Zé Ángel Pérez: “Me gusta pensar mi país como una gran probeta”

Zé Ángel Pérez nació en Holguín, en el oriente de Cuba, en 1992. Durante veinticinco años vivió en un edificio multifamiliar estilo soviético. Rodeado de otros edificios de paneles prefabricados. Paneles, bloques, figuras, ensamblajes, líneas rectas que lo acompañan hasta hoy. 

Ahora vive en Río de Janeiro. Confiesa que de niño sufrió muchísimo con los dientes. Muchas caries. El resultado de una alimentación bastante limitada en los años 90. Dientes. Dientes. Dientes. (Bruxismo.) Encías. Músculos. Nervios. ¿Entornos disciplinarios? Todo comenzó con un dolor de muelas.

Ángel, acabo de darme cuenta de que has añadido un cuño nominativo a tu nombre: Zé. ¿Tiene que ver esto con que vives en Brasil? ¿Tudo bom?

Eso es algo que ha llamado mucho la atención. A mí fue el primero al que le llamó la atención. Llevo poco tiempo viviendo en Río de Janeiro. He conocido a muchísimos brasileños. Cada vez que me presentaba había un problema: no entendían mi nombre. 

Les decía que me llamo José Ángel, pero la jota en portugués se pronuncia de una forma muy diferente a como los hispanohablantes estamos acostumbrados. Al inicio para mí fue muy difícil pronunciar mi nombre de esa forma. Era casi como si se estuviera presentando otra persona y no yo. Después me di cuenta de que  es un diminutivo y es casi un apodo cariñoso para los José. Lo que sería Pepe en Cuba, algo así. 

Los padres de mi esposa me comenzaron a llamar así: Zé. Algunos amigos aquí también me llaman de esa manera. Me convertí en Zé, se quedó. Y lo adopté como mi nueva identidad artística, casi como un “hombre nuevo” cubano-brasileño. Me gusta que tiene algo medio divertido, trato de no parecer serio totalmente.

¿Cómo te lleva el exilio? ¿Podemos hablar de exilio?

No considero que sea un exilio. Siempre le digo a mi esposa que el motivo fundamental por el que estoy aquí es el amor. Así, tal cual, como se escucha. Decidí venir para Brasil porque era la única forma de estar juntos. 

Nos conocimos en la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños (EICTV). Siempre es difícil. Antes no había salido de Cuba. No había montado en avión. Muchas cosas fueron nuevas para mí.

Decidí salir de la isla por amor. Después de esa motivación, vienen las demás. Sentía que Cuba se me estaba quedando pequeña. Sentía que no tenía la posibilidad de un futuro. Por lo menos yo no lograba ver un futuro en Cuba, un país que amo y que detesto al mismo tiempo. Es una relación de amor y odio, por muy manida que parezca esta respuesta. 


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Puedo considerarme un afortunado porque no salí del país como los jóvenes que están huyendo de la Isla, intentando vivir dignamente. Exilio para mí es una palabra compleja de asumir. Pero estoy claro de todo lo que está sucediendo en un país donde muchos hombres y mujeres tienen que salir porque van a terminar aniquilándolos. 

Un día te vi en Holguín dibujando, al otro te vi en La Habana haciendo cine, y al otro en Río pintando diagnósticos, enfermedades odontológicas, tratamientos para corregir la estructura mandibular, ¿Cómo explicarías este recorrido?

En muchas preguntas no tengo certezas. Para no decir que en casi nada las tengo. Me gustan las certezas, pero son muy difíciles de encontrar. Me gustaría decir que soy un pintor que hace cine, pero no estoy seguro de si ese es el orden. Un cineasta que pinta. Un pintor que filma. Creo que son dos universos que me atraparon. 

En Holguín estudié Artes Plásticas en la academia El Alba. Como todos los niños que les gusta dibujar, siempre tuve eso: la pintura. Mi mamá se dio cuenta y a partir de ahí comenzó mi carrera como artista plástico. 

Llegué al cine a través de la animación. Ingresé en un taller opcional que impartían en los estudios de animación ANIMA y desde ahí se abrió una puerta que desconocía. Después llegó el manga, las historietas, la caricatura, los diseños de Manara, Frank Miller…

No llegué a desarrollar una carrera como animador porque estuve en el taller alrededor de un año y luego ingresé a la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual de la Universidad de las Artes de Cuba (ISA), en la sede de Holguín. Después de graduarme en la escuela de arte quise estudiar algo diferente, por eso no opté por estudiar Artes Visuales en La Habana. 

Me quedé cinco años más en Holguín, pero estudiando audiovisuales, específicamente edición. Son sucesos que uno no sabe por qué suceden, pero algo te dice que es eso lo que tienes que hacer y es donde tienes que estar. En ese momento consideraba que eso era lo mejor para mí. 

Ya en el ISA, conocí a un gran amigo mío que es Ángel Suárez. Fue él quien me empezó a hablar de la EICTV. Es con él con quien empiezo a escuchar que hay una escuela en un pueblito, San Antonio de los Baños, súper lejos de todo, donde va un grupo de personas de casi todo el mundo a estudiar cine. 

Me sentía intrigado. Quería saber qué pasaba ahí. Junto a Ángel hice un viaje allá. Un viaje casi de casualidad. El azar. Me tocó decidir de nuevo y dije: “Yo quiero estudiar esto, quiero estar aquí”. Algo me decía que debía estar en ese lugar y que debía estudiar durante tres años lo que sea que fuera a estudiar. No lo tenía tan claro.

Entre más conocía, entre más leía, entre más cine veía, empezó a perfilarse una especie de gusto por el cine documental, por el llamado “cine de lo real” o de “no ficción”. A partir de este momento comencé ese camino en la dirección de documentales. No entré el primer año que me presenté. Al año siguiente me seleccionaron. Estudié tres años. 


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Pero no has dejado de pintar…

Nunca he dejado de pintar. Siempre he tratado de que las obras audiovisuales estén relacionadas con las artes visuales. Eso lo supe aprovechar muy bien porque esa relación también me mostró el mundo de la dirección de arte. Me facilitó una serie de herramientas que ya de alguna manera estaban conmigo. Herramientas que empecé a activar muchos años después cuando estudié en la Escuela de Cine. 

Siento que, aunque son materias muy diferentes, hay algo que las conecta, son nodos que se enlazan. Es la necesidad por conocer algo nuevo. Soy muy curioso. Trato de sorprenderme. No pierdo la capacidad de la sorpresa, tanto en lo que el mundo me da como en lo que intento darle al mundo. 

Ese recorrido parece errático, saltarín, es el producto de mis decisiones en momentos en los que pensé que eso era lo mejor para mí. Antes me aburría mucho, pero he madurado y sé que las cosas que me interesan tengo que mirarlas desde todos los ángulos posibles para no abandonarlas demasiado temprano.

Esto ha influido en mis decisiones profesionales. He estudiado materias diferentes, pero que se conectan porque estoy trabajando con imágenes, con encuadres, con referencias, con sonido. Considero que la pintura no es muda. La pintura tiene mucho sonido. Los colores suenan. Es casi una sensación sinestésica. 

Es algo muy difícil de explicar. Es intuición. Mi vida ha funcionado así, aunque al mismo tiempo me considero una persona indecisa. 

Tu padre estuvo en la Unión Soviética. Quizá en su memoria, que de alguna manera es también tu memoria, comience la pulsión que te llevó a configurar una serie como Odontología para el hombre nuevo. ¿Estoy en lo cierto?

Mi papá estudió en la Unión Soviética desde el 80 hasta el 85, en Ucrania, en un lugar que se llamó Kirovogrado, una ciudad que posiblemente ya no exista por la guerra. Él estudió allá Ingeniería Mecánica. Al regresar, trajo consigo historias, revistas Sputnik, un abrigo… Todo eso se almacenó en el cuarto de desahogo de la casa. Una casa que habité durante veinticinco años en Holguín.

De ese cuarto yo sacaba estructuras de mecánica, libros en ruso, letras que no entendía, pero creía que eran pequeños dibujitos. Miraba aquellas imágenes y las acompañaba con las historias que mi papá me contaba. 

Creo que mi obra, tanto en el cine como en la plástica, absorbe de lo anecdótico, sin que esa sea la parte más importante. Esa es solo una de las capas. Yo nací sin televisión, no había Internet, pero sí había buenas historias. Había muchos apagones también. No tenía nada que hacer más allá de conversar.


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Una vez que tuve televisión veía mucho los animados soviéticos. Ese universo referencial fue creciendo conmigo, fui absorbiéndolo, interpretándolo, y se volvió algo muy familiar. Considero que ese mundo de la Unión Soviética es una cosa extraña, rarísima. 

El tema de lo soviético, de lo ruso, donde primero lo exploté fue en el audiovisual, en el ISA. Ahí comencé a explorar este universo. Algo tan simple como entrevistar a mi papá y después recrear la entrevista con fotografías. Todo muy didáctico. Con los años, empecé a tener más responsabilidad y una mirada más crítica sobre ese sistema, sobre ese conjunto de ideologías que se perfiló en esa sociedad.

Eso vino con Tarkovski, con la literatura; vino con entender cómo funcionaban algunos códigos del realismo socialista, cómo funcionaba la propaganda soviética, cómo funcionaba todo eso en función del adoctrinamiento, de exaltar las figuras políticas. Traté de ver algo que fue bastante oscuro. 

El título Odontología para el hombre nuevo se lo robé a uno de los capítulos del libro 9550 de Abel Arcos, el titulado Una posible interpretación del azul

Después le escribí y le dije que me había robado sus palabras para una serie de pintura. A él le encantó la idea. Abel Arcos me parece un tipo increíble. Ese libro es muy hermoso. Lo leí en un momento en que me sentía perdido en muchas cosas. 

Una “odontología para el hombre nuevo” no es cualquier cosa. El hombre nuevo es la utopía en su máxima expresión. 9550 deconstruye y destruye todo ese ideal, todo ese imaginario y lo vuelve muy lúdico. Es un libro de cabecera.

La Odontología para el hombre nuevo que propongo pasa por mi experiencia de vida. Sí, es una metáfora. Evidentemente es una metáfora. Es la posibilidad de hablar sobre situaciones del pasado y el presente. Ahí está esta pieza que se llama País. Quizá la influencia del cine esté presente en el juego con el tiempo. 

Propongo reflexionar en torno a la idea de un individuo defectuoso, desactualizado. En Cuba esa idea del hombre nuevo se trata de mantener desde el poder al precio de muchas cosas, sin tener la posibilidad de actualizarse o de cambiar de rumbo. 

Las sociedades que son demasiado obstinadas terminan por implosionar. Es lo que está pasando en Cuba. Yo lo interpreto así. Una sociedad que está implosionando por la incapacidad de actualizarse, de renovarse, de aflojar, de abrirse. Terminamos por caer en la zozobra. Ya no sabemos qué somos. 

¿Cómo la noción de memoria infiltra toda la serie?

Son piezas que surgen de recuerdos, de mi memoria, de mis vivencias. Experiencias que se vuelven necesidades estéticas. Aquí entra la metáfora para dar un sentido, quizá para ladear una idea. Aunque a veces sí es frontal. 


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Me gusta mucho relacionarme con la idea del tiempo. Son piezas atemporales y temporales al mismo tiempo. Se entremezclan personajes de otra época con personajes de ahora. Esta serie es una invitación a pensar, a reflexionar sobre la memoria histórica. 

En este sentido, desde la memoria, da la impresión que una de tus necesidades ha sido deconstruir una utopía. ¿Podrías extenderte en esta idea?

Deconstruir una utopía es algo que me interesa muchísimo y es algo que he buscado mucho. Un mundo feliz o 1984 son referencias bien directas. El hecho de deconstruir esa utopía es una forma de construirme a mí mismo. Vengo a ser un subproducto de esa utopía. Aunque ahora no sabría decirte si es una utopía o qué es. 

Ahí surge otra de mis preocupaciones generacionales; una cuestión generacional que a mí me mueve muchísimo. La generación de los 90. Jóvenes que piensan muy diferente a los que nacieron en el 60. 

En la escuela convivíamos con esas ideas de utopía a diario: pionero, vanguardia, sellos, distintivos. Ser el mejor, dar el ejemplo. Lo vivimos con mucha fuerza. Deconstruir esa utopía es uno de los ejes fundamentales a la hora de asumir una propuesta artística. Es mi forma de estar aquí, de estar en el mundo.

¿Qué otras necesidades han servido de ideas conceptuales en esta serie?

Necesidades que están vinculadas al universo de referencias en el que me gusta moverme. Ese universo tiene que ver con el realismo socialista, con los carteles de propaganda. Todo consiste en cómo empiezo a jugar con ellos y a tratar de subvertirlos. 

A mí me enseñaron que los símbolos patrios merecen respeto. Incluso los colores. Por ejemplo, trato de repetir el color rojo todo el tiempo en mis piezas. Es un color que nos ha acompañado como cubanos. Va desde la bandera hasta el uniforme de los pioneros. También es un color que está vinculado al comunismo. Son ideas con las que crecí y de las que no me puedo alejar. Mis piezas son una manera de deconstruir todo este sistema de símbolos, toda esta Gestalt del color. ¿Por qué no?

Debemos tener esa posibilidad, como hizo Jasper Johns cuando jugaba con la bandera estadounidense. Aquí en Brasil lo veo mucho. Artistas que trabajan con símbolos y juegan con ellos. Me interesa crear sentidos, juegos intertextuales. Me interesa mover fichas.

Es indiscutible que Odontología… se construye a partir de una mirada crítica. Aun así, creo que aquí el ojo es solo un canal para extender lo sensible a otras zonas. Creo que también podemos hablar de una profunda escucha de un contexto, de su pasado y de su presente.  ¿Podemos hablar de una escucha crítica?

Si bien esta serie de piezas se construye desde la mirada, hay algo ahí con la escucha. Hay algo ahí con los oídos. Son piezas que han sabido escuchar esas historias; han sabido interpretarlas desde la escucha. Este debate va a la par de cómo miramos y cómo llegan a nosotros esas historias. 


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¿Cómo las escuchamos? En mi caso, todas las historias que conforman esta serie tienen como núcleo las historias que contaba mi padre. El primer contacto surgió a partir de escucharlo a él. 

¿Cómo entiendes esa idea trasnochada de “hombre nuevo” y de qué manera la rehaces?

La idea del hombre nuevo siempre me causó mucha curiosidad. He leído varias veces El socialismo y el hombre en Cuba, del Che, donde se desarrollan las bases de este hombre nuevo, a la vanguardia de la sociedad que se quería construir en los 60. 

Al principio lo vi como una imagen muy romántica, ideal. Un discurso muy de aquel entonces. En este camino también están aquellos discursos de utopías de país, de utopías colectivas. En Odontología…deconstruyo esta idea. Es una figura caleidoscópica que me muestra muchas caras de ese objeto. Yo veo al hombre nuevo como un objeto casi sin forma. No logro descifrarlo en lo que es. Para mí sigue siendo algo muy extraño. 

Es interesante pensar cómo esta constitución de hombre nuevo tuvo su referente directo en la Unión Soviética. Creo que sin la Unión Soviética hubiera sido muy difícil pensar un hombre nuevo en esa época. Esa idea ya venía desde siglos anteriores, incluso, solo que el sentido era distinto. En Cuba se adoptó esa idea influidos sobremanera por la Unión Soviética. 

Has declarado que la serie es un “juego de experimentación formal y conceptual”. ¿Por qué?

Empleo esta palabra, “juego”, en su sentido literal. Lo asumo como algo con lo que me siento a gusto. Me da placer hacer lo que hago. Las imágenes evocan cierto sentido lúdico. Es un poco juguetón. Detrás de ese juego se esconde la ironía, casi como una caja de Pandora, para poner las cartas sobre la mesa. La ironía es un recurso que me gusta emplear mucho porque genera sentidos y activa una memoria emotiva que genera sorpresa. 

También es una experimentación porque estoy jugando con la materia, con las ideas del cartel, con la inmediatez. La pintura acrílica te permite hacer empastes, aguadas, es muy versátil. Los ámbitos conceptual y formal se van configurando a la par. Cada pieza es un portal que me muestra una nueva posibilidad. Quiero ver hasta dónde me lleva.

¿Cómo estas palabras modelan la serie: ironía, collage, anacronismo, realismo?

Esas palabras vienen de un juego muchas veces intuitivo. Hay una parte de mí que busca el azar. Aunque siempre se involucra una parte racional. Todo bajo la necesidad de generar nuevos sentidos. 




Odontología… es una serie eminentemente intertextual. ¿Pudieras desvelar algunos referentes?

La intertextualidad es una exploración que me interesa explorar y explotar muchísimo. Siento que en mi última película [La obra] establecí ese juego intertextual. Mis referentes son muy diversos. Algunos son más claros: Sigmar Polke, Franz Falckenhaus.

Otra palabra: niño. Quisiera que te detuvieras en esta palabra.

Pienso en los niños como la generación que surge y que es una esponja. En Cuba están todo el tiempo infiltrados por ideas políticas, desde que llegan a la escuela hasta que salen, y en la casa sigue cuando prenden la televisión. 

Me siento como un gran conejillo de indias, una especie de elemento con el que se experimentó. Una probeta. Me gusta pensar mi país como una gran probeta. 

¿Conservas tus dientes de leche? 

Mis dientes de leche los conserva mi mamá. Esos dientes no son motivo de orgullo. Estaban llenos de caries. Son un recuerdo bastante siniestro. Dejé muchas cosas en Cuba. 




© Imagen de portada: Zé Ángel Pérez.




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