He aquí las ropas de la abundancia,
mientras más informales, más bellamente escandalosas.
Títulos universitarios, grandes libros
especialmente escritos
para los departamentos de sociología
de prestigiosas universidades que han pagado
los gastos.
Las visas las obtienen rápidamente.
Buenos informes sobre campañas antibelicistas.
Protestas contra la guerra del Vietnam.
En fin, son gentes que han elegido
el curso sano y correcto de la Historia.
Han tomado el avión contra sus leyes,
pero son los viajeros más cómodos del porvenir.
Se sienten dulcemente subversivos,
en paz con sus conciencias.
Sus cámaras Nikon, Leica, Roliflex relucen, perfectamente
aptas para la luz del trópico,
para el subdesarrollo.
Las libretas de notas están abiertas
para los interrogatorios objetivos,
aunque, claro, sienten un poco ilícito, parcial
el corazón, porque ellos aman las guerrillas,
la lucha, la vida a la intemperie
y el extraño español de los nativos.
En dos o tres semanas ya tienen experiencia
suficiente para escribir un libro sobre los guerrilleros,
sobre el carácter cubano (o ambas cosas)
y sobre la especificidad del español un poco descarado
pero excitante de los cubanos.
Todas son gentes cultas, serias, provistas de sistemas,
de modo que no es raro que regresen frustrados
por la falta de libertad sexual de los cubanos,
por el puritanismo inevitable de las revoluciones,
por lo que, finalmente, con cierta melancolía,
se deciden a llamar divorcio entre la realidad y la práctica.
En privado (no en libros ni en conferencias)
confiesan que cortaron más cañas que el mejor machetero,
“un tipo constantemente obsedido por la siesta”.
No ocultan que la gente en los campos prefería bailar,
que los intelectuales “nada politizados” eran capaces
de ocuparse hasta en la poesía.
La noche del regreso, cuando se acuestan con sus mujeres,
piensan que han adquirido músculos sobrenaturales
y actúan como negros sencillamente abyectos.
Sus muchachas, preñadas generalmente cada tres años,
aplauden a estos maridos inusitados, ahora insaciables.
Durante varios días proyectan diapositivas
en las salas oscuras, donde aparece el viajero,
el héroe de la familia rodeado de cubanos: los guías
del ICAP, flacos y mal vestidos, sonríen a la cámara.
El montón de nativos abraza fraternalmente al héroe.
Poema del libro Provocaciones de Heberto Padilla. Madrid: La gota de agua, 1972.
Monólogo del maestro ante el niño
Por todo lo que ignoro. Sí. / Por todo lo que ignoro / y por lo que, sabiendo, no te di.