Rollback con Tripes à la Mode de Caen

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En el cuarto de baño había tres frascos pequeños de champú líquido y otros dos de crema humectante. Estaba muy molesta, porque tenía que compartir con Marie Ann uno de ellos. Esa costumbre de mamá decirme siempre que debía ser buena con otros. Ahora estaba allí, recién bañada con el minúsculo recipiente en mi mano, que no podía, por culpa de mamá y Marie Ann, verter en su totalidad en mi cuerpo.

Mierda, Marie Ann lo había dejado vacío. Por más que apreté el pomo contra la palma de mi mano, no pude sacarle nada.

El calor del día era insoportable, no se estaba bien en ningún sitio. Subí a la habitación solo motivada por el recuerdo refrescante del olor a cítrico de la crema humectante, que había sido una de las primeras cosas que husmeamos al llegar Marie Ann, Rebeca, y yo, luego de tirarnos varias veces de una cama a otra.

Comparada con mi cama, la cama de aquel hotel era un océano. Becky y Marie Ann estaban ocupadas en rearmar las toallas en forma de cisne colocadas en las cabeceras, que ambas habían deshecho, con la total convicción de devolverlas a su forma. Las toallas tomaban forma de cualquier cosa menos de cisne.

Me escabullí hacia el cuarto de baño. Lo vi como una oficina. Espacioso, iluminado, claro. Las toallas no tenían ninguna forma particular, pero estaban blancas, e impecablemente dobladas.

Recorrí los espejos, abrí uno por uno los amplios gaveteros, y descorrí las puertas de la bañera. Justo allí pude ver los frascos de shampoo y crema humectante. Eran bellos y delicados, con muchas flores pintadas y un pequeño lazo rojo en sus tapas.

Pensé que los lazos podrían servirme para algo, cuando justo entraron Becky y Marie Ann. Rebeca reparó en los dos pomos de crema y tímidamente sujetó uno. Tenía problemas dermatológicos. No pude alegarle nada. Además, yo en el fondo le tenía lástima. Su madre prácticamente la había obligado a estar allí. 

Marie Ann y yo nos miramos. El pomo restante, único, bello, delicado y con sus flores pintadas también nos miró, y yo me olvidé al momento de los lazos rojos.

Estaba disfrutando del primer baño en un hotel de mi vida, sin poder completar ese ritual tantas veces visto por mí en el cine, “mujer con toalla en la cabeza esparce placenteramente una exquisita crema en sus largas e impecables piernas”.

Sin ser un Hilton o un Four Seasons, el hotel que nos pagaron no estaba mal. O, al menos para tres chiquillas provincianas y de pocos recursos, no estaba nada mal.

Era la primera vez que todas viajábamos solas lejos de casa. Bueno, todas no. En realidad, Becky y yo. Porque Marie Anne había rodado por casas de tíos y parientes desde que su madre la abandonara.   

En el restaurante pedimos los platos de nombres más raros que leímos, porque, según Marie Ann, eso era signo de clase y de cultura. No pude disfrutar el almuerzo, el olor a cítrico del pomo de crema entero que Marie Anne se había vertido encima, se mezcló con los “Tripes à la Mode de Caen”, que no eran otra cosa que intestinos cocinados en sidra.

Había que verle la cara al mesero cuando Rebeca y Marie Ann le pidieron con total naturalidad “Tripes à la Mode de Caen”, arrastrando la r todo lo que pudieron, obviamente. 

Luego había que verles las caras a ellas, cuando el mesero en retirada les dijo: disfruten de los mejores intestinos cocinados en la ciudad.

Por más que estábamos tratando de disfrutar del hotel y sus comodidades, las tres sabíamos que el regreso, para dos de nosotras, no iba a ser del todo feliz. Luego de otra minuciosa sección de fotos, entrevistas y un casting final, escogerían a la chica que finalmente se llevaría el protagónico de la película.

Había sido un agotador proceso de selección entre decenas de aspirantes, y finalmente estábamos en la ciudad donde nos harían la prueba definitiva de cámara y nos vería el director. 

Nerviosas y hambrientas, nos precipitamos contra los chocolates que un miembro del staff nos obsequió a nuestra llegada al pequeño salón, donde haríamos la prueba de cámara frente al director.

Yo abrí la mano todo lo que pude dejando la bombonera casi vacía. Que se joda Marie Anne, pensé, que paseaba victoriosa su olor a limón fresco.

No me di cuenta del momento justo en que colocaron la cámara. Era pequeña, no tenía nada que ver con aquellas grandes con las que nos habían hecho las tomas anteriores. Yo no sabía mucho de eso, pero sí me di cuenta de que no era una cámara profesional.

Nos quedamos solas con el director y obviamente su cámara. Yo no puedo establecer un orden cronológico de los hechos, no puedo. Solo hoy recuerdo y me veo desnuda sobre Marie Ann, empujada duramente contra su cuello, mientras él me penetraba por el trasero.

El olor a cítrico se metió en mis poros, en mi estómago. Creo que terminé vomitando el cuello de Marie Ann.

Él se corrió en el suelo. Nos agachó y nos hizo lamer el piso manchado, nos filmó de todos los ángulos. La pequeña cámara se movió por todos los rincones inimaginables, aunque fue más generosa con Marie Ann. Lo había vuelto loco la tersura de su piel humectada por el limón fresco.

Dos años después se estrenaría la película para la que Marie Ann fue seleccionada. Se le veía feliz el día del estreno. Yo fui, porque el staff nos envió unas entradas de cortesía, y porque mamá me obligó, diciendo que había que ser bueno con los otros y yo debía celebrar el triunfo de mi compañera.

Nunca hemos vuelto a hablar de aquella tarde. Ni siquiera en la serie de TV en la que todas coincidimos muchos años después. Siempre me pregunto, cuando veo a Marie Ann en sus películas, lo mismo en aquellas donde luce sensual y vaporosa, o en las de aire más intelectual y críptico, si le siguen gustando los olores cítricos, y qué hizo con lo que grabó.







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La vida en dos relatos

Polina Martínez Shviétsova

Ningún texto se escurre entre mis dedos y ya no siento las contorsiones enmascaradas de la muerte. Estoy en la cima de algo, en la raíz de nada. Todavía estoy viva.






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