Algo que no muera (emanación nómada)

Salí de la isla con lo puesto. Tenía veintiocho años. No permitían llevar nada a los traidores expulsados. Ni un anillo, ni un reloj, ni un álbum de fotos, ni una maleta, ni un libro, ni una dirección, ni un número de teléfono anotado en un papel. 

Todo lo que había escrito y pintado hasta el momento quedó atrás. Quedaron atrás la casa de mis padres, donde nací, los primeros amigos, el primer amor, esposa, amantes, un hijo, padres, hermanos, libros, olores, miradas, colores, las calles de la infancia, el barrio, la ciudad, el mar.

Ese punto de partida desnudo, desposeído, ha sido fundamental para mi condición de exiliado total, apátrida confeso, desasido profesional. Ha sido básico para el desarrollo de mi condición antinostálgica.

Paria.

El nómada no construye hogares permanentes. Solo provisionales campamentos, fugaces empalizadas para protegerse de los esclavistas de turno en el territorio al que llega. El nómada enciende hogueras que lamen la noche, que anuncian la próxima jornada e impiden claudicar y detenerse. Detesta la tribu, ama la soledad y la intemperie.

Un escritor como yo conquista su condición de nómada tras un largo período de imbecilidad bucólica, de cobardes aspiraciones, de frecuentes renuncias y de innumerables ceremonias domésticas (ha tenido la fortuna de que un dictador asole su lugar de nacimiento y lo eche a patadas). 

Esto determina que convierta la página en blanco en Patria, en País, en Hogar permanente. Es decir, en No­Hogar, en horizonte siempre promisorio.

Y mientras las manadas convergen rumiando en dirección a los corrales familiares e institucionales, él disfruta el privilegio de huir despavorido, siempre atento a los furores de su alma: rebelde. 

Libre al fin.

Amenazado.

Praderas de asfalto recorre entonces el apestado, el fugitivo, el emigrante, el refugiado o como quiera que lo llamen en la otra Nación­Corral adonde ha ido a parar. Lugar donde siempre tratan al escapado como a un extraño: lo que constituye, como es lógico, una gran suerte. 

Por fortuna, el congénito racismo humano simplifica las cosas para el evadido. Torres, deslumbrantes avenidas, tugurios, barrios marginales, paisajes nevados, desiertos, guetos, playas exclusivas, pocilgas, playas públicas, urbanizaciones custodiadas, Nueva York, San Francisco, Miami, Los Ángeles, Madrid, San Juan, París, Bahamas, Roma, Guayaquil, Ginebra, Venecia, Zúrich, Atenas, Barcelona, son escenarios por los que deambula. 

Inmunizado contra la pertenencia. A salvo, distinguido por el desamparo.

Vehículos que utiliza: aviones­caballos, trenes-caballos, coches-caballos: siempre cabalgando hacia la frontera. Buscando dentro de sí una nueva frontera con el objetivo de transgredirla.

¿Quién necesita una Patria?

Patria = Cárcel

Cárcel = Traición

Traición = Muerte

El escritor nómada escapa infatigable, siempre acompañado por la muerte y acusado de traición: quiere vencer la muerte, necesita alcanzar algo que no muera al tiempo que aprende a morir. La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. El que aprende a morir aprende a no servir. 

El verdadero escritor nómada (no me refiero aquí a esa especie de turista­cronista-criado de los poderes financieros, culturales y patriarcales que redacta mamotretos exitosos y comestibles) es alguien que se niega a servir otro amo que al de las inhóspitas, feroces praderas de las palabras. Es quien se precipita infatigablemente en el abismo que lleva dentro.

Sabe que un libro verdadero es aquel que produce una infección mortal.

Carece de nostalgia de Dios o de cualquier cosa semejante, siente brutalmente su insignificancia, la indiferencia del Universo.


* Capítulo de ‘Gimnasio’, de Juan Abreu.


© Imagen de portada: Kirill Bogomolov.




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Sobre ‘Gimnasio’ de Juan Abreu

Mariano Dupont

Juan Abreu es un enemigo declaradomilitante, de la vulgaridad e imbecilidadde la sociedad contemporánea, contra las que hay que escribir.