De la Fe y otros demonios

Al exilio, ese receptor natural de las malas noticias, me llega la mala nueva de la muerte de Juanito de la Fe, mi vecino, diseñador de barcos (de antes y después), cardenense y conversador maravilloso, que demostró lo fácil de navegar con las cabillas y el concreto del realismo socialista o lo lujosa que podía llegar a ser una torpedera rusa.

Su reino era su casa y su trono un cómodo sillón desde donde enfrentó la vejez, la ceguera y lo peor. Había que sentarse en su terraza y retarlo a que buscara en su memoria los jirones dentro del huracán, anécdotas que contaba con todos los detalles, valiéndose de manos y rostro. Algunos de los cuentos de Juanito eran para ser escuchados por un selecto grupo de elegidos con oído profundo; en esos casos su voz se transformaba en susurro y la complicidad de sus gestos te advertía de que formabas parte de una secta de iniciados. Supe así de alegrías y dolores que guardaba en su alma de diseñador naútico. Juanito enumeraba por igual aciertos y fracasos en las difíciles mareas contemporáneas de Cuba. Nunca dejó de lamentar la perdida de un velero antológico, heredado o robado por la nueva camada, el “Lobo de Mar”, hundido finalmente por culpa de un cañón miliciano instalado en su popa: “era como montar un inodoro en medio del palacio de Versalles”, decía. Hoy le rindo homenaje salvando dos de sus historias.



En la playa de Varadero un afanoso cubano logró montar su tiendecita en la esquina que forman la calle 42 y la Avenida Primera; en los altos del negocio construyó una casa cómoda, de amplios ventanales, abierta al fresco, con vista obligada al mar y arena en todos sus rincones. En ella permaneció hasta el día de su muerte, mucho después que la Revolución le confiscó el fruto de sus esfuerzos en nombre de un futuro que nunca vino. Ahora la vive su familia, con la esperanza de recuperar la tienda algún día y recordando a su viejo, parado allí en la puerta durante los años republicanos, orgulloso de recibir a sus amigos, incluido Juan de La Fe, para el que siempre encontraba tiempo en el ajetreo diario. Una de esas tardes de coloquios criollos, los amigos fueron interrumpidos por dos norteamericanos atolondrados con “bermudas” y sombreros. Los “gringos”, quizás por el calor, los rones o las mulatas, no lograban encontrar su hotel, cosa rara en una península alargada, con sólo dos avenidas importantes y un hotel en cada extremo. Juanito, que había estudiado en Estados Unidos, se ofreció inicialmente como traductor y ante la imposibilidad de hacer valer los principios de la brújula en el alma veraniega de los imprevistos señores, terminó ejerciendo con su amigo de chofer voluntario y acompañando a los gringos trastocados hasta el Hotel Internacional de Varadero.

Ya tranquilos, luego de identificar el mar de flores naranjas de los jardines del hotel, los del norte quisieron pagarles con dinero el favor, pero los voluntarios se ofendieron. Les invitaron a unas copas y ante la nueva negativa, los extranjeros se deshicieron en agradecimientos y saludos, extendiéndoles su disposición a atenderlos con igual entrega si alguna vez visitaban Washington. Por este corto intercambio, Juanito, asombrado, descubrió que aquellos gringos mareados eran dos congresistas de los Estados Unidos, que con el anonimato de su disfraz turístico disfrutaban del verano del caimán. El del pelo abundante aseguraba ser un veterano de la guerra mundial y decía llamarse John F. Kennedy. Y entonces, para disipar la lógica incredulidad, Juanito el cuentero retrocedió a la máquina del tiempo de sus gavetas. En sus manos traía un pedazo amarillento de una cartulina con el águila, el nombre de Kennedy y su título de Congresista. La guardaba para instantes como aquel, y sonreía.



El Comandante se metía en todo, presumía saberlo todo y disponía de cualquiera en condición de asesor. Por eso no era raro que, con cierta frecuencia, unos tenebrosos personajes de verdeolivo secuestraran a Juanito y, con un gran misterio de rutas sinuosas, le llevaran ante la presencia divina. Allí, además de soportar largos interrogatorios, debía entregase a la difícil tarea de desestimar, con mucha cautela, cada una de las propuestas que tenía preparadas el Comandante, desde fabricar botes de paseo hasta exportar cruceros de guerra. Una de esas veces el viaje terminó en el Valle de Viñales, donde el Comandante atendía personalmente al presidente de Indonesia, aliado ocasional en aquellos tiempos. El atardecer del valle despertó la vena poética del presidente Sukarno quien, valiéndose de los servicios del traductor, comparó la puesta de sol con la caída del capitalismo y la hermosa noche con el momento de los pueblos humildes. Fidel asentía con la cabeza ante cada frase de Sukarno, forzaba un gesto de complacencia, al mismo tiempo que, en voz alta y para el resto de los presentes, sentenciaba: “¡Pero qué clase de comemierda es este tipo!”. La complicidad burlona del resto de los presentes se vio interrumpida por la mirada rabiosa de Sukarno, quien, sin perder la cordura y en perfecto español, le replicó de inmediato: “Y qué falto de respeto es Ud., señor Primer Ministro”. El Comandante soltó una estruendosa carcajada, pero dice Juanito que se le notaba nervioso y que con el índice reprochaba a sus ayudantes, a quienes no les quedó otra opción que simular una risa contagiosa. El perfecto español de Sukarno libró a Juanito de los molestos interrogatorios; pareciera que el comandante no quería testigos que le recordaran su ridículo. Esa misma noche lo regresaron a la Habana con premura. Viajó acompañado de uno de los personajes verdeolivo que durante todo el viaje le insistió en el bien que le haría la Revolución y a él mismo borrar de la memoria aquella noche, asumir que no había visto nada, ni siquiera el esplendor del Valle de Viñales.

Miami, 14/05/2008.



Nota del editor: Entre los años 2006 y 2015 el blog Penúltimos Días publicó colaboraciones de 87 escritores, en su mayoría cubanos, establecidos en una docena de países. Uno de sus temas más recurrentes fue la experiencia del exilio, entendida como una pieza clave para explicar el “tema Cuba”, que fue su preocupación fundamental. Escojo aquí apenas diez de esas contribuciones (de autores de diferentes generaciones, lugares, visiones y experiencias) porque creo que su relectura puede arrojar luz sobre la manera en que hemos vivido y sentido las últimas seis décadas el hecho de quedarnos sin un país que, sin embargo, se prolonga en la memoria. (Ernesto Hernández Busto).





la-cuba-de-hoy-y-de-manana

La Cuba de hoy y de mañana

Por J.D. Whelpley

“Es difícil concebir una tierra más hermosa y más desolada por las malas pasiones de los hombres”.