Periodismo independiente en Cuba: entre la fantasía y la ruptura ontológica

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© Rolando Pulido


Para entender la posición “visceral” y a menudo contradictoria de los periodistas cubanos, es necesario examinar la forma en la que la Revolución ha construido su relación con “el pueblo”. La construcción discursiva de una Revolución cubana universal ha creado la ilusión de una identificación total entre el pueblo y el Estado —y sus intereses.

Al presentarse la Revolución como universal, agrupando a todos los cubanos a su alrededor, aquellos que se han situado más allá del proyecto revolucionario han sido tradicionalmente “desontologizados”, privados de su derecho a existir como ciudadanos cubanos. Esto incluye el no-derecho a criticar el proyecto revolucionario. Desde esta perspectiva, los medios digitales independientes representan una ruptura ontológica con la Revolución, más allá de su contenido (óntico).

Nuevos
posicionamientos
periodísticos
que rebasan
las narrativas oficiales.

Por ejemplo, el creciente acceso a Internet y a las tecnologías digitales ha alterado las implicaciones de ejercer el periodismo en Cuba.[1] Los cambios tecnológicos han facilitado la creación de medios de comunicación independientes, facilitando un cambio óntico que desafía los significados articulados por el discurso hegemónico. Sin embargo, es importante señalar que este cambio también tiene una naturaleza ontológica, una naturaleza relacional que altera las relaciones de poder existentes y facilita el surgimiento de nuevos posicionamientos periodísticos que rebasan las narrativas oficiales.

Analizar la resiliencia de los periodistas cubanos desde un análisis de lógicas levanta una serie de preguntas: ¿por qué los periodistas jóvenes son capaces de trabajar para los medios estatales incluso cuando los perciben como personal y profesionalmente opresivos?; ¿cuál es el papel de la inversión fantasmática en la mediación de identidades compatibles con el sistema?; ¿cuál es el rol de la fantasía en posibilitar e imposibilitar una ruptura ontológica con el periodismo “oficial”?

En Cuba, la educación universitaria es gratuita pero los estudiantes deben ofrecer algo a cambio a la sociedad a través de un período de servicio social. En la práctica, esto significa que todos los periodistas deben trabajar en instituciones públicas —mayoritariamente medios de comunicación, pero también gabinetes de prensa— durante un mínimo de dos años para validar sus títulos. La combinación de la fantasía beatífica de “pagar una deuda” a la sociedad, a cambio de su educación y la fantasía horrífica de “perder su título”, ha servido para llenar las redacciones de gente joven talentosa al bajo coste de intentar moldear sus prácticas periodísticas acorde al discurso oficial.

Para  entender el concepto de autosacrificio es importante recordar que, a inicios de la década de 2010, el expresidente Raúl Castro y otros líderes prominentes hicieron un llamado a la crítica y a la apertura del periodismo liderada desde dentro. En esta línea, las demandas oficiales de abrir los medios estatales sirvieron para cooptar periodistas, proporcionándoles fantasías de renovación política interna. La creación de una narrativa en la que los medios estatales y la crítica desde dentro son compatibles ha servido para disuadir a los periodistas de movilizarse alrededor de lógicas alternativas.

Las fantasías de renovación dentro del sistema han conseguido persuadir a varias generaciones de estudiantes de periodismo de trabajar para los medios estatales, no solo para validar sus títulos sino, posiblemente, para contribuir al cambio. Sin embargo, los discursos oficiales de renovación periodística contrastan con las reflexiones de los protagonistas del cambio, que narran las dificultades que encontraron durante el proceso.

Los periodistas cubanos son conscientes de los obstáculos a los que tienen que hacer frente cuando intentan cambiar el sistema desde dentro, desde el interior de la estructura estatal. La principal barrera, según los testimonios recogidos, es básica: la imposibilidad de publicar su trabajo. Cuando los borradores no se ajustan a la línea editorial del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido, simplemente no se publican, o se publican en parte, después de un proceso intenso de edición ideológica.

Los periodistas
cubanos
operan dentro
de un sistema que
automáticamente
los posiciona
en términos políticos.

Los periodistas cubanos operan dentro de un sistema que, automáticamente, los posiciona en términos políticos; es decir, un sistema que politiza el periodismo, como discurso, y a los periodistas, como sujetos.

El periodismo es una profesión “cargada emocionalmente” y la era digital ha traído consigo una redistribución de poder e influencia dentro de sí.[2] Esto es notable en el caso cubano, ya que la polarización política parece arrastrar a los periodistas a posicionamientos afectivos binarios. En esta línea, los entrevistados consideran que el sistema de medios oficiales los empuja hacia polos del espectro afectivo. Infligiendo miedo y rabia de manera rutinaria, el sistema buscaría provocar un estado abiertamente emocional que los sitúe en una situación de vulnerabilidad, alterando su capacidad de raciocinio en frío.

Según esta lógica, mientras los profesionales son capaces de gestionar su enfado, su indignación y su desesperación, los periodistas disidentes muestran emociones extremas que los pueden llevar a una interpretación polarizada de la realidad que genere ira, en vez de debate.

En resumen, el discurso que se desprende de las entrevistas es que el buen periodismo no puede estar contaminado emocionalmente porque perdería el equilibrio, lo cual aplica tanto a los que se desenvuelven bien dentro del sistema como a aquellos que lo desprecian.

El uso creativo del cinismo ha sido una herramienta utilizada de manera tradicional por periodistas que operan en contextos restrictivos. Por ejemplo, los periodistas cubanos que trabajan para el Estado bromean cínicamente sobre ejercer la “brujería poética” o “tocar el violín lírico”, refiriéndose a estrategias para embellecer textos aburridos y burocráticos.[3]

Por ejemplo, el violín lírico se “toca” casi siempre cuando se cubren noticias de agricultura que pretenden levantar los ánimos de la población, como en casos de buena cosecha, y la brujería poética se refiere al uso de un lenguaje épico para describir los símbolos patrios, como la bandera, el himno, o hazañas históricas.

Ejercer
la “brujería poética”
o
“tocar el violín lírico”.

Sin embargo, la construcción de la identidad colectiva establece límites de pertenencia —y de exclusión— anclados en una visión del periodismo como profesión y del periodista como intelectual. La visión de los entrevistados es que la sobrecarga emocional y el condicionamiento político de los periodistas disidentes los vuelve menos “profesionales”, llevándolos a promover, conscientes o no, una simplificación de la realidad social falta de complejidad, cuando la realidad cubana es compleja.

Las fantasías de profesionalidad que emergen en la investigación ofrecen claves importantes sobre aquello que se valora en el periodismo digital independiente, así como las que alimentan las prácticas profesionales emergentes. Lo que se desprende del análisis es la fantasía de que escapando de “lo político”, entendido como un antagonismo extremo, se puede escapar de la política. Aún más, existe la fantasía de que, escapando de lo político, se puede corregir un periodismo abiertamente politizado y polarizador.

Al definir a los buenos periodistas como aquellos que tienen formación y objetivos eminentemente profesionales, los entrevistados están estableciendo nuevas fronteras de pertenencia que excluyen a aquellos que trabajan para medios estatales, que pueden tener buena formación pero no pueden expresar su talento dentro del sistema, y aquellos que son activistas y, por tanto, carecen de formación y de objetivos profesionales; en ambas situaciones, sería el periodismo el que sale perdiendo. La profesionalidad emerge como una fantasía capaz de anteponerse a los excesos políticos —polarizados— y emocionales del periodismo cubano.

En su análisis del socialismo tardío en el cine cubano,[4] Humphreys identifica la paranoia y la ambivalencia como posiciones comunes respecto a la Revolución. El término “lecturas paranoicas”, que toma prestado de Sedgwick y Frank,[5] denota una manera de examinar la realidad social que desentierra aquello que permanecía sospechoso, pero oculto.

En esta sección, la paranoia se entiende como una sospecha doble entre el Estado, que desconfía que los periodistas puedan amenazar el sistema, y los periodistas, que desconfían de un sistema que los puede castigar duramente si resultan “demasiado críticos”. La sospecha parece emanar en lo más alto del sistema y, a medida que circula, alimentar un sentido de paranoia colectiva.

La sospecha
parece emanar
en lo más alto
del sistema.

La interacción entre periodistas en redes sociales o aplicaciones móviles hace que el miedo individual de los periodistas se canalice a través de fantasías paranoicas, que no solo abarcan a aquellos que han sufrido amenazas y represalias en carne propia; también a quienes son conscientes de su existencia y de lo que les podría suceder a través de las experiencias compartidas por sus compañeros. De nuevo, la represión del Estado los empuja hacia los límites de su yo emocional, creando fantasías horríficas que bloquean su habilidad para pensar de modo racional y para romper ontológicamente con el sistema.

La identidad de los periodistas cubanos siempre ha sido compleja, caracterizada por continuos intentos de negociar su libertad personal y sus condiciones profesionales con el sistema.[6] Sin embargo, las generaciones de periodistas más experimentadas han vivido en un contexto en el que los medios estatales eran hegemónicos, dejándoles tan solo dos formas claras de ruptura: dejar el periodismo y/o dejar el país.

Enfrentados a las presiones que subyugan el periodismo a la política, en cualesquiera de sus colores, los periodistas cubanos han utilizado lógicas fantasmáticas de profesionalización como forma de liberar sus objetivos de una estructura hiperpolitizada que amenaza con aniquilar sus sueños.








[1] Žižek, Slavoj (2014): Event: A Philosophical Journey Through a Concept, Melville House, New York.

[2] Beckett, Charlie y Mark Deuze (2016): On the Role of Emotion in the Future of Journalism, Social Media + Society, 2(3).

[3] García Santamaría, Sara (2018): The Historical Articulation of ‘The People’ in Revolutionary Cuba. Media Discourses of Unity in Times of National Debate (1990-2012), Tesis de doctorado, Departamento de Estudios Periodísticos, Universidad de Sheffield.

[4] Humphreys, Laura-Zoë (2019): Fidel Between the Lines: Paranoia and Ambivalence in Late Socialist Cuban Cinema, Duke University Press, Durham-London.

[5] Sedgwick, Eve Kosofsky y Adam Frank (2003): Touching Feeling: Affect, Pedagogy, Performativity, Duke University Press, Durham.

[6] García Santamaría, Sara (2018): Digital Media and the Promotion of Deliberative Debate in Cuba, Internet Policy Observatory, Annenberg School of Communications, University of Pennsylvania.






Sobre la autora: Sara García Santamaría (España, 1984). Investigadora posdoctoral en la Universidad Oberta de Catalunya. Doctora en Estudios Periodísticos por la Universidad de Sheffield (Reino Unido) e investigadora en la Escuela de Comunicación Annenberg de la Universidad de Pensilvania. Algunas de sus publicaciones recientes incluyen The Sovietisation of Cuban Journalism: The Impact of Foreign Economic Dependency on Media Structures in a Post-Soviet Era y Alternative Cuban Journalism: A Comparative Approach to Indirect Violence. Es coeditora del volumen Media and Governance in Latin America: Towards a Plurality of Voices. Sus intereses de investigación incluyen los medios en contextos restrictivos, la seguridad de los periodistas, la intimidación de la política y la comunicación política populista. Es vicepresidenta de Comunicación Política, IAMCR, y parte de los grupos de investigación Media Flows y The Varieties of Democracy Project.



La versión extensa de este artículo se encuentra en el libro La revolución digital cubana: Innovación ciudadana y política estatal (Sara García Santamaría y Ted A. Henken, Editorial Hypermedia, 2022).





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Marie Laure Geoffray

En contextos autoritarios, expertos consideran como críticas las voces que desafían a las élites dominantes y al aparato estatal represivo, cualquiera que sea el contenido de dichas voces y cualesquiera, los medios y herramientas que utilicen para transmitirlo.