Mala gente
De gente que pensaste buena
se fue hilvanando el infierno de tu vida.
Un día extendiste la mano
y arrancaron tu miembro
dejando los restos a las hienas
que merodean los rincones
oteando una huella mínima de suplicio.
Tantas veces ofreciste tu carne
que mordisco a mordisco
fue reduciéndose a esos grumos
que ahora nadie quiere llevar a cuestas.
En la subasta de tus miserias
siempre habrá algún postor
dispuesto a pagar con su propia sangre
el deleite de mancillar la tuya.
Ofrecemos la mejor versión
de nosotros mismos
para despistar a los otros
y encontrarles una brecha
algún pequeño desliz con que mitigar
el ánfora sin fondo de nuestra malicia.
Cuando brillas un poco
tu luz araña los ojos
de aquellos que no tuvieron
otra cosa que la oscuridad.
Por eso en este instante
eres parte del infierno de alguien
y tal vez otro alguien conjura
tu martirio
tu desgracia
y tu muerte
solo para consolarse
sabiéndote más infeliz.
De mala gente está lleno el mundo
y el trance infernal de tu vida:
gente que un día pisoteaste
cuando mordieron tu alma
y te forzaron a ser como ellos.
Vaciamiento
“El frío ha dado frutos en mi vida”.
Roque Dalton.
Me río de los locos y los suicidas
por ellos alzo mis ojos al sol
para incinerar esos telones
que trastocan las frágiles pavesas
de la memoria.
Carcajeo por la muerte de mi madre
sus huesos fulguran en esta conciencia
que duele de tanto vacío.
Mi padre es un grumo que se diluye
en el olvido ancestral de mis afecciones
y esta indolencia con que le canto
profana su mutismo de piedra vencida.
Glorifico a los ángeles caídos
a los presos y a los asesinos
entono mis alabanzas por aquellos
que ensucian el mundo
con la lepra infernal de su odio
mientras sus proles van amotinándose
como hienas contra la mansedumbre
de este siglo enfermo.
La ausencia de sangre en nuestras manos
no nos hace menos culpables:
algunos hemos llevado mucho tiempo
el infierno en la cabeza.
La línea que separa lo fértil de la muerte
es un rastro difuso
pero he sobrevivido a la ruina
igual que una cariátide al tiempo:
para conjurar el milagro
arrojé el corazón fuera de mí
y fue aplastado
por la marcha horrenda de la multitud
que en su huida devastó
lo único vivo de este reino.
Un poco de paranoia podría salvarte
cuando el mundo es un sitio cercenado y frío.
El corazón se vuelve lastre
si todavía vibra frente al hambre de la jauría:
bendito sea el infierno de mi cabeza
y estas manos ensangrentadas
con que aplaudo el acto redentor de mi vaciamiento.
Testamento
Pobres los que esperen algo de mí:
nada bueno podría dejarles
ya que no es posible ofrecer
aquello que no conocí o fue mío.
He pisoteado muchos corazones
y he bebido el zumo amargo de su agonía
para contrarrestar la acidez de mi alma.
He estado muchas veces en el límite
y mi conciencia se hunde entre los excrementos
que opacan la poca luz
que alguna estrella moribunda me dejó
antes de su fallecimiento.
Vivo sabiendo que el mal
casi nunca es una elección
sino la consecuencia de haber resistido
todas las muertes que pudrieron tu espíritu
hasta convertirlo en la semilla del odio.
Nada hay en mí capaz de trascender
salvo este conocimiento sobre el dolor
que he aprendido en cada destrucción
y que me niego a develar
en venganza contra mis asesinos.
Pobres los que esperen algo de mí
pues en mi testamento solo recibirán
enormes porciones de vacío y de silencio
como una forma de escupirles a la cara
después que me haya ido
mientras mi carcajada estremece
los puntales del infierno
que antes de nacer ya me esperaba.
Carlos Augusto Alfonso
Carlos Augusto Alfonso. Poeta cubano del municipio Habana del Este cuya obra es vista como transgresora de toda norma vigente.