Si bien Carlos Montenegro ha recibido —digamos— cierto reconocimiento por su obra narrativa en la arena nacional —también escribió poesía, publicada en la revista Renacimiento, órgano del penal, en 1924—, llama mi atención el hecho de que su esposa Emma Pérez Téllez (Murcia, 1900 – Florida, 1988), quien gozara de gran prestigio como poeta, periodista y educadora, no haya corrido con la misma suerte.
Es probable que haya influido en ello el hecho de que, en 1960 y en divergencia con el proceso revolucionario cubano, Pérez Téllez decidiera partir a México, estableciéndose luego en Florida, donde finalmente murió a los 88 años. Condenada al silencio absoluto, la obra y figura de esta mujer ha permanecido —injustamente, demasiado tiempo— en el légamo del olvido, muy lejos del lugar que le corresponde ocupar en los ábsides de la memoria literaria de Cuba.
Con un doctorado en Pedagogía y graduada de Filosofía y Letras por la Universidad de La Habana, y establecida ya en la metrópoli habanera, Emma Pérez Téllez establece contacto con la hornada literaria del momento, liderada por el Grupo Minorista y la revista de avance, que llevaba una campaña por la liberación del escritor Carlos Montenegro, recluido en la prisión del Castillo del Príncipe por cometer asesinato.
Aunque avance encabezaba la empresa por la excarcelación de Montenegro, toda la comunidad literaria estaba sumamente conmovida por aquel autor que, desde la celda y bajo las orientaciones de José Zacarías Tallet —quien por entonces trabajaba como contador en las oficinas del recinto penitenciario—, comienza a escribir narraciones cortas para la revista Social.
Miembro de aquel ámbito literario, Emma también se interesó en la suerte del ya para entonces, aunque novel, afamado escritor. Ambos inician una estrecha comunicación epistolar que más tarde se transformaría en relación amorosa, conociéndose a través de Zacarías Tallet y casándose en la fortaleza del Príncipe en 1929.
El matrimonio con un recluso —convicto por homicidio— suponía un acto de coraje y rebeldía para una mujer de la época; semejante relación y consorcio matrimonial iban en contra de todas las normas morales y sociales. Pero no fue solo este suceso el que permitió vislumbrar la actitud y pensamiento vanguardista de Emma Pérez Téllez.
Mientras su esposo esperaba la libertad, la escritora y periodista fue concibiendo un poemario donde quedaban plasmadas todas las tribulaciones padecidas durante el encarcelamiento de su amado. En 1932, al año después de salir Carlos Montenegro de la cárcel, vio la luz el cuaderno Poemas de la mujer del preso, bajo el sello de Carrasa y Cía.
El perfil escritural y estilístico de Emma Pérez Téllez mantuvo —en este cuaderno al menos— una evidente propensión a la corriente vanguardista. Coincidiendo con otros artículos,[1] es posible encontrar, como importantes rasgos de vanguardia, poemas desprovistos de signos de puntuación —concediendo significados plurales, ambiguos, que ofrecen nuevas dimensiones a la lectura—, la utilización de elementos visuales y algunas palabras en mayúsculas —asumiendo matices experimentales—, el uso de guiones para introducir aclaraciones en el texto poético —como si la voz propia del poeta, o una voz otra interviniera, de improviso, en la dinámica del cuerpo rítmico y gráfico del poema—, metáforas e imágenes frescas y diferentes para la época, la aproximación a otros medios artísticos y el propio tema carcelario como directriz.
Sin embargo, considerando el momento histórico y las reglas sociales entonces imperantes, la escritura de un libro de tal índole es ya meritoria, sobre todo por su condición de mujer y la madurez personológica y emocional que proyectó —siendo muy joven todavía— al asumir los escenarios y desafíos de su casamiento y escritura.
La teórica y profesora universitaria Helen Tiffin, en su libro Post-Colonial Literatures and Counter-Discourse, sostiene que “el contradiscurso es esa transformación discursiva que confronta y desautoriza paradigmas del canon tradicional, homogéneo y centralmente hegemónico”.[2]
Por otro lado, la reconocida ensayista cubana Yanetsy Pino Reina expone que el “discurso de resistencia implica un contradiscurso, una contra-lógica, una formación contracultural que motiva la crítica, el desafío a la dominación, al control hegemónico y a la sumisión, impuestos por las relaciones del poder en la proyección de la ideología patriarcal en la cultura”.[3]
A partir de estas miradas, es posible examinar y comprender algunas esencias cardinales que nutren y son parte del andamiaje poético de Emma Pérez Téllez en Poemas de la mujer del preso.
Este cuaderno, especialmente notable por el tema abordado (la cárcel, el preso, la protesta, lo erótico) y por haber sido escrito por una mujer, instala dentro de la lírica femenina cubana un contradiscurso desde lo carcelario. Es decir, marca y sitúa un lenguaje poético que contraviene, cuestiona y subvierte el discurso patriarcal hegemónico desde aristas como la exteriorización del sentimiento de pérdida y del dolor ante el amado preso, la confesión de las pulsaciones eróticas hacia el reo, la desmitificación de la familia mediante la rebeldía frente al maltrato, y la exigencia de libertad para el amante cautivo.
La usanza patriarcal se ha encargado de establecer y ponderar estilos de comportamientos, saberes, actitudes, pensamientos, etc., que legitiman, desde el poder de una mayoría, la cosmovisión de la sociedad y su cultura dominante con relación a las formas de ser y de actuar de hombres y mujeres. En el caso de las féminas, estas maneras de ser y actuar están sujetas y subordinadas a esa cosmovisión social y cultural hegemónica.
Sin embargo, Pérez Téllez, que en el momento de la publicación de este cuaderno contaba solo con 32 años, expone en su discurso poético un acto de resistencia emocional/somática que resulta un punto de tirantez, una forma de gestar contradicción y subvertir lo establecido para la mujer.
Ahora bien, para el análisis siguiente, resulta válido aclarar que utilizo aquí el término resistencia emocional/somática como esos mecanismos o conjunto de prácticas que se activan ante un momento de crisis, la cual pone en tensión o desajusta el equilibrio psicoemocional de un individuo.
A través de estas prácticas, se intenta proteger el sistema de emociones y la entidad corporal en su relación con el entorno y con los otros. Esto es, preservar la memoria afectiva, saberes, actitudes, comportamientos, pensamientos, y concepción del mundo y de sí, como productores de un poder vital para lograr el orden, la reafirmación del yo psicológico y del cuerpo como filtro y anclaje a un medio sociocultural determinado. Varios son los mecanismos que pueden encontrarse en este cuaderno
Exteriorización del sentimiento de pérdida y dolor ante el amado preso
Para Pérez Téllez, la prisión no es un fenómeno metafórico —encadenamiento espiritual, moral o de ideas a pesar de un aparente albedrío—, sino el espacio físico, tangible, donde se priva al hombre de su libertad, que es su derecho más elemental. El foso, la piedra, las rejas, los guardias, son elementos que construyenel ámbito reducido, el sometimiento, la sensación de asfixia ante la inutilidad y digresión de un tiempo que parece transcurrir como en otra dimensión, todo lo que separa al reo de la realidad más allá de las verjas:
del lado de acá de los fosos
mis brazos abiertos,
del lado de allá tu agonía
ya confundida con la piedra
bebo a sorbos la sangre de tu angustia
que me llega en la copa del viento
—mi afán de acercarme está enredado
en los dedos negros de las rejas—
inútiles brazos desnudos
que quieren vencer tanta piedra
miméticamente —casi humanos—
los lagartos decoran la piedra:
son azules si pasan los guardias
y son blancos si pasan los presos
(…)
(“Piedra”)
La condición del preso, asumida y vivenciada desde el cuerpo/alma y con el cuerpo/alma, tanto por el que se encuentra tras las rejas, como por el que aguarda fuera de ellas, es en este libro causa de martirios corporales —entiéndase palpables— (inútiles brazos desnudos // que quieren vencer tanta piedra) y emocionales (bebo a sorbos la sangre de tu angustia // que me llega en la copa del viento).
En tanto que el recluso no es la única víctima de su encarcelamiento —la madre, esposa e hijos también lo son, o pueden serlo—, este cuaderno encierra un notable valor sentimental al ser forjado desde el dolor, la frustración y el constante flagelo de la espera de la mujer que evoca y desea a un hombre que no puede poseer porque impávidos barrotes lo mantienen lejos, aislado de toda súplica y lamento exterior:
(…)
te hablo y ya no puedes precisar
las palabras ni el color que tengo
extenderás con emoción los brazos
y no podrás aprisionar mi carne
mirarás el espejo
donde se reflejó mi palidez
y verás solo tu tristeza
buscarás en la pared mi sombra
y encontrarás encorvada la tuya
bajo la angustia de mi ausencia
todo lo que tuvo a tu lado
una vida por mi contacto
ha muerto
(“Preso”)
La exteriorización del dolor ante la pérdida del amado es en estos poemas una forma de afrontar vivencias que suponen una fractura de la consumación del deseo amoroso, de la construcción de un futuro para y con el ser querido. Sacar afuera el padecimiento y describirlo, darle un cuerpo mediante las palabras, permite una exégesis de este, una manera de controlarlo.
Por otro lado, es también una vía de hacer catarsis y de poder lidiar con emociones que resultan nocivas. El lamento ante la angustia se ha normalizado como algo inherente a la mujer, ya que el sistema patriarcal ha establecido y atribuido cualidades de fortaleza al hombre y de debilidad a la hembra. De estos juicios asimétricos y alejados de basamentos verídicos, la sociedad acepta que sean las mujeres quienes lloren y expresen sus suplicios como parte natural de ese rol de sumisión y fragilidad asignado al género femenino.
En cambio, no se trata en estos versos de una queja a la usanza tradicional, donde la mujer expresa con conformismo su martirio. Hay que tomar en cuenta que en este caso el ser amado es un recluso y esta proyección del sufrimiento por el amante preso constituye, en sí, un alarido contra esos esteros culturales, estrictos y despóticos, que imponen estilos de comportamiento para el sujeto femenino frente a eventos relacionados con la familia, el amor, el cuerpo, etcétera.
Exteriorización de lo erótico hacia el reo
En otro sentido, resulta en extremo valiente e irónico que en este libro la poeta erija un discurso donde esencialmente fija como centro a un convicto. Se trata de un discurso que no solo se proclama en defensa de ese hombre marginal, sino que también va a enaltecerlo desde el amor y el deseo.
La manera en que se expresa, sin temor ni tapujos, una erotización con el recluso, con un individuo que ha sido encarcelado por homicidio y que, por ende, es un criminal, alcanza en este libro una alta dosis de insubordinación, que sin duda golpea la mirada rígida de una sociedad que tiende al rechazo de aquellos que han violentado sus normas con conductas delictivas:
(…)
hablo por gracia de alfabetos tuyos,
miro a la luz de tus incendios,
me muevo con ademanes únicos
que solo nacen de tus miembros
(…)
estas caricias de mis dedos
son los lentos viajes de tus manos
acariciando mi recuerdo
tu nombre tiene fuerza de llamada
tu imagen dentro de mi espejo
me enseña a sonreír
con tu sonrisa
(…)
(“Caza”)
Lo erótico, el deseo carnal y espiritual hacia el recluso, es una arteria importante que nutre y da vida a este cuaderno. La distancia —impuesta por las rejas— entre la mujer que desea y el hombre deseado no es siempre un impedimento para ese acto de la entrega que se busca consumar. Por el contrario, ofrece la oportunidad de la evocación, de la representación mental voluptuosa para mitigar la soledad y la espera. El pensamiento se escurre hasta donde está el amado y se desdibuja entonces la lejanía hasta convertirse en algo imperceptible, casi irreal:
(…)
hacia las cumbres de tu soledad
ascienden mis manos hambrientas
amo tus caricias que aún ignoro
y las almas que tienes todavía
aprisionadas en silencios
—lejos de mí se maduraron años
en los árboles de muchas vidas tuyas—
tras las ventanas que se cierran
hay —noche— convergencias de temblores
somos dos ansias paralelas
pero me traspasa la dulzura
de los ensueños que te debo
y surcan las aguas de mis ojos
veleros blancos que te esperan
(“Otra canción para la espera”)
Para la autora de estos versos, la causa de sentencia y la culpa del cautivo no son lastre que impidan el sentirse atraída por él. Desde la admiración y el deseo amatorio, la mujer/poeta ha minimizado o anulado una historia sórdida de asesinato y se entrega toda a este hombre que ha movilizado sus pasiones más íntimas.
Aquí se trastoca la distancia espacial (hacia las cumbres de tu soledad // ascienden mis manos hambrientas), tornando el cuerpo deseado y lejano en ente asible ante la apetencia erótico/sexual, que en este discurso alcanza un carácter de irrefutable irreverencia. Es esta entrega un trance donde la memoria es lúdica y sirve para (re)inventar, ante el distanciamiento que imponen las rejas, el objeto y la forma de la obtención del placer.
Los cuerpos no dejan de experimentar el goce en la imaginación de una mujer que, con intención, destruye las fronteras de lo íntimo y va hacia lo público, donde la remembranza y la fruición erótica quedan expuestos a través de sus textos. Hay, además, un manejo de lo sensorial que refuerza esta esencia libidinosa en versos como: “estas caricias de mis dedos”, “miro a la luz de tus incendios”, “tu imagen dentro de mi espejo”, “ascienden mis manos hambrientas”, “pero me traspasa la dulzura”.
Tras la lectura de estos poemas, puede constatarse el carácter y la valentía de una mujer que intenta reafirmar su sentir, no solamente como estrategia de autopreservación, sino también como manera de acentuar la certeza de que ella tiene el control de sus pasiones y de su cuerpo, y que sabe qué hacer con ellos, cómo gestionarlos ante su realidad y ante los demás. De este modo, se halla uno frente a una escritura que trastorna el orden (pre)figurado de lo social/patriarcal, sin miedos ni hipócritas posturas frente a los otros.
Desmitificación de la familia: rebeldía frente al maltrato
Si hasta este instante se había analizado la proyección amorosa de Pérez Téllez en su disertación poética, y si en todos los ejemplos anteriores quedaba subrayado su amor por el recluso objeto de su escritura, esto no va a impedir que el sujeto lírico se insubordine ante el maltrato que denota la desconfianza.
Usualmente, la mujer que al interior de la dinámica familiar padece los celos (desconfianza, reclamos, ofensas, inculpación, etc.) de su pareja, llega a sentirse culpable y acaba asumiendo posturas y comportamientos que la reducen, la vuelven vulnerable y sumisa ante una sospecha y agresión que terminan por convertirse en un bucle nocivo de dolor y deterioro de la autoestima. Se enquistan en un silencio que viene a ser como la maldición de Sísifo.
Más allá de esto, en la obra de Emma Pérez se encuentra una voz que advierte el agravio y que se revela ante él. Desde el título del poema (“En contra de tus absurdos celos”), hay una actitud de negación y de irreverencia que ratifica su condición de mujer con albedrío y segura de sí:
las palabras descendieron heladas
de mis cumbres de indiferencia
quedó desnuda la esterilidad
de mi pureza y de mi fuerza
detrás de mis párpados cerrados
ancló un ADIOS de velas negras
y en él fueron subiendo sus hermanas
como emigrantes
ni un pañuelo
movieron las manos de mi voz
aquella angustia de alfabetos
inútiles, gastados, despedidos,
no llegó al alma de mis hielos
(…)
En este poema, la autora muestra con firmeza que no cederá ante la intimidación de los celos ni ante todo lo que implican como forma de violencia. La voz discursiva se salva a sí misma, negando la culpa y la sospecha sin sentido que se le ha querido imponer. Nada de ella nacerá ante la injuria (quedó desnuda la esterilidad // de mi pureza y de mi fuerza), salvo “pureza” y “fuerza”, pues esos atributos en ella son “estériles”; o sea, no pueden contaminarse, no pueden ser engendrados con ofensas ni choteos pueriles. La mujer queda incólume, limpia, a salvo.
Al adentrarse uno en otro texto relacionado también con los celos (“Captura del poema de mis celos”), aunque esta vez se trata de la sospecha de “la mujer del preso”, resulta atractivo el hecho de que la poeta desmitifica, en ambos poemas, a la familia como grupo primario y de referencia que el imaginario social ha situado en un pedestal.
Pérez Téllez rompe los altares donde descansan —desde hace mucho— los juicios y estereotipos relacionados con la familia como parte cardinal de la sociedad y su cultura. Proyecta ante las miradas externas los conflictos, las inseguridades, los miedos que se gestan en una relación a distancia, tórpida, entre un hombre tras las rejas y su amante que aguarda el día de su libertad:
tu nombre viene fuerte como aullido
de fiera quemada con yerro
ya no puedes darme como palabras
tus miradas
porque te reconozco una voz menos
ya no puedes hacer una señal sobre mi vida
—nací mil veces de movimientos tuyos—
que me dé ternura de hoja nueva:
tus viejas angustiadoras dádivas
me están apretando el corazón
hasta obligarme a conocerlas
irresistiblemente mi agonía
oye la voz de tu silencio
e irremediablemente ante mis ojos
van desfilando tus recuerdos
Bien es sabido que en las fotos familiares hay que sonreír, aunque detrás de esas sonrisas se escondan lobos, demonios y corderos infelices. No hay que sacar al aire libre las discrepancias, pues los “trapos sucios” no se tienden al sol, hay que colgarlos bajo la sombra del silencio, al interior de las paredes que no siempre consiguen despistar el ojo ajeno y curioso.
Sin embargo, es evidente aquí el tono de reproche, de resentimiento y de furia. La poeta se atreve y su escritura se torna un foco que arroja luz sobre las disputas (tu nombre viene fuerte como aullido // de fiera quemada con yerro), los malestares (tus viejas angustiadoras dádivas // me están apretando el corazón // hasta obligarme a conocerlas) y el enojo (e irremediablemente ante mis ojos // van desfilando tus recuerdos) que devienen de los dilemas amorosos/familiares que desde siempre nos han enseñado y obligado a callar, sobre todo cuando se es mujer.
Estos versos representan un punto de disonancia con relación al pensamiento social y sus míticas construcciones sobre la familia como grupo perfecto, funcional y siempre en concordia, que es la imagen que se nos ha “vendido”. Estas ficticias construcciones son demolidas por Emma Pérez Téllez en este poemario y, como si todo esto no fuera suficiente, contrae matrimonio con un recluso asesino, lo cual es realmente un ejemplo altisonante de lo que significa y representa desafiar la norma y construir una familia diferente a lo que se espera de acuerdo a las reglas y esquemas de la sociedad.
Reclamo de libertad para el amante cautivo
Conjuntamente con la índole erótica, hay en Poemas de la mujer del preso un fuerte sentido de protesta, a veces manifiesto, a veces latente, pero que del mismo modo viene a formar parte de la espina dorsal de este cuaderno. La protesta, en este caso, está vinculada en esencia a dos razones: la impotencia de saber al amado preso, y la reclamación de su libertad.
En ambos sentidos, cuando Pérez Téllez alza su voz en forma de acusación y reproche, no solo contraviene, como mujer, el orden patriarcal, sino también el poder jurídico que ha impuesto la sentencia de cárcel. Por otro lado, ese acto de “protestar” lleva implícito un llamado de atención, un acto de visibilizar aquello que la sociedad considera execrable y, por ende, intenta silenciar, amputándolo de su dinámica preponderante. No hay aquí queja, sino denuncia. No hay sumisión, sino sedición. No hay lágrimas, sino grito.
(…)
el almanaque —cuatro de noviembre—
trae en sus brazos —como criaturas muertas—
las horas —tres— que nos negaron
todos los santos —el tuyo hoy—
son de piedra
como los muros de la prisión
(…)
(“Poema del ‘público negado’”)
tu adiós
se fuga por entre las rejas
igual que un ave de su jaula
aquel guardia tiende su brazo azul
y se afana por apresarlo
(“Un poema al adiós escapado”)
—mi afán de acercarme está enredado
en los dedos negros de las rejas—
(“Piedra”)
la cúpula del capitolio allá
brilla lo mismo que un incendio
—tras mirarla no encuentra tu prisión
las iras de mis ojos deslumbrados—
los troncos de los árboles viejos
se están remozando con pasquines:
(“Fiesta”)
En todos estos textos hay un acto de resistencia, de oposición no solo a la norma social, sino también a las circunstancias que suponen la pérdida de libertad del ser querido. La autora no acepta ni se conforma con saber a su hombre tras las rejas.
Hay una censura que se proyecta fuerte y clara: “las horas —tres— que nos negaron”, “aquel guardia tiende su brazo azul / y se afana por apresarlo”, “mi afán de acercarme está enredado / en los dedos negros de las rejas”. Pero la directriz de insubordinación y de denuncia alcanza su momento más elevado cuando la poeta expresa “los troncos de los árboles viejos / se están remozando con pasquines”, y seguidamente inserta en el cuerpo gráfico del poema una figura cuadrada, simulando un pasquín que dice “ábranle las rejas a los presos”, cuyo mensaje indica una acción en modo imperativo, dando una orden o instrucción.
Este imperativo verbal deja por sentado el marcado afán de protesta y pone al descubierto una postura sediciosa volcada en un grito de libertad, de justicia, de inclusión. De esta forma, en la escritura se (de)construye el modelo social y femenino que ha sido impuesto, y erige nuevas miradas, intereses y actitudes hacia los sujetos subalternos, que en este ámbito serían la mujer y un recluso.
Estos versos deshilan la ideología patriarcal, amenazan el poder institucional y legal, al tiempo que erigen nuevos imaginarios sobre las formas de actuar del sexo femenino que no siempre han sido tras bambalinas, en silencio, arrastrando los grilletes de la obediencia.
Este discurso amoroso/lúbrico y de protesta que fluye en el poemario de Emma Pérez Téllez transforma la cárcel, el distanciamiento y el dolor de la espera en un constructo afectivo donde, a pesar de todo obstáculo, sobrevive el deseo, el amor, la posibilidad de un futuro juntos y, con ellos, el propio ser con su complejo sistema de relaciones que lo atan a un tiempo y un espacio. O sea, a una (su) realidad.
Hasta este momento, todas las formas de resistencia emocional/somática que he sondeado en la obra de Pérez Téllez, están estrechamente ligadas a un convicto. O sea, nacen del sentimiento amoroso hacia un hombre puesto entre rejas por cometer asesinato. Este sujeto marginal es quien activa emociones y deseos lascivos, es él quien provoca una serie de acciones que giran y se sostienen en torno a su escenario, las cuales quedan declaradas, a modo de búsqueda de resiliencia emocional, en los poemas de esta autora.
Queda confirmado un universo femenino que implica insubordinación, conciencia de sí y de su ideología como legitimación identitaria, subversión de estructuras sociales que manipulan el comportamiento de la mujer, desplazamiento de los arquetipos tradicionales y resignificación de lo marginal. Todos como una madeja gestora de la conducta emancipadora, que encuentra su raíz en la pulsión amorosa hacia un reo.
Este hecho es notorio, pues obliga a evaluar la escritura de la autora como un contradiscurso que socava el paradigma social de la mujer casta, sumisa y alejada de lo abyecto. La poetisa ha desafiado todo lo que de ella se espera, desde las normas hegemónicas, emergiendo de este modo en su proceder una manera de valorar al sujeto delictivo, muy distante de lo que el régimen social entiende o ha dictado en torno a estos individuos.
Poemas de la mujer del preso es, entonces, una exaltación al marginal, una forma de desautorizar el abuso, la marginación y la anulación de los reprimidos.
En su libro de ensayos La sencilla palabra. Franciscanismo poético en la obra de Dulce María Loynaz, Liuvan Herrera Carpio resume, tras la lectura y análisis de la Historia maldita de la literatura del teórico alemán Hans Mayer, lo siguiente, relacionado con la marginación:
La marginación intencional comprende entonces a aquellos seres que deciden por su voluntad estar fuera del margen de la oficialidad, no importan las causas —que pudieran ser disímiles— sino que en su voluntad está el reconocimiento de esta marginalidad como parte de una identidad elegida, según hemos apuntado, por ejemplo: prostitución, suicidio, drogadicción.
(…) la marginación existencial, que comprende a los seres que no pueden incluirse a sí mismos en el margen de la oficialidad, por padecer una mutilación física y/o espiritual que no está sujeta a cambio alguno, por ejemplo, las limitaciones físicas (cojera, ceguera, mudez) y espirituales (retraso mental, locura). Dichos seres no han querido ser marginados existenciales, su condición les es otorgada no por voluntad propia, sino por la oficialmente canonizada.[4]
Según estos razonamientos, que explican algunas consideraciones sobre la marginación, resulta sumamente atrayente el hecho de que Emma Pérez Téllez haya construido un poemario dirigido a un hombre que se encuentra en prisión producto de sus decisiones, muy a pesar de las circunstancias que lo llevaron a ellas. A diferencia de la Loynaz, que en su lírica enaltece —según el ensayo de Herrera Carpio— a los marginados existenciales dándoles voz y espacio, Emma canta, gozosa, a un marginado intencional.
Su voz nace y se articula de emociones raigales como el amor, la desesperación, la pérdida, la añoranza y el deseo carnal. El sujeto lírico siente la necesidad de nombrar y corporizar su posición sentimental desde el mismo título del cuaderno (mujer del preso), sin miedos a la censura ni a la incomprensión, y como una forma de contestación contra el silencio, el fardo de los estereotipos y la culpa que han sembrado en la conciencia de aquellas mujeres que se contraponen a lo que su tiempo y cultura social les imputa.
Los versos de esta autora devienen en una poética del desacato, una auténtica desmitificación del reo, que ofrece uno de los discursos más irreverentes de la lírica femenina cubana. Tan hondo era su sentir hacia el convicto, tan segura estaba de sí en su pensar y actuar, que la autora cierra el libro con un poema titulado “Libre”, a modo de presagio acerca del instante de la libertad del hombre que ama, imaginando el futuro que vendrá:
de espaldas a la piedra mirarás
pasar seis horas como seis veleros
por el mar ebrio de distancias
de tus labios arrancarán las rutas
la libertad dará su canto
al día maravilloso de tus dientes
y a las alas de las gaviotas rápidas
tus palabras sabrán a yodo, a sal
navegaránme como barcos
el cielo —abierto—
será un libro azul
lleno de nombres de ciudades
Y así, también convencido de la importancia de este poemario, pongo en manos del lector esta mirada a la obra de una poeta que merece —con justeza— atención y respeto, esperando que, como yo, ustedes igualmente descubran en sus versos un cielo abierto, un libro azul lleno de nombres de ciudades.
Notas:
[1] Cfr. Ana Casado Fernández: http://www.habanaelegante.com/Spring_Summer_2013/Dossier_Poetas_CasadoFernandez.html; Rafael Rojas: http://www.librosdelcrepusculo.net/2012/06/la-desaparicion-de-emma-perez.html.
[2] Helen Tiffin: Post-Colonial Literatures and Counter-Discourse, Westview Press Boulder, Colorado, 2010.
[3] Yanetsy Pino Reina: Hilando y deshilando la resistencia (pactos no catastróficos entre la identidad femenina y poesía), Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2018.
[4] Liuvan Herrera Carpio: La sencilla palabra. Franciscanismo poético en la obra de Dulce María Loynaz, Letras Cubanas, La Habana, 2012.
Sobre la transficción, la translectura y otras naderías
Teoría de la transficción es uno de los libros más valientes de la Editorial Hypermedia. Es una antología de escrituras que han decidido mutar su estructura celular y burlarse de los bordes, ignorar los límites. Aguilera se toma el trabajo de desmenuzar el concepto de transficción desde varias de sus aristas.