Nestorianismo y empiriocriticismo

Néstor Díaz de Villegas sí necesita presentación. Necesita ser presentado por mí. Escritor mercenario de minimal wage, maquinita de moler conceptos, exiliado a punta de palabras; poeta grandioso al borde de lo impotable, novelista sin novelística y, en el sentido illuminati del término, un filósofo, un enciclopedista de circo. 

Más que un aristócrata desclasado, como podría inferirse de su apellido, se trata de un demócrata de clóset por puro sentimentalismo histórico; Batista también lo fue, un demócrata. Y toda militancia de mulatancia, en un país blanqueado entre el comunismo y la comemierdá, bien vale una misa. 

Decidimos, pues, desdialogar por un único motivo. Para demostrarle al camping cultural cubano cómo mis preguntas pueden ser mejores que sus respuestas, a la par que sus respuestas son mejores que mis preguntas: cogito, ego sum.

El último verano de Fidel Castro con residencia en la Tierra, publicaste una crónica sobre la repatriación de todo un maremágnum de intelectuales cubanos (valga el oxímoron). Aunque ni uno solo de ellos haya sido antes expatriado, igual asumo que semejante retorno en masa al redil revolucionario, al idilio insular de un ideólogo reaccionario como Cintio Vitier, tarde o temprano también te ha de picar muy cerca. ¿O acaso ya te picó? ¿Te repatrias, amor, te repatrias? No me mientas, Néstor, porque te creo. O, mejor, miénteme más. Porque me hace tu maldad, feliz.

Sí, es importante repatriarse. Pero me temo que no has entendido mi concepto de “repatriación”, que tiene que ver más con la idea de “recargarse”. La patria se va poniendo vieja, como cualquier otra cosa, si no la usas. Un día te levantas y hablas de la patria, como cualquier otro día. O no hablas de la patria, porque crees haberla superado y estar por encima de ella, aunque ella siga estando allí de todas maneras, desusada, como el caballo de porcelana en la mesita de centro. Esa es la patria vieja. Es como un celular Motorola, como un casete, como un 8-track, como un jaibol. Hace poco alguien me dijo: “¡Qué anticuada esa palabreja, jaibol!”, pero para mí era una palabra joven, aerodinámica, muy moderna, porque proviene de mi modernidad, que es la única que existe, la de los cocktails parties de mis tíos en las tardes tristes de ese Ypacaraí que es Varadero, circa 1961. 

La patria, entonces, necesita una recarga, hay que “repatriarla”, y eso solo puede conseguirse ontológicamente, “repatriándonos”. Y cuando hablo de “repatriarnos”, me refiero a un asunto de cargas. Tú sabes de esas cuestiones porque eres bioquímico y conoces del proceso eléctrico molecular en los organismos vivos. La patria necesita que le demos eso que en Miami se llama “un cablazo”. Ahora, ¿cómo y cuándo regresar a la patria a fin de detener el acelerado proceso de deterioro y envejecimiento, el arrugamiento y desinflamiento patriótico? Bueno, aquí la cuestión se complica: es un asunto de cábalas, de pálpitos. 

Yo sentí que era mi momento de “repatriarme”. Ahora me entiendes, te lo veo en la cara… Lo que hagan los demás no me incumbe: ya he recibido una amenaza de demanda judicial por parte de una bolerista cubana porque hablé de repatriación en su caso, y ella no, claro… Pero, en el sentido que aquí detallo, tal vez lo fuera, aunque seguramente no según el concepto de repatriación que maneja la chusma. 

Te puedo asegurar que, luego de darme “el cablazo”, la patria no se parece en nada a un jaibol. Tampoco se parece al dúo de Clara y Mario. No es la patria del programa Cachucha y Ramón ni la de los filmes de Fantomas. Es otra cosa: es la “repatria”. Los que se repatrian no vuelven derrotados a la patria ni mucho menos, eso es falso. Simplemente, han obtenido ciudadanía en la “Repatria”, que ya no es la misma cosa que aquel viejo móvil martiano llamado “Patria”. Es un territorio mucho más inestable. Reinaldo Arenas se adelantó en esto también cuando inventó el personaje de “El Reprimero”, en su novela El asalto.

Por la reincidencia de cierto mulato fantasmal en tus textos blanquérrimos, palaciegos, has devenido una especie de viuda alegre (no traducir como gay) del sargento taquígrafo Fulgencio Batista y Zaldívar. Eres no tanto un arqueólogo, sino acaso un póstumo prócer del batistato: el último de los veinte mil muertos maravillosos que se inventó Quevedo en su revista Bohemia, a la par que encarnas una especie de busto destetado del Batistiano Ausente. ¿No te da vergüenza, muchacho, haberte leído todo Batista antes de ver, por ejemplo, Las Cuatro Estaciones de Leonardo Padura en Netflix? ¿No te arrepientes ni un poco? ¿O tú también, como aquel otro mulato exiliado de Cuba, te declaras a estas alturas de la historia como un inocente?

Yo inventé a Batista. Pero bueno, yo también inventé el Disco. El Batista que la gente conoce es en realidad un personaje escrito por mí, tanto se ha confundido el original con las copias. Llegará el día en que los alumnos de cualquier universidad, no solo en Cuba, sino en París o en Princeton, se sientan completamente a gusto llevando un T-shirt con la cara de Batista. Hablo del “Mulato Lindo” de 1934 en Columbia, con esas gafas calobares preciosas y esos sombreros de felpa fabulosos. Batista es mucho más glam, y mucho más interesante que el Che, desde el punto de vista de la moda, desde el punto de vista sartorial o estilístico. Todos los muebles con patas cónicas terminadas en casquillo son el sostén de la idea de Batista. La palabra lobby y la palabra Impala son batistianas. Batista inventó la modernidad, y yo inventé a Batista. Definí lo estético batistiano. Recibí el tomo Piedras y Leyes de manos de Papo Batista, en la Feria del Libro de Miami en 1995. Mi amigo Camilo Barquet, de la antigua librería Alegro, que estaba en Brickell Avenue, es testigo. Recibí la memoria de Batista, como Borges recibió la de Shakespeare.

Durante casi una década, he tenido mareado a medio campo literárido cubano, haciéndoles babear la bobería de que mi estilo bebe del de Guillermo Cabrera Infante, ese dios de las confesiones-confeti. Pero tú bien sabes, porque casi terminas llevándome a los tribunales de la era Trump, que es a ti a quien aspiro a plagiar, más o menos impertinentemente. ¿Te preocupa eso que, de pioneritos vanguardias en Cuba, llamábamos el “relevo”? ¿Es posible para las generaciones venideras (pronto se verá que este que no es un adjetivo gratuito) ser tu epígono? ¿O tú has de morir incitable, literariamente insingable (lo siento: se los anuncié con un paréntesis de antelación), a la monstruosa manera de José Lezama Lima, el beato de la barbarie, con quien se te ha comparado lo mismo en genio que en grosería?

Soy un caso único en el panorama literario cubano. No te sientas mal: es imposible no imitarme. Primero, porque soy inevitable. Y, segundo, debido a que vivimos en una época de decadencia artística: padecemos de una fatiga del genio rayana en la crisis nacional. Me siento tan solo, que hablo conmigo mismo. Publico y voy corriendo a comprar mis libros y me releo. Leyéndome, me pregunto: “¿Por qué soy tan inteligente? ¿Cómo es posible que esto no se le hubiese ocurrido a nadie?”.

Tengo que tener cuidado, pues hasta esos soliloquios los veo copiados a menudo en los títulos, o calcados en algún texto de mis epígonos. En tu caso, es más obvio. El lapso de tiempo entre mi original y tu copia tiende a cero, como es el ejemplo de las pústulas de Marx y mi concepto de la “Economía Política de la Vida Cotidiana”. La copia casi fue instantánea. Fue casi un doblaje, como Clara y Mario.

¿Con qué autores cubanos te gustaría acostarte? ¿De manera bucólica o bucúlica? ¿Para ti, “empalar” constituye una de las bellas artes o es solo una parodia de ese palimpsesto perpetuo que se llama una “literatura nacional”?

Están todos muertos. Pero así, de pronto, diría que con Carlos Montenegro. También con Hatuey. No digo con José Martí porque con él me acosté a los 5 años. Martí es el pedófilo filosófico: el paiderasta sano, nuestro Aladdin Sane, como ya he dicho en algún ensayo que seguramente tú repetirás sin citarme. También entretuve la idea de un ménage à trois con Belkis Cuza Malé, circa 1981. No voy a decirte quién era el tercero, solo te adelanto que no era de este mundo.

¿Por qué ninguna editorial te quería publicar tu novela de culto Sabbat Gigante? ¿Es cierto que se trata del primer libro del poscastrismo? De ser afirmativa la respuesta anterior, ¿no es esto una (mala) suerte de traición a tu panacea poética de los años 50, donde Batista y Buesa aún son los dos best-sellers urbanos de la República, a pesar del provincianismo rural de un reportero del New York Times, que subió por un salario a la Sierra Maestra y bajó ya como converso del criptocastrismo?

Sabbat Gigante[1] es una novela que no existe solo en mi imaginación. La terminé a finales de 2006, a mis 50 años, como celebración mundial de mi cincuentenario. Soy el único practicante de la literatura contrarrevolucionaria ―o lo fui, hasta que apareciste tú que aprendiste de mí, no tanto a escribir como a aceptar un destino atroz, si bien liberador—. La contrarrevolución es una revelación y es para los pocos, para los elegidos, como también lo es la idea del Eterno Retorno. En realidad, después de luchar tantos años por ser aceptado, por ganar al pueblo para la causa, por congraciarme con escritores y críticos, comprendí finalmente que el nestorianismo (así se llama y se llamó siempre mi contrarrevolución) es una cuestión solipsista, una herejía de solitarios. 

¡Claro, cómo no me había dado cuenta antes! ¿Cómo lo contrarrevolucionario podía ser popular? Recuerda que al último contrarrevolucionario lo quemaron en la hoguera y que era ocultista: hablo del autor de la Cena de cenizas. Mi novela es, asimismo, una cábala; está disponible solo para los suscriptores. Si vas a Amazon, no podrás comprarla. Lo que no quita que ya haya comenzado a ejercer una influencia bárbara. Un pequeño adelanto: la escena del three-way que acabo de mencionar, aparece efectivamente en el Libro SegundoSaigón.

¿Es concebible una contrarrevolución en Cuba que no se haya leído tu obra del pi al pa? ¿Cómo intentar una transición exitosa hacia la democracia sin aplaudir, por ejemplo, los videos de la virgen triste del siglo XXI digital: Milo Yiannopoulos? ¿Tu escritura sería al respecto algo así como un clásico imprescindible pero ilegible para el vulgo? ¿O como los tuitazos de un profeta popularizador del pensamiento reaccionario cubano: una suerte de Clavelito anticastrista?

Es muy temprano para decir, pero me temo que mis sonetos terminarán recitándose en los matutinos y que Sabbat Gigante será, si no lectura obligatoria, por lo menos referencia obligada en cualquier biblioteca de libros sin leer que se respete. Recuerda que, cuando el primer profesor marxista-leninista decidió salir del claustro de la Universidad de La Habana y lanzarse a la tómbola de la sociedad civil y los derechos humanos en Cuba, ya yo estaba de vuelta de los derechos y de la humanidad, encerrado en la cárcel de Ariza a causa de la declaración contrarrevolucionaria más profunda que se haya emitido jamás en ese país nuestro: “Allende es un impostor”. Todavía hoy a algunos se les traba ese boniato caliente en la garganta. Son incapaces, ya no de expresarlo, sino de pensarlo. Yo había hecho un poema con esa convicción siendo un adolescente. De manera que sí, toda contrarrevolución pasa necesariamente por mí. 

Hablemos de Miami, ¿cuál es la etimología o acaso la etiología de esa palabra perversa (que, en realidad, se pronuncia simbolistamente casi como “Mallarme”). ¿Un laberinto, un Auschwitz de juguete saturado de adornos y boarding-homes, una enciclopedia wiki, la casa natal de Ernesto Che Guevara y su socialismo a crédito, un platanal hecho de posadas donde la Mujer Nueva deslecha al Hombre Viejo, o acaso la maqueta del Cosmódromo de Baikonour que vendrá? ¿Qué es Miami?, Néstor, dinos mientras clavas en nuestra pupila tu pupila atroz.

Pues ya sabes que Miami aparece por primera vez en la obra radiofónica Apoteosis y caída de la ciudad paradisíaca Miami, de Bertolt Brecht. Su secretaria había recopilado recortes de prensa sobre el paso del Ciclón del 26 y Brecht quedó muy impresionado. Miami es el modelo de lo que luego sería Mahagonny. Y si tenemos Mahagonny, ¿quién necesita Playa Albina?

Por cierto, ese huracán está mitológicamente conectado, como todo lo demás, con Fidel Castro, por ser el 26 el año de su nacimiento. El ciclón del 26 es otra manera de decir su Nombre. Sartre se apropia de la misma imagen tres décadas más tarde. El número 26 y el huracán son constantes que encubren todo un complejo entramado de relaciones mito-históricas. Pero, a lo que iba: allí está Miami expresado de manera insuperable, otro mito urbano que manejan los europeos, como los peaux-rouges de Rimbaud o la California de Karl May. Yo soy otro eslabón de la larga cadena ribonucleica del mito Miami. Un nombre mucho más apropiado para Miami sería Castrópolis. 

Si tuvieras que colocar cuidadosamente una bomba, ¿dónde la colocarías? ¿Por dónde comenzaría tu M-26-7 personal en aras de cargarte y recargarte a la cultura cubana, empezando por Posada Carriles como medida de todos los cánones? Y, en tanto terrorista aterrado, ¿todavía tienes miedo de volar en avión? ¿Has soñado algún sueño erótico, enérgico y viril, dentro del avión de Barbados? 

En la casa de Lezama, en Trocadero 162, bajos. Allí comienza el troque. Mejor si estuvieran dentro Rosa de Lima y Cintio Vitier, tomando el café. 1966 es nuestro 2666, el año del Paradiso bajo las estrellas, el año del Error, que no es el 59 como cree Gorki Águila. Hay historiadores que datan el fin de la República en la fecha de la publicación de esa anti-biblia, como mismo hay poshistoriadores que sitúan el fin de la Revolución en 1976, el año de la muerte de Osiris.Lezama era un dictador: un deconstructor, se diría hoy. Su pederastia consistió en haber metido el siglo XIX en el XX, un acto huysmaniano contra natura. Castro es tan origenista como el padre Gaztelu, o más. Fidel vendría a ser 6 pies y 200 libras de teleología insular, el Esperado, el Poeta Máximo, el Bugarrón Sublime del Capítulo Ocho. La bomba debe ir allí, en el Aleph.

Para terminar, dame nueve citas tuyas. Cítate en público, impúdico. Danos explicaciones de ti mismo, teorías sobre ti mismo, auténticas y sorprendentes noticias de ti mismo. No tengas miedo devenir Retamar. Devenir Wichy Nogueras o Wendy Guerra (se parecen un poco físicamente, ¿no?). Devenir Evangelio según Ambrosio Fornet. Devenir etcéteras. Y no me digas que me quieres, por favor. Ya sabemos que el rencor hiere menos que el olvido.

Claro que puedes volver sobre estas relaciones y sobre estas declaraciones, y tomar de ellas lo que necesites. La gente se sirve de mis ideas con total libertad porque soy una especie de Open Source, sin tener que citarme o agradecerme, porque solo se cita a los muertos (¡he ahí otra frase citable!) y yo soy un vivo. Es muy cómodo desentenderse de la actualidad, no tener ninguna responsabilidad con lo activo. Pero lo mío es el presente citable, la farándula de lo actual. Te recomiendo que, de todas las cosas que puedas copiarme, hagas de esa tu prioridad. Si yo necesitara imitar a alguien, te copiaría a ti, por supuesto. Ya sabes que, antes de quemarlo, a Bruno le atenazaron la lengua y se la metieron en una jaulita. Tú eres esa lengua en llamas que brilla en la noche del castrismo.


[1] Sabbat Gigante, Libros Primero y Segundo, fue publicado por Bokeh Editor en 2015 y 2017.




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Maielis González: “El Síndrome del Impostor es un enemigo que tengo identificado”

Massiel Rubio Hernández

Soy narradora… Soy escritora de ciencia ficción y mediadora de lectura, que es una categoría que engloba las otras facetas de mi relación con los libros”.