Raúl Hernández Novás: vida y muerte en su “concierto melodioso”

El 12 de junio de 1993, en La Habana del Período Especial, con solo 44 años, tres veces Raúl Hernández Novás se borró de la vida. Y digo tres veces, pues esta fue la conclusión forense: dos fallidas y, a modo de las antiguas rondas infantiles que intentan conjurar lo inevitable, “a la tercera fue la vencida”. 

¿El arma empleada? Una vieja y oxidada pistola del siglo XIX perteneciente a su padre y heredada de un antepasado mambí. Como en su momento alguien escribió, aquí hay un símbolo velado: ausencia de la madre cálida, pero madre que desde la muerte “acaricia al hijo en la distancia”; presencia del padre enfermo, “avaro de la risa y la palabra”: representación de su ley y rectas normativas en esta arma envejecida, fría y mohosa.

A propósito de los varios intentos fallidos del poeta, dice también la ciencia forense que esto apenas ocurre. Vencido el flujo inicial y oscuro de la adrenalina tanática, el impulso se desvanece en el instante en que no logramos borrarnos de la vida. Y es entonces que decimos: ¡pero, Raúl, qué inmenso deseo de morir tenías!

Conocer algo de la vida de Raúl Hernández Novás, leer su poesía tan mezclada a su existencia, es constatar la lógica exacta y contundente de “lo oscuro”, la pulsión de ese amnios, de esas aguas; el anhelo infinito por el vientre materno del que nacemos y al que supuestamente retornamos después de la muerte; la madre como una lluvia blanca y acogedora: imágenes de comunión y extática disolución dentro de un principio femenino y universal que obsesivamente inunda, colma su obra literaria.

Sobre el acto biológico —y metafísico— de nacer, la imaginación humana ha tejido sus símbolos y metáforas más fértiles. Mitos o imágenes ancestrales asociados al amnios o matriz placentaria, Huevo o Útero Cósmico, Pleroma o Plenum, seno de la Divinidad. 

Una vieja y oxidada pistola del siglo XIX.

Lo cierto es que todas estas imágenes aluden a ese lugar mítico, allende los polos opuestos de la Creación; espacio donde se anulan las contradicciones, las desgarraduras vitales y que algunos seres privilegiados —en instantes más privilegiados aún— logran transformar en obras de arte y de pensamiento: ruptura dolorosa y recomposición, señal de todo verdadero nacimiento en la obra creativa: sístole y diástole del corazón; “solve y coagula” que dicen los alquimistas.

A propósito del poeta y su imaginación —pero del poeta en su condición sagrada, apaciguador de fieras, vientos contrarios y pasiones destructivas— es que gravitan algunos de estos símbolos y metáforas de totalidad cósmica: símbolos de muerte y renacimiento. Metáforas de las cuales la más poderosa es tal vez el anhelo de autorrestaurarse por la palabra poética en la Matriz primigenia. 

Y es con esta palabra poética y pacificadora que viene la mirada de fuego, la clarividencia, el poder de nombrar el propio destino sin ser destruido por la hybris o desmesura que decían los griegos: nombrar sin que la fuente se rompa en el propio acto de nombrar que es todo nacer y, tal vez, todo morir. 

Es también sobre este acto “inocente”, y a la vez traumático de nacer, que el imaginario metafísico y religioso ha tejido su metáfora más contundente: se le llama “nacer con el velo de la Virgen”. En lenguaje obstétrico: venir a la vida sin romper la fuente, la bolsa amniótica intacta, sin “romper aguas”, dice la sabiduría popular. 

En otras palabras: nacer, venir a la existencia sin que el líquido amniótico lo “ensucie” todo derramándose por doquier. Romper —el saco membranoso lleno de líquido amniótico—, deshacerse, partirse, rajarse a la mitad o en mil pedazos, se asocian a la vida terrenal. 

¡Raúl, qué inmenso deseo de morir tenías!

Nacer así, intacto —y desde lo intacto que es todo amnios— es una condición especial dada a pocos humanos. ¿Los signos visibles de este nacimiento?: intuición, clarividencia y profecía, mirada y palabra de fuego, sensibilidad para las artes y para la expresión literaria. Metafóricamente, es el caso de Novás. Todo poeta observa el mundo y su absurdo curso de muerte desde esta fuente virgen.     

Sin embargo, paradójicamente, muchos de estos seres privilegiados llegan “rotos” a la vida. Tal pareciera que esas vidas sacrificiales solo alcanzan su sentido —que es también el nuestro— en el intento de recomponerse, de autorrestaurarse, a través de la creación poética. Sin duda aquí hay un misterio que elude ser clarificado, porque “rota la fuente, cómo regresar”. No es casual, entonces, que la primera compilación de la poesía novaciana, después de su muerte, se nombre así: Amnios (1998).[i]

Novás —él mismo lo contaba en carta a Jorge Luis Arcos, amigo y principal estudioso de su poesía— nació con una grave afección del corazón; un problema de conexiones fallidas, de comunicación interauricular, de fluidos equivocados, de válvulas defectuosas y casi irreparables. 

Fue operado cuando niño, pero esa condición lo marcó de por vida, convirtiéndolo en el adolescente y adulto tímido e introvertido que fue: un “apesadumbrado fantasma de nadas conjeturales”, si se nos permite la metáfora de José Lezama Lima. Y así se sintió y se miró: un error, un aborto de la naturaleza. Algunas de sus metáforas rozan este punto gélido, conmiserativo. 

Miraba a los demás vivir: correr, reír, saltar, amar; todos verbos en infinitivo que nunca pudo conjugar en la primera persona del singular: yo. Y él, debido a su condición médica y frágil corazón, apenas podía moverse: solo observaba, leía, y escribía algunos de los poemas más intensos y desgarradores de la literatura cubana en la segunda mitad del siglo XX.

El anhelo de autorrestaurarse por la palabra poética en la Matriz primigenia.

Si hablamos de fechas, anotemos al margen que uno de los aspectos resaltados por los estudiosos de su obra literaria es la densa red tropológica, simbólica e intertextual de sus poemas de juventud; poemas completa y complejamente distanciados del más ramplón y limitado conversacionalismo de la poesía cubana de los años 60 y 70. Como ha señalado la crítica en varias ocasiones, en esto Raúl fue un verdadero “adelantado” dentro de la generación literaria de los 80.  

Así, desde la condición de enfermo, su propia vida lo fue recluyendo en el vientre materno que es todo hogar; pero, en su caso, ese vientre materno era un lugar sin salida, sin escape, salvo hacia aquella Morada innombrable que las palabras temen nombrar. En ese hogar quedó fijo y negado a crecer, vuelto hacia la Madre protectora, congelado para siempre, atrapado en ese nido del que nunca quiso ni pudo volar. 

u poema “Sobre el nido del cuco”, basado en una personal interpretación de la película One Flew Over the Cuckoo´s Nest de Milos Forman, fue de sus textos más logrados. En esa zona de peligrosa penumbra interior vivió siempre Raúl. Como un niño indefenso sentado frente a un inmenso mar: mar temido y, al mismo tiempo, oscuramente deseado.   

Lo autoparódico fue esencial en su poesía: ¡ay!, esos tímidos de humor trágico y absoluto. Vivir para él fue espesar el silencio hacia los demás. En ese silencio se hirió; más bien, se zahirió: se trató como un tenaz farsante, un vergüenza de “ser”. Por su estatura física se vio como un gigante torpe. Recordaba a Julián del Casal, con quien se le ha comparado, cuando escribió: “iré a dormir con los pequeños. Nieva. Recordadme como un gigante bueno”. 

Todo indica que las relaciones con mujeres fueron la piedra angular en su existencia: su fracaso mayor, su naufragio absoluto. Así, esa vida y obra literaria fueron atravesadas por mujeres alegóricas, físicas o imaginadas. Se dice que murió virgen, intocado; pero más de imposibilidad mental que carnal. 

Todo poeta observa el mundo y su absurdo curso de muerte desde esta fuente virgen.

Según propia confesión, su libido erótica y onanista era desaforada en soledad; mas vivió en la imposibilidad de volcarla en el “otro”. En otras palabras: puso en práctica una especie de amor cátaro, provenzal: pureza asumida pero forzada y odiada. 

Como alguien ha dicho, resulta paradójico que, en esta Isla con tanta luz natural y dada a los excesos y desbordes de la carne, exista un extraño filón de estos amores sublimados, imposibles y trágicos. 

Lo cierto es que, más allá de la enfermedad, y como tantos poetas de estirpe romántica y simbolista, Raúl sintió la ausencia femenina como una herida, hueco metafísico en el pecho: lanzazo que sangra y no cierra. En la mujer buscó su alma perdida, y no la encontró. En él se cumplió la sentencia martiana: “poco hace en el mundo quien no se sienta amado”.

Conocí la poesía de Novás por un amigo, crítico y poeta. Así, con pasión, con frenesí, con el corazón en un puño, leí por primera vez las apenas cien páginas de los Sonetos a Gelsomina en 1991. En ese libro —reflejándose en Gelsomina, personaje del cine de Federico Fellini y acaso figuración del alma humana—, hay un Novás que llega a doler. Y fue ese libro y sus motivos principales los que me orientaron hacia su compleja obra poética. 

En librerías de “segunda mano” conseguí el resto de su lírica: todos, libros breves y concentrados que leí como talismanes que dan acceso hacia un reino de fábula, pero también de dolor. Al mismo tiempo, las fotos de contraportada de esos libros daban cuenta de su deterioro físico y espiritual: el rostro no suele mentir. Y después sucedió lo inevitable, lo dejé de leer por años; si bien siempre conservé entre mis libros las primeras ediciones de sus poemas.

Así se sintió y se miró: un error, un aborto de la naturaleza.

Como arriba apunté, Raúl Hernández Novás se autoborró de la vida en 1993. Recuerdo exactamente la soleada mañana del miércoles en que lo supe. Visitaba a este amigo ya mencionado en el Instituto de Literatura y Lingüística, y “casualmente” llevaba los Sonetos a Gelsomina en mi maleta. Recuerdo hasta el banco sombreado donde habitualmente nos sentábamos a conversar. De repente me dice: “¿Sabes quién murió…, quién se suicidó? Novás”. 

No sé realmente qué pensé o sentí en ese momento. Solo atiné, en forma mecánica, a sacar el pequeño libro de tapas rojas, oscuras, de mi maleta. Y a intentar escribir en su primera página. Imagino, o sé, que mi mano tembló. 

Escribí: suicidio, 23 de junio, 1993. En realidad, Raúl murió el día 12 de ese mes, como había profetizado con esa lucidez demoníaca que tienen los grandes poetas: “Yo pronto moriré, yo me iré pronto. Es una idea que he tenido siempre. Este junio tal vez será diciembre. Sobre la cuerda no haré más el Tonto”. 

Condición de esas vidas sacrificiales parece ser también el acompañarnos desde el silencio, desde la ausencia. En el verano de 2017, la poesía de Novás volvió a mí en terribles circunstancias. Enfermó mi hija de leucemia y algunos versos e ideas de su cosmovisión poética y existencial regresaron, casi con rencor, a rondarme en largas noches de insomnio. Ahí, en carne propia, comprobé la centralidad de sus preguntas y respuestas poéticas. 

Recuerdo que en esos días difíciles y de tanta incertidumbre escribí algo sobre mi hija y, al usar unos versos de Raúl, no cité, con toda intención, la estrofa completa de su poema “Solo he venido”, perteneciente a su libro Animal civil (1987). 

Se dice que murió virgen, intocado.

Por supuesto, algo del significado de ese hermoso y estremecedor texto se perdió. Debo reconocer, por lo demás, que, ante la enfermedad de mi hija y por superstición, he excluido algunas palabras de mi vocabulario cotidiano. Sin darme cuenta, fue algo que aprendí de los hematólogos del hospital pediátrico Juan Manuel Márquez. Suerte de acto fallido voluntario, con ese silencio intencional y por un oscuro temor, los médicos intentan conjurar el acontecimiento aciago. 

Repito, por aprensión, en ese texto sobre mi hija cité solo un fragmento del poema “Solo he venido”. Ahora puedo traer la estrofa entera a estas notas porque, en un recodo del camino y “con la cabeza en una nube”, a Raúl Hernández Novás finalmente la muerte lo buscó y lo encontró:  


                                                                                no quiero 
abjurar
                                            de                                            ti.

                 Y si llegan los vientos agoreros,
                 y si el mar prepara un cataclismo,
si el mar de la mirada —el que resta en los ojos
cuando ya se ha marchado con el sol— prepara una muerte,
                                                                            su muerte,
                  no pensaré que me hayas traicionado,
                  pues me dejaste nombrar mi destino
y el milagro que siempre advenía con la lluvia,
el manantial o estrella que se arrancan los ojos ahítos,
                                                                        desecados.


© Imagen de portada: Raúl Hernández Novás.




Nota:
[1] Raúl Hernández Novás: Amnios, comp. de Jorge Luis Arcos y Norberto Codina, Ediciones Ateneo, La Habana, 1998.  





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