Acerca de lo dócil y lo inservible

Si te dicen que te quiero, eso no lo dije yo. La evidencia de tal afirmación es precisamente este libro, Lenguaje sucio (narraciones críticas sobre el arte cubano), en el que trabajé durante tres intensos meses como un auténtico lunático o un porno-voyeur de los textos y las escrituras de los otros. 

Un volumen enjundioso en sus contenidos y prolijo en su extensión, que no es sino un acto de amor y de reconciliación, lo mismo que un gesto de distancia y hasta de falta de empatía, si se quiere. 

A ratos, o casi siempre, el exceso de afectos y las perversas cercanías, paralizan, ralentizan, achatan el impulso intelectual sometiéndolo al contrato de turbias relaciones sociales que poco o nada tiene que ver con su verdadera naturaleza emancipatoria y con su responsabilidad histórica. Hace falta poner distancia de por medio para, si fuera posible, alzar la vista más allá de esa línea de un horizonte angustioso y frustrante convertido en maldita circunstancia. 

La cercanía, insisto, se convierte en una situación traumática a la hora de pensar, de calibrar, de jerarquizar y de examinar los discursos críticos de más de una década de pensamiento y de arbitraje sucio. 

Estar en España, vivir en Madrid, puede que sea, al cabo, una bendición frente a las trabas y a la eterna imposibilidad que la Isla pretexta, como esa extraña ideología que justifica la retórica de la parálisis. 

Contrario a lo que suele pensarse, y aunque el dolor y la nostalgia inunden la dinámica de muchos días, la migración no supone nunca una derrota. A veces, entretanto, podría leerse como una victoria sobre la desidia y el cansancio. 

Cuando en su momento, el crítico y ensayista cubano Rufo Caballero, debió referirse a mi anterior antología, sellada bajo el título Nosotros, los más infieles (narraciones críticas sobre el arte cubano 1993-2005), aseguró que se trataba de un “magno relato otro de la cubanidad” que solo, desde la distancia física que me puso a salvo de los cruzamientos y las urgencias vagas del contexto insular, se hizo posible. 

En efecto, esa distancia permitió, lo mismo que ahora, observar con previo aviso y sin demasiada afectación el imponente coro de voces, entusiastas, agudas, brillantes, delirantes y desobedientes todas, que configuran el actual mapa de la crítica cubana, en el que dialogan las ya consagradas con otras muy jóvenes que resultan ciertamente inquietantes y tremendamente lúcidas. 

Todas, a su manera, vienen a sustentar un ejercicio discursivo que será siempre, se quiera o no, un acto de infidelidad y un gesto de desobediencia concertada. 

Esta nueva crítica, a diferencia de la anterior que tuvo una función a ratos más académica y estuvo sujeta a urgencia muy distinta, sí resulta un ejercicio de potencial y alcance legitimador. Obviamente sus contextos de actuación y sus demandas son otras, por lo que la función del discurso crítico, también, es otra. 

La crítica, del tipo que sea, del género que se prefiera y con independencia del formato que ella misma escoja para su realización, ha de ser siempre (im)pertinente, promiscua, interpelante, desestabilizadora;de ahí, claro, su razónde ser. Aquella crítica que solo apunta a la satisfacción permanente de las expectativas del otro en los escenarios múltiples del “teatro de la cordialidad”, deja de serlo para convertirse, de facto, en un texto plano: una suerte de balsa perpetua que peregrina por las aguas de la aprobación y por la pasarela de la sospecha. 

En este mar de páginas (cabría mejor decir océano de páginas), abunda precisamente lo contrario. Aquí se alistan los desobedientes y los infieles, los impúdicos y los traperos, con el afán, entre circunstancial y trascendentalista, de gestionar una cartografía de enunciados —y también de chanchullos deliciosos— que dista mucho del manual de turno, de la asepsia del prospecto y del discurso de probeta, tan del gusto dentro de las tramas y las enrarecidas urdimbres del contexto ideológico insular. 

Esta crítica, más allá de cualquier objeción, responde a un paradigma de instrucción, es una crítica pertinente y en algunos momentos llega, incluso, a asumir un tono suicida. 

Quizás por ello, la primera gran provocación de este volumen habita en su título y en su portada: un coño negro y peludo, obra de la artista cubana, afincada en Costa Rica, Aimée Joaristi, en lugar de una imagen estéril o de un falo en erección pretendiendo conquistar el mundo. 

Hace ya mucho que nos cansamos de esas conquistas, de esas emancipaciones al estilo de barricadas muertas, de insubordinaciones panfletarias, de gritos que no son sino caricias rancias. Toca ahora remover esos cimientos, desplazar esas miradas, advertir de otros modelos y de otras formas de representación y de decir. 

Lenguaje sucio… presenta, como entrada a este universo de lecturas, un coño que no es sino “Mi coño, que es el coño de mi madre y de la tuya. Mi coño que es el coño de mi hija. Mi coño que no es cáliz ni un carajo sino tu moratoria”, como bien escribe, en un acto poético de manifiesta afirmación, la grandísima ensayista del arte cubano Janet Batet

Ese coño y ese título otorgan sentido mayor a este espacio textual en el que, por esta vez, se registran más voces críticas femeninas que en la antología anterior. Evidencia irrefutable, en cualquier caso, de que ese lugar se gana, se conquista, se arrebata, si hace falta. 

En modo alguno esta cartografía —oportuna y enfática donde las haya— pretende dispensar conclusiones, ni ofrecer una imagen acabada de algo, menos aun desea señalar la posibilidad, por peregrina que esta sea, de un nuevo canon, una nueva generación o un nuevo estado de la crítica y del pensamiento cubano dentro y fuera de los contornos lábiles de la Isla. 

Me resultan ajenas las genealogías, las metodologías, los esquemas monolíticos y las advertencias académicas que tanto critican mis amigas y amigos y que, paradójicamente, tanto registran en sus trabajos, ensayos y escritos con tanto recelo y arrogancia desmedida. 

Me interesa, por el contrario, el hábil y pertinaz seguimiento de esos discursos y de esos momentos que van dibujando el rostro —distorsionado o no— de una época, léase un espacio sintomático de reverberación que revela y advierte de otras necesidades y de otras demandas. 

Me interesa, por encima de todas las cosas, esa floración afectiva que me lleva a declarar mi amor por la obra intelectual ajena. Es precisamente desde ese lugar, y no desde otro, donde nace esta necesidad y esta voluntad mía por cartografiar los mundos —inasibles e insondables— de la escritura crítica de una Isla que permanece viva en la ficción, en la fabulación, en el espesor de mis fantasmas y de mis propias utopías. 

No existe certeza, de ningún tipo, acerca del futuro. Ese sitio es un lugar desconocido, una quimera sobre la que algunos, con rango o no de adivinadores o de intérpretes más o menos diestros, intentan descifrar bajo el foco de estrábicas y torpes miradas. De hecho, la crisis de un presente donde se celebra la dimensión yoica y el narcisismo escandaloso de todo tipo de posturas, obliga a mirar hacia un pasado que se supone mejor o especular sobre un futuro sujeto a la necesaria higiene de los tics bajo los que operamos. 

Entretanto no me interesa ni una cosa ni la otra; me puede, distinto de ello, la confianza absoluta en el poder de la escritura y en el alcance de la obra. El futuro, para mí, son estos libros, estas grandes antologías Nosotros, los más infieles, Lenguaje sucio y Clítoris, de próxima aparición. Es en ellos donde deposito mi confianza en tanto que se muestran como el diagnóstico -sin serlo- de un presente que ya es futuro. 

Seguramente, las discusiones que suscite este volumen no serán muy distintas de las que se gestionaron entonces alrededor de Nosotros, los más infieles… Los cuestionamientos acerca de lo que seleccioné o de lo que dejé fuera, duraron bastante tiempo, más incluso de lo esperado. Y es que, nadie podría refutar este hecho, cualquier selección, clasificación o taxonomía del pensamiento crítico deseoso de fundar un mapa posible, supondrá, antes o después, una traición virulenta (y, por tanto, un gesto infiel) a la totalidad y a la más auténtica heterogeneidad del pensamiento crítico, así como de los procesos artísticos, de sus maniobras y de sus arbitrajes. 

Toda selección, subrayo con intencionalidad esta idea, es, de hecho, un claro ejercicio de contracción que acontece en el centro mismo de una gran paradoja organizada sobre la afección inclusiva y la pragmática excluyente. 

¿Existe alguna prevención ante este mal digresivo, por otra parte, necesario? 

Huyendo de esas presiones y de otro tipo de fobias que suelen paralizar a otros editores y compiladores, confieso que, al margen de la exclusión en tanto que premisa metodológica y exigencia editorial, este ha sido un volumen que he gozado de un modo casi sexual en cada uno de sus momentos. Su instrumentación me ha revelado el hallazgo de voces muy genuinas, ha gestionado un escenario de nuevas y hermosas amistades y me ha llevado a releer a esos mismos autores que ya conocía y que toda nueva lectura desviste de mil maneras distintas.

En este sentido, esta compilación de textos críticos, resulta, con mucho, una gran epifanía. Su cuerpo, espléndido y robusto, certifica, como nunca antes, mi predisposición erótica frente a la escritura del otro (de los otros). 

Por tanto, esta narrativa profusa, contenida en más de novecientos folios (el manuscrito original rozó las mil ochocientas páginas), deviene en un espacio del divertimento que celebra, antes que nada, el valor y la pertinencia de la escritura crítica y de sus tonos en el arduo proceso de interpretación, interlocución e interpelación del texto artístico y de las dinámicas socioculturales y políticas en las que esas prácticas simbólicas tienen lugar. 

Obviamente, la escogencia de voces advierte de una asunción de postura crítica, y, sobra decir, que esa misma postura no se resiste a una mediación ideológica/subjetiva reveladora de mi condición de autor, igualmente involucrado en el espesor de estas páginas. Aun cuando no comparto en su totalidad ciertos enfoques y modos de interpretación contenidos en algunos de los textos aquí presentes, éstos han hallado sitio dentro de esta cartografía, en tanto han supuesto, se quiera o no, otra manera de abordar el hecho estético o simplemente se convirtieron en relatores de un síntoma o de una de las tantas características del período en el que se asienta esta nueva selección. 

De este modo, los lectores tendrán la posibilidad de comparar cómo, en el trazado dramatúrgico y casi coreográfico de la mayoría de los capítulos propuestos, habitan lecturas críticas en torno a un mismo fenómeno estético o hecho discursivo, siendo de muy distinta naturaleza sus enfoques, herramientas analíticas y argucias ideológicas y conceptuales a la hora de intentar discernir los sentidos —primeros y últimos— de una práctica artística con un alto poder de significación, complejas claves lingüísticas y diversos mecanismos retóricos, como puede serlo, por ejemplo, la pintura. 

A tenor de la precariedad editorial de la Isla, de la dispersión del discurso y de sus fuentes y del impacto de las publicaciones digitales que diseminan, más si cabe, la consolidación de un cuerpo ensayístico autónomo, este volumen va camino de convertirse, como el anterior, en una memoria analítica de referencia para comprender los procesos discursivos, las estrategias de representación y los goces y licencias de esa producción simbólica. 

Lenguaje sucio… se reclama, desde ya, como ese gran proyecto editorial razonado que confiere un poco de orden al pantano y que ofrece otro poderoso ámbito de visibilidad para el reconocimiento y la validación de ese nuevo coro de voces y de actores protagonistas de la joven crítica cubana. 

No falta vehemencia a esta nueva crítica, tampoco a la anterior. Por lo que este compendio comparte, con el otro, el mismo tono y la misma necesidad de dar constancia de los trayectos de esas voces, de sus modos de articulación y de sus recurrentes embestidas. 

La disposición capitular, igualmente, sigue la pauta de Nosotros, los más infieles… pero en esta oportunidad, queda despajada de ese tono grave y académico para hacerlos más sugerentes y atractivos. Cada uno, en el centro mismo de su dramaturgia, potencia el carácter narrativo de la crítica de arte, apuntando a veces hacia aquello que resulta dócil e inservible. 

En cualquier caso, ese tejido escritural resultante dispensa infinidad de perspectivas, de herramientas analíticas y de contextos ideológicos semiotizados de actuación de esas voces. De un lado están los que celebran la gramática académica dura; de otro, los que prefieren la erótica del placer del texto y hasta la obscenidad de su construcción y maridaje. 

Todos estos textos, en su feliz integración, yuxtaposición y diálogo (in)oportuno, no hacen sino desnudar los resortes más íntimos de las nuevas estrategias de sentidos en este nuevo (y viejo, o anterior) arte cubano. 

La mayoría de estos escritos son generosos en imágenes, señalan la pertinencia de la metáfora y ensanchan los enclaves de una subjetividad que rubrica en los límites de lo real y de lo ficcionado. Todos, sin excepción, con mayor o menor alcance, con mayor o menor destreza, son, en definitiva, los responsables de ese andamiaje teórico-crítico sobre el que se asientan las prácticas de sentido y las derivaciones morfológicas y sintácticas del nuevo arte cubano. 

Este volumen, entonces, absorbe, fagocita, digiere y transforma la portentosa combustión del coro para convertir esta apoteosis textual en un único texto que relata, hoy y siempre, el diagnóstico de una gran infracción discursiva. 


* Nota: Introducción al libro Lenguaje sucio. Narraciones críticas sobre el arte cubano (Hypermedia, 2019), de Andrés Isaac Santana.




Lenguaje sucio. Narraciones críticas sobre el arte cubano

Listado de artistas

Andrés Isaac Santana

Del libro Lenguaje sucio. Narraciones críticas sobre el arte cubano, de Andrés Isaac Santana (ed.).