear (padre y madre) de personas profesionales (padre ingeniero civil y madre economista) que, poco tiempo después de su graduación, pasaron a trabajar en el sector privado debido a las malas condiciones que proporcionaba el sector estatal. Por parte de mis padres nunca hubo ruptura con la Revolución, porque simplemente nunca creyeron en ella.
Mis abuelos, como es bastante común en la familia cubana, sí son personas integradas al proceso revolucionario, y no quisiera profundizar mucho más para respetar su privacidad.
Yo en mi niñez y adolescencia me centraba en ir a la escuela y sacar buenas notas. Ya comenzaba a formarme críticamente, pero fuera de algunas polémicas con profesores de secundaria y preuniversitario, no pasó de ahí.
Nunca milité ni en la UJC ni en la FEU, por ejemplo.
En la Universidad también fui así. Nunca utilicé el espacio educacional para manifestarme contra el gobierno; eso lo hacía fuera de ahí, a través del blog de Somos+ y mis redes sociales.
¿Cuál fue tu primer puesto laboral como periodista en el sector oficial?
Nunca trabajé en periódicos oficialistas, aunque sí hice prácticas laborales un mes, durante el primer semestre de la carrera, en enero-febrero de 2017. El periódico provincial 5 de Septiembre me dejó hacer bastante, dentro del calvario profesional que representa trabajar en medios oficialistas. No hubo imposición de temas, y yo me centré en dar voz al sector privado que emergía en la ciudad (dueños de locales, bicitaxistas). Sufrí censura una vez, cuando el director del diario, entonces Adonis Subit Lamí, me llamó a su oficina para pedirme que “corrigiera” ciertas frases de una entrevista.
No puedo compartir trabajos de mis prácticas porque fueron borrados del periódico 5 de Septiembre. Ahora volví a buscarlos y no aparecen. Pero, en esencia: entrevisté a un ingeniero que se ganaba la vida como bicitaxista, pues con su profesión ganaba poco; a los dueños de un café privado llamado “La Buena Pipa”; entre otros trabajos que no recuerdo muy bien.
Sobre la censura de Adonis Subit Lamí, recuerdo que fue en la entrevista al bicitaxista, por un fragmento que decía, creo: “hay falta de libertad para hacer algo”. Se refería a las trabas del sector privado en Cuba; y el funcionario me indicó que “libertad” era una palabra muy fuerte y que debía cambiarla.
¿Por qué decidiste lanzarte como periodista en los medios independientes, fuera de las instituciones del Estado?
Desde que estaba estudiando la carrera quería trabajar en la alternatividad, en lo independiente, con referentes entonces como El Estornudo y Periodismo de Barrio.
¿Cómo descubriste esos dos medios independientes y cómo podías acceder a su contenido durante estos años?
A través de Internet y de amistades que fui construyendo mediante Facebook, que uso desde 2011. También antes, en el Paquete Semanal, ingresaba contenido de opositores, activistas y periodistas, sobre todo en programas del sur de la Florida. Ahí supe de figuras como Yoani Sánchez y Eliécer Ávila. Este tipo de contenido ahora es censurado en el Paquete.
El sueño, no ya ponerlo en práctica, fue lo que me costó a mí la expulsión definitiva de la Educación Superior cubana. Eso desencadenó mi exilio forzado para poder graduarme y, a la vez, la separación familiar de casi cuatro años (2017-2021).
He hecho periodismo independiente todos estos años, fuera de Cuba, en una democracia sólida como es Costa Rica, y sin ninguna represalia por ello.
¿Por qué dices “exilio forzado”?
Bueno, me parece suficiente para llamarlo “exilio forzado” mi expulsión a los 18 años de la Universidad y del sistema de Educación Superior cubano. A esa edad lo que se hace es estudiar, ¿no? ¿Qué me quedaba en un país donde no podía superarme académicamente?
¿Cuáles fueron los costos y beneficios de esa decisión?
Ya es bastante castigo no ver a mis padres, mi hermana y demás familiares en un período de cuatro años. El mayor beneficio ha sido tener la conciencia tranquila por el deber cumplido, y sentirme útil para esa Cuba que no sale en los medios oficiales, y que es mucha Cuba.
¿Qué es lo que diferencia fundamentalmente al periodismo independiente del periodismo oficial?
La diferencia esencial es que el periodismo independiente cuenta más, cubre un mayor espectro de cómo marcha la vida en Cuba. Mientras, cuando se trata de pobreza, represión a la disidencia y comunidades vulnerables, los medios oficiales miran para otro lado. Es una labor automatizada, y quien ha intentado correr los límites sufre las consecuencias. Además, los salarios son de los más bajos en el sector estatal, y llevan a sus profesionales a la precariedad.
Ejercer el periodismo fuera de la oficialidad en Cuba te convierte en una suerte de “disidente” a los ojos del Estado, incluso aunque esa no sea tu intención. Para ti, ¿cuál es la diferencia clave entre un periodista independiente y un disidente, opositor o activista? ¿Es posible ser ambas cosas a la vez?
Creo que en un Estado totalitario como el cubano, yo soy ambas cosas: periodista y también disidente. Disiento del poder establecido porque me afecta directamente, a nivel personal y profesional. Entonces, no me interesa distanciarme de una cosa u otra, aunque por supuesto tengo límites establecidos en mis coberturas sobre opositores, organizaciones, movimientos. No milito en ellos, pero sí en causas que considero justas.
Si mañana se funda una democracia en la Isla, yo me mantendré fiscalizando siempre al poder y a sus dirigentes, y seguiré siendo una disidente de las políticas que me parezcan incorrectas o arbitrarias. La injusticia no se elimina de cuajo con la democracia.
Durante un tiempo se enfatizó el hecho de que algunos blogs y medios independientes se hicieron “desde Cuba”, mientras otros se hicieron “desde afuera”. Para ti, ¿todavía tiene importancia, significado o relevancia esta distinción, dada la realidad cada vez más “trasnacional” del periodismo y de la nación cubana?
Para avanzar en los objetivos comunes que tenemos, no debe pensarse ya en el adentro y el afuera como escenarios separados. Aunque, por supuesto, a las personas que hacen periodismo desde la Isla las considero de mayor valor, por su resistencia, y yo, desde mis privilegios, jamás las minimizaría o les ordenaría qué hacer.
Al final creo que nos complementamos muy bien, y los exilios profesionales siempre han empujado a quienes luchan dentro de los regímenes totalitarios, en este caso desde el periodismo.
El modelo de la financiación de los medios está en crisis en todas partes del mundo. En Cuba, además, está el discurso oficial de que los medios y periodistas independientes son “subversivos” y “mercenarios”, porque cuentan con financiación alternativa. ¿Cómo te mueves en este contexto extremadamente polarizado y politizado?
Lo clave en mi trabajo es que no haya imposición de agendas, líneas editoriales ni enfoques que traicionen mis valores y lo que yo creo que es justo. En las redacciones todo se puede discutir, debe haber apertura, por supuesto, pero hay principios básicos que no son negociables. Esta es una conversación que tenemos (y debemos tener) dentro de nuestros medios. Las difamaciones y calumnias que se profieren desde el oficialismo ya no nos afectan. Lo que me interesa a mí es la claridad conmigo, y con mi familia nuclear.
¿Cuáles han sido tus experiencias de acoso, intimidación, detención o interrogatorio por parte de la Seguridad del Estado?
Fui interrogada en tres ocasiones (entre septiembre de 2016 y enero de 2017), a mis 18 años, cuando estudiaba en la Universidad Central de Las Villas (UCLV).
¿Podrías describir las razones de esos interrogatorios?
Mis publicaciones y denuncias en redes sociales; mi colaboración en el blog del Movimiento Somos+; mi relación con figuras como Eliécer Ávila e Iliana Hernández; mi ausencia a eventos de corte político-adoctrinador en la Universidad, como los que tuvieron lugar tras la muerte de Fidel Castro.
Posteriormente, en abril de 2017, fui expulsada de dicha Universidad y del Nivel Superior de forma definitiva.
He visto el documento que se te entregó, justificando la expulsión. ¿Hay otros casos similares, de estudiantes o profesores expulsados de las facultades de periodismo por cuestiones ideológicas?
Conozco personalmente el caso de una profesora de mi propia Universidad, Dalila Rodríguez, Máster en Estudios Lingüísticos y Editoriales, quien fue expulsada semanas después que yo. Ella no pertenecía a ningún movimiento opositor; la acción represiva se debió a que es hija de un líder religioso, Leonardo Rodríguez, opositor afiliado al Instituto Patmos.
Ana Olema: “Exiliarte significa inventarte un país”
“Yo tengo muy claro cuándo estoy haciendo arte y cuándo estoy haciendo activismo. No todo activismo puede desembocar en una construcción simbólica para ser llamado arte. Para el activismo, la prioridad es la denuncia. Ambas esferas pueden generar una realidad, y esta es la razón por la cual yo me hice artista”.