Invitación al cumpleaños de Sandro Castro.
Y el verdugo le dio la vuelta,
por una cuestión de simetría.
“Tiempo de silencio”, Luis Martín-Santos.
Es fascinante asistir al espectáculo de los descendientes de Fidel y Raúl. Son los Ramfis Trujillo de la Revolución Cubana, un siglo después de la Revolución Cubana.
Esta estirpe exclusiva, sin escrúpulos y al margen de toda ética, a pesar de su retórica continuista constituyen, en la práctica, el rostro de la Transición. Y, como tal, traen el clavo póstumo para el ataúd del comunismo o socialismo (o como se llame) en la Isla.
Al respecto, el fenómeno de Sandro Castro, enésimo nieto del comandante en jefe, es una especie de evangelio viviente del capitalismo sin derechos que su clan le impuso al pueblo cubano.
Según se aleja el 25 de noviembre de 2016 y con el inminente fallecimiento de su tío-abuelo, también en cama y sin ser juzgado, nuestro país se precipita al páramo de los mercados con matonismo, una fórmula ensayada con éxito por media humanidad, tanto democrática como totalitaria.
Por el momento, nuestro compatriota, un joven lleno de energía y riquezas, disfruta de un sexo de élite y es aupado por un sinfín de amistades (la mayoría, artistas y atletas profesionales), mientras él generosamente nos comparte, sin hipocresías, su realidad diaria en las redes sociales.
Este intocable es, por lo demás, un propietario de negocios privados cuyo éxito fue garantizado de antemano. Tan pronto como se levante el embargo económico y financiero de los Estados Unidos, la Cámara de Comercio de Washington DC se las entenderá con personajes al estilo de Sandro Castro, en medio de una nueva clase de ramfis capitalistas cubanos.
Menú del bar EFE.
Escándalos aparte, este heredero de la dinastía verde olivo no ha hecho nada diferente de lo que siempre hizo desde su nacimiento. Con su porte y aspecto más cercano al raulismo que al fidelismo, él y su parentela poscastrista han sido entrenados precisamente para perpetuarse en un poder usurpado, ejerciendo sólo ellos una existencia plena en libertad, de punta a punta del archipiélago cubano, gracias a la inercia perversa de su linaje.
Hoy, jueves 5 de diciembre, es el cumpleaños de Sandro Castro. Con gafas de escolta, bigotín de la KGB, pañuelito de Luis Vuitton (¿regalo de la actriz Ana de Armas?) y su impecable look de chulo con traje y corbata, desde un poster de autopropaganda el homenajeado nos sonríe feliz, sin trauma, invitándonos a una party que lo más probable es que sea suspendida por la misma Seguridad del Estado que engendra a tales Ramfis.
Pero eso es lo de menos.
Lo importante para los cubanos es aprovechar esta oportunidad exclusiva y mirarlo ahora mirándonos. Fijar su perfil en nuestra retina. En particular, en estos tiempos de miseria apocalíptica, pero todavía en una fase fósil de paz. Después, cuando estalle la guerra fratricida, será ya demasiado tarde para mirarlo entonces mirándonos.
Nadie lo dude. En ese escenario bélico inevitable, Sandro Castro, como miles y miles de torturadores cubanos, con su sonrisa sin caries nos sacará las uñas y cortará la lengua a quienes caigamos bajo su jurisdicción de jenízaro.
Nadie lo dude. Con su lascivia cínica de Instagram, Sandro Castro nos aplicará un cátodo en los cojones, reservando el ánodo, por una cuestión de simetría, para electrocutarnos el ano.
Nadie lo dude. El bulto de Sandro Castro que hoy se avizora apenas hedonista bajo su short de marca, en un contexto crítico de sobrevivencia será su criminal morronga de violador.
Trátese de una fiesta de cumpleaños o de un foso de fusilamiento, la alternativa es idéntica: ellos o nosotros.
Léase, Ramfis o tú.
Y lo sabemos en ambas partes. Corneta, toque usted a degüello…
Comemos combustibles fósiles
Por Vaclav Smil
Ninguna transformación reciente ha sido tan fundamental, como nuestra capacidad para producir, año tras año, un excedente de alimentos.