En 1990, los investigadores Mark D. Mifflin y Sachiko St. Jeor publicaron una fórmula para predecir el gasto energético humano en condiciones específicas.[1] La ecuación de Mifflin, como más tarde se conocería, ha deducido desde entonces la cantidad mínima de energía necesaria para mantener procesos biológicos vitales estando en reposo y en ayuno. Durante el verano de 2022, en La Habana, esta fórmula se convirtió en excusa y guion para la obra homónima de la compañía El Ciervo Encantado.
El performance pareciera medir el último aliento de un país en espera, que intenta ajustar una dieta de sobrevivencia en medio de las privaciones diarias. A cargo de la directora Nelda Castillo y una de las actrices protagónicas en la compañía, Mariela Brito, la puesta en escena de La ecuación de Mifflin consiste en dos científicas que calculan el mínimo requerimiento energético para que una sociedad, postrada y abstinente, continúe viviendo.
Vestidas con escafandras, mascarillas y guantes, todo el aditamento de protección en situación de pandemia, las dos figuras se desplazan por el escenario manipulando, sopesando, exhibiendo varios alimentos crudos. En la medida en que exhiben los productos, los pesan y colocan en orden, van computando sus aportes calóricos.
Los alimentos para deducir la fórmula nutricional no han sido elegidos al azar, sino conforman la cuota mensual de la canasta básica en Cuba. De tal modo, se despliega en el escenario un atrezo surreal: gramos y onzas exactas de arroz, azúcar, frijoles, café, huevos contados por unidades, una pieza de pieza de pollo de 1 libra.
En suma, la obra toma la realidad nacional como espécimen de laboratorio para uno de los cálculos más precarios que esta ecuación haya calculado jamás. Sobre seguridad alimentaria, cultura y teatro, conversamos con Mariela Brito.
Según tengo entendido, La ecuación de Mifflin no es una anomalía en la trayectoria de El Ciervo Encantado. La compañía ha tomado la realidad nacional como principal referente para sus últimos guiones. Cuando ocurría el “descongelamiento” y Barack Obama visitaba la Isla, la compañía presentaba ¡Guan Melón! ¡Tu melón!; cuya trama se desarrollaba en el restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos y los nuevos negocios privados. En medio de una de las oleadas migratorias más importantes en los últimos años, llevó a las tablas obras como Rapsodia para un Mulo, Departures y Arrivals. Al sumergirse el país en un desabastecimiento profundo, señalado por las largas colas para conseguir productos de cualquier tipo, el grupo estrenó El último, que reproducía los desplazamientos humanos en la pasividad y la agonía de la espera.[2] Durante los debates sobre el matrimonio igualitario dentro del nuevo Código de las Familias, dos actrices realizaron un performance público donde paseaban por las calles de La Habana celebrando su casamiento. ¿Cuál es la motivación para exponer los conflictos más profundos de la realidad cubana? ¿Este “poner el dedo en la llaga” parte de alguna forma de artivismo? ¿Cuán necesario puede ser el lenguaje del artivismo para el teatro cubano contemporáneo?
Nuestra motivación es siempre la necesidad de reflexionar e invitar a la reflexión sobre los temas y problemáticas que nos preocupan y afectan aquí y ahora. No podemos permanecer indiferentes a situaciones de interés colectivo que definen nuestras vidas, desde lo más simple y doméstico hasta los derroteros que orientan nuestro rumbo como nación.
“Poner el dedo en la llaga” es muy importante para VERNOS en realidad, no quedarnos en la epidermis de una “identidad” vendible o folclórica, sino acceder a la que se manifiesta desde la memoria de nuestros cuerpos (que no mienten) y descubrir qué y quiénes somos en realidad, cuáles son nuestras verdaderas y profundas agonías y epifanías.
Entendemos el arte como un ejercicio ciudadano y ahí queda implícito el artivismo. Más allá de la forma o la expresión más o menos metafórica, conceptual o directa, creemos que el arte, y en particular nuestro trabajo, necesita al “espectador” para completarse; tanto desde su participación concreta en las obras, como desde la percepción y reflexión que estas le produzcan. No nos proponemos hacer artivismo a priori, es un resultado orgánico; pero somos conscientes de su valor y de lo que genera a corto, mediano o largo plazo.
En el teatro cubano contemporáneo existe un repertorio de obras que, desde diferentes lenguajes, están poniendo el dedo en la llaga y haciendo artivismo. La gente va al teatro y se encuentra, siente y reconoce que esas obras hablan de ellos, de nosotros. En ese sentido el teatro ha suplido, a pequeña escala, por supuesto, el rol de la prensa o la plaza pública. Es una cualidad que no tienen otras manifestaciones y que responde a los orígenes mismos del teatro, su ritualidad, su capacidad de remover tripas y cerebros en una acción colectiva y subversiva, una acción ciudadana.
Para centrarnos en la obra, el programa de mano de La ecuación de Mifflin parece un lexicón científico en torno a nutrición y a la alimentación en general. El texto informa sobre los pilares fundamentales en la seguridad alimentaria: puntualiza la variedad de productos necesarios para conformar una dieta nutritiva según las necesidades del individuo, recuerda la dimensión social en la disponibilidad y el acceso a los alimentos, advierte que en situaciones de urgencia se debe prestar especial importancia a la ingesta necesaria de calorías. Al performance le precede una extensa investigación sobre los temas abordados, demostrada con una lista de referencias con informes para América Latina y el Caribe de organismos competentes como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, y la Organización Mundial de la Salud. ¿Existe información suficiente y verídica sobre este tema en la sociedad cubana?
No la hay. Nosotras mismas nos enteramos de muchas cosas respecto al tema gracias a la investigación para la obra. Existe un discurso, programas de desarrollo de muy corto alcance y ciertos mensajes públicos, pero no tienen relación con la realidad.
Además, en unas circunstancias en que se come lo que aparezca, o se pueda, no es posible pensar en calidad. Incluso, si te fijas, en la propia obra no hablamos de valores y necesidades nutricionales, solo de calorías (energía) básicas para el sostenimiento de necesidades orgánicas (en reposo).
Saliéndonos un poco del análisis estrictamente científico, el teatro, el cine y la literatura cubanos han abordado aspectos de su cultura alimentaria, estoy pensando en Virgilio Piñera, José Lezama Lima o Fernando Pérez. Si tuvieran que medir o describir el estado de la identidad alimentaria cubana, tal como han hecho con la nutrición en La ecuación de Mifflin, ¿qué conclusiones podrían adelantarse? En un entorno signado por la escasez y la sobrevivencia, ¿dónde podemos ubicar las recetas de resiliencia que hoy día por necesidad improvisan los cubanos? ¿Son parte de nuestra identidad y cultura alimentaria o síntomas de nuestra realidad más precaria?
Las dos cosas. Algunos de esos “inventos”, unos más recomendables que otros, son cosas que comemos y que, al menos en este minuto, nos identifican; aun cuando, volviendo a una situación de normalidad, no los consumamos más. Por supuesto, son consecuencias de la precariedad. Pero viendo la identidad como algo vivo y mutable, no podemos negar que esas recetas de la resistencia, al menos hoy, están presentes en muchos hogares cubanos, de ahí que sean parte de nuestra identidad. Algunas quedarán en el recuerdo, otras seguirán en las cocinas.
Conozco personas que viven fuera de Cuba y piden a sus parientes café de la bodega. Eso parece trágico, pero es real. Esas personas y sus paladares se identifican con ese “café” que ha quedado grabado en la memoria de su cuerpo como algo exquisito.
Es una pena que en este camino de carencias se hayan perdido y continúen perdiendo recetas y tradiciones culinarias cubanas. Y que resulte imposible a estas alturas pensar en un picadillo a la habanera o en una simple natilla.
Soy heredera de varias generaciones de amas de casa y ellas me legaron un tesoro: sus libretas de recetas cubanas, desde el siglo XIX hasta finales de los años 50. A partir de ese material hice un performance que se llama Islas Flotantes; nombre de una receta de dulce súper exquisito y delicado.
La acción es muy simple, el personaje, que interviene en espacios públicos, trae un tesoro en una caja de dulces (de las metálicas con tapa y dibujos hermosos) y en un momento determinado la abre y comienza a lanzar pequeños papelitos donde van escritas distintas recetas cubanas. La gente alza los brazos y todos quieren llevarse los papelitos consigo, al tiempo que gritan “a mí me tocó Pargo a la criolla!”, “a mí, Frijoles a la Menocal!”, “a mí, Alegrías de coco!”. Viéndolo en perspectiva, es un performance muy triste y subversivo.
Un momento cumbre de La ecuación de Mifflin es justamente su final, cuando las científicas en escena llegan a la conclusión de que la ingesta a la que podemos acceder los cubanos en la canasta básica normada “no alcanza” para proveer la energía suficiente para realizar funciones básicas. Pensando en que el público —adaptado a una estrecha comunión con las puestas en escena de la compañía—, por ejemplo, en esta obra puede llegar al escenario y constatar de cerca los elementos utilizados, ¿cuál ha sido la reacción de los espectadores ante el veredicto final? ¿Cuál es el proceso de aprendizaje que presenta la obra?
Es sobrecogedor, empezando por nosotras. Cuando hicimos la acción por primera vez, quedamos en shock. Lo impresionante está en que es algo que “sabemos”, con lo que hemos vivido por más de sesenta años, con lo que nacimos y (hablando de identidad) nos identifica. Pero verlo concretamente sobre una mesa, con las mediciones de desayuno por desayuno, almuerzo por almuerzo y comida por comida (y sus vacíos), impacta visual, emocional, psicológica y hasta moralmente.
La obra no es de aplaudir, lo que agradecemos. En la mayoría de las presentaciones, el público se queda petrificado, en un silencio denso; otras veces aplaude de forma muy contenida, respondiendo a la formalidad que impone el teatro. Son aplausos generosos, pero con una carga otra, sin frivolidad ni aspaviento.
Luego, quienes lo desean, se acercan al laboratorio para ver el experimento; y ahí se produce otro nivel de percepción y de encuentro. Hacen preguntas, toman imágenes y comentan. A veces los comentarios pueden ser más dramáticos que la obra misma, hay uno que se repite (sobre todo por gente muy joven): “por qué no dividieron el pollo en pedacitos para que alcanzara varios días?”, ¡cuando el pollo ya es un pedacito!
También han asistido algunos extranjeros. La impresión que nos dan sus caras y tonos para preguntar es como si estuvieran en un velorio, o en la autopsia de un ser querido.
El aprendizaje ha sido mucho, desde el proceso inicial de investigación sobre un mundo que nos era ajeno, el de la nutrición como ciencia, hasta el descubrimiento de la forma de abordarlo desde el arte. Luego, en cada presentación, la obra y nuestro conocimiento se enriquecen al ser compartida con el “público”.
La comida tiene una connotación política también, incluso de cómo nos percibimos como ciudadanos. Si la obra demuestra que el suministro calórico y nutricional es insuficiente para que la sumatoria de cubanos logre sobrevivir en reposo, ¿cuál sería el veredicto de ustedes como artistas, sobre otras actividades indispensables para el crecimiento del cuerpo social, para la acción de pensamiento, el compromiso social y cultural? Si el veredicto confirma que la no disponibilidad de alimentos sumerge a la sociedad en una búsqueda pasiva y continua, ¿qué recursos y posibilidades quedarían para la construcción cívica y cultural de la nación?
Siento que esta pregunta me queda grande. Somos artistas y nuestro campo de acción se limita a ver y hacer ver aquello que nos acontece y que pasa inadvertido o es dado por hecho. Ni siquiera damos juicios desde la obra. De eso se ocupa el “espectador”.
No soy capaz de pensar en políticas públicas, recursos o posibilidades de gestión a gran escala que sean necesarias para la reconstrucción cívica y cultural de la nación. Solo puedo aportar a ese gran tema desde lo pequeño de mi vocación y mi compromiso con una realidad que me importa.
Pensando en la gobernanza de la alimentación en Cuba a la que la obra parece interpelar en un momento donde el Parlamento cubano ha aprobado la Ley de Soberanía Alimentaria y Seguridad Alimentaria y Nutricional, ¿cómo ven el conflicto entre los resultados pragmáticos de la ecuación —en términos de nutrición— y la retórica institucional —en términos de soberanía?
Ahí hay un corto circuito entre discurso y realidad. Ningún mandato garantiza la solución de este conflicto por sí mismo, retóricamente. Se imponen cambios profundos en la práctica que acerquen en concreto esa letra escrita a la mesa de los cubanos.
La tierra está ahí, el mar está ahí, y la capacidad de trabajo también, pero se necesita más: modos de producción y comercialización orgánicos y liberados de trabas y procedimientos absurdos.
Para cerrar nuestra conversación por ahora: ¿El Ciervo Encantado continuará repensando y tomándole el pulso a la realidad nacional? ¿Algunos proyectos futuros?
Claro que sí, mientras nos dure la gasolina. Nuestra mayor ilusión y proyecto inmediato es continuar investigando y presentando las obras que en este momento están en nuestro repertorio y nos siguen siendo necesarias, además de permanecer con las antenas encendidas y abiertas a todo lo que nos rodea y nos conmueve.
Notas:
[1] M. D. Mifflin et al.: “A new predictive equation for resting energy expediture in healthy individuals”, en Am J Clin Nutr, 51(2), 1990, pp. 241-247.
[2] Sobre las últimas obras de la Compañía, ver la maravillosa reseña de Indira R. Ruiz: “La ecuación de Mifflin a escena”.
© Imagen de portada: Leonardo Tarrero.
* Claudia González Marrero es Investigadora de Food Monitor Program.