‘Straight’

La vi por primera vez en un parquecito escondido de la Universidad. Me fijé en su busto y en el busto verdeoxidado que la vigilaba. 

—Buenas —dije sentándome a su lado. 

Le pregunté la hora. Elogié su pelo. Hice un comentario brillante sobre la inestabilidad política de las colonias marcianas. Le conté las últimas cuatro pesadillas que había tenido. Hablé de los gorriones y los cometas. Le dije que yo era un vago y un inútil que lo único que hacía en la vida era leer y escribir, o sea, una manera elegante de decir que no haces nada.

Como resultado de todo eso, averigüé tres cosas:

1) Tenía una sonrisa capaz de cambiarle la órbita al Halley.

2) Era estudiante de Física Nuclear.

3) Estaba esperando a su novia.

Su novia. Claro. El mundo está configurado con leyes inamovibles. Qué le vamos a hacer.

Miré el busto frente a mí (el de ella, más lejano aún, subía y bajaba al ritmo imperceptible de su respiración): la capa de verdeóxido se deslizaba lentamente y de pronto reconocí al viejo Paul Dirac guiñándome un ojo. 

Física Nuclear.

—Una vez leí algo sobre la antimateria —aventuré—. Electrones, positrones…, tiene que ver con eso, ¿no?

—Tiene que ver. 

Noté la diversión en sus ojos, y a continuación aprendí que los positrones sí forman parte de la antimateria, pero de ninguna manera pueden compartir (dijo: coexistir) con los electrones. Son antipartículas, tienen carga opuesta. Cuando chocan (dijo: colisionan) se destruyen ambas y solo queda energía, o sea…

El mundo está configurado con leyes inamovibles. Qué le vamos a hacer.

—Una manera elegante de decir que no queda nada —me miró sonriendo con los ojos y el busto. Silencio cargado de nervios.

—Yo pensaba que los opuestos se atraían —dije, confundido.

—Error. Los opuestos se aniquilan.

Dirac dejó de sonreír. Ella también. Una muchacha salió de atrás del busto que ya no era del viejo Paul sino de Stephen Hawking, creo. El busto de ella se levantó y dijo que tenía que irse. La recién llegada era su novia. 

Se besaron (tuve una erección que se duplicó cuando ella puso sus ojos en mí… más tiempo de lo normal para decir un simple Chao) y se fueron. Tomadas de la mano.

En mi cabeza acababa de formarse un agujero negro con su perfil y sus medidas. 

Y por supuesto, había olvidado preguntarle su nombre.


*


Esta va a ser una historia DIFERENTE. Nada de chico conoce chico, chico y chico se enamoran, chico muere en un accidente aeromovilístico, etcétera. Nada de triángulos amorosos chica-chica-chica. Nada que huela a pornografía oficial. En fin, nada de lo que ustedes están acostumbrados a leer.

Empezaré por el principio.

Allá por los años del Período Espacial, mi padre ―Juan Carlos― y mi padre ―Hugo― decidieron poner fin a cuarenta y ocho horas de noviazgo casándose en el yate familiar, un par de millas al norte de las ruinas del Morro. 

Dos espermatozoides, uno de cada padre, cuidadosamente seleccionados para fundir su material genético en el óvulo vacío de una donante del gobierno.

Luego compraron un apartamento bajo en el multirresidencial más multideprimente de Nuevo Nuevo Vedado, donde instalaron su flamante matrimonio basado en el modelo trans, es decir, a la antigua. Mis padres siempre han sido muy anticuados; quizás por eso no tuvieron que esperar mucho para recibir el permiso de reproducción. 

El resto es lo que ustedes ya conocen: dos espermatozoides, uno de cada padre, cuidadosamente (aseguran) seleccionados para fundir su material genético en el óvulo vacío de una donante del gobierno. Y después de nueve meses en cualquier cámara embriogénica del Palacio de la Fertilidad, sección masculina, nací yo.

Hasta aquí, todo normal. Prosigamos:

En la escuela no solo te enseñan a leer y a escribir y a manejar armas de fuego; eso está claro. POR DEBAJO de las enseñanzas habituales se desliza otro tipo de enseñanza: en las lecturas, las canciones, los juegos permitidos, los videogramas, las peroratas de la profesora de Educación Cívica, y en fila doble, vamos, denle la mano al compañerito(a) de al lado. 

Fuera de la escuela continúa el bombardeo subliminal en las pantallas publicitarias, los programas de televisión y las películas para niños. El tono cómplice en la voz de mi abuelo: vamos, cuéntame, seguro que ya tienes algún noviecito escondido por ahí, ¿eh? 

Y casi sin darte cuenta aprendes a convivir con esa incomodidad que no sabes de dónde salió, ni por qué salió. 

Pues bien, pasaron los años, sin otra novedad que la persistencia de mi condición DIFERENTE, junto con el descubrimiento de que la sociedad suele ser implacable en sus juicios estéticos y morales. Por suerte, supe arreglármelas para no levantar sospechas… o para postergarlas el mayor tiempo posible. 

La persistencia de mi condición diferente y el descubrimiento de que la sociedad suele ser implacable en sus juicios estéticos y morales.

Entre otras hazañas, nunca, nunca y nunca, durante aquellos primeros años, me desvié visiblemente en el trato con mis amistades femeninas. En otras palabras, nunca me dio por cuestionar la validez del precepto imperante: el sexo opuesto es eso mismo, el sexo OPUESTO, y punto.

Pero ahora es cuando viene lo bueno.

Concluido el período de educación obligatoria (gratuita), mis padres me matricularon en la escuela de tercer nivel más prestigiosa (más cara) de La Habana, ubicada en las afueras de la ciudad. Le llamaban Escuela Vocacional, porque supuestamente era allí donde los estudiantes, miembros selectos de la juventud metropolitana, descubrían su verdadera vocación. 

Y en efecto, allí conocí a muchachas que descubrieron su verdadera vocación (variante intelectual, no por eso menos putas) cediendo a la lascivia de las profesoras para conseguir un aprobado; allí cualquiera de tus compañeros de aula podía dedicarse a sintetizar alucinógenos o a fabricar explosivos en su tiempo libre, que ellos no tenían la culpa de haber descubierto su verdadera vocación de traficantes y terroristas; allí las paredes y las columnas fueron decoradas con dibujos, caricaturas, malas palabras, frasecitas, ideogramas y símbolos de subculturas urbanas, obra de todos aquellos que descubrieron su verdadera vocación por el grafiti y el naif; y allí, no faltaba más, yo también descubrí, encontré, hice consciente mi verdadera vocación. 

Por llamar de alguna forma a ESO.


*


Le di mi nombre a cambio del suyo.

Laura. Aura con ele. Ele de lejanía.

—Daniel —repitió—. Es nombre de profeta.

Encuentro casual, segunda parte: la salida de un concierto, los batacazos de Acid Rain todavía resonando en mis oídos. El mar de gente que nos separaba no se partió en dos: yo había tenido que atravesarlo a nado. Ahora entreveía la importancia de tal decisión.

Nunca habrá una fruta cuyo sabor sea capaz de competir con el sabor de las miradas que se cruzaron bajo los árboles del Paraíso.

—¿Conoces la Biblia? —le pregunté.

Los libros de circulación clandestina crean enlaces, conexiones cómplices. Estoy más cerca de tu aura, Laura, me dije. Acabo de abrir otra brecha. 

—Te voy a hacer un cuento —dijo—. Adán y Eva están solos. Solos y desnudos. Se gustan, no lo pueden evitar. Olvídate de la manzana. En el mundo nunca habrá una fruta cuyo sabor sea capaz de competir con el sabor de las miradas que se cruzaron bajo los árboles del Paraíso. 

—El sabor de lo prohibido —apunté, con mi mejor sonrisa tapanervios.

—Lo prohibido, eso es. Entonces sucede algo que ellos no esperaban que podía suceder. No sabían. Nadie les dijo que un bebé puede formarse por su propia cuenta dentro de un cuerpo vivo. Sin embriocámara. Sin técnicos de reproducción. Y por supuesto, se asombraron como niños al ver que el vientre de Eva comenzaba a hincharse.

—Suena a ciencia-ficción.

Asintió. 

—Pero lo mejor viene ahora: al cabo de unos meses, pongamos nueve para no variar, la criatura tiene que salir de allá dentro. Adivina cómo.

Imaginé a Eva recostada a un árbol, gritando. Algo se mueve frenéticamente dentro de su vientre, presiona, desgarra la piel en una explosión de sangre, asoma la cabeza mojada en un líquido viscoso… y ya está. Una sonrisa desdentada en los labios del pequeño asesino.

Una marca que puedas llevar siempre contigo, en la piel, para enseñarla a todos como un tatuaje, una cicatriz o una quemadura.

—No creo que lo fuera a vomitar —sonreí.

—Por supuesto que no. El bebé sale por la vagina.

—¿Por dónde?

—Por ahí mismo. No te vayas a creer lo que dicen en todas partes. La vagina NO ES un orificio vestigial que solo sirve para la extracción de óvulos.

—No vivo en las Colonias —protesté, tratando de encajar en mi recién estrenado papel de heteroliberado ultrarrecontrasuperposmoderno—. Solo que… me parece demasiado pequeño para…

—¿Qué sabes tú si es pequeño o no? —y abrió la sonrisa. No esperen el retorno del Halley en los próximos 76 años—. Vivo aquí. Gracias por acompañarme. 

Ah, resulta que yo la había acompañado. Eché un vistazo alrededor hasta encontrar el anfiteatro unas cuadras atrás. Justo ahora me daba cuenta de que habíamos estado caminado.

—¿Y tu novia? —pregunté sintiéndome el idiota más consagrado del mundo.

—Bien. Hablo con ella todos los días. —Me dio un beso tipo fast-frozen en la mejilla, buenas noches y cuídate por ahí.

Antes de irme, estuve unos segundos parado en el mismo lugar, respirando profundamente. Los biólogos le llaman Deuda de Oxígeno.


*


Como en todas las becas, en la Vocacional de La Habana alguien como yo solo disponía de un medio (más inefectivo cada vez) para evitar el linchamiento y/o la expulsión: era tener, al menos, un romance archivado con las cuentas claras en el expediente del dominio público. 

La escritura puede partir en pedazos la memoria a golpes de teclado ansioso.

Algo que haga sombra sobre tu pasado y aleje cualquier comentario suspicaz o malintencionado. Una marca que puedas llevar siempre contigo, en la piel, para enseñarla a todos como un tatuaje, una cicatriz o una quemadura. Según. 

Yo la tenía.

Le decían Supermario, tipo chévere. Mi noviazgo con él duró poco más de cuarenta y ocho horas y culminó en un pacto: yo prometía callarme ciertos descubrimientos sorprendentes acerca de su anatomía íntima, si él guardaba el secreto de lo sucedido aquella noche en su cuarto. 

En su cama.

Lo intenté. Lo juro. Si algo no faltó fue mi esfuerzo, mi franca disposición, mi buena voluntad. Lo intenté y lo intentamos de todas las formas imaginables, pasando y repasando las páginas del Nuevo Kamasutra, Versión Corregida y Aumentada. Todo en vano. 

—Oye, papo —agotada su paciencia—, ¿será que tú no eres maricón?

—Será.

—Ay, por Dios —y Supermario metió la cabeza debajo de la almohada.

Un par de días después, frente a su puerta, revolví el consabido pretexto: pasaba por aquí, dando un paseo, tiempo libre. Nada que hacer, ya sabes, solo quería saludarte, etcétera etcétera etcétera. 

Y de pronto me vi dentro de su casa, consumiendo mermeladas de todos los sabores con quesos blancos y amarillos y azules, con vinos tintos y rosados y blancos (no fue nada de eso, pero como si lo hubiera sido). Todo deliciosamente natural.

Que vivan los rituales de apareamiento.

Armamos una conversación inesencial de la que extraje dos puntos esenciales: su mamá ―Helena― y su otra mamá ―María Isabel― trabajaban hasta tarde y su novia estaba en la luna, literalmente (haciendo un doctorado). Después la besé.

“Papá Juanqui, papá Hugo, tengo algo importantísimo que decirles: me gustan las mujeres”.

Mejor dicho, ella me besó.

Da igual. El caso es que nos besamos.

Y después, ya saben.

Empezamos en la sala y terminamos en su cuarto. Piso, sofá, piso, cama. No voy a entrar en detalles; me los ahorro no porque me moleste la cara de asco que ustedes van a poner, sino porque los quiero conservar intactos (los detalles) y de sobra sé que la escritura puede partir en pedazos la memoria a golpes de teclado ansioso. 

Obviemos, pues, la descripción: esto no es un texto heteroerótico. Solo diré que, desde entonces, me persigue y me golpea una secreta fidelidad: el cuerpo de una mujer está diseñado para el cuerpo de un hombre. Y viceversa.

Aunque sea completamente falso. Aunque sea una mentira del tamaño del sol (hedonismo, ilusión, transgresión: Literatura). Yo lo sostengo y lo afirmo de todos modos. 

Ya estaba lanzado al vacío. Aquel día en que Supermario hiciera como el avestruz, decidí que nunca me negaría a mí mismo el permiso para MIRAR.

Piernas afeitadas, gestos elegantes. 

Ropa reveladora de turgencias, sinuosidades exóticas. 

Verde y azul en el pelo que cae sobre la espalda. 

Pestañas con viento en rostros de suaves, hermosas líneas.

Pronto descubrí que no estaba solo (somos más o menos como el número de Avogadro: 6,02×1023).

Desde aquel puntico rojobrillante, once millones de seres humanos nos contemplan.

No tardé en aprender nuevas variantes del antifaz, lecciones de supervivencia, viejos misterios de la vieja religión heterosexual, cultos heréticos de pasada la medianoche, fiestas en las alcantarillas, cotilleos en bulevares on-line de acceso restringido. 

Un mundo DIFERENTE. Toda una cultura straight. Hasta que llegó el infierno tan temido. Pero ya no podía seguir demorando el momento de abrir la boca: “Papá Juanqui, papá Hugo, tengo algo IMPORTANTÍSIMO que decirles: ME GUSTAN LAS MUJERES”.

Pasemos por alto la estupefacción, el terremoto en mi hogar dulce hogar. Continuemos.

Multidepresiva multitud en el subway. Camino esquivando a la gente, una pedrada mental contra cada pantalla. Llego al descensor, la puerta se abre…

—¿Adónde lo llevo? —pregunta una voz meliflua.

—Al centro de la Tierra, si es tan amable.

—Lo siento. Debe responder el número del piso que desea.

Unos minutos después Maylynn me abre la puerta.

—¿Cómo está?

—Dormida.

—¿Crees que sea hoy?

—Ya puede ser en cualquier momento. Solo tenemos que esperar, supongo.

Supone. Lo suponemos todo, pero hasta ahí. Nada es seguro. Excepto, quizás, una sola cosa:

—Los opuestos se destruyen —le digo y no me entiende y yo tampoco entiendo, ni falta que hace. 

Laura y yo llevamos infinitos meses en guerra con la inteligencia y el sentido común. Ah, felices los tiempos en que yo visitaba su casa, ajeno a lo que pudieran pensar sus madres (Querida, ¿no te parece que Laurita y ese muchacho tienen una amistad demasiado… digamos… un poco íntima?), como ajeno estaba a los comentarios que provocaban mis frecuentes visitas a la Facultad de Física (Están un poco raritos esos dos, en cualquier momento terminan empatados… Ah, ¿pero tú no lo sabes? A mí me dijeron que son pareja.); feliz aquel día en que hicimos el amor luego de la última televisita de Salma, la última porque de novia pasó a ex: se había proyectado en el sofá y estaba contándole a Laura cosas de la Luna, y Laura se miraba las uñas y yo tenía autorización para espiar siempre y cuando Salma no me viera, pero Salma solo tenía ojos para Laura. 

No me voy a tomar ninguna maldita pastilla.

No sabes cuánto te estoy extrañando, mi amor, no me canso de mirar la Tierra desde allá, hasta que Laura levantó la vista y la miró fijo y lo siento, Salma, me duele decírtelo, pero esto se acabó, etcétera-etcétera-etcétera, ¿estás con otra? No, con otro, etcétera-etcétera-etcétera, y fue un telerrompimiento superescandaloso, insultos y lágrimas y la imagen de Salma desapareciendo de golpe, no solo de la habitación sino también de la vida de Laura, punto final.

Punto y aparte empezamos nosotros una relación contranatura echa de temeridad y promesas. Sexo en cuartos de alquiler y noches recosidas de estrellas: es Marte, Laura, desde aquel puntico rojobrillante, once millones de seres humanos nos contemplan. 

Besos en lugares donde había que tener mucho cuidado de que nos vieran, como los museos y los parques, pero donde era más fácil hacernos pasar por estatuas. 

Visitas al cine y al teatro y al zoológico. Vida social straight y (ya que el diletantismo habanero se divide en cinco departamentos: Cultura, Ciencia, Política, Deporte y Delincuencia) circunscrita a unas cuantas amistades entre científicos y culturosos. 

Un buen día (lo fue hasta ese momento), Laura me dijo que había perdido la regla. En el esperanto del mundillo, esas palabras tenían un significado muy preciso.

Phetocidal.

—¿Te volviste loca?

De acuerdo, las espermicidas pueden fallar, y de hecho habían fallado. Su venta es ilegal. Su fabricación, casera, a partir de productos cada vez más escasos en el mercado negro. No se les puede pedir mucho. 

Pero el phetocidal es otra cosa. El phetocidal es la solución perfecta pese a los dolores paralizantes y el Nilo Rojo piernas abajo.

“Mamá Hely, mamá Mary, tengo algo importantísimo que decirles: me gustan los hombres”.

—No me voy a tomar ninguna maldita pastilla.

Aquello era inaudito. Me calmé, intenté razonar, le pedí que pensara mejor lo que estaba diciendo.

—Escucha, Dany, quiero esta oportunidad —se llevó una mano al vientre, y cogió mi mano y la puso allí, junto a la suya—, necesito esta oportunidad, y necesito tu ayuda. Por favor, por favor, por favor, por favor.

Me dio un abrazo tipo fastflame, solo que no tan fast y acompañado de una caricia punta-dd-2 (ustedes saben). Entonces se me salió por alguna parte el líquido de la cordura, cuando vine a ver ya no me quedaba la cantidad mínima que hubiera necesitado para no decir lo que dije:

—Está bien. Vamos a ver qué hacemos.

¿Qué podíamos hacer? Llenarnos los pulmones de oxígeno: yo, para seguir paliando la Deuda; ella, para expeler un tremebundo “Mamá Hely, mamá Mary, tengo algo IMPORTANTÍSIMO que decirles: ME GUSTAN LOS HOMBRES”, y provocar la estupefacción, aprovechar el maremoto: avivarlo, recoger unas cuantas cosas y salir dando el consabido portazo. 

A partir de hoy se olvidan de que tienen una hija, ¡adiós! Buscar refugio en casa de Maylynn, compañera de aula y de gremio, amiga no-lesbiana que vive sola en este apartamento prodigio de comodidad subterránea, el único lugar donde se nos ocurrió esconder el embarazo. 

La barriga, ese insulto a las buenas costumbres.


*


¿Apostará por algo una historia donde amar a una mujer se convierte, así de pronto, en algo terrible? A estas alturas, ¿serviría como justificación el hecho de que yo no tomé la decisión de ir a contracorriente por puro gusto, no elegí la tozudez del salmón, no elegí a Laura?

Tatuaje, cicatriz y quemadura.

Todo a la vez.


*


Maylynn y yo somos ágiles cuando se trata de agotar temas de conversación. Ahora quedamos a la espera de que uno de los dos termine el silencio. Pero no hace falta, de eso se encarga Laura:

—¿Dany? ¿Estás ahí?

Las bondades de la trans-sexual: cirugía mínima, tres o cuatro píldoras, inyección de nanomáquinas, disparos al genoma, cambio rápido y completo.

Aquí estoy, como todos o casi todos los días, pero el grito no me da tiempo a responderle. Corremos al cuarto. Los quejidos de Laura rebotan en las paredes. Acaba de comenzar lo que los libros de circulación clandestina llaman, eufemísticamente, “el parto”.

Vuelo hasta la cabecera de la cama, hacia los ojos de Laura que me buscan.

Toco su frente. Cojo su mano. Me aprieta.

No sé qué hacer. No sé si hay algo que hacer.

…ME VOY A MORIR ME VOY A MORIR ME VOY A MORIR…

…VAMOS VAMOS TÚ PUEDES HACERLO TÚ PUEDES…

Llega un momento en que ya no oigo a Maylynn. Ni siquiera oigo a Laura gritar. Le seco el sudor y le beso la mano y la miro y ella me mira. 

Todo lo que existe fuera de sus ojos pierde consistencia y se desmorona. Mi único deseo es que esto acabe lo antes posible. De la forma que sea, pero que acabe. 

Vislumbro cuatro opciones:

  1. Laura muere.
  2. La criatura muere
  3. 1 + 2
  4. Ninguna de las anteriores.

Sea cual sea, pienso, ¿y después? 

Para mí y para ella y nuestro hijo, para mi hijo y para mí sin ella, para nosotros dos después de esta locura o para mí solamente: ¿Qué habrá del otro lado?

(No es necesario que cuente cómo acabó. No tiene importancia.)


*


Solo unas líneas más. Últimamente me han hablado de las bondades de la trans-sexual. Una operación sencillísima, dicen. Cirugía mínima, tres o cuatro píldoras, inyección de nanomáquinas, disparos al genoma. Cambio rápido y completo. 

¿Te gustan las mujeres? Ahorra plata y conviértete en una. He ahí, pienso, la solución perfecta.

Pero yo no la quiero.




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Santa Castro

Orlando Luis Pardo Lazo

Fue, fumó, fascinó.