Martí, o la conciencia global

LEÍ ESTE TRABAJO hace veinte años en un simposio sobre José Martí en el marco de un simposio patrocinado por la Universidad Carolina de Praga y por invitación de su organizador, el eminente profesor Jozef Opatrny. El ensayo luego se publicó en la revista Quimera de Barcelona en un número especial sobre “Siglo y medio de José Martí” editado por mí. 

La lectura del trabajo desató una virulenta reacción por parte de otro participante del simposio, el profesor José Luis Abellán, que objetó mis comentarios críticos a la antología editada por Armando Hart Dávalos, pero haciendo caso omiso a la evidencia de chapuza que resalté en mis críticas. Al profesor le contesté proporcionalmente. 

Al releer mi trabajo hoy, después de veinte años, me percato que aquella virulencia tenía otra causa nunca dicha: el recuerdo, no por evidente menos doloroso, que Martí luchaba en contra del colonialismo español. La “España del Desquite”, como Carlos Ripoll llamaba al histórico resentimiento peninsular contra Estados Unidos que hoy sigue redundando en la explotación económica de la isla, tiene un poderoso análogo contraparte entre historiadores e intelectuales. 

A más de un siglo del llamado Desastre se resisten a realizar una crítica de la política colonial, o a hacer el duelo de la pérdida de sus últimas colonias, con el resultado de que repiten sus dañinos efectos de maneras igualmente destructivas.              



Mi tema es Martí y la conciencia global. Estoy consciente, para empezar, de que semejante título se presta a un grave malentendido: una absurda defensa de la globalización mercantil, sobre todo en sus aspectos más dañinos. Por eso, y, ante todo, se impone una pregunta: ¿Qué quiero decir por globalización?

Se trata del proceso histórico por el que todos en el mundo, para bien o para mal, estamos atravesando hoy: la creciente integración del planeta. Globalización se refiere igualmente al desplazamiento de gentes en busca de trabajo, y al nivel de conocimiento, a través de fronteras internacionales, a base de nuevas tecnologías. Pero la globalización tiene también aspectos políticos, como vimos no hace mucho en el caso de la guerra en Serbia, y tal vez veremos en Irak; así como judiciales: el proceso de Milosewicz, y el frustrado de Pinochet, son dos de tantos. 

No se trata, desde luego, de un fenómeno nuevo. Las nuevas tecnologías de hace medio siglo ahora permiten completar transacciones internacionales a una mayor velocidad. La globalización supone que esa expansión del mercado promueva eficiencia a base de nuevas competencias y la división del trabajo, ya que de esta manera las economías locales se pueden concentrar en lo que conocen mejor. Pero lo que se aplica al mercado mundial también se aplica, o se aplicará, si en efecto el sistema funciona, a la justicia: lo que llamamos la lucha mundial por los derechos mundiales, en el que la República Checa ocupa por cierto un puesto de honor. 

Algunos, con el loable propósito de deslindar los aspectos mercantiles de los justicieros y humanistas de este nuevo proceso histórico, han invocado un término distinto: mundialización. Si se teme que la globalización se extienda a lo largo y ancho del mundo a expensas de la diversidad y autonomía de los estados nacionales, la mundialización, en cambio, se acerca más a un modelo de confederación mundial multiétnica y multicultural.  

Lo que se aplica al mercado mundial también se aplica a la justicia.

Es con este último sentido que uso el término globalización, y por una razón muy sencilla: se acerca más al universalismo de José Martí.[1] Universalismo, por cierto, que no por manido podemos sencillamente obviar. 

El mismo Martí que asociamos, al menos en las lecturas más predecibles, con el nacionalismo cubano, el indigenismo hispanoamericano, la temática de “Nuestra América”, y hasta con cierto telurismo revolucionario, es también el intelectual y artista que, luego de un exilio itinerante por una decena de distintos países, desarrolló una impresionante urbanidad nutrida de una cultura pasmosamente sofisticada, tan enterada de los problemas mundiales de su época como preocupada por el futuro de la humanidad, sin distinción de geografía, cultura o idioma. 

“Y yo, ¿qué soy, y quién me fija suelo?”, le preguntó Martí a Federico Henríquez Carvajal, dominicano de nacimiento pero cubano de corazón, en una carta dos meses antes de morir, dando a entender así la arbitrariedad de cualquier identidad nacional cuando se trata de algo mucho más trascendente, como la solidaridad humana.[2] Si Martí, al decir de los Versos sencillos, viene “de todas partes, y hacia todas partes” va, será en efecto porque en su poderosa curiosidad todo lo humano le interesaba y escribió sobre ello. 

No faltaría, dentro de ese repertorio de curiosidades que son sus Obras completas, hasta el comentario sobre cultura popular checa. “Bien merece Franz Hilmar”, cito de su nota del 15 de noviembre de 1881, “que introdujo la polka entre los modernos divertimientos sociales, y acaba de morir en Praga, un recuerdo de los amigos del baile. Los campesinos bohemios bailaban la polka mucho antes de que su alegre música invadiese los salones, pero Hilmar fue el primero que le dio forma musical en su ‘Esmeralda Polka’”.[3]  

Si insisto en la frase “conciencia global” en vez de mundialización o universalismo, es porque con ello quiero aludir precisamente al contexto de interpretación, la llamada globalización, al que la obra de Martí ha sido lanzada en Cuba últimamente. 

‘Y yo, ¿qué soy, y quién me fija suelo?’

Ya sabemos que desde hace cuarenta años la obra de Martí ha sido esgrimida como arma ideológica por los dos bandos que dividen la actual contienda política: el estado comunista y el exilio disidente. En el caso de una figura como Martí, a un tiempo pensador de la independencia de Cuba e inventor de su identidad nacional, esa esgrima era inevitable ―tan inevitable como lo fue, para las generaciones anteriores al castrismo, asociar a Martí con distintas justificaciones nacionalistas, o con sucesivas agendas políticas. 

Sin embargo, y por encima de esa división, no son comparables los actuales usos de Martí por parte de unos y otros. La contrapartida del símbolo de resistencia espiritual que Martí significa para exiliados cubanos, o para disidentes internos, la constituye una maquinaria ideológica, vale decir un discurso estatal, que durante cuarenta años el actual gobierno ha construido alrededor de Martí para justificar su poder y legitimidad histórica. 

Dentro de esa maquinaria, que financia un Centro de Estudios Martianos y otra Oficina del Programa Martiano, exclusivamente dedicados (cito del texto de fundación de aquel), a “exponer con datos concretos los lazos que unen el movimiento democrático revolucionario del Maestro con el ideario socialista de Marx, Engels y Lenin”, la obra de Martí ha sido llamada a justificar sucesivamente, a partir de la caída del Muro, el unipartidismo, el control estatal sobre la libertad de expresión, la supresión de derechos humanos, la eliminación de mercados libres, la posmodernidad y, desde hace poco, la llamada globalización. 

Mucho le hubiese sorprendido a Martí todos esos usos de su nombre y pensamiento, sobre todo cuando la mayoría de ellos contradicen su doctrina humanista de “con todos y para el bien de todos”.[4]

Son muchos los textos que en Cuba se han publicado con ese propósito ―en realidad, se trata de una política de Estado. Pero hoy quiero comentar sobre todo uno: la antología José Martí y el equilibrio del mundo, editada en 2000 por el Centro de Estudios Martianos, publicada en México y con un estudio introductorio de Armando Hart Dávalos. 

La obra de Martí ha sido esgrimida como arma ideológica por los dos bandos: el estado comunista y el exilio disidente.

Hart, como se sabe, es antiguo ministro de cultura del régimen y actual director de una llamada Oficina del Programa Martiano. Más reciente es una segunda publicación (apenas 94 páginas), Martí y Marx en el socialismo de Cuba (2002), que contiene dos ensayos, uno del mismo Hart y otro de Raúl Valdés Vivó. Valdés Vivó es un viejo apparatchik y actual Director de Estudios de la Escuela del Partido “Ñico López”.[5]

A esta última me referiré únicamente para abundar en mi lectura del texto de Hart. Si la antología está destinada a un público fuera de Cuba, el panfleto está destinado a un consumo interno. Ambos forman parte de lo que Carlos Ripoll ha llamado, con razón, “la falsificación de Martí en Cuba”. Es en ese contexto donde quiero situar mi comentario y crítica. Mi análisis, como verán, es indirecto, pero espero ser claro en mis planteamientos. Al final quiero llegar a lo que nos interesa: la conexión entre Martí y la llamada globalización. 

La antología que nos interesa consiste de tres secciones: un prólogo de 40 páginas, una sección de 23 opiniones históricas sobre Martí, desde Rubén Darío hasta Fidel Castro, y una selección de 31 textos de Martí. 

El prólogo de Hart dedica toda la primera mitad a una muy peculiar interpretación de la historia de Cuba, otras 10 páginas a un recuento de la carrera política de Martí, y otras 10 al supuesto empalme de su pensamiento con la política del actual régimen. Hart se pregunta: “¿cuál el valor actual de la utopía martiana para el siglo venidero?”. 

Su calculada respuesta, como veremos, tiene un solo propósito: ponerle un dique, con la ayuda y justificación de Martí, al proceso de cambio mundial que comienza en la última década del anterior siglo y confirma el nuevo milenio. (No es una coincidencia que la antología se publica, precisamente, en el año 2000). 

Armando Hart: ‘exponer los lazos que unen el movimiento democrático revolucionario del Maestro con el ideario socialista de Marx, Engels y Lenin’.

Aunque Hart nunca llega a decirlo, el título de su antología proviene de la misma carta de Martí a Henríquez y Carvajal que mencioné antes (25 de marzo, 1895). Allí Martí dice: “Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo” (Ibid.). 

Martí escribe la carta en Montecristi, Santo Domingo, apenas dos semanas antes de desembarcar en Cuba con Máximo Gómez para iniciar la guerra. Todo lo cual aclara el contexto: Martí le recalca al dominicano Henríquez y Carvajal que la guerra no es únicamente una lucha de independencia nacional, en Cuba, sino continental, empezando por las Antillas, vecinas sureñas de la América inglesa, las que pueden servir de dique al avance norteamericano. 

La frase de Martí se suele interpretar como una de muchas en su campaña anti-imperialista, refiriéndose exclusivamente a a Estados Unidos. Suele olvidarse, sin embargo, que en ese momento esa campaña era, además de anti-colonial o anti-española, específicamente anti-anexionista, en el preciso sentido de una oposición a que Estados Unidos adquiriese la isla como medida desesperada de sacar a España de Cuba y terminar con la Colonia. 

Al recalcarle ese anti-anexionismo a su amigo dominicano, Martí evoca los temores de los habitantes de ese vecino país antillano ante la amenaza yanqui. En efecto, la amenaza era yanqui, pero la guerra, que apenas empezaba, y en la cual los cubanos andábamos desde 1868, era contra España. No podemos olvidar, por tanto, el contexto en que Martí escribe —la guerra de Cuba contra la Colonia está al estallar y necesita aliados en otros países— sin el riesgo de perder de vista el filo estratégico: en estos momentos Martí desea primero reclutar apoyo para la guerra contra España y sólo luego contra la amenaza anexionista de Estados Unidos. 

Martí desea primero reclutar apoyo para la guerra contra España y sólo luego contra la amenaza anexionista de Estados Unidos.

La diferencia es sutil pero importante. En otro ensayo he discutido cómo la falta de decisión de las repúblicas hispanoamericanas para apoyar el cese de la soberanía española sobre la isla ―lo que Martí llamaba “la indiferencia de un continente sordo”― lo indignaba tanto o más que las amenazas del imperio estadunidense. De ahí que durante sus últimos cinco años Martí transite lo que no puede menos que describirse como una cuerda floja: por un lado, el elogio a nuestra América y la resistencia al imperialismo norteamericano; por otro, la crítica al latinoamericanismo: el mito de un continente “hermano” que sin embargo no actuaba fraternalmente.[6]

Lo demostraba, ante todo, su falta de apoyo a Cuba durante la contienda independentista. Y es esa indignación de Martí, incubada durante los dos congresos de Washington de 1889 y 1891, donde vio actuar a sus llamados “hermanos”, la que estalla en su ensayo clásico “Nuestra América”. 

Practicamente todas las críticas al imperialismo norteamericano que aparecen en la obra de Martí durante sus últimos cinco años de lucha constituyen, de manera indirecta pero eficaz, exhortaciones a un público hispanoamericano a que apoye la lucha de Cuba contra España con un único propósito estratégico: involucrar los intereses de esas otras naciones hispanoamericanas contra otro peligro, el del creciente imperialismo estadunidense. 

El locus classicus de este planteamiento aparece en esa célebre carta que tanto se cita a Manuel Mercado, su hermano mexicano, un día antes de morir. En ella le dice que quiere “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos, y caigan con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.[7]

Sin embargo, en otro pasaje de la misma carta que ha resultado muchísimo menos socorrido, también le dice lo siguiente: “Y México ―¿no hallará modo sagaz, efectivo e inmediato, de auxiliar, a tiempo, a quien lo defiende? Sí lo hallará, o yo se lo hallaré. Esto es muerte o vida, y no cabe errar”.[8]

La falta de decisión de las repúblicas hispanoamericanas ―lo que Martí llamaba ‘la indiferencia de un continente sordo’― lo indignaba tanto o más que las amenazas del imperio estadunidense.

Ante la otra opción, también socorrida con frecuencia, de leer los pasajes de Martí, en cartas como estas y otros escritos parecidos, como muestras de un mesianismo desmesurado, vale igualmente, por tanto, considerar el valor estratégico de sus advertencias, a veces hasta súplicas. Valor estratégico que tiene que ver, repito, con la contienda inmediata: la guerra contra España. 

No sabemos, desde luego, qué habría podido hacer una Cuba independiente ―pequeña, empobrecida y recién venida al seno de nuestra América― para contener al Coloso del Norte. Martí únicamente invoca lo que podríamos llamar una ficción geográfica ―las Antillas como dique o trinchera. Lo cierto es que Martí planteaba que la protección de Nuestra América pasaba por una previa condición histórica: la independencia de Cuba del poderío español, a la que por entonces nada estaba contribuyendo, por cierto, la mal llamada “Madre América”

Por lo tanto, el “equilibrio del mundo” al que alude Martí en su carta y retoma el título de Armando Hart está en función de esta exhortación continental a oponerse no únicamente al peligro de Estados Unidos, que es como se suele interpretar, sino al opresor español, que en Cuba al menos aún mandaba. Y es precisamente aquí donde se sitúa lo que he llamado la conciencia global de José Martí. 

Martí ve esa opción continental, global o mundial si se quiere ―porque ese era en efecto el globo o mundo más a mano― como inevitable y de mutua supervivencia, casi como repitiendo lo que dice al final de sus Versos sencillos: “Verso, o nos condenan juntos, / O nos salvamos los dos”. 

En vano buscaremos, sin embargo, semejante análisis en el ensayo que Armando Hart incluye como prólogo a su antología. Hart cocina un “ajiaco” ―la olla podrida cubana― apelando a la tradición filosófica cubana, a partir del Padre Félix Varela y José de la Luz y Caballero, dos filósofos fundadores de la tradición cubana, como trasfondo a su peculiar interpretación del pensamiento martiano.[9]

‘Esto es muerte o vida, y no cabe errar’.

Así, cuando Hart invoca a Varela como fundador del pensamiento independentista, le interesa citar fuera de contexto su conocida frase al efecto de que desea ver a Cuba tan isla en lo político como en la naturaleza. Más grave aún, como veremos, será la desfiguración, tanto en la antología como en el panfleto, de un conocido aforismo de José de la Luz y Caballero, el ilustre alumno de Varela y otro de los fundadores de la tradición filosófica cubana. 

Pero por lo pronto en la antología de Hart justifica una defensa de lo que él llama “la cultura nacional” a partir de esa frase lapidaria de Varela, la cual utiliza, a su vez, para hacer el siguiente comentario: “La hazaña de nuestro pueblo, desde hace nueve años [se refiere, desde luego, a la desaparición del llamado Campo Socialista], cuando muchos creyeron que no resistiríamos, ha demostrado que podemos marchar solos, como quería Varela, y marchar en relación con el mundo, como quería Martí” (pp. 33-34). 

Para entender la desfiguración de la frase de Varela, que no se refiere por cierto a un aislacionismo político o económico, hay que conocer su contexto. La frase aparece en uno de los números de El habanero, la revista que Varela publicaba a principios del siglo XIX en Filadelfia. 

En efecto, en ella Varela se refería en esa frase al anexionismo entonces en boga, no por parte de Estados Unidos, que es lo que la falta de contexto daría a entender, sino de la Gran Colombia, que, luego de su propia independencia, abrigaba sueños de gran potencia mundial. “No hay que alucinarse,” escribió Varela en ese momento. Yo soy el primero que estoy contra la unión de la isla a ningún gobierno, y desearía verla tan isla en política como lo es en naturaleza.”[10]

El objetivo político de Varela era, por tanto, anti-anexionista en relación a la propia Hispanoamérica, cuyos objetivos no eran, por así decirlo, muy honorables en relación a Cuba. Lejos estaba de su mente o propósito que Cuba se aislara, máxime si sabemos, como al parecer desconoce el exministro de cultura, que el propio Varela por aquellos años había abogado sin suerte por llevar la guerra de independencia del continente a la isla y así completar la gesta bolivariana en la mayor de las Antillas.[11]

No sabemos qué habría podido hacer una Cuba independiente ―pequeña, empobrecida y recién venida al seno de nuestra América― para contener al Coloso del Norte.

Esa ligereza con que Hart maneja la tradición filosófica se justifica con otra desfiguración, esta vez de un conocido aforismo de Luz y Caballero, que según Hart dice así: “todas las escuelas y ninguna escuela, he ahí la escuela” (p. 35; p.14 en el panfleto). Según Hart, ese aforismo excusa la irresponsabilidad: intenta demostrar que en la tradición cubana todo “ajiaco” o mescolanza es válido. 

Lo mismo da atribuirle al Padre Varela un aislamiento para Cuba por el que nunca abogó, que a Martí minimizar la importancia que tenía la guerra contra España. Pero si se busca el aforismo de Luz y Caballero, vemos que Hart cita mal. Dijo otra cosa: “Todos los sistemas y ningún sistema, he ahí el sistema”. Luz nunca habló de “escuela”, lo cual significa el espacio limitado y servil de una doctrina, sino de “sistema”, las reglas de que se vale un análisis.[12]  

Ya vemos, por tanto, cómo Hart se vale de la tradición filosófica cubana para cocinar su “ajiaco”: justifica un eclecticismo para elaborar un argumento sobre Martí y, de paso, sobre el actual régimen. Añado enseguida que nada tengo en contra del eclecticismo. Pero da la casualidad que el propio Luz y Caballero, filósofo de profesión, sí tenía grandes objeciones contra el eclecticismo de su época, contra el cual por cierto llegó a escribir una célebre “Impugnación” que dejó inconclusa. 

La polémica era no tanto contra el eclecticismo como doctrina sino contra los usos que del eclecticismo, apoyado sobre todo en la obra de Victor Cousin, se hacía en la Cuba colonial en la tercera década del siglo XIX para justificar el status quo, es decir, el poder despótico de la Colonia.[13] Por eso no es exagerado decir que el “ajiaco” de Armando Hart no es sino un avatar de esa misma estrategia justificatoria: tomar de aquí y de allá, incluso del propio Martí, a los efectos de justificar otro poder despótico, el del castrismo.

A todo lo largo de su texto, Hart se refiere repetidamente a la caridad cristiana, que representa desde luego el Padre Varela, al “amor al prójimo y la humanidad”; al altruismo martiano, por el cual, “si todo hombre responde a su interés individual, hay que orientar el mismo en forma de que se exprese a través de la virtud de la creación con el propósito de ayudar y cooperar con los demás”. 

Martí únicamente invoca lo que podríamos llamar una ficción geográfica: las Antillas como dique o trinchera.

“Quienes sentimos a Cuba al modo martiano”, continúa diciendo, no vamos a renunciar al sueño”. “En todo caso”, y a esto se reduce la tesis de Hart, “estamos hablando de la utopía del hombre que la humanidad de hoy necesita para salvarse del infierno de una civilización que, tras los dramáticos acontecimientos que nos simbolizamos con la caída del muro de Berlín, se acabó por imponer con el más vulgar y feroz materialismo, hermano gemelo de una espiritualidad que en muchas ocasiones la historia de Occidente había situado en antagonismo con la ciencia” (pp. 39-40). 

A lo que nunca se refiere Hart, ni en la antología ni en el panfleto, es al contexto, el horizonte histórico que da cabida a sus palabras: la globalización. La misma globalización, o mundialización, por la que Martí había abogado en su tiempo, al exhortar a Hispanoamérica a aliarse a Cuba en favor de la independencia de la isla, y antes de Martí el propio Padre Varela, con igual propósito. 

No se entiende, a mi juicio, ni el incompetente prólogo de Hart a la antología de Martí, ni el panfleto de este con Valdés Vivó sino como una doble reacción, dicho con todo el peso ideológico de la palabra, a esta nueva realidad histórica, en el que Cuba aparece, una vez más, como excepción. Es patético, es trágico, es escandaloso, que en ambas publicaciones Martí aparezca como máscara de una reacción a la que su obra y pensamiento siempre combatió.[14]

Concluyo rápidamente. No vine a Praga para defender la llamada “globalización”. No la creo una panacea, sobre todo para los países pequeños en vías de desarrollo con economías débiles. Todo mercado supone riesgo y este no será una excepción. El éxito de la globalización, si alguno tuviere, comienza con su crítica. 

Mi tesis en cuanto a la relación que tiene el pensamiento de José Martí debe quedar clara: ante la opción de unirse al horizonte histórico en que se vive o quedarse solo, Martí siempre optó por lo primero. Optó por la modernidad que garantiza soberanía para la nación, derechos para sus ciudadanos, libertad para el pensamiento. 

Quienes invocan el nombre de Martí para justificar lo contrario ―vale decir, aislar al país en base a una superchería histórica, una interpretación chapucera de su tradición cultural― no sólo traicionan a Martí. También se ciegan ante una certidumbre histórica, que algún día, tal vez pronto, ha de reclamar reivindación.  

No creo tergiversar el pensamiento de José Martí al proclamar que el ser humano en todas partes, en el globo o mundo entero, desea ser libre. Y que para conseguirlo vale la pena hacer revoluciones. Sobre todo, si se hacen con llaves y terciopelo.




Notas:
[1] Para la distinción entre “globalización” y “mundialización”, ver, sobre todo, el Diccionario del nuevo humanismo, en http://www.mdnh.org/diccionario/mundialización. Agradezco la sugerencia de esta distinción a mi colega de simposio Fernando Aínsa.   
[2] Cito por Epistolario, ed. L. García Pascual y Enrique H. Moreno Pla (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1993), V, 118.  
[3] En sus Obras completas (La Habana: Editorial Nacional de Cuba, 1965), 23, 81. La nota forma parte de “Sección constante”. 
[4] Sobre este tema refiero al lector al ensayo de Carlos Ripoll, “La falsificación de Martí en Cuba”, recogido en su Martí: político, estadista, conspirador y revolucionario (New York: Dos Ríos, 1997), pp. 79-108. También, para otros aspectos, mi Pensar a José Martí (Boulder, Co.: Society of Spanish and Spanish American Studies, 1997).  
[5] José Martí y el equilibrio del mundo, Estudio introductorio de Armando Hart Dávalos. Selección y notas del Centro de Estudios Martianos. (México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2000); Armando Hart Dávalos y Raúl Valdés Vivó, Martí y Marx en el socialismo de Cuba (La Habana: Oficina del Programa Martiano, 2002). 
[6] Sobre el tema ver mi ensayo “Nuestra América” y la crisis del latinoamericanismo”, en Pensar a José Martí, pp. 103-114. 
[7] Epistolario, V, 250. 
[8] Epistolario, V, 251.
[9] Hart invoca el cubanismo, tomado de la obra de Fernando Ortiz, en su ensayo “Martí y Marx, raíces de la Revolución socialista de Cuba”, incluído en el panfleto de marras (p. 44) para justificar su mescolanza: “Hoy podríamos decir que, en el orden de las ideas filsóficas, también tenemos un ajiaco, pero con sabor a justicia”. La misma idea se aplica a su estrategia en el prólogo a la antología.  
[10] Cito de Hortensia Pichardo, ed. Documentos para la historia de Cuba (La Habana: Ciencias Sociales, 1971), I, 288. El texto de Varela se publicó en el tercer número de El habanero, 1825.  
[11] Para una discusión sintética de la crisis de 1825-26, y la decisión de Bolívar de no llevar la guerra a Cuba, ver Hugh Thomas, Cuba: The Pursuit of Freedom (New York: Harper & Row, 1971), pp. 102-105.
[12] José de la Luz y Caballero, Aforismos y apuntaciones, ed. Roberto Agramonte (La Habana: Universidad de La Habana, 1945), No. 607, p. 381.  
[13] Para más detalles ver el ensayo de Carlos Ripoll, Martí y el socialismo de Cuba (New York: Dos Ríos, 2002). 
[14] En el segundo ensayo del panfleto, Valdés Vivó defiende la globalización, que llama “proceso objetivo”, a diferencia del “neoliberalismo”, que llama “subjetivo” y que, según él, “conspira contra la globalización más genuina” (p. 76). En cambio, hace caso omiso, por razones obvias, de los aspectos judiciales del mismo proceso global. Es de notar que ni Valdés Vivó ni Hart utilizan el término “mundialización”, que al parecer no conocen.


© Imagen de portada: José Martí, por Midjourney.




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Esperar la ausencia. José Lezama Lima en los 70 (I)

Un Lezama Lima “inmovilizado y perplejo”, al borde de la depresión, el desespero, el pavor: un imposible posible que no alumbrará ‘potens’ alguno, solo dolor y lontananza.

Ernesto Hernández Busto






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2 Comentarios
  1. Amigo Santí, lo felicito por su ensayo. Es un ensayo de combate, con machete en la mano, como otros que usted escribió y que disfrutamos los que odiamos aquel régimen. Muchos de nosotros hemos tenido este tipo de reacción ante la propaganda castrista porque no hay duda de que el campo de los estudios martianos se dividió de forma radical a partir del 59 y cada bando ha tirado desde entonces para su lado. Todavía lo hacen, pero noto un cambio en los últimos 20 años en ambos lados del estrecho de la Florida, en que las diferencias se unen o se apoyan. Siempre habrá burócratas que combatir. Todavía los hay, pero el panorama se ha enrarecido, para unos y otros. Gracias de nuevo por su ensayo, que nos recuerda que fue usted la excepción, más que la regla, en la Academia norteamericana de los 90, de un profesor comprometido con la causa de la libertad en Cuba.

  2. Me honran y conmueven sus palabras. Y ojalá sea cierto que está llegando el día en que ambos bandos reconozcan lo único que cuenta: la verdad.

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