“Metáforas adquiridas de generación en generación”: celebrando a tres poetas cubanas

Odette Alonso Yodú nació en 1964, en Santiago de Cuba. Gleyvis Coro Montanet nació en 1974, en Pinar del Río. Legna Rodríguez Iglesias nació en 1984, en Camagüey. Tres mujeres. Cubanas. Poetas. Emigradas. Grandes. Sabias.

De Occidente, Centro y Oriente, y de tres generaciones diferentes, este 2024 llegan a los 40, 50 y 60 años, esas cifras redondas que, más que cumplirse, se conmemoran. 

Viven ahora también en tres puntos cardinales distantes, Ciudad de México, Madrid y Miami, respectivamente. Urbes que han acogido a grandes comunidades de cubanos, al punto de que en ellas se produce quizás buena parte de la vida civil y democrática de Cuba. 

Odette es la mayor, un poco la “madre” de varias generaciones de escritores cubanos. Recopiló, editó y publicó en 2011 la mayor antología que se ha hecho de poetas cubanos en el exilio. En México, aglutina a su alrededor un amplio movimiento de escritoras con temática lésbica. Y trabaja como hormiguita por la visibilidad y relevancia cultural de esa temática y ese colectivo.

Gleyvis es estomatóloga, profesora universitaria, pedagoga de altos quilates, mujer de brillante inteligencia. Se ha hecho famosa en las redes sociales por sus décimas guajiras del siglo XXI, que aúnan la temática política cubana con el ambiente rural y la sensibilidad femenina de esta época. Una capacidad aglutinante que se echa de menos en estos tiempos de tantos -ismos que separan.

Legna es la más joven y le tira con fuerza a todos los palos: poesía, cuento, novela, teatro, ensayo, periodismo, moviéndose entre géneros y dinamitándolos todos. Ha ganado muchos premios dentro y fuera de Cuba, pero es sencilla como una flor silvestre y es la valiente mamá de Cemí, un niño con nombre literario, como no podía ser de otro modo. 

Conversamos con ellas. Yo, desde Tenerife, formando un cuadrilátero geográfico trasatlántico cuyo centro, a pesar de todo, está fuera de él: en la Isla que nos une y nos esparce, nos forma y nos expulsa.



“Odette Alonso Yodú nació en 1964, en Santiago de Cuba”.


¿Cómo vivían en Cuba, a qué se dedicaban?

Odette: Nací en Santiago de Cuba y viví allí 25 años. Allí me gradué de Filología y empecé a escribir poesía. Trabajé algunos años en Cultura Provincial, fui vicepresidenta de la Asociación Hermanos Saíz en la provincia, y así fui conociendo a todos los artistas jóvenes de la Generación de los Ochenta. Vivía en una casa grande que se iba cayendo a pedazos porque, como sabes, por aquellos tiempos no había cómo repararlas. Un día se caía el cielo raso de un cuarto. A la semana, había una fuga de agua. Tiempo después se tupía el lavadero o se rompía el mecanismo de la cortina del comedor. Una casa llena de fantasmas también. A los 25 me enamoré de una mujer que vivía en La Habana y me fui a vivir con ella. Coincidió con que había caído en desgracia, por rebelde y cuestionadora, y me habían mandado a ocuparme de labores poco creativas en una galería de arte, lejísimo del centro de la ciudad. En La Habana, trabajé unos pocos meses en el Ministerio de Cultura y después en la Casa del Joven Creador de la Avenida del Puerto, hasta que salí de Cuba.

Gleyvis: Soy una guajira del oeste. Vivía en una zona rural, a escasos 3 km de la ciudad de Pinar del Río. Era un barrio de campo, de casas construidas con ladrillos de sustracción ilícita. Mi barrio, que creció con el castrismo, se levantó a imagen y semejanza de aquel sistema asmático, cada día más viejo, que eructaba su miseria en la falta de transporte. Allí bastaba con que una Sminthillus limbatus (una rana más pequeña que la falange de un dedo) rozara con su culito un tornillo equis de la subestación eléctrica, para dejarnos en apagón durante 10 o 14 horas. Los vecinos ardíamos bajo la resolana de las tardes y éramos comidos por mosquitos Aedes aegypti en las noches. Lo que se complementaba con la falta casi absoluta de agua potable. Mi barrio era un experimento de la Cuba que se avecinaba, una suerte de piloto para que el campesinado y su aliado histórico, el proletariado, ensayaran el tránsito hacia esa sociedad sin clases, sin estado y sin dinero que sería el comunismo. En aquel ambiente, yo me dedicaba a zozobrar, a escribir, a despotricar del gobierno, a conspirar con cuanto mambí apareciera en el ecosistema literario vueltabajero y a dar clases de Odontología en la Facultad de Ciencias Médicas.  

Legna: Gracias por esta búsqueda, Ileana, por interesarte en mí. Esa curiosidad tan genuina, tan limpia y franca. Yo primero vivía en Camagüey, donde nací. En un reparto llamado Villa Mariana. Donde hay un tanque del acueducto que es emblemático, porque es una construcción cilíndrica enorme, aunque haya perdido el color. En el año 2010 me mudé a La Habana. Viví en Centro Habana hasta el 2015, cuando me fui.


¿Cómo, cuándo y por qué salieron de Cuba?

Odette: En febrero de 1992, con una invitación de la Casa Internacional del Escritor de Bacalar. Su director, el poeta Ramón Iván Suárez Caamal, había estado en La Habana como parte de una delegación de mexicanos que iban a una jornada de intercambio cultural y nos conoció a Agustín Labrada y a mí, entre otros. Como agradecimiento a nuestras atenciones, y habiendo visto cómo empeoraba la situación en aquellos primeros años del Período Especial, nos invitó a pasar una temporada en la Casa Internacional del Escritor, una especie de beca para que pudiéramos escribir (y respirar un poco), a la par que ofrecíamos lecturas y conferencias literarias en toda la península de Yucatán. No regresamos a Cuba.

Gleyvis: Salí por una beca de investigación, rumbo a España, en 2009. Escapé de la homofobia de la provincia. Y aunque en las aguas de ese odio se licuaban otros químicos (igual o peor de tóxicos), al irme me fui en sangre. Me rompí. Perdí la savia, me desconecté de mí misma y se cortó, de cuajo, mi buena racha literaria. Había ganado un premio nacional de novela y el de la crítica con el mismo libro. Publicaba en Unión, en Letras Cubanas. Todo eso era, al cabo, tremenda bobería, ya lo sé, pero cuando una no supera los 35 se llena de expectativas con cualquier cosa. Hoy, por suerte, la emigración se celebra, los jóvenes se recuperan enseguida y disfrutan cada lucecita fatua y cada frivolidad metropolitana, quizás porque vienen del horror sin fondo, de la ruina absoluta que es Cuba ahora. Yo viví mi exilio como una fractura.


Lo que transcurre


                                                                      con Sigfredo Ariel

Cuando en la esquina del cuarto de alquiler
entonábamos sones de antigua remembranza
con la lengua trabada de alcohol y desengaño
no imaginábamos siquiera el desenlace.
Dormíamos en el calor del trópico
sobre el paño blanqueado por lentas herviduras
y un olor a ciudad en decadencia.
Renegando de esos días
vimos la puerta
un vano de papel o de mentira
algún modo de huir.
Ya no sería el hambre rumiando en los portales
ni el orine pudriéndose en la piedra.
Atrás quedaba el parque de la columna frigia
y ante los pies una serpiente de humo
que los ojos contemplaban con azoro.
Así cambió la luz que entraba por la hendija
la calidad del piso
el grosor de los muros.
Cambió la melodía del labio y de la orquesta
el tiempo con que el baile junta cuerpo con cuerpo
y tal vez el mareo
lo nublado del ojo
el veneno que muerde la rodilla.
Veo los techos desde esta otra ventana
azoteas colindantes y pasillos
que la fina llovizna hace traslúcidos.
Afuera los trenes se detienen
la gente se desborda en las aceras
llena los atrios
las plazas
los cafés.
Pasan banqueros de chaleco y de corbata
oficinistas ataviadas de domingo
mendigos de barba patriarcal.
Pasan el viento y las nubes de la tarde
y el polvo en remolinos se pega a la memoria.
Una niña canturrea ajenos versos
con un tono provincial que ya no existe.
Hay tanta furia en su pupila
tanta ausencia de mar.
Turbias
las horas se acomodan en el vaho
pueblan la herrumbre
lustran las manchas que el olvido fue forjando
en esas risas agudas
juveniles
que han marcado el andamiaje de estos días
el tiempo interminable de aquello que transcurre.


Odette Alonso, del libro Lo que transcurre, Ediciones Furtivas, 2023.


Legna: Es una historia que he contado antes, las cosas que pasaron antes de que naciera mi hijo se van poniendo neblinosas. La cabeza está llena de cosas que tienen que ver solo con él. Yo había venido el año anterior al Festival de Poesía O, Miami, en abril del 2014. Me dieron la visa múltiple y pude venir fácilmente. Yo no era una posible emigrante, no tenía familia aquí. A mi regreso, todo se fue encareciendo más. Casi no podía pagar la renta. Compraba poca comida porque guardaba el dinero para pagar la renta. No salía de la casa para no ensuciar la ropa y no tener que lavarla y no tener demasiados gastos. Me podía pasar una semana o dos sin bajar. El apartamento estaba en un cuarto piso, en Centro Habana. Era un poco feliz porque lo único que hacía era leer y escribir, y no tenía nada que perder. Y por eso mismo, más algunas razones personales, pensé que sería bueno aprovechar la visa. Unas amigas me dijeron que ellas me recibían, pero que debía acogerme a la Ley de Ajuste, para recibir las ayudas y, de paso, ayudar. Era un riesgo tremendo. Lo hice. Me arriesgué. A los cuatro meses falleció uno de mis seres queridos más importantes. No supero esa pérdida.


La infancia, ese reino donde se forja todo, ¿qué les dio, qué les quitó?

Odette: No sé qué responderte. Creo que me dio suficientes experiencias y recuerdos para nutrir un imaginario que sostiene toda visión poética posterior. Siempre digo que, si hay un lugar al que nunca quisiera regresar, ese es la infancia. Sin embargo, de un modo otro, regreso a través de la literatura. Allí está el gran caudal de la imaginación y eso es insustituible.

Gleyvis: La infancia me trajo una inocencia que todavía me dura. La tozudez. Una moralidad decimonónica, el magisterio, el cuidado, el amor por la sabiduría y el respeto por los asuntos patrios. La honra. Toda mi honra viene de mi infancia. Todo mi mal carácter, también. Y mi nobleza, mi agridulce sentido del humor, que es una mala copia del humor inteligente y repentista de mi familia. A la vez, viene de mi infancia la memoria de lo más entrañable que he escrito y escribiré, su materia prima. Como en toda mujer nulípara, la infancia se hipertrofia dentro de mi cabeza. Una criatura del oeste, sin hijos por delante, mira constantemente atrás para sacar pólvora de aquellos recuerdos y salir a disparar con ellos.  

Legna: Yo escribo desde el pasado. Escribo sentada en mi cama, la cama de mi casa en Camagüey. Me siento ahí y escribo. He dicho algunas veces que me interesa ver las cosas como un niño. La crueldad absoluta, el amor absoluto y el lenguaje entero están ahí.


La vida en la ciudad que las acoge ahora, ¿ha sido fácil?

Odette: La vida nunca es fácil cuando una emigra, pero al menos había jugo de naranja y agua tibia. Esas dos razones las mencioné alguna vez, cuando me preguntaron por qué me había quedado en México. Al principio, no tenía dónde vivir ni dónde trabajar y me quedé indocumentada más de dos años. Vivía gracias a la generosidad de algunos amigos que me prestaban un cuarto o me dejaban dormir en su sofá. Y de otros que me pagaban 200 pesos por algún artículo en una revista (que no solía pagar colaboraciones). En cierta ocasión, llevé a empeñar unos anillos de mi abuela que había traído de Cuba, y me ofrecieron tan poco que ni valió la pena. En otras, como no tenía dinero, los abogados y gestores de migración pedían favores sexuales por “ayudarme” a regularizar mi situación. Conseguí un trabajo con unos compatriotas, como ayudante de oficina, y nunca me pagaron. Una amiga me recomendó con el director de una revista de asuntos esotéricos, que me pagaba 700 pesos al mes (unos 200 dólares de entonces) por ser recepcionista, pasar textos a la computadora y, de paso, hacerles corrección de estilo. Un conocido conocía, a su vez, a un funcionario de Migración que advirtió que el único modo de legalizarme era que comprobara una relación con algún mexicano. Un amigo me ayudó a fingir que éramos pareja en unión libre, me entregué a Migración, estuve unos meses en una especie de “libertad condicional”, y finalmente le dieron mi custodia (como si fuera una niña). Él debía autorizar cada paso que fuera a dar, pero al menos ya estaba legal. Un año después me ofrecieron una plaza de asistente de oficina, con funciones de correctora de estilo, en una institución gubernamental. Y tuvieron la paciencia y la generosidad de esperar a que Migración cambiara mi estatus de “dependiente económica” a “trabajadora independiente”. En las mañanas trabajaba en la revista. En las tardes, en la Comisión de Derechos Humanos. Y en las noches y fines de semana ayudaba a Minerva Salado a hacer un periódico para el Instituto Politécnico Nacional. Así empecé a encaminarme, pude rentar un cuartito de azotea con baño propio, etc., etc., etc. Creo que nunca antes había contado esta historia con tanto detalle.



“Gleyvis Coro Montanet nació en 1974, en Pinar del Río”.


Gleyvis: No lo sé. A mí, Madrid, como ciudad, siempre me dijo poco. Soy una extranjera voluble, con tendencia al desaire, al desplante, al choteo, al menosprecio y a ver algo de payasada en lo que dicen Sabina y sus adláteres sobre la Estación de Atocha y similares. Hay, sin embargo, zonas del amor perdido que me duelen cuando bajo a Madrid. Y hay zonas del amor recuperado y de lo inolvidable, que disfruto. Le escribí en algún poema en un momento de euforia o de celos. Pero nada de eso es algo tan firme como un sentimiento. Y al final cambié a Madrid por el campo, por las tierras arenosas de Castilla la Mancha, donde nació la palabra escrita, desnuda, silvestre, sin efectos, cosida a la sátira desde la semilla. Es en este campo donde pretendo vivir sin que nadie me joda, donde pienso podrirme en la paz y la felicidad relativa que merece cualquiera. Jamás en una ciudad, por sofisticada que parezca.

Legna: No. Por muchas razones…


¿Se puede vivir de la poesía?

Odette: No. La mayor parte de los poetas que conozco tienen otras actividades remuneradas. Son oficinistas (como yo) o maestros. Dan talleres, guían círculos de lectura, tienen puestos administrativos en algunas instituciones culturales. Otros, incluso, se dedican a empleos que nada tienen que ver con la literatura. En estas latitudes, los libros en general se venden poco y los de poesía, menos. Ningún agente literario se interesa en ese género. Escribir poesía es una necedad inexplicable.

Gleyvis: Sin poesía no se puede vivir. Los poetas líricos más sustanciales (el cirujano, el fontanero, la dependiente de la pastelería, el joven de la gasolinera, la bailarina…) ocultan cuánto les rentabiliza. El imperio poético es algo que la mayoría de la gente prefiere guardarse para sí, con egoísmo legítimo, porque dominar su pulso es una habilidad de las más arduas. Y nadie quiere publicar la fórmula que sostiene y garantiza su negocio. La poesía escrita ha sido secuestrada por una camarilla de mangantes y eso le resta popularidad, pero no valor. Yo te puedo contar, con sinceridad, mi feliz experiencia con la poesía escrita: todo lo que he deseado en la vida, todo lo que me ha querido hasta la raíz, lo conquisté con versos. Todo lo que dije de un modo insuperable y fundió el círculo mágico de una relación o un éxito, empezó por un verso. Y entre yo y todo lo que perdí y luego recuperé o se largó de mí, destrozándome, siempre intermedió un verso. Ese pensamiento de que la poesía no compensa económicamente es, también, una cuestión de envase. Los éxitos de la poesía se guardan en nichos cualitativos. Si los llevásemos a números, si los metiéramos, fila a fila, en un Excel, te aseguro que sumarían unos cuantos miles de millones de euros por familia, por cabeza, por corazón reconfortado.

Legna: No. Al menos yo, en este lugar, no puedo vivir de la poesía ni de ninguna forma de literatura. Pero algunas personas sí pueden.


¿Cómo son sus relaciones con el mundillo intelectual, editorial, tanto cubano en el exilio como de los países donde viven? ¿Cómo se llevan con los premios literarios, las ferias, los congresos?

Odette: Con las autoridades culturales cubanas en la Isla no tengo ninguna relación desde el siglo pasado. Ellos fingen que no existo, yo me siento cómoda así. Mi Cuba siempre ha sido Miami. Me han invitado muchas veces como parte del Programa de Escritores Iberoamericanos de Miami Book Fair. He presentado libros, dado charlas, participado en lecturas y recitales en varios recintos culturales de esa ciudad. El año pasado Ediciones Furtivas me publicó un libro bellísimo como parte de su colección Exergo, Lo que transcurre, y lo presentamos en Books & Books de Coral Gable con lleno completo, una delicia. Pero realmente la mayor parte de mi vida cultural ocurre en México. Al cabo de 30 años he logrado forjarme un camino y una presencia en los ámbitos literarios, pero tampoco ha sido fácil. Participo en concursos (algunos de los cuales he ganado), en ferias, encuentros, lecturas, congresos. Y eso me ha ayudado a conseguir un lugar. Pero siempre hay que tener en cuenta que, en muchos casos, un extranjero es bien acogido si está de visita. Pero, si se queda a vivir, ya no es igual. Por lo tanto, hay que chambear el doble. De cualquier modo, no me quejo: aquí está mi vida y es buena. En Cuba, no existo.


Contrapunteo cubano


Quimbombó que resbala con la yuca,
la moja, la exorciza, la dispara,
la sumerge en un químbara-quimbara
que agota el argumento de la yuca.
Con sandunga y vigor la despeluca.
Quimbombó planta a muerte la porfía
y luego de un gran susto de agua fría,
cae, todo sutil, sobre la yuca,
que se torna sumisa y, mameluca,
destila incierta miel de blanca baba
y al quimbombó se pega en una traba
volcánica y ritual que los desnuca,
pues lo del quimbombó y de la yuca
es un pleito que empieza cuando acaba.


Gleyvis Coro Montanet, del libro Lejos de casa (Memoria lírica del problema cubano), Editorial Cristal de Agua, 2018.


Gleyvis: Muchos son buenos amigos. Con los más sindicaleros sostengo relaciones frías que van de regulares a malas, pudiendo llegar a pésimas. Por un lado, no les hago la pelota a ninguno. Por otro lado, me burlo bastante de todo. Y eso (que resta publicaciones, ediciones, premios y etcéteras) se paga caro. Pero es mi asquito hereditario a la payasada, me lo inyectó mi madre cuando estuve en su útero. Y no tiene cura.

Legna: De eso le hablaba el otro día a alguien que tiene una idea, como tantos, distorsionada, y me decía que yo pertenecía a la Generación Cero. En realidad, nunca he pertenecido a un grupo, jamás. Generación Cero es una etiqueta para hablar en términos de crítica sobre una escritura y unos escritores que pertenecen a determinado período. Pero eso no fue un grupo. O al menos, no el mío. Nunca tuve grupo. Hay un capítulo de mi libro Crítica madre que se llama “La Generación Cero está en tu mente”, porque precisamente creo que esa etiqueta está en la cabeza del otro, no en la de uno. Esa etiqueta de grupo surgió entre algunos narradores habaneros que sí eran un grupo, eran amigos, cuando yo ni siquiera vivía en La Habana. Creo que el primero que lo dijo fue Orlando Luis Pardo Lazo. Yo salí de Camagüey con mal sabor, era más joven que la mayoría de los escritores contemporáneos. Fui publicada muy joven en la editorial regional Ácana, de Camagüey, y eso hizo que la gente pusiera en mí una mirada tanto de interés como de rechazo. Algo que también es bastante normal. No pasa nada. Mi grupo de amigos no eran escritores. Eran amigos que tenían gustos parecidos a mí, íbamos al cine juntos, nos enamorábamos, nos emborrachábamos, bailábamos, y los escritores veían eso como si fuera un desparpajo. Después, cuando vivía en La Habana, ya era más adulta y regresaba a Camagüey igual y sentía el mismo celo. Yo soy muy libre a la hora de expresarme, tanto en mi escritura como a nivel personal. Y también soy muy frontal, nunca he sabido andar escurriéndome. En La Habana tampoco. Me siento parte de escritores que nunca tuve cerca, por los que siento un cariño enorme y una afinidad muy fuerte. Pero ni siquiera vivíamos en la misma ciudad. Esos escritores son Oscar CruzJose Ramón SánchezJavier Mora, y unos pocos más. Jamila Medina Ríos es una escritora que conocí gracias a un libro mío que tenía aprobada su edición, el mismo año que ella empezó a trabajar en la editorial. Entonces nos conocimos y nos hicimos amigas. Y nuestra amistad era más personal que literaria. Igual que mi amistad con Soleida Ríos. Muy humana. Pero eso tampoco era un grupo. Al llegar a Miami, menos que menos. Yo no me reúno con nadie asiduamente. No salgo, no tengo tiempo ni dinero para salir. He conocido a escritores y mis afinidades con algunos son sobre todo estéticas, porque valoro mucho eso. Entonces si me gusta una escritura, probablemente me guste ese escritor. Llegué aquí con 30 años y conocí algunos escritores, pero no pertenezco a ningún grupo aquí. Respeto a todo el mundo. Admiro a varios. Soy amiga cercana de pocos. Sobre los concursos, participo por dinero, por mi hijo y por la posibilidad de publicación, que es instantánea. En Cuba también participaba para poder pagar la renta y poder publicar esos libros que son para uno tan preciados, en esa juventud donde todo es urgente. Cuando me gradué de la Escuela de Instructores de Arte, me negué a cumplir cinco años de servicio social porque al principio eran solo dos años y al final nos cambiaron los años como si fuéramos imbéciles. Y nos prohibieron tener acceso al Instituto Superior de Arte, que era mi plan. Entonces me negué y fui vetada en todo el país a trabajar en nada que tuviera que ver con el Ministerio de Cultura, tampoco en nada relacionado con editoriales. Participar en concursos literarios fue una de las pocas cosas a la que tenía acceso, y dependía de mí. Sobre el mundo editorial fuera de Cuba, según mi experiencia, pienso lo siguiente: la literatura cubana no interesa al mercado editorial, a menos que se escriba desde y sobre Cuba, o sobre temas actuales, o los escritores sean representados por agencias que los tuvieron en cuenta por esas mismas razones, o porque vieron en ellos, además de una escritura interesante, un posible éxito de venta (sobre todo). Y siempre uno o dos, no más, para cumplir una cuota. Y siempre dentro de un rango de edad. ¿Pero cómo eliges algo que permanece en una burbuja, entre otras cosas, política?


Ser mujer, ser lesbiana, ser cubana, ser emigrante: ¿son demasiados obstáculos o también son alicientes para la creación? ¿Son los temas principales de su obra o hay otros?

Odette: Cuba y la migración son los tópicos más frecuentes. Llegar a México marcó un antes y un después y, desde entonces, en todo hay un fluir entre esas dos realidades: lo dejado atrás y lo descubierto; una especie de nostalgia del pasado —aun un pasado no vivido, como el que toma cuerpo en Lo que transcurre (2023)—, y una fascinación por lo encontrado. Creo que eso se aprecia más en la narrativa: en ambos libros de cuentos —Con la boca abierta(2006) y Hotel Pánico (2013)— las historias ocurren en uno u otro país y en la novela Espejo de tres cuerpos (2009), aunque mi intención fue situarla en México o algún otro país latinoamericano, hay quienes descubren trazas que la relacionan con Cuba. Lo mismo pasaba con un blog que alimenté durante casi una década y que todavía puede consultarse en línea: Parque del Ajedrez, donde las crónicas que escribía se ocupaban de ambos escenarios vivenciales. En el caso del tema lésbico, también ha ocupado muchas páginas. Con la boca abierta es un libro exclusivamente de esa temática, igualmente la novela. En 2005 se publicó en Barcelona una antología de todo lo que había escrito en ese tono hasta entonces: El levísimo ruido de sus pasos. Y Old Music Island, que ganó el premio nacional LGBTTTI en 2017, también lo trata.

Gleyvis: Son los temas principales de mi vida. También trabajo lo político, la familia, lo romántico, lo erótico-festivo. En la práctica, me han fastidiado muchísimo por ser lo que soy y lo he asumido con la dignidad que he podido. Cuando se llevan con honestidad, estos atributos florecen con elegancia y una llega a la certeza de que son auténticos regalos de vida. Yo no le guardo rencor a quien me ha herido. Lo que se llama “rencor”, solo lo siento hacia el castrismo y sus secuaces. Y es una experiencia muy sesgada la mía, lo sé, porque mis ámbitos más adversos han sido muy ligeritos: una universidad de izquierda y otras de derecha, con sus comemierdas de turno. Lo jodido es pasar a las doce de la noche frente a un bar lleno de machangos violentos que te insultan por ser mujer, lesbiana, extranjera y emigrante: vivir la humillación pública, la violencia, la cárcel o la muerte. Cuando ves que a gente como tú le pasan esas cosas, por supuesto que lo asumes como un agravio a tu persona y lo escribes.

Legna: Prefiero no definirme en casi ningún término. Algo que sí me define es lo que hago: escribir. Y haber tenido un hijo. Haberlo gestado en mi interior, haber sido parte de ese milagro, ese misterio y esa promesa. Mi hijo es mi país. Una persona es lo que hace. Uno de los temas principales en mi escritura es la construcción de una escritura. Para mí, escribir es trabajar. Hacer trabajos. Fregar, limpiar zapatos con un pañito, barrer la casa. El tema de mi escritura es la escritura. Y luego se decantan otras cosas que yo como ser humano necesito entender: las relaciones entre las personas, las relaciones entre los objetos, cómo se destruye todo, cómo se siente algo y se deja de sentir. Ahora mismo respondiéndote, voy a poner a Björk para escucharla. Yo miro el mundo con extrañeza. He aprendido a relacionarme por necesidad. Desde que empecé a escribir, casi todo es un obstáculo.



Legna Rodríguez Iglesias nació en 1984, en Camagüey”. Foto de Evelyn Sosa.


¿Sienten que tienen algo en común con las otras mujeres de este reportaje?

Odette: ¡Por supuesto! Tenemos miles de cosas en común: somos amigas y además, poetas, lesbianas, emigradas, rebeldes, cuestionadoras. No hace mucho libramos juntas una batalla común contra cierto personajillo que quiso apropiarse mañosamente de unos poemas nuestros y de otras colegas. A Legna la veo cuando voy a Miami, a Gleyvis no la conozco personalmente, pero es como si la conociera.

Gleyvis: Sí, claro. Odette y Legna son mi alfa y mi omega, en ese orden. He crecido con ellas, leyéndolas, retorciéndome de admiración y de envidia. Ambas han permitido, con sus obras, que haya valentía en lo que escribo y que haya mucha más valentía en la lesbiana cobarde que soy. De todas, a quien mayor satisfacción le cabe con este reportaje que nos haces, es a mí, porque soy quien más tiene que agradecer.

Legna: No estoy segura de eso. Tal vez, si hubiéramos coincidido más. No sé. Conocí a Gleyvis Coro una vez en un ómnibus. Me puse nerviosa porque yo era jovencita y me ponía nerviosa siempre que conocía a un escritor o escritora que hubiera leído y que me hubiera gustado. Leí su novela La burbuja y me encantó. También leo sus poemas en línea, siempre que me tropiezo con ellos. También la recomiendo siempre que me preguntan por poetas cubanas, y tengo testigos. A Odette Alonso la conocí aquí en Miami en una cena, casi acabada de llegar. Yo pesaba 99 libras, así que me sentía desanimada pero bien físicamente. Me gustó conocerla y también la había leído en Cuba, aquellos poemas de ella de antes. Y sabía que había sido novia de Darsi Fernández, que es una mujer importante en La Habana, y todo eso me daba curiosidad. Pero casi no hablamos en esa cena. Hablamos más cuando fui a México a la Feria del Libro del Zócalo. Yo estaba embarazada y ella estaba enamorándose de Paulina. Le hablaba a Ingrid Bringas de Paulina y yo en la mesa sentada sólo sonreía y pensaba: tengo un bebé adentro. Lo que quiero decir es que me parece que somos tres personas con vidas y experiencias muy distintas, Odette Alonso, Gleyvis Coro y yo.


¿La poesía actual desprecia la rima y la métrica? ¿Cómo se llevan con ellas? ¿Cuáles son los límites que identifican un poema de algo que no lo es?

Odette: La rima y la métrica dejaron de ser características “obligatorias” de la poesía desde hace más de un siglo. Yo escribí poesía medida y rimada en la secundaria, cuando me enamoré de una muchacha y le escribía poemas que nunca le di y que, ya luego, después de haber estado escondidos en el fondo de una gaveta por años, quemé concienzudamente. Después, nunca más. La rima y la métrica no forman parte de mi poética. Aún más, reviso con todo rigor que no haya rimas casuales o accidentales en lo que escribo, incluso en la narrativa. La tercera pregunta es muy compleja, no creo tener una respuesta categórica para ella. Muy personalmente, creo que la poesía nace fuera del poema, está en la naturaleza, en la vida. El poema pretende ser una traducción de esa esencia en forma de palabras. Si lo logra, la poesía es esa esencia inasible y difícil de describir, ese espíritu que la contiene, ese aliento.

Gleyvis: Los que desprecian la rima y la métrica son los sindicaleros de la pregunta seis. La buena poesía se da con verso libre, rimado, corto, prosaico o empatado. Y esa buena poesía está hasta la cima de los ovarios de las simplificaciones, las soluciones efectistas y los versos simplones enredados en metáforas ininteligibles. Con la rima y la métrica me llevo normal. Eso sí, formo parte del club de aprovechados que las utilizan a lo bestia (como se debe usar la poesía) para comunicar. El poema bueno no puede sonar hueco, tiene que saberse sólido por dentro. Si lo tocas (toc, toc) y suena fofo, la cagaste. 


11


mi alma está llena de metáforas adquiridas de generación en generación
mi alma está llena de símiles más o menos fascinantes que dan fe del agrado que hay en mí
mi alma posee un gran hipérbaton enquistado a la derecha que mide varios milímetros
y a su izquierda igualmente enquistada una onomatopeya palpable excedida
mi alma tiene una hipérbole relacionada con la necesidad de afecto femenino y masculino
esta mañana decidí hacer una obra de caridad a mi alma y recogí un saco de la basura
lleno de hermosos libros usados sobre ciencias agrónomas veterinarias y matemáticas
el oxímoron y la paradoja figuras lógicas de mi alma aumentaron sus latencias
nada se compara a esta felicidad que para no cansarlos experimento
ver mi alma desde afuera llena de esos síntomas que me mantienen joven
figuras de diálogo y patéticas figuras dialécticas y de ficción
todo en uno como esos paquetes de pequeños jabones de olor
que tanto agradan a las familias de más de seis integrantes

Legna Rodríguez, del libro Título, Kenning Editions, 2019


Legna: Creo que sí, por razones diferentes. El otro día vi un comentario muy estúpido en Facebook, donde alguien decía que había poetas contemporáneos usando la rima y la métrica sólo para alardear. Algo así parecido, con otras palabras incluso más resentidas. Es decir, siempre hay poetas que alardean, y otros que no, de la rima, de la métrica y de cualquier cosa. Hay tantos escritores en el mundo. Para mí, usar la rima es trabajar con la forma. Y la verdad es que a mí me interesa mucho la forma. Me interesa mucho la estética de mi escritura, los nombres, los títulos, los capítulos, las portadas, las páginas vacías, las llenas. A mí me interesa la forma del libro.


Además de poesía, han escrito narrativa y otros géneros. ¿Cómo se mueven de un género a otro? ¿Se consideran poetas o escritoras en sentido más amplio?

Odette: Cuando me piden una ficha biográfica, suelo poner: Poeta, narradora y promotora cultural. La narrativa fue también consecuencia de la migración. Cuando llegué a México, sentí que la poesía no me era suficiente para contar lo que estaba viviendo. Me divertí mucho escribiendo los cuentos y la novela, y también las crónicas del Parque del Ajedrez, donde sentía que, como en ningún otro género, estaban todos mis tonos. Después, cambiaron mis condiciones laborales y se ha retrasado la posibilidad de volver a la prosa. Pero, en esencia, si me preguntas qué soy, siempre respondería que poeta.

Gleyvis: Poeta, todo el rato poeta. Yo siempre me siento a escribir poesía. Si sale otra cosa, es causa del agotamiento, del error o de un milagro no buscado.

Legna: Exactamente, me considero escritora. Los géneros son formas, figuras. Acuérdate, limpiadora de zapatos. Como una gata. Tapo y tapo.


¿Hay algo que les gustaría gritarle al mundo?

Odette: La verdad, no. El mundo nunca escucha. Gritarle es desperdiciar energía y, total, no van a oír o no les importará. Los diálogos que valen se establecen en voz baja y con gente afín.

Gleyvis: No tengo buena voz para gritar. Prefiero escribirlo.

Legna: No. Yo ya aprendí que mientras más gritas, menos se oye.





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Una bomba TikTok

Por Peter Schweizer

TikTok es una supermáquina digital de dopamina.