En una esquina habanera


“En una esquina habanera”.


—Mana, me voy del país. Venderé la casa con todo adentro. Haré la travesía hacia los Estados Unidos. Ya no resisto más…

—Es duro, mana, pero quedarse aquí es demasiado duro. Ojalá y yo logre escapar también.

Por allí pasó una mulata dándole candela, fuego a la lata. Por allí pasó el billetero con el treinta y tres que iba a ser primero

“Revolución es sentido del momento histórico”. Pensaba en esa frase del concepto de “Revolución” de Fidel Castro, al compás de “Esquina Habanera” de Willy Chirino, dentro de la patrulla que me había hecho la botella, debido a que su música está prohibida y no se emite por radio, ni por televisión y en los hogares cubanos hace poco tiempo que se ha vuelto a escuchar.

… Por allí pasó Beny Moré cantando “Cómo fue”….  

Esta irónica paradoja me hizo sonreír y miré a uno de los policías por el retrovisor. Sentí la necesidad de un soplo de aire puro que me diera por la cara.

No imaginé haciéndole seña a un carro patrulla por la repulsión que siento a los represores de este sistema, pero apenas pasaba un dichoso taxi. Mucho menos un bus, con la situación del transporte.

Iba a sacarle el pasaporte a mi sobrina de ocho años, porque la tenía conmigo pasando las vacaciones junto a mi otro sobrino y mi hermana estaba en el Oriente del país.

—Puede ser tan amable de dejarme aquí, por favor. Muchas gracias.

Me bajé con la niña directo a la oficina de trámites.

Sentados los tres en el contén de la acera, con la noche acuosa y de escasas estrellas, volví a fijar la sensación cándida que eterniza los recuerdos de infancia. Como si ese tiempo volviera atrás y yo estuviera con doce años, conversando con mis sobrinos a la hora que los jejenes y los mosquitos se han calmado.

—Quizás no lo sepan, pero sus padres y yo nos mudamos incontables de veces, igual que hemos cambiado de alquiler desde que ustedes vinieron.

—Ay, tía, teníamos que habernos quedado en el que estaba cerca del puente flotante, era más divertido. Yo podía hacer el intento de pescar jejeje y además paseábamos más —dijo Jose.

—La verdad que sí, porque el de las viejas brujas era muy aburrido y la fajazón que armaron, eso no me afectó, porque a mí casi nada me afecta —aludió Adri.

—Sí, mis niños, pero la circunstancia nos obliga a hacer cambios. Adri, mira a tu mamá como está vendiendo todo lo que tanto sacrificio le costó en la misión de Venezuela, para irse de este país y darte una mejor vida.

—Qué alegría me da pensar que me voy a vivir para el Yuma.

Reímos a carcajadas.

—Tía, yo voy a mandarte un salario para que pagues el alquiler.

—¡Ay, mi niña!, estudia bastante y hazte esa diseñadora famosa que sueñas ser.

Por largos minutos, nos contamos historietas. La de los juegos por las tardes de la infancia de sus padres y la mía fue su favorita:

—Verdad que lo mismo jugábamos “al trompo”, o a “la olla” con coquitos de palma de jardín. Jose, tu papá perdía contra mí en ese juego y enfurecía tanto que casi siempre terminábamos dándonos piñazos. “Patear la pelota” era otro de los que más disfrutábamos. Las piernas se nos llenaban de polvo hasta las rodillas y éramos felices hasta la hora del baño, porque su abuela era muy estricta, esa parte se las cuento en otro momento…

—Tía, y en estas vacaciones una de las mejores experiencias fue cuando escachamos almendras para comer con azúcar, se pareció a la historia que nos contaste de mami Cuca, del rato que pasaban también para llenar un vaso —añadió Adri.

Sus risas aliviaban el alma.

Aun así, pensé en los años cargados de preocupaciones vitales, urgentes, desde que salí de mi pequeño pueblo de campo, bajo el gran misterio de la vida, intentando huir de este suplicio mientras la noche se concebía más hermosa.





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Todos los peores humanos (I)

Por Phil Elwood

Cómo fabriqué noticias para dictadores, magnates y políticos.