Hijo del norte: la historia de un cubano en Islandia

Antes de saltar a la popularidad, al cariño y a la fama que le dio su equipo de fútbol en la Eurocopa de 2016, ya Islandia existía. Sus fundadores, que allá por el año 860 ya andaban dando vueltas por la zona, no fueron tan sarcásticos como los que llegaron a Groenlandia y la llamaron como tal: Snæland, o “tierra de nieve”.

Isla mágica, que solo vino a ser plenamente independiente en 1944, su geografía y su imaginario están llenos de mitología y exquisitas leyendas. Trolls, duendes, elfos y caballos de ocho patas como Sleipnir, montura del mismísimo Odín, conforman la curiosa mezcla de culturas nórdica y gaélica del país. En Islandia incluso se ha reconocido legalmente, como religión, la Ásatrúarfélagið: un culto neopagano que se identifica con las deidades nórdicas de antaño. Es decír: sí, aún adoran a Odín, Freya y Thor.

Hasta allí, increíblemente, llegó un cubano: Yandy Núñez Martínez, que ansía convertirse en el primero de nuestra isla en escalar el Monte Everest. Buscando sus ambiciones, Yandy se fue a otra isla, mucho más al norte.



De chofer en La Habana a multitareas en Reikiavik

La dinámica para esta entrevista cambió por completo. Yandy estaba manejando, pues le habían avisado para salir una semana a alta mar, un viaje de pesca para hacer algún dinero y seguir “en la pelea”, como todo emigrante, así que acudimos al método de grabar una videollamada.

Luego de las presentaciones de rigor y de conversar un poco acerca de lo increíble que es vivir en una nación con menos habitantes que algunos municipios de La Habana (en Islandia no viven mucho más de 357.000 personas, según el censo del 2018), y mientras le contaba cómo fantaseábamos sobre ese país mis amigos y yo en los tiempos de la Eurocopa, se impuso la pregunta: ¿Cómo llegaste hasta allá arriba, man?

“Yo era chofer guía de autos clásicos en La Habana. Un buen trabajo, pues tiene que ver con el turismo y eso es bastante codiciado. Ejercía mi empleo de forma legal y con mucha profesionalidad, pues me gusta ser el mejor en lo que hago, sea lo que sea. Yo estaba bien, no te voy a mentir. Allí, un día de trabajo, en la piquera del Parque Central, conocí a la que hoy es mi esposa y madre de mi hijo. Las cosas fueron bien y en el año 2015 dejé Cuba por Islandia”.

Ahí saltó otra duda: ¿Cómo se viaja a Islandia? En Cuba no hay embajada de ese país. De hecho, Islandia solo tiene 16 embajadas en el exterior. El resto de su representación diplomática lo componen unos 210 consulados (con más de uno en varios países como Alemania, Canadá, Dinamarca o Estados Unidos). Donde no exista este servicio, por regla general otro país nórdico se encarga de los trámites. “En el caso de Cuba, es Suecia”, aclara Yandy.

Relata que una de las cosas que más le cautivó a su llegada a Islandia fue la naturaleza: “Hay paisajes naturales que te dan la impresión de que estás en la Luna u otro planeta. Existe una naturaleza diversa y muy hermosa. Imagínate si puedes llegar a sentirte fuera del planeta, que la NASA lleva a sus astronautas y demás equipo técnico a estudiar en distintos lugares del país”, dijo en referencia a los campos de lava de Lambahraun, a los pies del glaciar Langjökull, donde preparan las misiones a Marte. También se entrenaron ahí los participantes de la misión Apolo, que luego aterrizaría en la Luna en el año 1969.

“Una de las cosas que más me impresionó fueron los fiordos, esas montañas por las que se cuela el agua de los océanos. Cuando manejaba por acá, esos paisajes me impresionaron mucho”, cuenta Yandy mientras me pide un segundo, pues se había perdido mientras manejaba por las calles de Reikiavik. Una vez retomado el camino, prosigue: “Mi esposa me llevaba a muchos lugares para conocerlos y, viendo todo aquello, las montañas de acá y todo lo demás, decidí que quería hacer algo más… extremo”.

Así, en 2017 se unió a los equipos de Rescate y Salvamento de Islandia (Slysavrrrrarnafelagid Landsbjorg), donde tomó un curso de dos años del que solo pudo completar la mitad, sobre todo por cuestiones de idioma. Pero no se arrepiente, pues logró aprender muchas cosas y, sobre todo, a moverse en los ambientes que luego constituirían su pasión: el montañismo.

“Aprendí cómo salir a buscar a alguien que esté perdido, técnicas de alpinismo, supervivencia, etc.”

Precisamente el idioma es otra de las cuestiones llamativas, así que hubo que hacer la digresión para hablar del tema:

“Yo no hablo islandés. Por suerte llegué aquí sabiendo inglés, y así es como me he comunicado. No te diré que no hablo nada de nada, puedo comunicarme de manera sencilla y con el curso de rescate mejoré mi vocabulario, pero por regla general me comunico en inglés. Me atrevo a decir que el 98 % de la población acá sabe hablar inglés”.

Con un idioma tan complicado, no es de extrañar que no el 98 %, sino el 100 % de los islandeses conozcan un idioma que les permita comunicarse con el resto del mundo. Eso y el acceso a la educación, uno de los logros del Estado de bienestar islandés.



El alpinista

Sin dudas, la faceta más importante de la historia de Yandy es su fascinación por las alturas. No las alturas de encaramarse en una escalera a 12 pies del suelo: las alturas de verdad.

Desde tiempos remotos, lo alto, la cima de las montañas, se asociaron con la cercanía a lo poderoso, a los dioses. El Monte Olimpo o el majestuoso palacio de Odín en Asgard, son solo par de ejemplos. Allí es donde Yandy busca su inspiración, y la realización de sus ambiciones. Una de sus metas es, precisamente, escalar las cumbres más altas del mundo, un empeño en el que va bien adelantado:

“En agosto de 2019 escalé el Mont Blanc en los Alpes; luego llegué a la cima del Monte Elbrús, en Rusia; me convertí en el primer cubano en llegar a esa cima, 5.642 metros sobre el nivel del mar. Es difícil allá arriba. Yo había empezado a hacer eso en Islandia, pero allí ninguna montaña o glaciar es tan alto como lo que he podido hacer después”, relata, y yo me lo imagino a él y a quienes lo acompañaron enfrentando esas rachas de 80 kilómetros por hora, las nevadas, el riesgo de un desprendimiento o avalancha…

“Fue una experiencia increíble para mí. Siempre tuve en mi cabeza la idea de subir al Elbrús y colocar la bandera cubana enseguida que llegara. Fue un ascenso difícil, lleno de complejidades, para el que tuve que prepararme de forma muy rigurosa. Pero lo logré, alcancé ese sueño, que solo es el primero de muchos”, dijo a la revista Play Off Magazine en una entrevista concedida en noviembre de 2019.

El peligro es alto. Un pie mal puesto, un agarre flojo, es mortal. Recientes investigaciones arrojaron la estadística de que en este deporte muere una persona por cada 1.750 que lo practican. Parecerá poco, pero entran a jugar muchas condiciones externas que podría hacer variar ese número.

Luego Yandy quiso entrenarse en México con un grupo de conocidos, adaptarse a la altura y dejar su huella por esas tierras. Escaló la más alta cima mexicana: el pico de Orizaba (Citlaltépetl), con 5.610 metros sobre el nivel del mar; entonces se sintió preparado para viajar a Argentina y afrontar el reto más alto en el continente: el Aconcagua (6.962 metros sobre el nivel del mar), una montaña que aún guarda los restos de al menos 20 personas que han encontrado su tumba en esas laderas. En su página de Facebook, The Cuban Mountaineer, Yandy recoge sus aventuras.  

El reto de las siete cumbres, o sea, escalar los siete puntos más altos del mundo (los cinco continentes, más Antártida y América del Norte con los montes Vinson Massiff y Denali) es otro de los objetivos de Yandy. Y dentro de eso, el Everest (8848 m.s.n.m) es lo que le quita el sueño.

Habría querido hacerlo este año, o el próximo, pero entre la pandemia de la COVID-19 y los recursos necesarios, además del financiamiento económico, se ha hecho imposible. Para esto tiene incluso un GoFundMe.

“Quiero ser el primer cubano en llegar a esa cumbre”, dice mientras su mirada se pierde mirando al horizonte, buscando a través del parabrisas las luces que le lleven a casa.

Escalar por encima de los 6.000 metros en el Himalaya ocasiona la muerte de entre 10 y 13 personas de cada 100 que lo intentan cada año. Lograr este sueño llevará más que dinero.



La vida en la otra isla

Como Cuba, Islandia vive del turismo. En los últimos años el país consolidó este sector, hasta el punto que llegó a representar el 7 % de su producto interno bruto. Incluso, contradictoriamente, un evento tan peligroso como la erupción del volcán Eyjafjallajökull de 2010 (que obligó a cerrar el espacio aéreo del norte europeo durante seis días en el mes de abril) motivó que más viajeros se interesaran por esta isla y la eligieran como destino.

No obstante, la pandemia del coronavirus y el cierre de fronteras afectó mucho a la economía y a los ciudadanos de Islandia. Esto también tocó de cerca a Yandy, pues uno de sus trabajos era precisamente guía turístico en los fiordos y glaciares.

Cuando lo llamé, se preparaba para salir a trabajar, pero a un trabajo muy distinto:

“Me llamó un amigo que con toda esta situación tuvo que volver a uno de sus empleos: capitán de un barco pesquero. Cuando él se enteró de que yo también era pescador, me dijo que me llamaría y recién me avisó de que necesita a alguien para salir mañana a la 1:00 a.m. y estar una semana en el mar”.

Cuenta que luego regresará y que volverá a salir en enero, y ahí sí pasará un mes o un poco más fuera de su casa. “Hay que resolver mientras tanto”, dice entre risas, evocando eso que tiene el cubano de estar siempre en la lucha. Aunque, a fin de cuentas, lo que para él podría ser la lucha, para los islandeses es de lo más normal: son el segundo país exportador de pescado del Atlántico Noroeste, solo superados por Noruega. El 45 % de sus exportaciones, y el 25 % de los ingresos por las mismas, provienen de este sector.

Según datos del año 2015, la pesca en Islandia emplea de forma directa a algo más de 9.000 personas, aunque se estima que entre 25.000 y 35.000 personas (alrededor del 20 % de la población activa) dependen de ella para su subsistencia.

“Mayormente lo que se pesca es el bacalao”, cuenta Yandy. Y ahí nos reímos bastante porque le dije que sí, que seguro se lo comían normal y en croquetas. “¿Croquetas?”, me pregunta y yo le digo que sí, que en los mercados de Miami se venden con mayor o menor regularidad. Acto seguido él me cuenta que una de las cosas que más comen en Islandia es el pescado, pero blanco. Lo meten en el horno le dan un tiempo y se lo comen así, blancuzo y crudo.

“Yo no me como eso, qué va. Soy carnívoro y ese plato no es pa’ mí”.

Yo tampoco me lo comería, y si efectivamente me gustara el pescado, preferiría las croquetas eternamente.

Otro de los temas en los que siempre se cae es el de la salud. Debe ser porque es cosa de cubanos querer comparar este aspecto en sus vidas, sea cual sea el camino que tomen. Cuando le comenté por arriba cómo funciona la salud en Estados Unidos, Yandy quedó perplejo por el tema de los precios:

“Acá se pagan impuestos altos, bien altos, para precisamente garantizar que cuando se necesita asistencia médica, todo esté listo. Los niños, desde que nacen y hasta los 18 años, tienen asistencia médica gratuita y el dentista no es tan caro. Y eso que los dentistas cobran caro en todos lados. Me hice un arreglo en una muela, con todo, y me costó sobre las 4000 coronas (31,45 USD)”.

También relata cómo fue cuando nació su hijo:

“A mi esposa no le cobraron nada en el hospital. Ella dio a luz y al otro día, cuando chequearon que todo estuviera bien, la mandaron a casa sin que costara una corona. Al que me cobraron fue a mí, por la noche que pasé en el hospital con ella, por la cama y la comida que me dieron, todo con unas condiciones de hotel de cinco estrellas. Y no recuerdo cuánto fue exactamente, pero no llegó a los 40 dólares”.

Ah…, el bienestar. Aún en crisis, se las arreglan.

Su condición de inmigrante en un país tan extraño no le ha traído problemas a Yandy. No ha sufrido discriminación u otro tipo de violencia, y vuelve a referir que sus mayores limitaciones han sido por el desconocimiento del idioma. El asombro, sobre todo, es por el frío: a los islandeses suele inquietarles cómo alguien del trópico va a dar allá arriba, donde las temperaturas son extremas en invierno.

“Quien tenga ganas de desarrollarse, alcanzar sus metas, sentirse pleno, tiene que buscar eso fuera de Cuba. Y sabemos que el cubano, si tiene deseos, se adapta a cualquier cosa”.

Y agrega:

“No por eso dejo de sentirme cubano, solo que tengo ambiciones en la vida, quería más”.

Automáticamente caigo en el aquello de que sí, es eso lo que pasa, y es difícil aceptar que Cuba impone topes. Siempre. Al principio, al medio o al final. Siempre hay algo que no te deja avanzar. Quien no quiere eso en su vida, tiene que buscar las metas afuera. Ojalá algún día podamos alcanzarlas allá donde nacimos.

Hablando de Cuba, la nostalgia se impone. Le pregunto a Yandy cómo hacer un país con lo mejor de las dos naciones: su patria de nacimiento y la patria adoptiva.

“Extraño las playas. Las playas cubanas son de las mejores del mundo. Me quedaría con eso. Además, se extraña el abrazo cálido. El abrazo sincero de la gente que te quiere bien, ese calor humano, ese momento donde de una esquina a la otra te gritan ‘Oye, qué bolá’. La calidad de vida de Islandia también me la apuntaría: es muy alta. Y, definitivamente, me quedo con la libertad. La tranquilidad de poder vivir, caminar, disfrutar con mi familia sin más preocupación o peligro que el carro que viene por la calle”.

Consideré más que oportuno que dijera eso, a raíz de lo largos y tensos días que han transcurrido recientemente en la isla, y ahí decidí terminar la entrevista.

No hay nada más importante que ser libres y vivir tranquilos, no con ese miedo constante que, cual aguja hipodérmica, nos han inyectado durante mucho tiempo y aún nos intoxica.

Cada triunfo de un cubano, donde quiera que esté, yo lo hago mío. Si Yandy me dice que es libre, yo también lo soy.




Girasoles canadienses para la Virgen de la Caridad - Gabriel García Galano

Girasoles canadienses para la Virgen de la Caridad

Gabriel García Galano

Siguiendo la ruta de las pieles, la agricultura y el petróleo, salimos de los pies del monte Vitosha, en Bulgaria, para desembarcar en el Nuevo Mundo, pero sin alejarnos de las peculiaridades de una vida cercana a la montaña. A la vista de Las Rocosas, Giselle B. Cortázar, nacida en Guantánamo, nos contará su historia.