El ocaso del bohemio
Serenatas, un trío olvidado.
Cantá, pájaro, a la última ventana abierta,
a las estaciones devastadas, a la hierba.
Tensá tu guitarra contra el destino.
La carne y el mendigo, migajas caen como delicias.
No habrá campana de bronce en tu honra.
Cantá, lira o musa, en la noche de Orfeo.
Ni lápida de mármol bajo la cruz en el yermo.
Cantá, pájaro, con la voz llena de tétrico estéreo,
Firme soldado, el verso es cuerdo, cantá cuervo.
El lunes, en noviembre, a la luz de venus,
vi tu nombre hecho fuego y a tu perro durmiendo.
Dibujé en los balcones, tu dorso y viceversa.
Pintá sobre lienzo, sobre pieles rotas,
el hambre de tu ser, divino buitre alquimista.
Estación de circo, valle de monos.
Malabares del caos, musa triste.
¿hacia dónde saldrá el sol mañana?
En las plazas, dormideras, sueños, trizas las alas,
en ciernes una brisa.
Las palomas, ángeles del insomnio,
confiesan tus pecados.
Bebé el agua de la lluvia y acariciá al viento que baja.
Recogé la ofrenda y elevá una oración al multiverso
Arrancá una hoja,
cantá de improviso, bohemio.
Nunca habrá un día mejor que hoy
ni un presente más lúcido
que ahora.
Abrázame perro
Desperté y el rostro de terror del sol,
se vendó los ojos de espanto,
olvidó la fe de los buenos.
Invadió la urgencia, las palabras
que no dejan huellas, solo cenizas,
Sudoración, fiebre, loca avaricia.
Pensar el mañana,
bajo mi lengua la última gota de miel
y mis manos que no logran atrapar
un solo pan lanzados a los vientos.
La maquinaria de humo suena
los huesos, mueca falsa, muñecas quebrándose,
flores secas, duendes grotescos
han invadido los hogares,
vendedores de pesadillas,
el miedo asomándose en los estantes
del almacén en quiebra, borracho
con el alcohol de la caña sobrante
y su polvorienta alegría espera
saltar a las calles y bailar la danza
de los espantapájaros.
Las miradas se estrellan en los muros,
y las perreras deliran el desamor de
los humanos,
las lágrimas amasan un revolver del barro, sombrío y fatal.
Abrázame, perro.
La noche trae el rostro cansino de la luna sumisa,
y la única estrella está más lejana que nunca,
el largo camino se estrecha y le crecen espinos,
los fantasmas cosechan hongos malditos,
al borde del amanecer llueve silencio.
Febriles lobos descosen el horizonte
y sueltan aves oscuras a picotear
los racimos de estrellas. A los ojos
curiosos la cortina, la bruma, el despojo,
nenes, corran a los pechos,
con avidez a beber la leche tibia
que el mañana viene silbando como un flaco.
Soldados ruidosos empujados por la noche,
marchan en las calles sin nombres,
¿a quién matar? Si no a sus propios sueños.
Jinetes perdidos buscando a sus madres
¿es este el camino? Senderos en llamas van
borrando vestigios de dónde venimos.
El árbol en pánico lanzando al tiempo
semillas suicidas a buscar las venas
de la tierra devastada. El canto sombrío
del pájaro en quiebra que ronda los sepulcros,
graciosas las cruces al costado del camino,
muertos abandonados por seres que ya no existen.
Destino extraviado en un pueblo pequeño,
pregunta donde viven los brujos y el bar más cercano.
El pequeño mago y la fábrica de lamentos insurrectos,
para desanudar el laberinto y sacar a los huérfanos al sol de invierno.
Crías de cuervos, el mañana no espera,
vuela, el despertar es una trampa,
la cercanía de la montaña ilusa, el amanecer y la niebla fría de sal.
Solo estaba soñando correr a mi infancia
lúdica en el patio de mi casa.
Abrázame, perro, fue largo este día.
La noche
Allá afuera se pasea desnuda la noche, sueña con
orgía de estrellas.
Y estallido en la vía y un tren peregrino,
y una luciérnaga entre mis dedos tejiendo perseidas,
con la luz de allá afuera.
hay música y moscas, hay perros y ranas
y hay hormigas borrachas sobre las hojas de los tréboles
y finas lágrimas de la noche en sollozos.
Cuando las estrellas no traen consuelos
Sino el delirio.
Allá, la silueta de huesudos bueyes pasea calaveras,
y parpadean pupilas de mar y arcilla, y me invita,
se abre de par en par y me invita,
en mi ventana abierta, un coctel
de menta y abismo.
Recuerdos
Traigo recuerdos
de aquella edad iluminada
desde el sueño
en el que éramos hermanos,
y la casa nos albergaba a todos.
Los traigo…
desde la memoria sencilla;
tu voz, el bosque, el lobo…
y el niño que gritaba:
—¡Mamá, mamá,
otra vez el monstruo!
Era la presencia de la luz y la sombra,
sutiles arañas entre mis dedos.
No sé si desperté de hambre
o quizás solo necesitaba un abrazo.
La memoria es una puerta que huye,
un espacio absorto de voces
con fugaces caminitos,
cuentos de miedo,
mitos de infancia,
y héroes que no volvieron a la casa.
Relatos del abuelo y su magia,
que adormilaban en la siesta
a niños traviesos.
Una ilusión…
una letanía de cigarras,
de bueyes lamiendo la tierra,
y el perro sudando inmerso en el sueño.
El cántaro lleno de agua,
y el obrero que labra
las entrañas de la arena.
Es la memoria un extraño
que toca la puerta…
llevando un cofre de plata.
Son las manos
que tejen en silencio el olvido
de una tarde borrosa
la lejanía que vuelve a la casa.
Ella es un horizonte en llamas,
un paraje inmortal,
una luz, una sombra, una carretera,
una siembra, una herida, una flor…
un lugar que me espera,
y al que volveré antes del atardecer.
El largo camino de las hormigas obreras
Se despertó en silencio el otoño
de las hojas dormidas,
sobre las espaldas equinas de un pueblo
que camina,
el amarillo sin sombra del follaje
que filtra la lluvia,
el sueño de los leñadores es llegar
al cauce del río,
beber el agua, mirar a la luna, hecha trizas
sobre el lago agitado,
escurrir sus lágrimas de mil años, sus éxodos
de verano,
ese silencio pegado a la piel que un día
sus ojos abrirán,
al acecho el ave que come los sesos de arañas
y los sueños,
verán batir sus alas sobre las copas del árbol,
dejará herida a la esperanza en sus negros
ojos vidriados, y temblando sus brazos de espinos clavados
en la arena,
verán al hermano entre las garras
del ave asesina,
primero comerá sus patas y seguidamente
su abdomen ovoide,
en noche de trueno, batirá el follaje sus ramas
en defensa del amor,
en ese instante, los legionarios indomables abrirán un hueco
a la oscura copa del mañana,
embriagadas en rocíos, el agua dulce que beben
los vencedores al amanecer,
y la legión de huesos dorados no cederá
un metro de su tierra,
atenazadas entre sus picos de monstruo la nación
que le pertenece,
parirá la crisálida marabunta irreverente
y el fuego en sus ojos,
sin miedo a las sierras, comerá al rojo la carne de los
verdugos de la selva,
y de las leñas nacerán las ideas que arden, el humo que eleva
las voces incomodas,
y el largo camino, revolución que late en medio del pueblo
que abraza el bosque, reverencia los ríos, y arroyos,
y las gotas del agua que cae de las hojas
en primavera,
abrazados los duendes elevarán la plegaria
al árbol frondoso,
de frutos que contienen la vida, de flores que atraviesan el bosque
con fragancias como flechas,
y abejas que zumban celosas del néctar, cuando caen naranjas al suelo,
cansadas de esperar
el pico amigo del pájaro que besa, a la ardilla temerosa
a las garras del búho, con alas hechas de silencio,
el grillo que come y canta, bailará al abrigo de una sola hoja,
mientras mueve la arena de grano en grano,
y su grito será gigante fantasma, cuando la noche hace sombra
de la luna, en madrugadas eternas,
sobre las espaldas equinas de un pueblo que camina, veleros de otoño,
despierta, despierta.
Libélula
Una libélula nocturna vuela alrededor de una vela, embelesada.
—¡Tonto insecto! ¿Qué querés?
Es una simple vela de luz tenue, no tiene más misterio. Una luz tenue, aburrida.
—¡Tonto insecto!
Miré las estrellas, embelesado, titilan allá, lejos, muy lejos, miles de años luz quizás.
—¡Tonto humano!
Es una estrella, no tiene más misterio. Una luz del lejano ayer.
—¡Tonto humano!