La biblioteca de la base parecía abierta. En su tejado rugía el aire acondicionado. Se acercó a la puerta y vio a gente en el interior bajo las luces fluorescentes, pero la puerta no se abría, y tuvo un momento de pánico en que se sintió encerrado en el exterior y obligado a contemplar impotente el país de los libros.
Un hombre abrió la puerta con esfuerzo para salir y Skip consiguió entrar. Sobreexcitado por el café, se dedicó a pulular entre las pilas de libros, examinando un volumen detrás de otro pero sin sentarse en ningún momento. En un ejemplar de Mark Twain leyó los epígrafes de todos los capítulos, en busca de uno que creía recordar —algo que tenía que ver con el tesoro de vivir la vida en el anonimato—, pero no estaba allí. En la sección infantil encontró algunos tomos de cuentos de hadas filipinos. Ninguno de Vietnam.
Le encantó dar, por casualidad, con un libro sobre Knute Rockne. Se sentó y pasó las páginas hasta encontrar una foto de Rockne en los campos de Notre Dame en 1930 con el último equipo al que había entrenado. Y en medio del equipo, en el centro de la tercera hilera, con el pelo más abundante y las arrugas borradas y aquella franqueza ansiosa y familiar en la cara, el tío Francis. Un novato de segunda fila, pero aun así uno de esos jóvenes brutales y llenos de confianza de Rockne: sacando pecho, la barbilla bien alta, mirando hacia delante a un futuro de solamente dos o tres minutos.
El hermano mayor de Francis, Michael, padre de Skip, se había graduado en Notre Dame el año antes y se había mudado al pueblo natal de su novia, Clements, Kansas. Francis se uniría a la fuerza aérea del ejército y se marcharía en 1939 para hacer de piloto con los Flying Tigers en Birmania. Michael se cansaría gradualmente de vender maquinaria agrícola y se alistaría en la marina en 1941 para caer seis meses más tarde con el Arizona, en los primeros segundos del ataque a Pearl Harbor. La muerte había visitado antes de tiempo demasiadas veces a la familia de su padre, en forma de guerras o bien de accidentes. El coronel tenía una hija, Anne. Un hijo que había tenido, Francis Jr., se había ahogado un 4 de Julio mientras navegaba por la bahía de Boston. Un hermano y un hijo, y los dos robados por bahías. Era una familia ruidosa y triste.
Skip se quedó mirando las hileras de jugadores. Hombres que salían corriendo al campo para chocar entre ellos con jovial derramamiento de sangre. Que se dejaban acorralar y convencer a porrazos para convertirse en policías y guerreros, y que vivían en un mundo completamente inaccesible a las mujeres y los niños. Ellos le devolvieron la mirada.
(Árbol de humo, 2007)
***
Muchos años más tarde, cuando me reponía del consabido y agotador viaje a los antípodas (los filipinos me aburrían y habían dejado de excitarme), recibí por correo certificado el manuscrito al que tú, lector cruel, vas a hincar el diente: hazlo pedazos si te apeteciere. A mí no me importa ni nada me va en ello. Tal como llegó se lo pasé al editor. Si culpa hay es la del fisgoneo. Sobre este hábito escribí en mi juventud un poema. Fui poeta una vez y, cuando la palabra me dejó, dejé de serlo.
(Carajicomedia, 2000)
***
Al principio de su adolescencia Luntz había peleado en los Golden Gloves. Torpe en el ring, había destacado pero por malo: el único muchacho noqueado dos veces. Había estado allí dos años. Su secreto era que nunca, ni antes ni después, se había sentido tan cómodo ni tan satisfecho como cuando estaba tumbado de espaldas y escuchaba la música lejana del árbitro contando hasta diez.
(Que nadie se mueva, 2009)
***
MODERADOR DEL PANEL
(tras imponer silencio con una campanilla y aclararse repetidas veces la garganta)
respetable público, señoras, señores: nos hemos reunido esta noche con un escogido grupo de críticos y lectores a fin de examinar la obra actualmente en preparación del escritor aquí presente, novelista de cierto talento y méritos, aunque exagerados, reales en épocas pasadas de su carrera, pero confundido hoy o, si se me permite la expresión, desnortado, por culpa de teorías y argumentos enfermizos y extraños, que no responden en modo alguno a los principios y normas de nuestra comunidad: los componentes del panel son, como ustedes saben, colegas esforzadísimos y abnegados, que trabajan sin descanso para asegurar momentos como éste, asambleas como ésta en que se permite al narrador extraviado en los laberintos de un subjetivismo mistificador la magnánima oportunidad de que cambie de derrotero y proceda públicamente a una autocrítica objetiva, sincera y leal
(volviéndose hacia los participantes instalados en la tribuna)
ustedes tienen la palabra
UN SOCIÓLOGO CON GAFAS
si no me equivoco, la acción de una gran parte de su novela parece situarse en el Sahara: díganos, por favor, qué significa para usted el desierto?
UN ALUMNO DE LA ESCUELA DE PERIODISMO
yo no hallo en su obra ningún trasfondo humano o social, el dramatismo de la lucha por la existencia: o es que, en su opinión, la vida de los beduinos en un medio duro y hostil no plantea problemas?
(murmullos de aprobación)
UNA JOVEN DE PECHOS ABULTADOS
sus personajes son nulos, vacíos, huecos, inexistentes: ni yo ni nadie puede creer en ellos: tendría usted la bondad de explicarnos de dónde los ha sacado?
UN MOZO AÚN IMBERBE, PERO MUY INSOLENTE
algunos opinan que escribe usted sus paparruchas cuando está grifado y, a juzgar por lo que he leído, pienso que tienen razón!
(risas)
LA CELADORA DE UNA COFRADÍA PARROQUIAL
sus personajes, tienen alma? yo no se la veo!
UN ESPECTADOR IRÓNICO E INCISIVO
lo malo para mí es que tampoco tienen cuerpo: no tienen nada de nada: ni sombras son: en resumen, que se le escapan de las manos porque es usted un incapaz
(aplausos)
UN CABALLERO DE MEDIANA EDAD
cuáles son sus méritos para arrogarse el papel de fiscal en el campo de la novela? francamente, por mucho que busque, no se los encuentro, y, si es así, no piensa usted que su conducta peca de inmodesta?
(voces: sí, sí!)
UNA SEÑORA CON UN APARATO DE SORDO
por qué manifiesta usted en su obra tanta amargura, pesimismo y resentimiento? cree usted de verdad que la vida no ofrece aspectos positivos y gratos?
UN LICENCIADO EN FILOSOFÍA
sus escritos revelan problemas sicológicos gravísimos: hay en ellos una autosuficiencia, una sobrevaloración del propio papel que interesarían sin duda a un siquiatra: pero, considera usted que dichos elementos de curiosidad digamos científica bastan para construir una verdadera novela?
(voces: muy bien dicho!)
UN CONOCIDO CRÍTICO DE ARTE
las páginas que he leído se reducen a una torpe acumulación de aberraciones y taras que no conmueven ni pueden conmover a nuestros lectores, y díganos usted, señor novelista: si no escribe usted para el público, para quién diablos escribe entonces?
(tempestad de aplausos)
(Juan sin tierra, 1975)
***
—Cuando te dispararon y la bala te atravesó la cara, ¿hizo algo interesante después de salir?
—¿Cómo voy a saberlo? No estaba tomando notas. Incluso cuando está atravesándote, lo único que sientes es que te han disparado a la cabeza.
—¿Y esta pequeña cicatriz de aquí, debajo de la patilla?
—No sé. Tal vez nací con ella. No la había visto hasta ahora.
—Algún día la gente leerá sobre ti en un cuento o en un poema. ¿Te describirías a ti mismo para esas personas?
—Oh, no sé. Soy un gordo de mierda, supongo.
—Te lo digo en serio.
—No vas a escribir sobre mí.
—Oye, soy un escritor.
—Bueno, entonces di solo que tengo exceso de peso.
—Tienes exceso de peso.
—Me han disparado dos veces.
—¿Dos?
—Una vez cada una de mis esposas, un total de tres balas que hicieron cuatro agujeros, tres de entrada y uno de salida.
—Y todavía estás vivo.
—¿Vas a cambiar algo de esto para tu poema?
—No. Todo va a aparecer así, palabra por palabra.
(Hijo de Jesús, 1992)
***
Como decía amargamente Blanco White, para conocer el nombre de los españoles que tuvieron pensamiento propio bastaría consultar, simplemente, los registros del Santo Oficio. A su manera, Blanco repetía, sin saberlo, aquella célebre frase de Bossuet: «Un hérétique est celui qui a une opinion». Para tranquilizar al lector, agregaremos que en España ha habido, desde siempre, muy pocos herejes.
(España y los españoles, 1979)