Cucarachas que aplauden y hasta se sientan a la mesa y comen

Estoy aterrada, pero por favor no quiero aterrarlos. De nuevo, mis emociones actuales no tienen que ver con el estado de mi cuerpo. No siento ni la incertidumbre ni el pesimismo de Gregorio Samsa. Yo estoy a gusto, repito, con el hecho de no tener que prestar otra atención a mi cuerpo que la imprescindible. Me aterra más bien ser incapaz de contar esta historia. De que salga contrahecha. De no ser digna de ella. 

Últimamente me ha obsesionado esta idea, la de no estar a la altura de mis circunstancias, o de perder objetividad. Es tan difícil mantener la cordura en aislamiento o reconcentración. Uno tiende a ser prosopopéyico. A atrincherarse. 

Tengo temor a quedarme atrapada en una coraza como la del cucarachón de Kafka. Ahora que lo pienso, su historia no es absurda. Es tan real que me provoca escalofríos. 

¿Cuántos humanos, cuasi cucarachas, andan por ahí como si nada, sin ser conscientes de ello? Gritan consignas, dan discursos grandilocuentes que, casi siempre con el ánimo de no excluir a nadie, terminan excluyendo a todos. Y todos además aplauden porque, aunque no estén incluidos, el púlpito del discurso les ha hecho creer que son parte. 

Ahora me preocupa más el endurecimiento de mi cuerpo. Se dice que la vejez le pone a uno el cráneo más duro, opuesto al de los niños, tan maleables como sus células en pleno aprendizaje y regeneración. 

Uno debe evitar el tránsito hacia la cucaracha a toda costa. En su lugar, estar atento a todo aquello que nos hace humanos. La poesía, el arte, la ciencia, sacralizar la muerte, por ejemplo. Tengo que seguir pensando en estas ideas. 

Es tan difícil mantener la cordura en aislamiento o reconcentración.

Me he quedado en blanco. Hay algo que me tiene incómoda más allá de cualquier cavilación y es que las hojas de los ficus, sustituto en estas tierras del platan, estén cayendo encima de mi cuerpo debido a un viento extraño, atemporal, que ha comenzado justo antes de que llegara la noche. 

Lo peor de estar sola es justamente la noche. La noche saca todos los fantasmas. La oscuridad es una forma de confrontar al yo más íntimo. En este momento de soledad recuerdo a mi padre cuando se regodeaba con el hecho de “que podía dormir con la conciencia tranquila”. 

Mi padre es afortunado. Creo que la clave está en la forma en que cada quien pasa la noche. La manera en que cada quien pega la cabeza en la almohada. Debo seguir el ejemplo de mi padre. Bueno, aquí no tengo almohada, pero tengo la noche, la tierra y mis recuerdos. 

Ahora recuerdo a un hombre, Francisco, el chofer de un taxi durante el rodaje de un videoclip con Gorki Águila y Porno para Ricardo. El videoclip era parte de un documental que dirigió Hanna, una directora checa. Se había ido de New York, según ella, a causa de la intolerancia de la izquierda.

Film that girl with the gross hair! —le decía con excitación a Miguel que filmara a una niña negra con una flor gigante en la cabeza. 

Shoot that fucked-up places! —señalaba los lugares más deplorables de La Habana. 

Francisco me contó lo difícil de ser padre en esta isla y la cantidad de cosas horribles que ha tenido que hacer para mantener a su familia. Que en las noches se levanta dando gritos a causa de las pesadillas. Tuve una discusión con Hanna a causa de él. 

La vejez le pone a uno el cráneo más duro, opuesto al de los niños.

Francisco era el tercer chofer que teníamos en menos de una semana. Hanna se encargó de alienar a los demás. Adora el capitalismo eficiente. No entiendo qué hacía Hanna en Cuba. No podía entender que Francisco, que la esperaba a la salida del Hotel Habana Libre, no infiriera que ella, la única mujer rubia que esperaba en la parte de afuera, en medio de un escenario desierto a causa de la peste, se trataba de la turista que debía recoger. 

Allí, como en un desencuentro amoroso, Hanna y Francisco, mientras se desconocían, perdieron los primeros quince minutos del llamado de aquel día.

Hanna no pudo controlar su ira mientras se trasladaba hacia mi casa. Al llegar y narrar lo sucedido, resumió:

You don´t need to be Einstein!

Acto seguido comenzó a dar golpes en el techo del Fiat de color mamey que ella creía rojo. Por esa razón tampoco reconoció que, probablemente, el único Fiat estacionado en la calle se trataba del que le describiera Evelyn, la productora del rodaje. 

La ira se apoderó de mí y recuerdo que le dije:

Do you want to make the film, yes or not? You cannot talk to the people of my country in that way.

Miguel se reía porque decía que se me había montado la pionera. Casi al final del rodaje, llegué a tener peleas acaloradas con Hanna. 

Aquí no tengo almohada, pero tengo la noche, la tierra y mis recuerdos.

A veces tengo pesadillas que necesito escribir. Especialmente cuando no soy capaz de reconciliarme con mis sombras. 

Mi padre me dijo que en La Habana va a encontrar la medicina que falta para curarme. He perdido la noción del tiempo. Mi padre no ha vuelto y empiezo a sentir una sensación de abandono. De no ser porque lo extraño, diría que mi estancia aquí no está nada mal. 

Otro detalle importante es la percepción del tiempo. Los días son extremadamente largos. Como si la vida fuera algo infinito. Como si no existiera la muerte. 

Anteayer tuve un sueño raro. No fue de noche sino de día. Sueño que estoy en New York con Miguel, nos vamos para un lugar donde nos espera un grupo de cubanos y no me puedo demorar. Había salido con una ropa inapropiada. No sé por qué, era como en esos estados raros de los sueños en que todo es absurdo, pero al mismo tiempo coherente. Y entonces Miguel me dice que vamos a tomar el metro.

—Miguel, yo tengo que virar para atrás a buscar mis documentos, dinero y vestirme apropiadamente, porque mira como yo estoy.

—Bueno, ve, pero no te demores.  

Yo andaba con un short negro y una camiseta llena de huecos. Me separo de Miguel, que está en medio de una calle llena de adoquines y corro a toda velocidad… ¡Corre! ¡Corre! ¡Corre! 

Cuando llego al elevador del edificio, me pasa una cosa extraña. Entro y me digo: “Si yo me imagino que hice esta actividad, entonces es como si ya la hubiera hecho”, y en ese momento me doy cuenta de que aún no he tomado el elevador. 

Shoot that fucked-up places!

El elevador se abre, pero está todo oscuro y yo hago la misma mueca de todas mis pesadillas en que quiero gritar, pero no puedo, y en mi rostro deforme aparece el mismo grito mudo de siempre, más grande y trágico que el de Munch. 

De pronto, de la oscuridad del elevador empieza a salir gente como si no pasara nada. Y entonces yo les digo: 

I´m sorry, I was watching a movie before I came here

Fue lo que se me ocurrió decirles para que no creyeran que yo estaba loca, porque yo veía que del elevador seguía saliendo y saliendo gente, hasta que se me ocurrió preguntarle a una mujer.

Why is it so dark?  

Ella me respondió señalando hacia el lado izquierdo.

Look!

Entré al elevador y a la izquierda vi una especie de realidad alternativa donde había un parque de diversiones, niños jugando y un teatro. Después me desperté. 

A veces tengo la sensación dentro del sueño de ser la espectadora de mi propio sueño, que es más o menos como ser la espectadora de mi propia vida. Y eso me aterra. 

Regreso a la misma palabra del principio y les repito, no tengo ánimo de aterrarlos. Solo quiero ser lo más honesta que pueda, dada la propia decantación social de mí misma. ¿Cómo puedo ser yo sin perderme en el otro? Creo que ahí radica la lucha de mi existencia. 

El sueño de los amantes deriva en la pesadilla de los solitarios.

El horror cotidiano es el más perturbador. El que se transmuta en la mueca de una tarde apacible. Como el parque de diversiones en el elevador de mi sueño. 

Stephen King se refiere a las sociedades en crisis como el caldo de cultivo donde nace lo mejor del género. Tengo una ventaja colosal y es la soledad. No tengo otra empresa que la de ser yo misma. Aunque mi mayor conflicto ha sido justamente mi propia lucha por quitarme las camisas de fuerza que me impone la relación con los demás. 

El hombre elefante en la cristalería de la sociedad. Mi exesposo me decía que “yo era capaz de sacar de quicio a la gente”. Yo no comprendía por qué. Es esa obsesión por encontrar la verdad, por quitar y quitarme máscaras, por encontrar a la persona ideal. 

El único sentimiento vivo es el amor, pero los amantes se encuentran en un campo de batalla. Un campo minado por los celos. Todos quieren amar y ser amados. El sueño de los amantes deriva en la pesadilla de los solitarios, abandonados o mal follados. En el fondo, la gente busca el esquema de normalidad que diseñó “la civilización”. 

Tener hijos te hace creer que pisas tierra firme. No tenerlos es como el amor, que lucha por salvarse y cada día se reinventa porque el primer amor es el propio. 

De nuevo la sensación del cucarachón enorme, que se llena de corazas. No entiendo por qué debo angustiarme si mi condición es plena. Solo tengo que esperar a que llegue mi padre a darme la comida que seré incapaz de tragar porque estoy segura de que llegará tarde. No podré ser la misma. Nadie quiere ver a un niño convertido en cucaracha. 

Trabajar en el turismo era algo deleznable para un hombre con tales convicciones.

Mi padre, aunque era un creyente fidelista, sustentaba su fe después de un largo viaje hacia el pozo profundo de sus dudas. A veces tardaba meses en que hacía cosas extrañas como recoger cachivaches en la basura, para no caer presa de sus propias tentaciones. Trabajar en el turismo, por ejemplo, era algo deleznable para un hombre con tales convicciones como las de él. Nunca quiso reinventarse. Siguió su camino recto de renunciación y sacrificio. 

Recuerdo en particular una conversación con él, de las más reveladoras. Era evidente que antes ya había pasado por la sesión de confesarse. Las reuniones del Partido Comunista eran el confesionario de mi padre. Allí expiaba sus pecados que, en su caso, se traducían en dudas. 

—Yo no entendía por qué Milagros Ponce podía traer tantas cosas para su casa. Trajo un contenedor de equipos electrodomésticos y hasta se compró una casa con el dinero de una misión médica internacionalista. Yo estuve en la guerra en África y si yo recibía dinero por estar en esa misión significaba que yo era un mercenario. Después me di cuenta de que Milagros Ponce no fue a combatir y por esa razón no se puede decir que todo eso que ella trajo la conviertan en una mercenaria. 

Milagros Ponce es la vecina del frente de mi padre. Su padre y el mío no se hablan. Sentía a mi padre como un residuo de toda la contradicción del sistema soviético-cubano. A veces en broma yo le tocaba la cabeza y le decía:

—¿Cuántas veces han enjuagado este cerebro papá? Él siempre reordenaba los nuevos acontecimientos del país en su cabeza. Aún no he podido hablarle del nuevo ministerio, el de la Contrarrevolución.




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El país del sí

Lynn Cruz

Hablo desde un lugar que, de no ser porque me aseguraron que íbamos a estar bien, diría que es lo más parecido a una tumba.