El hombre nuevo

Una vez dije que hay que crear dos, tres… muchos Vietnam. Es lo mismo, tenemos que crear muchos Fidel, muchos Raúl, muchos Ramiro…

No quería volver a Cuba. Al menos eso se dijo, pero tenía una última idea, un último deseo. Desde Praga viajó a La Habana, Fidel lo esperaba en la pista del aeropuerto militar. Cuando se vieron, no lo abrazó.

Hablaron mucho, el Hombre Nuevo era posible. Ernesto se había convertido en Ramón Benítez. Fidel ni siquiera lo llamaba Che. La revolución necesita preservar la simiente de los verdaderos comunistas; hombres probados en la lucha y en la entrega al proceso, generosos, internacionalistas. No se puede esperar al siglo XXI, necesitamos conservar lo que somos, revolucionarios adelantados a nuestro tiempo.

Poco después partió a Bolivia.

El Banco de semen Hombre Nuevo se construyó en el sótano del monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución. Un túnel lo comunica con el edificio del Consejo de Estado. Es un semicírculo dividido en cuatro secciones: Líderes históricos; Héroes de la patria; Vanguardias nacionales; Intelectuales y artistas. También hay una pequeña zona dedicada a hermanos del pueblo cubano.

Actualmente se conservan 1959 muestras de semen comunista. El banco preserva semen abundante de Raúl, Almeida, Guillermo García, Ramiro Valdés, los Casas Regueiro, Ameijeiras, Ulises Rosales del Toro, Acevedo, Juan Escalona, Armando Hart, Abel Prieto, Blas Roca, Silvio Rodríguez, Amaury Pérez, Guillermo Rodríguez Rivera, Vicente Feliú, Rafael Serrano, Taladrid, por solo mencionar algunos.

En su momento, al demostrar que no eran verdaderos revolucionarios, se desechó el semen de Carlos Lage, Felipe Pérez Roque, Carlos Valenciaga, Roberto Robaina, Aldana, Landy, el General del Pino, Alcibíades Hidalgo y Ricardo Alarcón.

Se conservan, como excepción, dos tubos de ensayos repletos del semen de Alfredo Guevara, porque según Fidel es un maricón cojonú. Y del General Arnaldo Ochoa, por ser, simplemente un cojonú.

La última adquisición del banco fue la esperma indomable de nuestros cinco héroes antiterroristas; René, Fernando, Antonio, Gerardo y Ramón.

Al frente de la instalación y por decreto del Consejo de Estado se nombró al ingeniero biogenético de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, capitán Juan Manuel González González.

Algunas noches, el Comandante atravesaba el túnel y llegaba al recinto del Hombre Nuevo. Se sentaba a contemplar la simiente del futuro, 1959 tubos de ensayo llenos de semen, a menos 196 grados Celsius; podía identificar el de Teófilo Stevenson, el del cosmonauta Arnaldo Tamayo Méndez, el de Esteban Lazo… ¿Por qué la leche de los negros es más espesa que la mía?

En el centro del recinto, justo en el eje vertical del monumento al apóstol, una probeta gigante almacenaba unos tres litros del semen mayor, del semen invicto, del semen único, del semen del líder histórico de la Revolución Cubana. A Fidel le gustaba ver su esperma central, presidiendo las leches menores de cubanos revolucionarios.

Juan Manuel era el único empleado. Estudió, en la Unión Soviética, Ingeniería en Biotecnología Genética. En realidad, era un guajiro de provincia, que solo quería aprender como sacar más leche de las vacas. Revolucionario, comunista, buen lector de Marx, Engels y Lenin, conoció de la criogenización y se volcó a ella. La criopreservación consiste en utilizar el frío extremo para disminuir las funciones vitales de una célula o un organismo y poderla mantener en condiciones de “vida suspendida” durante mucho tiempo.

Juan Manuel escribió muchas cartas, argumentando la importancia de preservar las células y el semen de animales productivos para reproducirlos en la lucha por el autoabastecimiento cárnico de la Revolución. Cuando el Che entrega a Fidel el primer tubo de ensayo con la simiente del Hombre Nuevo, Chomy Millar le dice que tiene al hombre exacto para dirigir el proyecto.

¿Se puede conservar la leche de los revolucionarios para siempre?

Sí, menos 196ºC es la temperatura en la cual el semen puede ser almacenado indefinidamente.

La esperma se mezcla con soluciones “crioprotectoras” especiales. La cámara de congelamiento donde está la muestra se conecta a un gran tanque de nitrógeno líquido. A través de sensores especiales se registra la temperatura en el interior de la cámara, la temperatura de la muestra, y según las indicaciones programadas, inyectaremos vapores de nitrógeno a la cámara para bajar poco a poco la temperatura, hasta una centésima de grado al minuto. 

Una vez que la muestra está a -40ºC o a -80ºC , se introduce y almacena en nitrógeno líquido a -196ºC, en tanques especiales.

Juan Manuel fue un hombre feliz. Es cierto que nunca tuvo vacaciones, solo podía dejar el banco desatendido un máximo de tres días. Es también cierto que casi vivía ahí, aunque Fidel le dio una casa con todas las comodidades muy cerca de la Plaza, en Nuevo Vedado. También es un hecho que no tenía casi vida social, pero nada le importaba más que saberse custodio del futuro de la patria.

Le dolía cada vez que tenía que retirar un semen traidor. Dejaba que el tubo se descongelara lentamente, luego lo abría, y vertía la leche infame de los contrarrevolucionarios en la misma taza donde cagaba, y simplemente descargaba. La mierda a la mierda va.

Su jornada laboral era cómoda. Aunque Fidel le regaló un Lada 2107, caminaba hasta la Plaza, llegaba a su oficina y leía el informe de los más revolucionarios y comunistas, intentando siempre tener el semen actualizado y puro. Después, si se decantaba por algún candidato, le escribía un memo al Jefe con sus consideraciones.

Decidir era lo más difícil. A muchos los desechó por borrachos. A otros, por mujeriegos. Los más, por corruptos. Era una suerte que los históricos hicieran su donación muy jóvenes. Una leche vieja no sirve, no es adecuada. 

Una vez a la semana comprobaba el estado del semen hermano. No eran muchas muestras, Fidel era tajante con eso. Ahí estaba la leche de Daniel Ortega, Agostinho Neto, Salvador Allende, Evo Morales y Omar Torrijos, sin faltar, por supuesto, la del líder bolivariano y mejor amigo de Cuba, el comandante Hugo Chávez Frías.

Fidel nunca quiso la leche de los rusos blandengues, como Jrushchov o Brézhnev, ni la mierda de Tito, Honecker o Ceausescu. De todos esos del campo socialista solo se conserva, por cojonú, semen de Putin, el único que sirve. Tampoco quiso la leche de Maduro.

Juan Manuel no estaba de acuerdo con algunos de los caprichos de Fidel, pero se lo callaba. Semen de García Márquez, de Antonio Gades, o de Guayasamín, ¿para qué?

Algunas noches, Fidel se lamentaba de que grandes revolucionarios como Ho Chi Min o Mandela no pudieron estar ahí. Estaban viejos ya, sin leche en las entrañas.

La vida de Juan Manuel era simple, cómoda y feliz. 

Ella fue campeona nacional de gimnasia artística. Su mañana la pasaba en el centro de entrenamiento de Prado, enseñando a las futuras glorias del deporte socialista cubano. Pequeña, siempre sonriente, dedicada en cuerpo y alma a la Revolución, al deporte y al socialismo.  

En la misma bicicleta china que la llevaba al trabajo, corría al curso nocturno de la Universidad. Ya se había graduado de Licenciada en Cultura Física, pero quería terminar Historia y Derecho. Los sábados iba voluntaria con la gente del Contingente Blas Roca. Y los domingos al campo, a realizar labores agrícolas.

Fue Vanguardia Nacional del Sindicato de Trabajadores del Deporte y, en una fiesta en el teatro Lázaro Peña, conoció al Vanguardia Nacional del Sindicato de trabajadores de la Ciencia, capitán Juan Manuel González González.

Dos meses después, cuando el Departamento de Seguridad del Estado emitió un informe favorable a la compañera, se casaron en una humilde ceremonia en el Museo de la Revolución, junto a la vitrina que conserva el yate Granma. Nunca hubo felicidad más revolucionaria ni pareja más comunista.

Al otro día, Fidel en persona los visitó y conversaron de la naturaleza e importancia del trabajo de Juan Manuel, de la discreción necesaria, de que todo el futuro de la Revolución estaba en las manos del ingeniero y que ahora, ella, era parte también de esa tarea.

Pasaron los días, los meses. Así, tres años. 

En los pocos minutos libres que le dejaba la Revolución, hacían el amor desesperadamente. Se amaban, de todas las formas posibles. 

Los domingos, después de regresar ella del campo, él la esperaba con una caldosa igualita a la de la fiesta de los CDR y con la Marcha del Pueblo Combatiente en el tocadiscos Akords. Se amaban sin parar, una, tres, cinco veces, hasta quedarse dormidos.

Que viva mi bandera, viva nuestra nación, viva la Revolución…

Pero no quedaba embarazada. Tres años y nada. Luego de pensarlo mucho, fueron al médico. Concepción Campa, miembro del Consejo de Estado y directora del Centro de Genética y Biotecnología del Polo Científico de la Habana, fue tajante: Juan Manuel, eres estéril.

Tantos años entre los sémenes más grandes de la historia, tanto tiempo dedicado a darle mimo a la simiente de grandes, como el Che, Fidel y Raúl… y su propia leche inservible, vacía, podrida. 

Decepcionado de sí mismo, Juan Manuel dejó de hablar, de comer, de sentir.

Revolucionario, integrado, confiable. Conocedor de los clásicos del marxismo, campesino que se superó a si mismo, devoto de Fidel, capaz de dar hasta su última gota de sangre por la Revolución y sin poder darle un hijo a la Patria. 

El primero de enero tomó una decisión. Llegó al Banco de semen y redactó un memorándum dirigido al Jefe:

Comandante el Jefe Fidel Castro Ruz,
Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba
Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros.

Compañero Fidel:

Me dirijo a Usted con la humildad de un revolucionario convencido de que la única vía para preservar la Revolución es la educación de nuestros hijos en los valores sagrados de Martí y Usted mismo; convencido de que solo de nuestra verdadera estirpe de cubanos podrá nacer el Hombre Nuevo.

En el Banco que dirijo se conserva la simiente del futuro de la Patria, el semen victorioso de los cubanos de alma pura y corazón bravío. 

Me tomo la libertad, en virtud de que no puedo tener hijos, de ofrecerle a mi esposa como la primera cubana en concebir al Hombre Nuevo, proveniente de este Banco, un verdadero hijo de la patria, fruto de la política de nuestra Revolución para preservar su futuro.

Revolucionariamente,

Capitán Juan Manuel González González.

Dos días después, Fidel fue a verlo. No, Juan, no es el momento, aún no podemos.

Aunque le ofrecieron semen de otros donantes, Juan se negó. Aunque le dieron la posibilidad de adoptar a un niño de Chernóbil, Juan se negó. Aunque le insinuaron que algún otro Vanguardia Nacional podría dejar embarazada a su mujer, Juan se negó.

Fueron días duros. La negativa de Fidel fue como una traición. No entendía por qué. Precisamente a él, entregado, ciego, cabal. ¿Por qué?

Su esposa era revolucionaria como la que más. Más de mil horas de trabajo voluntario al año. Sus alumnas llegaron a ser, dos de ellas, campeonas provinciales. Y una clasificó en el equipo nacional. Vanguardia Nacional por 13 años consecutivos, militante del Partido, cederista, de las MTT, de la FMC. ¿Por qué su mujer no podía tener el hijo verdadero de la revolución socialista cubana?

Juan Manuel pensaba esto cada día, cada minuto. Su mujer lloraba sin parar, acariciando su barriga vacía, su cuerpo inútil para darle frutos a la patria.

Juan Manuel no pudo más. 

Montó a su mujer en el Lada, fueron a la Plaza, se arrodillaron ante el monumento al Héroe Nacional José Martí y entraron en el Hombre Nuevo.

En un tanque de 55 galones vertió todas las leches, todas. La última, la de Fidel, ese pomo gigante de tres litros que presidía todo. Casi medio tanque de leche, toda la simiente revolucionaria mezclada, turbia, anhelante.

Ya desnuda, con agilidad de gimnasta, su mujer se paró de cabeza y abrió las piernas. Juan Manuel clavó un embudo en su vagina y vertió, despacio, el tanque de semen comunista en su mujer.  

La leche la cubrió completa, todo el cuerpo. Cuando retiró el embudo, del sexo militante de la hembra brotó más leche redentora y libertaria.

Nueve meses después, nació su hijo. A Juan Manuel lo metieron preso, al niño le pusieron Elián.





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Diarios de prisión

Por Alexei Navalny

El relato del líder de la oposición rusa sobre sus últimos años y su advertencia a su país y al mundo.