“Ya sé que lo peor no es la muerte”, pensaba Erika mientras veía caer la tierra contenida en los bordes de las paredes blancas. “Hay algo peor”.
Recordó haber caminado del brazo de su madre, María, con los ojos entrecerrados. Como una zombi, con un amuleto rojo en su mano derecha. Una hebilla de plástico que encontró tirada en alguna gaveta.
—¡Erika, ten cuidado al bajar!
—No se preocupe mamá, que a Erika no le va a pasar nada.
El chofer sonrió amablemente.
“Pase lo que pase, no me mires a los ojos… Pase lo que pase, no me mires a los ojos”.
Era la frase que estaba en mi cabeza. Cerré la puerta de aquel auto blanco mientras trataba de entender qué era lo que me habían hecho. Era una necesidad de pasar inadvertida. De no ser atravesada con la vista. A esa hora cualquiera podría dañarme. Me encontraba muy vulnerable. Tal vez lo más vulnerable que hubiera conocido jamás.
Fue real, pero no lo fue. Y no lo fue porque yo estaba ausente.
Pude salir de aquel hospital. Pero, ¿qué pasó después? Se supo que algo extraño estaba sucediendo con los cadáveres. En medio de mi somnolencia escuchaba a los enterradores.
—Este, para combustible también. Acuérdate que la energía no muere, se transforma. Tira ese cuerpo ahí, en la misma fosa.
—¡No abras eso! —dijo aquella voz de cantante trasnochado.
—Para esto sirven las pandemias. El débil —con su dedo índice dibujó una herida en el cuello— se va del parque.
—Este es el número dieciocho. ¿Cómo se sufrirá menos, con la cremación o si te entierran completo?
—¿Qué sé yo? ¿Tú crees en Dios?
—Yo no creo ni en mi madre.
El científico Larel Rizo en vivo
LR: Estimados seguidores. Esta noche estaremos hablando sobre el impacto de la peste no solo en la isla, sino en el mundo. Tengo de invitado, como ya hemos venido anunciando desde nuestras redes sociales públicas, al científico Arcos Casas, recientemente expulsado del Centro de Investigaciones y Estudios Transhumanos General Fabio Grobart. Entonces, sin más dilaciones, bienvenido Arcos.
AC: Buenas noches, Larel. Estoy muy contento de poder estar aquí y de compartir este espacio alternativo que siguen ekubanos y ekubanas de todas partes del mundo.
LR: Arcos, quería comenzar con una pregunta introductoria. Voy a comentar un poco. Mucho se ha hablado del transhumanismo. De la extinción de la raza humana. De un futurodistópico donde el hombre sería el único responsable de su propia destrucción. Considero importante centrarnos en la vulnerabilidad que implica el hecho de que la ciencia no tuviera respuesta a este nuevo virus que ha exterminado a una tercera parte de la población mundial.
AC: Sí, me parece muy oportuno que hablemos del papel de la ciencia, pero también es preciso que hablemos de ética. Cada avance científico, si hurgamos bien, no responde necesariamente a un comportamiento ético. De ahí mi propio problema como hombre al servicio de la ciencia.
No ha habido, por ejemplo, transparencia respecto a esta nueva enfermedad, como tampoco existe una respuesta ante el uso de las IA transhumanas por parte de las corporaciones. La nueva rabia, ha quedado en evidencia en los papeles de la Universidad de Oxboard (como se conoce el caso presentado ante las cortes internacionales), es una mutación del parásito Toxoplasma gondii.
En los humanos ha aparecido una protuberancia, una masa encefálica pequeña, ubicada entre el cerebro y el cerebelo. De color púrpura. Los pacientes contagiados ejercen influencia sobre sus víctimas al punto de que estas les devuelven la misma agresividad. Y bueno, sabemos que el final es la muerte. Tanto de la víctima como del victimario.
LR: Sin embargo, ha habido mucha fabulación, duda de si esta no es más que la primera enfermedad transhumana. Y los responsables han sido los gobiernos por politizar la situación. Ahora que mencionaste las IA, quisiera referirme específicamente a lo sucedido en el Museo Fidel Castro, a la cantidad de muertes súbitas que hubo.
Esto es algo que el gobierno ha decidido ignorar y se escuda en “el amor que el pueblo ekubano profesa a su comandante más allá de la vida”. En los últimos días han lanzado la consigna “saber morir”, como si ir al Museo significara ir a la guerra. ¿Qué crees que podamos hacer desde la sociedad civil para demandar a las instituciones internacionales el derecho a investigar qué sucedió realmente dentro de ese museo-organismo?
AC: Bueno, no se debe perder de vista que por primera vez estamos experimentando una vulnerabilidad global. Como tú mismo mencionaste, esto va más allá de un país. Ahora recuerdo a un guionista de Los Ángeles que me dijo en una cena: “Soon we will be asking each other: Are you human?”.
Erika, como si fuera de goma
Había sido consciente de mi condición y lidiado con mis propios trastornos. Quería vivir una vida normal. No me agradaba la idea de sentirme “especial”, mucho menos inspirar lástima. Por aquellos días apenas hablaba. Ya no me entendía ni siquiera con Abel. Abel estaba distante. Como en otra galaxia.
Tenía muchas dudas respecto a mi origen. Aunque mis padres me llenaron de amor, tanto como el que se desborda en el corazón de una niña. Mi madre aseguraba haber sido también virgen antes, durante y después del parto. Al crecer, descubrí que tenía tres escamas en el coxis. El hueso en esa área comenzó a sobresalir durante la adolescencia.
Encima, de mi boca adulta había nacido una muela. La pieza que perdí a la edad de diecinueve años había sido suplantada por metal y plástico. Metal y plástico adheridos a la carne y al hueso. El supermolar.
Una noche tuve un sueño revelador. Me veía a mí misma con apariencia de anguila eléctrica y, como si mi cuerpo fuera de mercurio, modelaba a una mujer. Después, ya volvía a ser yo misma. Al despertar, sin entender por qué, comencé a preguntarme por el sufijo trans. Se había popularizado durante la década del sesenta. Transexual, transgénero…, transhumano. El sexo, género y la humanidad, de un lado a otro.
Era inevitable sentir hastío. Pensé en salir de madrugada a esperar el nuevo amanecer. Como si se tratara de una nueva promesa. La promesa de nacer cada día. Y otra vez las dudas. Pero, por el momento, me quedaba tranquila ante la certeza de que el sol siempre sale por el Este.
En verdad, he sido dichosa. Cualquiera en mi lugar debería ser feliz. ¿Qué me lo impide entonces? Comienzo a hacer una lista mental de todas las cosas que me afectan. Al mismo tiempo, tacho. No me lo diré ni siquiera a mí misma. No es bueno revelar las debilidades en un mundo donde cada vez se está más solo. Es cuestión de protegerse. Al final, una tiene que buscar siempre la manera de salir adelante por sí sola. Concluyo y mi lista negativa está vacía.
Algo pasa desde hace dos noches. Largo pedazos de piel y en la zona que voy eliminando, desaparece el olor a podrido. Me toco con el puño, como quien toca madera, y reboto. Al no tener espejos, me cuesta entender qué le sucedía a mi cuerpo.
Por alguna razón, la caída de la tierra se contuvo. Una línea delgada de luz me iluminó el pie. Sentí el impulso primitivo de levantarme. Pronto abandoné la idea. No podía entender por qué. De repente, algo tan natural parecía un delirio. Lo más curioso es que no siento dolor físico en las articulaciones o los músculos.
Como si mi cuerpo fuera de goma.
La culpa blanca
Saupier ha mostrado el horror sin enjuiciarlo. Ha quitado la grasa para dejar el problema a los espectadores.