En los velorios
o a la hora en que el sueño era ese manto
que tapaba los ojos,
ellas eran como libros fabulosos abiertos
en doradas páginas.
Las negras viejas, pico
de misteriosos pájaros,
contando
como en cantos lo que antes
había llegado a sus oídos.
Éramos, sin saberlo, dueñas
de toda la verdad oculta
en lo más profundo de la tierra.
Pero nosotras, las que ahora
debíamos ser ellas, fuimos
contestonas,
no supimos oír, tomamos
cursos de Filosofía,
no creímos.
Habíamos nacido demasiado cerca
de otro siglo. Solo
aprendimos a preguntarlo todo
y, al final, estamos sin respuestas.
Ahora en la cocina, el patio,
en cualquier sitio, alguien,
estoy segura, espera
que contemos lo que debimos aprender.
Permanecemos silenciosas,
parecemos tristes
cotorras mudas.
No supimos
apoderarnos de la magia de contar
sencillamente
porque nuestros oídos se cerraron,
quedaron tercamente sordos
ante la gracia de oír.
Sueños, espíritus y memoria en la poesía negra de Eusebia Cosme
Puedo sentir las palmas suaves y gentiles de las mujeres que me guían. Saboreo el cálido congrí que sale de una olla empleada una y otra vez en el sagrado acto de cocinar el pasado.