En defensa de la ministra



Una mujer aparece en los televisores cubanos. Se dirige a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Desde La Habana, su tribuna es el mundo entero. En su abandonada cuenta de Twitter, que de pronto asciende a decenas de miles de seguidores, se presenta todavía con esta frase: Orgullosa de mi país.

Se trata de una profesional. Ha cursado estudios superiores. Es Ingeniera en Economía y Organización de la Industria de Construcción de Maquinarias. Y ostenta un Máster en Sistemas de Gestión y Dirección de Seguridad Social. 

Marta Elena Feitó Cabrera tiene 64 años. Ha integrado las organizaciones comunistas cubanas durante toda su vida. Nació casi con la Revolución. No está acusada de cometer crímenes de lesa humanidad, ni de ser cómplice de los criminales.

Su carrera ha sido tan lenta como larga, pero siempre en ascenso. No es un cuadro que se equivoque con facilidad. No por gusto llegó a ministra de Trabajo y Seguridad Social. La funcionaria ha triunfado de manera absoluta, excepto, tal vez, por el hecho de que su familia, como tantas, está rota por la separación familiar. 

La mujer forma parte de las altas esferas del régimen revolucionario, pero amasa cero poder. Tal como fue puesta a dedo, a dedo ha de ser renunciada

La ministra es otro títere que parlotea palabras en público. En cada alocución, ella se guía por su instinto de fidelidad. Ese que nunca le falla. Salta de mot juste en mot juste, según cree complacer a quien sea el actual titiritero del complejo corporativo-militar del castrismo. 



Marta Elena Feitó Cabrera lo único que le explicó a nuestro unánime parlamento fue una verdad compartida por todos los cubanos. Y no sólo dentro de la Isla, sino también en los cuatro puntos cardinales, que son tres: La Habana y Miami. 

Fuera de Cuba, en particular, los cubanos hablan exactamente en los términos de la ministra defenestrada. 

A la hora de rebajar a otros inmigrantes, sobre todo si son de la raza que cada quien desprecia sin confesarlo, los cubanos dirán sin ambages que, la persona que pide dinero, muchas veces con su bebé a cuestas, o quienes se empeñan en empañar el parabrisas de sus Teslas del año, son gente que no quiso superarse, integrarse ni ponerse a pinchar bien duro, como sí lo hicieron ellos cuando llegaron a este país tan grande

Tengan o no tengan la razón estadística, tampoco hay cubano que no asuma que, con el dinero de su limosna, el limosnero irá a emborracharse o comprar drogas. Y si se trata de una mujer, dan por sentado que la pedigüeña es extorsionada por un marido que irá a drogarse o comprar alcohol. En ambos casos, por supuesto, sin aportar al fisco ni un quilo prieto partido por la mitad

No ha hecho más que expresar un consenso tácito la ministra. En realidad, un consenso táctico. Los cubanos, como ella, les miran las manos, las ropas, los bolsos, la piel y el pelo a los deambulantes, hasta dictaminar, junto con Marta Elena Feitó Cabrera, que en la práctica están actuando como mendigos, pero no lo son o podrían no serlo. 

Este escándalo fue tan unísono y efectivo precisamente por eso. Porque la ministra los retrató. Los cubanos son cagaítos a ella. Su chusmería de vocera oficial con peinado de temba exiliada es un espejito mágico aterrador. 

En cualquier caso, el peligro ya pasó. El fantasma especular fue corregido ópticamente por un poder enquistado a perpetuidad. La cubanía virtual ya vuelve a respirar en paz, tras una ovación compartida a coro entre víctimas y victimarios. 

La ministra “mala” nos ha reconciliado. En definitiva, siempre que luchan la KGB contra la CIA, gana al final el cinismo aquel de qué fácil de apuntalar sale la vieja moral que se disfraza de barricada de los que nunca tuvieron nada…







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