El error Martí

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© El Sexto


Los cubanos ya estábamos en el exilio cuando Él llegó. Y habíamos visto que el exilio era bueno. Y habíamos experimentado que el exilio era vivir una vida en la verdad. Y sabíamos que el exilio era la Nación, donde podíamos ser libres y cubanos.

Pero entonces llegó Martí, justo cuando menos nos lo esperábamos.

Llegó de pronto Martí, una tardenoche fría, octosílaba. Mal vestido para los inviernos democráticos del Septentrión, pero bien abrigado por su maravilloso mesianismo monárquico. Había una dinastía que fundar: una utopía ciudadana esperaba por nosotros, como una viuda virtuosa y ―lo que ni Él ni nadie nos dijo― envenenada.

Llegó y se puso a hablar de inmediato, mirándonos directamente a los ojos. Mientras se agarraba el corazón durante sus homilías cívicas, apretándonos a nosotros el nuestro.

El milagro Martí no dejó a uno solo de nosotros intocado por su intraducible prosa de profeta, su lenguaje de látigo con cascabeles de una cubanía conmovedora, inconcebible antes de Él.

El Apóstol nos habló a todos, desde niños hasta ancianos que no llegarían al nuevo siglo, que entonces era el XX. Se hizo espinazo ético de la patria que nunca había sido y los cubanos cabalgamos en el corcel de sus modos subjuntivos.

Así se abortaron las alternativas también patrióticas del autonomismo con España y el anexionismo con los Estados Unidos. El pastor se empeñó en pastorearnos de vuelta a la Isla prometida. De un plumazo, nos borró las razas del alma y fundó una geografía justo allí donde no había más que cañaverales y casas de tabaco.

De paso, su retórica retó la moralidad de nuestra solvencia lejos de Cuba. Martí nos puso a financiar una Guerra Santa llamada la Independencia, sublimando la historia del horror y trasquilando la barbarie en belleza.

No lo entendíamos, por supuesto, pero su palabra nos encendía los cachetes y nos sacaba las lágrimas. A golpes de amor, Martí nos hizo perder cien años. Porque allá fuimos, a Cuba. A matarnos puntualmente entre cubanos, cada día de las sucesivas guerras que nunca cesaron, desde febrero de 1895 hasta diciembre de 2023.

Total, para de Cuba tener después que irnos de nuevo. Ahora de manera desquiciada, desposeídos, desorientados. Incluso, humillados. Como si escapar al exilio no fuera en realidad un regreso a casa. O, aún peor, como si del exilio fuéramos a volver, por inercia martiana, a la Isla imaginaria del Maestro.

Ya no recordábamos que fue aquí donde Martí tuvo que venir a buscarnos, que era aquí donde único habíamos sido libres y cubanos, antes de que la supernova Martí nos explotara entre las manos, mareándonos la memoria del Bien y el Mal.

Maldito sea tu nombre, Martí. Maldito el momento en que te mezclaste entre los cubanos para secuestrarles su cubanía cosmopolita. Maldita la Hégira con que nos expatrió de un Exilio que nos sentimos culpables de habitar hoy como Hogar.




Imagen: Danilo Maldonado Machado (El Sexto).




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I want you to know, dear

Orlando Luis Pardo Lazo

Cuando mataron a Martí, una fotico mía de niña apareció en el bolsillo de su chaqueta, ensangrentada.