Para un curso del doctorado tengo que leerme Basura blanca, el best-seller de The New York Times que Nancy Isenberg publicó el año pasado.
2016 o 2666. Que igual ya no es el año pasado.
Total. En el exilio, el año pasado es cualquier año. Anteayer, hoy, pasado mañana.
Total, ya estamos todos aquí. Así que ahora es cuando es. Ya nunca llegamos, ya nunca vamos a volver.
Como la muerte, es un gran alivio no tener que irse de Cuba por segunda vez.
Basura blanca, best-seller, The New York Times: cuántas cursivas para una primera línea. Cuánta cursilería de clase media. Todo, con tal de intentarlo con todo en contra.
Un nuevo viejo libro de Orlando Luis Pardo Lazo que, como el autor, no será sino basura blanca: este libro, objeto volante sí identificado que supura puro “supremacismo” (esa palabrota de la izquierda insufrible), antes del parto †, en el parto †, y después del parto †.
Privilegios de blanquito con residencia permanente.
Este libelo, esta constitución cubana en los tiempos de Donald J. Trump.
Este manifiesto por mi diferencia. Este diario de la debacle.
Este panfleto post-político de la voluntad impopular.
Esta confesión sin cura. Esta cura de caballos. Esta curita que no sana, sana, culito de rana.
Este ruido, este rugido.
Esta canción de cuna. Arrurrú atroz.
Este testamento. Esta testadurez de mi parte.
Esta reverendísima patada en el mismísimo culo de la patria. Este poemario.

“No es cosa de juego. Este libro noqueará a unas cuantas gentes. Léelo y pásalo, por favor.
¡Gracias!”.
Donald J. Trump, @realDonaldTrump.
Esta, por fin —y lo logré yo antes que nadie—, gran novela cubana de la no menos grandiosa Revolución Cubana.
Advertencia: si eres cubano, en este punto ya puedes dejar de leer. Tumba esta lectura desde su primera página. Ni te esfuerces más allá de este párrafo. Punto y aparte significa punto y apártate.
Te queda demasiado grande intentarlo. Te queda demasiado grande Orlando Luis Pardo Lazo.
Este es el libro de la victoria. Y tú eres, por cubano, un perdedor.
O al revés. Da igual.
Este es el libro de la derrota. Y tú eres, por castrista, un vencedor.
Así que no habrá coito político conmigo a estas alturas de la historia. No hay manera de penetrarnos tú y yo, en términos de imaginación.
Esto es a la cañona. A la burdajá. Nada de acoso: violación.
En efecto, si otro me viola, te violo yo.
Estequiometría para principiantes: dale al que no te dio. Primera, segunda y tercera ley verde oliva de la termodinámica.
El totalitarismo como ecuación. La literatura como suicidio. La lectura como un acto de consumada comemierdá.
En esto estamos ahora. Y es inevitable, irreversible: ΔG<0.
Espontaneidad explosiva, energía libre de Gibbs. Las partículas libres de Higgs: el bosón de la barbarie, qué vacilón.
Ya sé que no sabes ni lo de que estoy hablando. Googléalo.
Al final, eres igualiiito que yo. Desde el principio eres igualiiito que yo.
Y por eso no te mueves de aquí, camarada. Por eso no te vas a ninguna otra página. Porque somos de la misma camada. Calaña. Uña y carne.
Mira, mejor acostúmbrate antes de empezar: yo te fascino, mi fascismo de facineroso te fascina. Ambos somos demasiada basura blanca para no caernos requetebién.
Te irías a la cama conmigo, lo sé. Pero yo nunca te dejaría dormir ni una noche allí. Entre otras cosas, porque el exilio es el lugar donde los cubanos no tenemos ni camas.
Me dirías, si supieras hablar sin miedo:
—Síngame el alma, amor. Párteme el corazón y muérete. Hazme inmortal y cállate. Mira que ya has hablado mucho más que Fidel.
Y sería verdad.
En una década he escrito hasta por los codos. Por las caries. Lo he dicho todo por ti y por mí, en ese orden. O no tanto.
Ahora es que recién comienzo a decir. Por mí y por ti, en este otro orden. Mejor, salte del medio, cubano. Como lector, tú ya no pintas nada de nada aquí.
Ponte a leer el mamotreto de Nancy Isenberg, como hago yo. Una edición fea como carajo. Casi quinientas páginas de fealdad editorial norteamericana.
Para colmo, debo echármelo en menos de una semana, entre otros mamotretos por el estilo. Por el hastío. Feos como carajo también.
El desarrollo es ansí.
Mundo amorfo. O, mejor, sin forma.
No confundan la peste con el mal olor.
A esta anorgasmia masiva de libros y demás objetos vendibles, los norteamericanos la llaman “productividad”. Así viven ellos. Así cogen cáncer y se curan. No una, sino varias veces.
Así sobreviven a su feliz fachada de fealdad y eficiencia. Así se hacen ricos y votan cada cuatro años. Así se les va la vida, ocupados en sus doctorados.
Combatiendo contra el racismo.
Mártires que cayeron maniatados en la lucha sin cuartel en contra de una omnímoda misoginia.
Mío Cids campeadores. Campeones en contra de la homofobia autótrofa.
Detectores de -ismos y de mil joyitas así, que, según pasan los años, se van graduando, generación tras degeneración, con sus títulos de PhD siempre listos para fosilizar el futuro.
Todos en contra de los Estados Unidos de América, ese campo de concentración (y no exactamente del capital).
Así, también, se les llena este país de inmigrantes con título. Esos son los peores. Como tú. Como yo. Esos somos los peores.

“No es cosa de juego. Este libro noqueará a unas cuantas gentes. Léelo y pásalo, por favor.
¡Gracias!”.
Donald J. Trump, @realDonaldTrump.
Indios con levita. Indians in frock coats, nos llama Ricardo Pau-Llosa en un poema, citando apócrifamente a la divina diva Sarah Bernhart, que antes de la Revolución Cubana ya viajaba a la Isla para regurgitar todo su aburrimiento francófono en una Habana puta y provinciana como ella sola.
Una ciudad recién cubanizada. Pobre Habana.
Un caos sin España, con las tropas de Teddy Roosevelt ya a punto de desembarcar por segunda vez.
No importa ahora quién era, es, o será Ricardo Pau-Llosa. No es nadie. Como tampoco ya importa quién fue la susodicha Sarah Bernhart. Dos Don Nadies de la cubanía a caballo.
Lo importante es leer lo que publicó el Saint Louis Post-Dispatch aquel maravilloso jueves 19 de octubre de 1905 en Missouri:
Cubans are Negroes who wear dress clothes.
Puesto en boca, por supuesto, de Sarah Bernhart, la refinada francesita que iba a morir de uremia no mucho después. Porque veinte años no es nada, un parpadeo de luces que a lo lejos van marcando mi retorno. El retorno de un viajero que huye hacia ninguna parte.
Volver a Cuba, con la frente marchita. La mirada, febril.
Tener miedo del encuentro con el pasado que vuelve. Tener miedo de las noches que pobladas de recuerdos encadenan mi soñar.
Sentir que es un soplo la vida. No un poético soplo del corazón, sino un plebeyo soplo renal: morir de uremia, como murió Sarah Bernhart.
Uremia. Literalmente, orine en la sangre.
Cubans are Negroes who wear dress clothes, repiten hasta la saciedad los archivos digitales del Saint Louis Post-Dispatch.
Internet es la eternidad.
En cursivas, sin traducción: los cubanos somos negros con ropita de vestir.
La amo. Como amo a mis colegas de PhD, esa plaga con estipendio. Es un placer compartir aulas con ellos, oírlos acusar de terroristas a Donald J. Trump y a la NRA.
¿Qué hago yo aquí donde no hay nada grande qué hacer?
Como también amo a Rubén Martínez Villena, con su “pequeñez rastrera de gusano”. Y su tuberculosis anacrónica para un país no europeo. Qué ridiculez de cadáver tropical.
Estaba escapado, el poeta comunista cubano. Venía del futuro y al futuro se fue muy rápido.
Bello, joven, moribundo.
Y enamorado de su único amor.
Una muchacha bella, joven, sobreviviente. Asela suya. La damisela encantada que recibía las cartas que este Rubén Darío habanero le enviaba revolucionariamente desde Moscú:
Y te dirán —¿Qué tienes…? Y tú dirás que nada;
Mas te irás a la alcoba para disimular,
Me llorarás a solas, con la cara en la almohada,
¡Y esa noche tu esposo no te podrá besar!
Diez veces mejor que Julián del Casal.
Que a su vez era cien veces mejor que José Martí.
Es decir, mil veces mejor que lo mejor de Buesa, que era un buen poeta, y lo peor de Lezama Lima, que no puso un verso que se pegara en la gente. Es aburrido ser el Maestro.
Los comunistas cubanos antes de Castro eran una casta iluminada de intelectuales. Los amo, incluso hoy.
Los comunistas cubanos fueron la primera víctima mortal de la llegada del comunismo a Cuba, de la mano travestida de Castro.
No aspiro a que me comprendan ustedes. Mucho menos hoy, cuando ya sé que me he quedado sin contemporáneos.
Ahora somos fantasmas. Los aparecidos de los desaparecidos cubanos.
Qué paradoja, qué pánico, qué pudrición. El paraíso, por fin el paraíso.
El legado del castrismo se perdió hace muchas décadas en Cuba. Pero eso no importa. Cuba no importa.

“No es cosa de juego. Este libro noqueará a unas cuantas gentes. Léelo y pásalo, por favor.
¡Gracias!”.
Donald J. Trump, @realDonaldTrump.
Es aquí, en el gran campus de concentración que es la academia norteamericana, donde el legado del castrismo vive sano y salvo, sin necesidad de resucitar.
Es aquí donde Fidel Castro es un Dios y Dios no ha muerto. Ni morirá. Es inmatable, inmutable.
La democracia únicamente sirve para derrocar a la democracia.
Los libros de la academia primermundista están llenos de mentiras absolutamente exactas. No hay manera de replicarle a uno de estos profesores devenidos profetas del anti-establishment.
Son Castros 2.0, con más horas-nalgas en las bibliotecas que nadie. Siempre metidos hasta el cuello en esos bunkers de la Verdad.
Todo lo verifican, todo está estrictamente documentado. Son irrefutables. Justicieros de la estadística y la memoria.
Han descubierto las leyes históricas de la iluminación atea, que comienzan en las cavernas del hombre primitivo y culminan en los ministerios del Hombre Nuevo en La Habana.
No hay nada que hacer al respecto. La guerra se perdió antes de guerrearla.
Respirar. Mirar hacia el falso techo del exilio cubano.
Respirar. Pensar en la violencia de la virtud.
Respirar. Abrir la frontera de México y cerrar la de Canadá. Los Estados Unidos os pertenecen. La patria os cosmopolita orgullosa.
Respirar. Leyendo espero a los ilegales que yo quiero.
Respirar. Rumiando la basura blanca resumida en un libro por Nancy Isenberg.
No hay que hacer nada al respecto. Ni de tripas, corazón.
Por eso le paso muy por arribita a su libraco titulado White Trash. De todas formas, ya sé lo que de todas maneras dice. Lo intuyo por el recursivo tufito a Fidel. Basura blanca, blancos de basura.
La izquierda es ansí.
Planeta predecible y precoz.
Me da sueño. Me da tristeza. Me da soledad.
No es culpa de la prosita levógira de Nancy Isenberg. Para nada. Es mi culpa, por citarla ahora y aquí, en lugar de condenarla al closet del capitalismo Made in The New York Times.
Lo cierto es que ya todo me da mucho sueño en los Estados Unidos. Narcolepsia apátrida, debe ser el diagnóstico.
O tal vez sea solo la muerte, que viene a buscarme en su calesita, para pronto llevarme a pasear con ella hasta mi propio Idaho privado. My Own Private Havana.
Esa palabra solo la conocen los cubanos de mi generación: calesita.
Se me aguan los ojos al pronunciarla en voz alta, rodeado de un exilio que nunca antes ni después la oirá pronunciar: calesita, calesita, ¿a dónde vas tan bonita?
Calesita querida.
Calesita querida de mi corazón.
Calesita querida de mi corazón sin patria, pero con amo.
La oí en uno de aquellos muñequitos rusos de las maravillas, aquella mitología fundacional que es ahora nuestra única patria putativa.
Un país perdido e imperdible. Una utopía tupida en YouTube.
Nosotros mismos somos ahora eso, solo eso: muñequitos cubanos, sin patria, pero con Castro. Y no porque fuéramos filmados en Cuba, sino porque se nos transmitían en Cuba a diario.
Día a día. Tarde tras tarde.
A las 6 por el canal 6.
Hasta la saciedad.
Éramos receptores de dibujos animados al por mayor. Basuritas blancas de infancia al tutiplén.
Bichitos televisados que nos cayeron en la córnea como una brasa. Como un abrazo que ulceró nuestra visión del mundo a perpetuidad. La cubanía es bizquera.
Títeres que nos hemos quedado sin titiritero. Ternura hecha totalitarismo.

“No es cosa de juego. Este libro noqueará a unas cuantas gentes. Léelo y pásalo, por favor.
¡Gracias!”.
Donald J. Trump, @realDonaldTrump.
Colinas como académicos blancos.
El libro White Trash está del carajo para leérselo, así como así. Del pí al pá, de arriba a abajo y de un solo palo.
Permítanme repetirlo: es un ladrillo. Un cambolo castrista de la mejor cátedra. Una muralla china a base no de ladrillos, sino de ladridos. Mejor así.
Por lo demás, toda erudición me aterra. Me recuerda de la memoria prodigiosa de Fidel Castro y sus dotes de orador ilustre. Lúcido.
Es mejor ser un analfabeto. Un bruto de mierda. Un proletario de pacotilla que votó orgullosamente por la mentira multimillonaria de Donald J. Trump.
En cualquier caso, como ya debería ser obvio para ti, ni en una semana ni en un siglo me hubiera leído a Basura blanca, de ser solo por mí. Sería un riesgo: no quiero que Nancy Isenberg me convenza de lo que, total, yo ya sé.
Pero igual no pude evitarlo, porque Basura blanca es de obligatoria lectura para mi curso y punto final. Hay que leérselo y olé. A otra cosa, mariposa.
Además, no puedo quedar en ridículo ante mis colegas en clase. Me están cazando la pelea para expulsarme de esta universidad. Es decir, de todas las universidades de la Unión.
En el socialismo está la fuerza. Generación Yedai.
Y estos tipos son como una tropita de choque, una avanzada de vanguardia para partirle las patas al ángel Orlando Luis. Para reventarle las bolas al demonio Pardo Lazo.
Ya lo han intentado como diez veces conmigo: por m1s*g1n*, por r#c1st#, por h*m*fób1c*. Además de por heterosexista, por eugenésico, por clasista, y por ser un sujeto con ínfula neocolonial.
Ya lo dijo quien lo dijo (pero, por favor, no sufran con lo que yo gozo):
It is virtually impossible to view one oppression, such as sexism or homophobia, in isolation, because they are all connected: sexism, racism, homophobia, classism, ableism, anti-Semitism, ageism.
Y aquí, otra vez, sin captions ni traducción. Aprende a leer tú por tus propios miedos.
O, mejor, que se lo traduzca a la basura blanca de Sarah Bernhart la propia blanca basura de Suzanne Pharr (no tenía que haberla mencionado, pero, en fin, ya pasó):
Il est pratiquement impossible de considérer une oppression, telle que le sexisme ou l’homophobie, isolément, car elles sont toutes liées: sexisme, racisme, homophobie, classisme, capacitisme, antisémitisme, âgisme.
O, aún mejor, que se lo traduzcan al árabe de las aleyas ayatolas de Alá, que es hoy la lengua franca de la democracia global:
Supongo que sea por esto que mi mera presencia provoca tanto odio a mi alrededor. Porque todo lo cito. Porque no acato nada.
Me odian en Missouri igualito que en nuestra Cuba, donde me odiaba desde el Ministro de Cultura en persona, hasta su más sumiso súbdito, que acaso fuera Eduardo Heras León (EPD). O acaso Basilia Papastamatíu (yo sabía que tarde o temprano tendría que teclear tu apellido por penúltima vez, yo sabía que la literatura cubana no nos iba a dejar descansar en paz: ahora eres tú también una argentina inmortal, una Helena de La Habana).
Lo cierto es que los cubanos no hemos hecho nada con exiliarnos. Seguimos en las mismas. En la misma miasma.
Y no me odian únicamente a mí. No.
Mis colegxs latinxs de izquierdx odian que Castro no me haya asesinado en una cuneta cubana. Odian que la Revolución me haya expatriado sin antes extirparme la lengua. Odian hasta el oxígeno exógeno que estamos forzados a compartir en clase, pulmón a pulmón. Como odian la forma de mi entrepierna entreabierta entre los pupitres del aula.
Me odian porque me temen. Los tengo aterrados. Como conejillos de izquierda.
La derecha se contagia. La izquierda, no.
La izquierda es innata.
Lo mejor es meter la nariz en White Trash, y leer y releer como un idiota. Total, tampoco se trata de un libro tan teórico, sino de una especie de anecdotario. El ano de un notario.
Por lo demás, a White Trash le sobran por lo menos cien ejemplos para sustentar la tesis única que obsesiona a su autora. Una tesis bastante vieja, por cierto: la idea de que en los Estados Unidos siempre han existido las clases sociales, pero camufladas bajo el retintín reaccionario del consumismo colectivo y el éxito individual.
Ya lo dije. Ya lo resumí.
Ya les eché a perder el final del libro. Así que ya no tienen que leerlo ni releerlo. Mucho menos comprarlo.
Boicot espontáneo. Perdónenme, no fue mi intención. Ya saben: ΔG<0.
Échenle la culpa a las partículas liberales de Gibbs o a la energía libre de Higgs. Da igual. Hay isotropía narrativa entre Cuba y el exilio cubano. El castrismo se ha convertido en un bosón colosal.
Del castrismo no se sale
por ninguno
de sus cuatro puntos cardinales,
que son tres:
La Habana y Miami.
En realidad, no solo leo Basura blanca para sobrevivir a mi clase saturada de latinoamericanxs, sino también para intentar robarme algo útil para meter de contrabando en mi nueva novela. Que es esta nueva novela, aunque tú nunca te enteres, por estar siempre a la espera de personajes, atmósferas, situaciones y anécdotas.

“No es cosa de juego. Este libro noqueará a unas cuantas gentes. Léelo y pásalo, por favor.
¡Gracias!”.
Donald J. Trump, @realDonaldTrump.
Dramaturgia para dummies.
Pero no es fácil ejercer el plagio a costa de Nancy Isenberg. La autora-profesora me atolondra con sus ripios retóricos. Me atora con su vocabulario de razas, géneros, etnias, ghettos, castas, sectas y demás inmigrancias.
Se trata más bien de una basura policromática, no blanca.
En cualquier caso, desde que salí de Cuba estoy en una especie de resistencia radical a la hora de leer en inglés. Y el inglés era una lengua que yo en Cuba adoraba. Pero en el exilio de pronto casi ya la detesto: el fucking ingless…
El inglés bajo Castro era nuestro argot para la subversión. La base sintáctica de los mercenarios, como yo, recibiendo dineritos de la USAID, la NED (“pantallas de la CIA”, nos decían con rima y todo), People In Need, y cualquier otro tipo de conspiración.
En dictadura, la única forma de ser cubano es ser anticubano.
Tal como en el exilio la única forma de exiliarse es no ser un exiliado.
En la Isla, cuando yo era un niño bello y genial, el inglés era una cosa medio clandestina que venía impresa a todo color, importada en silencio, como las páginas sueltas de un periódico contrarrevolucionario o una revista pornográfica. O ambos.
Imposible distinguir entre semejantes adjetivos tan largos: contrarrevolucionario, pornográfico.
Da placer teclearlos y reteclearlos. Entre los dos, suman como 59 consonantes con sus respectivas vocales: el placer de lo contrarrevolucionario, el deber de lo pornográfico.
Ambos me encantan.
Una mujer fingiendo un orgasmo en PornHub es la clave secreta de cualquier liberación personal.
Solo que el inglés, esa jerga de élite, ahora me resulta un fastidio hasta para pronunciarlo OK. Demasiadas fonías inexactas. Vocales voluminosas que no nos caben en la boca a los cubanos.
Y mucho más fastidioso me resulta leer tanta mierda mentalizada en ese lenguaje. Tanto blablablá blanco con una sintaxis de escuelita primaria, salpicada de consonantes cuádruples, cuadripléjicas, que no existían en Cuba, y encima minado con vocales que suenan cada una como un pastiche de vocales. Panal imposible de paladear.
El inglés es complejidad por gusto. Por el gusto del gasto.
En inglés, por lo demás, los norteamericanos dan la impresión de que todo lo saben. Todo lo comparan. Todo lo cuestionan. Todo lo relativizan. Todo lo catalogan. Mientras yo me cago norteamericanamente en sus madres.
Para colmo de males, los norteamericanos ahora todos insisten en hablar el inglés con acento de país pobre extranjero. Léase, de shithole country.
Así les parece patéticamente más políticamente correcta su propia lengua: menos misógina, menos racista, menos homofóbica, menos heterosexista, menos eugenésica, menos clasista, menos dialecto neocolonial.
Menos Orlando Luis Pardo Lazo y menos Donald J. Trump.
Por cierto, los Tweets Completos de Donald J. Trump se merecerían un Premio Nobel de Literatura, al menos tanto como se lo merecieron las letricas guajiras de Bob Dylan.
En español, sin embargo, todos los angloparlantes hablan una suerte de jerga cubanx-americanx risible, solamente equiparable a cómo habla Siri en el iPhone. O cómo traducen en voz alta los robots de Google Talk.
Muy cómicos. Están del carajo con la conjugación y el tonito. ¿Qué tal de subjuntivos?
Últimamente, detesto oír mi propio acento infantilizado en inglés. Su fonía rota. A veces casi sueno como un troglodita de izquierdas.
Me apena, de paso, no poder emocionarme con nada dicho o pronunciado en inglés. Me apena que el mundo entero sea ahora para mí un planeta de robots parlantes que repiten en masa que quieren ir a Cuba antes de que Cuba cambie.
Vayan a Cuba antes de que Cuba cambie y no me resinguen más la existencia, por favor.
Déjense de abuso conmigo, si no quieren que les saque un AR-15 en el aula. Mi consejo es que no se tiren con los proud cowboys de nuestra medianoche marxista del alma. Guerra avisada igual mata hasta a los más avispados.
Sigan cada cual con su rutina revolucionaria y no se la jueguen conmigo, si no quieren que les meta una patada en el carro: Hey, I’m walking here, I’m walking here!
Ojalá Nancy Isenberg sea una mujer de ultraizquierda.
Up yours, you son-of-a-bitch! Ojalá fuese miembro del Partido Comunista de Cuba, o como quiera que se llame su equivalente aquí. You don’t talk to me that way! Get outta here! Ni cojas luchas con eso. Don’t worry about that.
Ojalá que White Trash triunfe, por los siglos de los siglos, como una diatriba en contra de la indecencia de ser hoy por hoy norteamericanos. Mejor así. Más ganancias para The New York Times. De hecho, cuanto antes se termine esta mierda de la democracia, mucho mejor.

“No es cosa de juego. Este libro noqueará a unas cuantas gentes. Léelo y pásalo, por favor.
¡Gracias!”.
Donald J. Trump, @realDonaldTrump.
Donald J. Trump llegó con medio siglo o medio milenio de retraso. El rubito de oro no podrá cambiar absolutamente nada. Nuestro Agente Naranja tendrá que reconocer que perdió ante el sigiloso gato de Barack Obama: Change, we can’t.
Una última cosa antes de empezar: para mí toda lectura es una violación, incluida White Trash.
No hay placer sin poseer al otro. Como no hay posesión del otro sin convertirlo antes en un objeto.
Me basta, Su Señoría. Llama al 911 ahora, si así lo deseas. Dale.
Disquen el 911 y déjense de complejos conmigo. Si de todas formas tú, por ejemplo, eres tremendo tronco de delator. Se te ve en la carita. Se te nota el nerviosismo al hojearme.
Además, leer en los Estados Unidos es eso, solo eso: delatar al autor. Por los canales correspondientes.
Quién me lo iba a decir en Cuba. He emigrado al desierto.
Quién nos lo iba a decir en Cuba. Afuera no había nadie cuando llegamos.
Un país sin paisaje. Ni uno solo de los cubanos de afuera esperó ni por uno solo de los cubanos de adentro.
Permítanme presentarme como corresponde, antes de comenzar el resto de los capítulos de Espantado de todo me refugio en Trump.
Digamos que soy Orlando Luis Pardo Lazo. Y digamos que soy el profesor-coautor de un mamotreto como ballena blanca llamado Cuban Trash: 1959, The Year of the Untold History of Class on the Island.
Este libro será, pues, la historia incontada de nuestros primeros 1959 años como desclasados dentro de la Cuba de Castro.
Gracias a la blanquibasuridad de Nancy Isenberg, mi coautora, los cubanos por fin sabremos lo que son las clases sociales: “una estratificación económica creada por la riqueza y los privilegios”.
Y defenderemos esa definición de negros con ropitas de vestir al precio que sea necesario.
Nunca como en este primer cuarto de siglo el término “escoria” recobra el esplendor de su significado sagrado. Gracias, Fidel.
Améen.

Todos los peores humanos (III)
Por Phil Elwood
Cómo fabriqué noticias para dictadores, magnates y políticos.