(Dis)tensiones del paradigma: matiz carcelario en ‘Espejo de paciencia’

La norma deja un rastro, a veces continuo, a veces discreto, 
que, junto al canon, conforma la producción literaria de una región, de una época.
Una parte de ese rastro constituye un área de conflicto con la norma, 
un foco de tensión que pone en crisis los prepuestos normativos del canon
y su tendencia al equilibrio. 

Raydel Araoz


Espejo de paciencia es considerada la primera obra literaria cubana. Valorado como un texto de carácter épico, este extenso poema fue escrito en 1608 por Silvestre de Balboa Troya Quesada (Las Palmas de Gran Canaria 1563Sta. María del Puerto del Príncipe,[1]1644), escribano del cabildo. 

Narra un hecho verídico que tuvo lugar en el puerto de Manzanillo en 1604, cuando el corsario francés Gilberto Girón secuestró y puso en prisión al obispo Juan de las Cabezas Altamirano, con el propósito de hacer pagar a la villa por su rescate. Asimismo, relata la acción de los vecinos de Bayamo, quienes pactaron atacar al corsario cuando se llevase a cabo el intercambio, y la brutal lucha en la que los bandidos son derrotados y su cabecilla pierde la vida a manos de un negro esclavo.

Justamente, por el tema y la intención con que fue escrito, llama la atención el “Canto Primero”, pues en este, a pesar de ser considerado un poema épico, el autor se centra más en la prisión que sufre el Obispo a manos del corsario Gilberto Girón, que en las proezas llevadas a cabo por el pueblo para rescatar al acólito, relatadas de forma prolija en el “Canto Segundo”. 

Esta afirmación es posible constatarla desde los primeros versos de este capítulo:

Celebren otros la prisión y el llanto 
De Angélica y el Orco enamorado:
Que yo en mis versos solo escribo y canto 
La prisión de un Obispo consagrado, 
Tan justo, tan benévolo y tan quisto, 
Que debe ser el sucesor de Cristo.[2]

La lectura de estas líneas permite no solo una mirada novedosa, sino un modo también de traer al presente el legado de Balboa, con una perspectiva fresca y reveladora. Si se toma en cuenta la intención del autor a la hora de llevar a cabo el acto de la escritura y el tema tratado en el “Canto Primero”, se podría aseverar que guarda una irrefutable esencia carcelaria. El escritor ha tomado a un recluso como incentivo para su obra: el preso es el referente poético, la espina dorsal que sostiene el discurso lírico. 

El preso es el referente poético, la espina dorsal que sostiene el discurso lírico.

Se evidencia, además, una intención de reproche, de queja hacia lo que se considera injusto; sobre todo, porque en este texto el cautivo no es un sujeto común, sino un obispo, representante de Dios en la tierra, lo cual tensiona mucho más el hecho que se narra. Aquello que el autor juzga como indigno o abusivo se torna abismal y adquiere mayor peso ante la condición religiosa del condenado. 

De esta misma manera, la protesta asume una connotación también más conmovedora:

Y mandándole a voces don Gilberto 
Que se rindiese al fin sin más porfías, 
Se dio a prisión, sin duda el peor estado 
A que puede llegar un hombre honrado.

***

Ahora es tiempo que me vayas dando, 
Musa, una vena muy copiosa y larga, 
Para que pueda celebrar llorando 
Del buen Obispo la prisión amarga. 
No se hubo dado a las prisiones, cuando 
Aquella gente de conciencia larga, 
Las manos maniató al pastor doliente, 
Y él las cruzó, por ser más obediente.

***  

De esta manera le llevaron preso,
Cual si fuera culpado delincuente; 
Y jugando con él al poco seso,
No faltó quien le diese a manteniente. 
Cansado iba el pastor; mas no por eso 
A piedad se movió la mala gente; 
Que un obstinado corazón sin freno 
Pocas veces se inclina a lo que es bueno.

El preso es aquel a quien se ha privado de su libertad y ha perdido el arbitrio: sus actos están encadenados por la autoridad de otros, que pueden controlar y disponer de su tiempo. Es un ser sometido. Partiendo de estos presupuestos, al leer los versos anteriores, es notable la manera en que el autor hace énfasis en el sometimiento del reo, que resulta sobrecogedor, casi opresivo. Es una condición que en este hombre se acentúa por su credo religioso. 

El preso, como un mecanismo de sobrevivencia ética, moral y espiritual.

José Miguel Bracero Carretero, sacerdote ordenado en la diócesis de Córdoba, expresa en una entrevista:

Lo que más define al sacerdote es su entrega y fidelidad a Cristo, al Evangelio y a las almas que le sean encomendadas, especialmente las más necesitadas. Debe ser un “hombre de Dios”, entendido como hombre de oración, con una vida espiritual intensa integrada en la vida de acción en el mundo, pero alejado de las tentaciones de la mundanidad y la mediocridad o la tibieza. Sentirse alegre pese a las dificultades por llevar la Buena Nueva a nuestro alrededor y ser ejemplo de persona de fe, entregada a su ministerio, siempre disponible para los que puedan necesitarnos en todo momento. No tener un horario, nuestra vida debe ser una vida de sacrificio ofrecida a Dios por los demás, siendo pacientes con los más alejados, caritativos con los más pobres, firmes en la fe y perseverantes en la oración.[3]

Se puede notar en las palabras de este sacerdote un acto consciente de sumisión que viene de la entrega a la fe y al servicio de Dios. Su conducta y pensamiento están regidos por la palabra y ordenanza de Dios, no para él mismo, sino para y por los demás. 

Es por ello que la condición carcelaria del Obispo se refuerza de manera atroz, lo cual se constata en los siguientes versos:

Pero si tu piedad quiere y consiente 
Que tenga esta prisión por beneficio, 
A todo estoy sujeto y obediente 
Y como Isaac humilde al sacrificio. 

Se trata, entonces, de una circunstancia demoledora, que denota en este poema un doble sometimiento: la voluntad, el tiempo y el imaginario de este Obispo, ya subordinados —aunque de manera consciente— al servicio del Todopoderoso, ahora son arbitrariamente subyugados por un encarcelamiento ajeno a su aquiescencia. 

Los actos del preso están encadenados por la autoridad de otros, que pueden controlar y disponer de su tiempo.

Hay un acto de subordinación que se asiente y que acentúa la condición carcelaria en lo corporal (Que tenga esta prisión por beneficio) y en lo espiritual (A todo estoy sujeto y obediente / Y como Isaac humilde al sacrificio). El preso, como un mecanismo de sobrevivencia ética, moral y espiritual, intenta mitigar su terrible realidad a través de la fe, asumiendo con resignación su encarcelamiento, al considerarlo voluntad de ese Dios a quien se dirige en su plegaria (Pero si tu piedad quiere y consiente). De este modo, procura encontrar resistencia y fortaleza para soportar su condena, su vergüenza.  

El lamento y el ruego al Creador en estos versos vienen a ser una representación o testimonio de la angustia del cautivo. Estas quejas y súplicas son referenciadas por la voz que narra los sucesos. Mediante una muda del sujeto lírico, se reafirma el padecimiento y la sumisión desde la propia voz del penado, lo cual le otorga una verosimilitud y un peso emocional contundente:

Y como a Paulo de la mar libraste,
Y a Pedro, mi pastor, de la cadena, 
Y a Loth, pues de Sodoma le sacaste, 
Y al profeta Jonás de la Ballena, 
Te pido por las penas que pasaste 
Me libres hoy de esta prisión y pena, 
Pues un pastor para tu iglesia cobras; 
Que el verdadero amor se ve en las obras.

Puede notarse en la plegaria del cautivo un sentimiento de pérdida, de nostalgia por aquello que, al ser puesto tras las rejas, le ha sido negado. La esposa y el trabajo vienen a ser parte de una realidad preterida que ahora contrasta con su nueva condición:

Mas acordaos, Señor, que estoy ausente 
De la Iglesia, mi esposa, y que mi oficio 
Es enmendar, cual veis, faltas y sobras; 
Y el verdadero amor se ve en las obras.

En estos versos el Obispo le implora a Dios, impelido no solo por aquello que le ha sido arrancado, sino también por la erosión espiritual/emocional que comienza a padecer en el espacio de la cárcel. En su propia voz podemos leer que “su oficio es enmendar faltas y sobras”, y este hecho subraya el conflicto que se genera entre su moral religiosa y su status de reo: ambas condiciones convergen en un mismo sujeto y comienzan a inyectar dosis de incertidumbre, miedo y vergüenza, pues, para él —ejemplo digno de comportamiento—, es realmente aplastante el encontrarse preso como cualquier delincuente.

Una propensión a victimizar y quizás a convertir en héroe a aquel a quien se le haya imputado una condena injusta.

La prisión es un espacio punitivo, cuyo objeto social es corregir la conducta desviada; sin embargo, más allá de esto, se trata de un sistema de leyes que no deja de lacerar la esfera afectiva/emocional del recluso, al margen de la causa y tipo de sentencia. Todo esto obliga a reparar en la divergencia generada entre la inutilidad del inculpado y el poder del opresor. 

Esta manera de resaltar las realidades tan desalentadoras del penitente trae consigo una propensión a victimizar y quizás a convertir en héroe a aquel a quien se le haya imputado una condena injusta. Se pretende, tal vez por una profunda admiración y/o compasión, inmortalizar en la memoria o en la historia al individuo que se juzga inocente. 

De tal modo, por ejemplo, Diez sonetos a Cristo, de Dulce María Loynaz, permite visualizar/comprender con mayor alcance los presupuestos antes mencionados. En este cuaderno se discurre sobre la vida de Jesucristo —desde su nacimiento hasta su muerte y resurrección—, quien fue también un líder religioso popular, arrestado, encarcelado, juzgado y sentenciado a la crucifixión. 

Puede notarse en la plegaria del cautivo un sentimiento de pérdida, de nostalgia por aquello que, al ser puesto tras las rejas, le ha sido negado.

Desde mi criterio, la corona de espinas y la cruz que Jesús lleva sobre los hombros, como parte de su condena, pueden ser entendidas en los poemas de Loynaz como una alegoría a su status de hombre preso, sin voluntad, sometido a una sentencia de la que no consigue escapar. Así, la autora maneja en “La corona de espinas” y “Al calvario”, respectivamente, algunos símbolos que aluden a su condición de reo:

Su pálida cabeza que reposa
sobre el pecho, inclinada tristemente,
ostenta, entre la nieve de la frente,
la corona de espinas dolorosa.[4]

[…] va Cristo entre la turba delirante
que presa de un furor arrebatado
viéndole tan humilde y resignado
llega a escupir su pálido semblante.

¡Ay! no es la cruz que como dura prueba 
sobre los hombros desgarrados lleva
la que combate su resignación.

¡Aún es más cruel su dolorosa carga,
que es otra cruz la que su paso amarga!:
¡la cruz que lleva sobre el corazón![5]

En estos versos, resulta posible advertir un sometimiento asumido con resignación en lo corpóreo y en lo emocional. Sin embargo, estas alegorías no son manejadas desde lo carcelario: no se percibe a Jesús como un reo ni es la motivación que ha provocado la escritura de estos poemas. 

Lo carcelario, ahora presente desde el inicio de la literatura cubana, viene a ser un nuevo sendero que incita a continuar escudriñando.

Por tanto, si se tienen en cuenta el tema y la finalidad de la escritura de ambas obras, es dable comprender que entre estos dos poemarios haya un distanciamiento. Pues, aunque resulta evidente la confluencia en el hecho de que el sujeto sean individuos que comparten la misma condición de religiosidad y encarcelamiento, se alejan estos en su enfoque. 

Y es por esta misma razón que, siendo Espejo de paciencia la primera obra literaria en Cuba, asimilada como paradigma de la épica, resulta en extremo atrayente en ella el tratamiento del asunto carcelario, nunca antes atribuido. Esto pone en tensión sus estudios anteriores al ser aún un argumento poco tratado, no asumido por el canon, incluso en sus tendencias más contemporáneas en la Isla. 

Lo carcelario, ahora presente desde el inicio de la literatura cubana, viene a ser un nuevo sendero que incita a continuar escudriñando hasta ver cuán lejos puede llegar. Pues, si bien se pueden encontrar autores que sí han manejado esta temática, no han sido obras que hayan asumido el tema de manera íntegra —salvo algunos casos, como Poemas de la mujer del presode Emma Pérez Téllez; Los apriscos del alba, de Roberto de Jesús Quiñones; y Mujer en gris, de Marcia Jiménez Arce— y mucho menos constante a lo largo de su trabajo escritural.  

Así, este examen a Espejo de paciencia trae nuevas lecturas, significados y posibilidades de otros acercamientos a un texto de altísimo valor, más allá de lo histórico y antropológico, y obliga a valorar otras interpretaciones y a repensar en esos códigos que Silvestre de Balboa utilizó de manera consciente, intencional, pero que han sido ignorados o minimizados en aproximaciones anteriores a esta piedra angular de la literatura cubana.


© Imagen de portada: Kelly Sikkema.




Notas:
[1] Actual provincia de Camagüey. 
[2] Cira Romero: Espejo de paciencia, de Silvestre de Balboa, Letras Cubanas, 2008. 
[3] Cfr. “Lo que más define al sacerdote es su entrega y fidelidad a Cristo”, Diócesis de Córdoba, diciembre de 2017.
[4] Dulce María Loynaz: “La corona de espinas”, en Poesía, Letras Cubanas, 2002, p. 271.
[5] “Al calvario”, en ibídem, p. 272.





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