Aimé Césaire: una ‘negritud’ sin fronteras

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Entre varias lecturas posibles, un acercamiento contemporáneo a las sociedades caribeñas insiste en su fragmentación etnológica y lingüística, su historiografía dispersa y turbulenta, así como lo contingente y provisional que aporta la amenaza cíclica del huracán (Antonio Benítez Rojo).

Visto desde aquí, es decir, desde el fenómeno natural centro de toda la mitología caribeña, no sólo la propia identidad del Caribe como lugar en que se dan cita mares, tierras y hombres, estaría severamente cuestionada; sino, inclusive, los conceptos y metáforas identitarias que se construyen a partir de esta conformación geográfica y humana entrarían en esta categoría de vórtice inestable y temporal.

Paradójicamente, partir del discurso teórico actual con sus múltiples descentramientos, conduce a transformar la necesidad en virtud. Es la misma dominación colonial impuesta al Caribe durante siglos, la que nos obliga a enfrentar la historia intelectual de las islas y zonas ribereñas continentales, como espacios de intensidades múltiples pero conectables, que se adelantan o retrasan con respecto a una supuesta temporalidad histórica homogénea.

No poca importancia tiene este hecho para la cultura de la región: las identidades caribeñas siempre han sido, más que nada, geografías socio-culturales que por su misma inestabilidad le han dado generosa cabida a otras geografías.

Un ejemplo de esta condición de límite inestable y fluido, de convergencia de voces y de tiempos históricos disímiles es el concepto de negritud. De la colaboración de tres jóvenes intelectuales negros, Aimé Césaire, Léopold Sédar Senghor y León Gontran Damas, en el París vanguardista de entreguerras y en el eje de una perspectiva afro-atlántica, surge el concepto que, al decir del propio Césaire, fue casi una creación colectiva.

Los tres escritores eran grandes conocedores de la cultura grecolatina enseñada en el elitista Liceo francés; pero estaban atentos, también, a la revalorización de las civilizaciones tradicionales del África sub-sahariana realizada por los africanistas de la época, y en particular por el alemán Leo Frobenius en su monumental Historia de la civilización africana (1936).

De este etnólogo y africanista toman la fundamental noción de Paideuma o “cultura como ser viviente”, sin la cual no se comprende la construcción intelectual de la negritud. Sólo mediante esta fuerza vital podemos trazar con claridad la morfología y desarrollo de las grandes culturas, y, lo que es más importante, sus derivaciones en el presente histórico (Suzanne Césaire).

En otras palabras, la Paideuma nos permite comprender, en profundidad, la supervivencia y adaptaciones de las culturas del África sub-sahariana en el Caribe.

Ese “extraño orgullo”
de la raza negra
que se levanta
se transforma
en movimiento
que nuclea
a intelectuales venidos
del mundo colonial francés.

Pronto, el mensaje transmitido, ese “extraño orgullo” de la raza negra que se levanta, se transforma en movimiento que nuclea a intelectuales venidos del mundo colonial francés y que se expresan en varias revistas: Luciole (1927), Légitime Défense (1932), y la más radical L’ Etudiant Noir (1934-1935), donde, en un artículo de Césaire contra la asimilación, aparece el término por primera vez.

Estas revistas, reivindicadoras de lo negro y opuestas a los valores excluyentes del mundo metropolitano, tuvieron capital importancia en la difusión de un movimiento que no se propuso transformar el tejido político colonial, sino restaurar una “subjetividad profundamente herida” por los siglos de dominación colonial. Al decir de la profesora y ensayista Lylian Kestelot, no podría escribirse la historia moderna de África y su diáspora mundial sin este polémico movimiento.

Si bien como consecuencia de los mismos reagrupamientos y tensiones dentro del campo intelectual en la segunda mitad del siglo XX, el concepto de negritud ha tenido varias disyunciones, a la izquierda o a la derecha del espectro político, en estas páginas sólo quiero centrarme en su aplicación poética relacionada con el tema de la identidad negra, tal como se ve en el Cuaderno de un retorno al país natal (1939) de Aimé Césaire.

Sin embargo, ¿de qué identidad puede hablarse en un joven poeta negro que desde muy temprano abandona su país con un muy marcado ―son sus palabras― sentimiento de disgusto por todo lo que su tierra caribeña significa y representa?

Es bien conocido como la composición del Cuaderno… fue fruto de un doble exilio: de la tierra caribeña a París; de París a la costa dálmata en el mar Mediterráneo: una tierra que, sin embargo, le recordó al poeta su Martinica natal.

Se trató, entonces, de una recuperación identitaria del país natal por vía de las imágenes ancestrales que están en la memoria. Así, escrito desde un profundo desarraigo vital, el Cuaderno… significó para el poeta un regreso simbólico no desprovisto de una alta dosis de dolor, pero también de esperanza.

Más allá de sus ritmos abruptos y sincopados, de sus periodos amplios y ondulantes o de las novedosas imágenes y densidad de sus metáforas, el tema central que articula el Cuaderno…  es la compleja identidad negra del ser caribeño en sus avatares históricos.

Esta identidad, en el poema, será planteada en dos momentos bien definidos: uno negativo y otro positivo.

En la primera parte, las Antillas son el lugar de la mentira, “ciudad chata” de “muchedumbre desolada”, con “gestos imbéciles marcados por el prejuicio y el ocultamiento”. En otras palabras, un mundo caído en la miseria y la falta de futuro; un cuerpo violado y desmembrado por el colonialismo.

En la segunda parte, “el secreto de las grandes comunicaciones y de las grandes combustiones” crea la ruptura e impone una franca cesura entre el antes y el después, entre las imágenes nocturnales de la suciedad, el caos y la corrupción, y el amanecer fulgurante.

De este modo, sin transición, se pasa de las imágenes identitarias negativas de la primera parte del poema ―sífilis, viruelas, desolada pústula, fango, casa agrietada y alcohol― a un Yo poético que anuncia el nacimiento del otro: el Antillano.

El grito oscuro del esclavo, que brotó de un cuerpo desmembrado por la experiencia de la esclavitud y la colonización, se transformará en voz que encuentra el secreto de la comunicación con la naturaleza y la combustión solar.

A partir de aquí, el tema de la identidad del ser caribeño pasará por este Yo lírico, boca de todas las “desgracias que no tienen boca”. Quien no comprenda esta voz, dice Césaire en el Cuaderno…, “no comprenderá nunca el rugido del tigre”.

Vinculado a la identidad negra antillana, este es el momento en que surge el gran tema revolucionario del Cuaderno: la aparición de un hombre nuevo.

Relacionado con la lucha independentista y antiesclavista en Haití, “donde por primera vez se alza la negritud”, Toussaint Louverture es, para Césaire, la primera encarnación caribeña de este hombre nuevo.

Sin embargo, paradojas de la historia, el líder negro haitiano en su aislamiento final será incomprendido por las masas. Así, las imágenes contrapuestas de lo blanco y lo negro, que reflejan la soledad y la muerte de Toussaint en una cárcel francesa, son, también, imágenes poéticas asociadas al tema identitario.

Apreciable a todo lo largo del Cuaderno, esta dicotomía blanco/negro, tal como lapresenta Césaire, renovó, en forma peculiar, el esquema básico del pensamiento mítico y tradicional con su clásico dualismo sagrado/profano.

Si al universo puro y luminoso (Cosmos), se le opone siempre la naturaleza desordenada y oscura (Caos); Césaire, en un registro densamente histórico y político, invierte los términos de la contradicción. Ahora, lo profano y caótico será asociado al mundo colonial (blanco), y lo sagrado y luminoso al mundo de la revolución (negro).

Ahora,
lo profano y caótico
será asociado
al mundo colonial (blanco)
y lo sagrado y luminoso
al mundo de la revolución (negro).

Al final del poema, sin embargo, la simple oposición blanco/negro que sostiene el tema identitario del Cuaderno parece ser trascendida en una unidad superior. Es la inmersión del poeta en la “gran cavidad negra” como centro del cielo, la que produce la identidad de los contrarios en una “negritud luminosa”.

Por mediación de la palabra poética se regresa a la plenitud originaria de una materia prima, cósmica y virginal, más allá de los polos antagónicos que estructuran la Creación entera.

En este juego de oposiciones superadas, Césaire parece decirnos que, en el anquilosado mundo burgués contemporáneo, el único Paideuma posible es la constante vuelta a los comienzos. Es decir, la revolución, vista en sus dos sentidos fundamentales.

De un lado, la acción descolonizadora que lava la “lepra colonial” y reconducirá a las Antillas a su inicial esplendor. Del otro, la violencia más radical y explosiva que conoce la humanidad: “la violencia del lenguaje y su capacidad transgresora…, la impulsión demencial de la Imaginación”.

Queda entonces la revolución, pero no como un movimiento reaccionario de retorno a una identidad perdida en África, sino como inmersión en los Orígenes, tanto por la acción contracolonial, como por la memoria y la palabra poética.

En este doble sentido la revolución será, para Césaire, la recuperación de la naturaleza primigenia de lo antillano y del cuerpo humano “remembrado”, a través del poder revolucionario de las palabras y de la acción política descolonizadora.

Permítaseme concluir estas notas proponiendo tres registros de lectura que, a manera de círculos concéntricos, de límites difuminados, pueden enmarcar el concepto de negritud, sustento de las percepciones poéticas de Aimé Césaire en el Cuaderno, y de la obra artística e intelectual de otros creadores caribeños del siglo XX.

Esta propuesta de lectura no podrá realizarse siguiendo la lógica binaria de la modernidad, o con una mirada que parta de las oposiciones formales y falsas jerarquizaciones que la razón hace sobre la realidad; sino, entendiendo estos registros como diferentes y, a la misma vez, complementarios.

En primer lugar, negritud, en un registro histórico-epocal y altamente politizado. Como liberación de los patrones europeos de creación artística, y de intelección del mundo en forma general.

Aquí la negritud fue una absoluta confianza en África y en sus potencialidades prestas a despertar al contacto con la Palabra Creadora del poeta. En palabras de René Depestre: fue la toma de conciencia por los intelectuales negros de África y de las dos Américas, de la validez y la originalidad de las culturas negro-africanas y del valor estético de la raza negra. En tal sentido, los escritores y artistas se permitieron, por primera vez, pensar y escribir “a la manera africana”.

En segundo lugar, negritud, partiendo de los conceptos socioculturales contemporáneos ―de los que Césaire es un antecesor (Françoise Vergés)― acerca de diferentes nociones puestas en tela de juicio, como son: identidad racial, nacionalidad, nacionalismo y cultura nacional.

Para esta reflexión, la identidad negra, alejada de cualquier enclaustramiento ideológico y de cualquier fantasma de pureza racial,se construyó como una identidad transnacional producida en el Middle Passage. Al ser África una invención del mundo colonial y de la modernidad occidental, la identidad negra será concebida, también, como híbrida, sincrética y mestiza.

En semejante lógica, el continente africano será visto, más que nada, como un gran symbol bank, esto es, una gran fuente de símbolos y de signos en los que, a través de una “memoria global” siempre activa y operante, las culturas neo-africanas tomarían un amplísimo repertorio de estilos y ritmos artísticos y musicales, formas lingüísticas y de pronunciación, lógicas de pensamiento y de cultura en general (Livio Sansone).

En tercer lugar, para terminar, negritud, en un registro que pudiéramos llamar metafísico. Es decir, en el amplio marco de lectura que la alquimia medieval de inspiración árabe le presta, por ejemplo, al bíblico Cantar de los Cantares.

En esta compilación poética de diferentes épocas, pero atribuida por comodidad al sabio ―y africano― rey Salomón, se le canta a una virgen de piel oscura, una Virgen negra, portadora de todo el Amor y la Sabiduría existente en el Universo.

Esta es la metáfora, “mal leída”, que tomará el hermetismo y la alquimia medieval del Cantar de los Cantares para hablar ―esotéricamente― de esa negruraoriginaria,materia prima cósmica y virginal no violada aún por el Verbo y donde se da la absoluta identidad de los contrarios.

A partir de esta negritud original, a partir de esta inmaculada materia prima, se bifurcará la Creación en polos antagónicos. Veamos este tono metafísico, estas imágenes de la identidad de los contrarios, al modo alquímico, tal como aparecen en las estrofas finales del poema:

Enróscate viento, en mi nuevo crecimiento

… Te entrego mis palabras abruptas.
Devora y enróscate.
Enróscame y abrázame con un estremecimiento más basto…
Y átame, átame sin remordimientos
átame con tus grandes brazos a la arcilla luminosa
liga mi negra vibración al ombligo del mundo.
… sube, Paloma
… Te sigo impresa en mi ancestral córnea blanca.
Sube, lamedor del cielo.
Y en el gran hueco negro donde quise ahogarme la otra luna
es allí donde quiero pescar ahora la lengua
maléfica de la noche en su cristalización inmóvil.

En estos versos finales, las imágenes son tan deslumbrantes que no necesitan un comentario que quiebre la polisemia de la gran poesía.

Véase, solamente, la sumatoria de símbolos que atrapa la visión del poeta: el viento como serpiente y la unidad de los contrarios en la pasión; el ombligo ―nuestro centro― ligado al Centro del Mundo o Eje Cósmico; la ascensión al Cielo a través de este mismo Centro del Mundo; y la noche, siempre la noche. Una noche donde habita una lengua maléfica ¿la del poeta?

No digamos más: explicar destruiría la potente irradiación de esas imágenes. Pero estos símbolos que vemos, luminosos en su negrura, asociados a la lengua de fuego, a la llamarada del Centro Creador(también lago de calma y quietud) y a la “inocente” palabra del poeta, ¿no están estrechamente relacionados con el tema de la identidad negra tal como lo veíamos al comienzo de estas notas?



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Nansen Tápanes

Una Nación sin fronteras conformada en las letras y en el lenguaje como Exilio y como Hogar: constituida en lo que de huidizo siempre tendrá la Poesía.