La imagen de este lunes la capturé de un sitio web pornográfico. Es una imagen ejemplar.
Un cubano va a singar con una cubana, en cámara, para monetizar el video. Lo más natural del mundo. Eso somos, desde mucho antes del mes de noviembre de 2023.
El cubano va detrás de la cubana. Para vacilarla, para vaciarla de personalidad propia. Avanza a su espalda, como un criminal, sobándole las nalgas en público. Así él apura la conversión en objeto de su pareja, incluso antes de convertirla en objeto sobre la cama.
En el video, el cubano articula sonidos de primate inferior. Su gesticulación también es la gestualidad de un simio. Hasta su pinga se parece a la de un pariente lejano del hombre. En cualquier caso, no es para nada la pinga de un ser humano.
Cuando la cubana se queda sin ropas en el video, adopta igualmente una postura animal. Sus muecas, su sonoridad y la explotación fílmica de su vulva son, sin duda, animalescas.
A ratos, como la cámara evita mostrar los rostros de ambos, uno pudiera pensar que ninguno de estos dos cubanos tienen cabeza. Sea como sea, ella no es más humana que él. Antes bien, el uno arrastra a la otra en la escala biológica y viceversa. Son tal para cual. Somos tal para cual.
Al parecer, estos dos cubanos no se conocen mucho. Ejecutan un acto al vacío, acaso para que actúe al vacío el espectador, para animalizarlo (aún más). Para animalizarnos (aún más).
Los cubanos en general no necesitan conocerse para darse entre sí este tipo de singada entre esclavos. Tal como no necesitamos conocernos para arrancarle de cuajo la vida a quien nos singamos. De hecho, se la arrancamos de cuajo precisamente por eso: por no reconocer con quién singamos. Esta ejecución de actos al vacío redunda en el vacío de todos y cada uno de nuestros actos.
Por supuesto, el deseo siempre ha de ser lo informe. Es lo que no puede adoptar una forma, sino que fluye por sí solo, arrastrándonos a nosotros como marionetas de ese desear.
El deseo escapa del lenguaje, aunque aparentemente se nos presente deformado por las palabras, enturbiado por la expresión más o menos patética de nuestros sentimientos. Desconfiad de esa lógica palabrera respecto al deseo. No sabemos por qué deseamos, ni a quién. Apenas si avizoramos un cómo, distorsionado por la automaticidad animal del acto.
En cualquier caso, el cubano y la cubana de mi video pornográfico no son seres libres. Tal vez tú tampoco lo seas. Ni yo tampoco, tal vez. Como personas puede que todavía tengamos síntomas espirituales para la esperanza, pero lo cierto es que como pueblo nos protegemos muy poco entre los cuerpos cubanos.
La mayor parte de las veces, cada conquista y cada entrega corporal constituye, entre nosotros, un acto de posesión y de sumisión no representados en el teatro de lo erótico, sino muy reales. Degradantes de la dignidad única del individuo.
Traemos a la cama lo peor de la sociedad de control masificado. Con el orgasmo, replicamos la violencia de las organizaciones de masa, que es el eufemismo castrista para el fascismo a la cubana. Singar ha terminado siendo la primera fase de asesinar. De manera que no nos emancipa ese singar. Al contrario, la sexualidad nos oprime tanto como una Revolución justiciera a punto de cumplir ya su 65 cumpleaños.
Es un clima perverso, una atmósfera asfixiante. Semejante claustrofobia a perpetuidad nos infantiliza en tanto persona humana. Este estilo de socializar el deseo no propaga el placer sino su perversión, extinguiendo de paso los restos de nuestra humanidad. Es para coger y matarse. Tal como, en efecto, muchos cubanos y cubanas cogen y se matan a la primera oportunidad.
Cada cubano que se lleve a otro cubano al espacio privado debería al menos de despertar al siguiente dilema. Singar entraña o debería entrañar la responsabilidad ciudadana de cuidar del prójimo, de no ahondarle su inconsolable soledad cósmica. Singar implica o debería implicar la ética extrema de habitar humanamente una intimidad, de insuflarle una vida vivible en la verdad, sin trampas ni trabazones. Singar depende o debería depender de querernos entre dos cubanos desde nuestros respectivos trauma y fragilidad. Singar debería ser una práctica de amar cubanos a pesar de nuestro desamor a Cuba y a lo cubano.
Como un mirarse de frente. Como un cuidarnos la espalda. Como un tocarse a dúo desde la pura presencia humana, más allá de los instintos animales que nos han llevado hasta allí. Como un salvarse durante la efímera eternidad de ese instante.
La próxima vez que vayas a singar entre cubanos recuerda esta responsabilidad, que no es retórica sino existencial. La nación depende de lo que nace o es negado en la alcoba. La patria comienza o colapsa en cada uno de sus encuentros genitales. No tendremos país hasta que no dejemos de ser animales a escondidas del Estado y comencemos por fin a comportarnos como seres humanos. La comunión de dos es la clave para la convivencia comunitaria.
Singar desde una libertad humana es la base privada de todo Parlamento democrático y de toda tribu no tiránica con una esfera pública respirable.
El #1 siempre fue Raúl
Tú los duermes en público, Fidel, del malecón para afuera. Que, del malecón para adentro, yo te los meto en cintura, Fidel.