Ernesto Pérez Chang y Jorge Ángel Pérez. Estos dos escritores cubanos han ido desapareciendo del campo literario nacional. Pero han ido ganando espacio en el campo de batalla de la prensa independiente.
De estos dos Pérez, todavía se pueden encontrar cuadernos de cuentos y novelas en nuestras librerías, esa red de camposantos.
Últimas fotos de mamá desnuda, por ejemplo, o El paseante Cándido.
A Ernesto y a Jorge Ángel se les puede leer en CubaNet. En la web, la prosa de ambos adopta la forma de reportajes, crónicas y noticias. Una prosa interesada en Cuba y en los cubanos. En los problemas de los cubanos. En los males de Cuba. Que se agolpan unos con otros, creo que por eso no nos matan.
El gesto de resistencia de ambos, o la incomodidad, ha coincidido en un punto en el terreno del periodismo. Se trata de un asunto que no es baladí, y que debería tener consecuencias en los predios de la literatura.
Ernesto Pérez Chang se ha interesado por el nuevo maquillaje que va mostrando la capital. En “La Habana no es para ti” alterna su voz con la de algunos ciudadanos de a pie o turistas de short y chancletas. Habla de los nuevos negocios privados, de los altos precios de la carta de ciertos bares y restaurantes, de las reglas que estos segregan si no pareces o no eres del tipo VIP. Su prosa hinca allí donde muchos se cuestionan esos edificios en proceso de remodelación, concebidos para un turismo de alto estándar: hoteles como el Manzana de Gómez, boutiques, restaurantes, más todo lo que pueda caber entre el deseo y las tarjetas de crédito.
Si quienes están al frente del país quieren mostrar la cara bonita de la Ciudad Maravilla y un environment ajustado al buen vivir, a esas buenas maneras, ¿por qué hay quejosos ensañados con esa Habana glamorosa?
Porque creen que no será para ellos.
Es decir, por el lujo, los precios y las reglas de esos nuevos espacios. Porque el resto de los inmuebles, esas casas de vecinos, caerán por su propio peso (a lo que debe agregársele la nueva variable de la ecuación: alguien que te compra lo mismo la casa, que el apartamento, que todo el edificio de súbito para crear allí un hostal, un bar, un restaurante…)
Jorge Ángel Pérez presta menos atención al espacio. Pone la mira y el cañón en las gentes. En “La gozadera del Cangrejo” no habla de turistas ni de cubanos corrientes pero de altísimo poder adquisitivo. Los protagonistas de su texto están asociados a escenarios políticos. Aunque se trate de una cumbre contra el ALCA, una función de ballet, una feria del libro o una conga contra la homofobia. Da igual.
La prosa de este Pérez hinca y remueve en la descendencia de. Habla de algunas licencias de los hijos y nietos de Raúl y Fidel. Y no son de poca monta esas licencias que se toman. Da igual si es un concierto de Gente de Zona, una tienda en Nueva York o unas vacaciones a toda leche en Turquía.
Se trata de Raúl Castro Jr. Mariela Castro. Antonio Castro.
Se trata no solo del monto de los gastos sino también del acto, sus dimensiones, el significado; del gesto de cada Castro al interior del performance.
Se trata de una correspondencia, disonancia más bien, entre la práctica de consumo y la práctica ideológica. El dibujo del rostro de Karl Marx y el desgarrón en la piel visibilizando el músculo, como en la pieza de Lázaro Saavedra. Bien miradas, la de estos Castros sí son licencias poéticas.
Ambos Pérez podrían haber arribado, queriéndolo o no, a un punto donde convergen problemas y miradas, gentes, espacios. La otra cara de Cuba. El rostro de algunos cubanos nunca nombrados en un relato en el que se destila sacrificio.
Desde el campo de batalla del periodismo, los Pérez (esa nueva raza) focalizan ya un environment diferente, un nuevo mood. Paradójicamente, la música allí puede ser otra sin dejar de ser la misma. Cambiaría la cadencia de los cuerpos. El tempo de este espacio no será el ritmo frenético de la vida en las calles, sino el de la bolsa. El personaje principal ya no es el buscavidas que resuelve su día con un par de billetes de baja denominación. Las putas estarán obligadas a cambiar la jerga, la indumentaria, incluso el paradigma, lo cual modificará las transacciones con su empleador.
De ese juego de tronos no solo participarán los empresarios del mundo de las finanzas, la industria, la informática, las comunicaciones, etc.; también cabrán las artes, en especial las artes visuales y la música. (El cine es otro asunto. Ese asunto seguirá perteneciendo durante un buen rato al campo ideológico de la Revolución.)
Lo anterior parece ser el inefable centro del relato que han abordado, desde el periodismo, los dos escritores. Solo ha sido una muestra. El pico de un iceberg del cual desconocemos el verdadero tamaño.
¿Habrán advertido ellos si hay un filón narrativo?
Si lo hubiera, ¿sería simple y llano realismo sucio?
Desayunar con diamantes podría serlo. Pero no. No es lo mismo paladear carne de Pedro (Juan), que cobijarse con el capote de Truman. Aunque “capote” y “pedro” sean sinónimos. Aunque Pedro y Truman sean escritores con libros que deben ser releídos. Porque si se mirasen Carne de perro y Desayuno en Tiffany´s, lo harían desde las antípodas.
En el texto periodístico de cada Pérez hay una suerte de vector. O el punto de origen de un vector narrativo. Narrar no ya La Habana con los colores locales de siempre, desvaídos a fuerza de estar a la intemperie en un mismo relato contado (casi) de maneras similares. Una y otra vez. En el cine, el teatro, la literatura.
Ese lugar común llamado La Habana es una ciudad para otro infante también difunto. Los buscavidas, los policías, las putas, los emigrados, los maricones parecen estar modelados a partir de un mismo material, un mismo rostro. Cambia el color de la piel, pero se les clona. Se les clona. Se les clona. Son los infantes de marina de un sucio y menesteroso ejército que ya no constituye novedad; en tanto dispositivos, están agotados, ya sea en el relato literario o en el cinematográfico.
Puros soldados muertos. Niños viejos, adultos demasiados ingenuos. Zombis pululando en páginas y kilómetros de celuloide mientras no se les obligue a mirar y nombrar la realidad desde otra perspectiva, desde una verdadera densidad.
La Habana mugrienta también da para más. Pero ya lo dijo Umberto Eco: hay que pensar difícil.
Imagino entonces los posibles “nuevos” relatos y personajes. Por ejemplo, un paseante cándido o cínico. Busca refugiarse del sol, calmar el hambre y la sed. Se sentirá como yuppie en el agua de la piscina del Hotel Manzana de Gómez. Es soltero y joven, tiene una novia llamada Evelyn, y una querida de nombre Courtney o Yamilé. Sabríamos de qué material está hecho por aquello que come, por las marcas de cuanto usa. Hasta podría ser uno de los hijos o nietos de. Lleva en su tablet las últimas fotos de mamá desnuda. ¿Una perversión? Este joven empresario o coleccionista se solaza con ciertas licencias: asesinatos, canibalismo, necrofilia y sexo violento.
Sí, una variante de American Psycho de Bret Easton Ellis. Pero no está mal. Nada mal cuando se trata de mirar ese otro (posible, oculto) rostro de La Habana, de Cuba, de no pocos cubanos.