Réquiem

Esta ciudad nació de la sal del puerto
y allí creció caliente, deschavada,
el sexo abierto al mar.
El clítoris guiando a los marinos
como un faro de luz en la bahía.
Y dentro el Barrio Chino, Tropicana,
Floridita, Alí Bar, Los Aires Libres,
orquestas de mujeres musicando
un chachachá bailado por marcianos.
Hablaba, bozalona,
en una turbia mezcla de yoruba y castilla,
de calé y catalán, de bable y congo,
y todo ese patois, ese creole,
ese rico esperanto entreverado
de algarabías moras, chácharas cantonesas,
jerosolimitanas jergas de judíos,
bárbaro spanglish de bares y bayuses.
Atarantada, confundía libaneses con turcos,
asturianos y vascos con gallegos,
israelitas de Ucrania con polacos,
y todos juntos y a la vez gritando
en mesas de manteles de mal gusto
cubiertos con tamales amarillos,
grises cangrejos, rojos camarones,
blanquísimos arroces machihembrados
públicamente con frijoles negros,
plátanos como vergas y de postre
una papaya abierta como un reto,
un gran habano y un buche de café,
infusión preferida de Satán, negra y humeante.
Experta en contrabandos se vestía
con brandys, sedas chinas,
o bien andaba en rones o en harapos
y rezaba el domingo de mañana
en iglesias de un gótico mendaz,
falso románico, columnatas barrocas
sosteniendo el tramposo art nouveau de las mansiones.
Acomplejada, impúdica, ridícula,
disfrutaba de un oscuro placer
impersonando a putas más famosas:
en su bahía un Cristo gris,
contaminado por los lentos vapores de la fiesta.
Allá, en el vientre, un Prado de juguete,
un vacuo Capitolio y rascacielos
que no tocaron nunca el culo de las nubes.
Pavorreal del trópico extasiado
en los vitrales y ocelos de su cola reflejada en el mar,
graznaba a prima su profundo dolor
radioescuchando novelones,
serpientes de la desesperanza inventada por ella
que recorrían el mundo proclamando
la maldad insaciable de los hombres.
Luego, en las noches,
sacaba los colmillos de vampira
para elevar un himno a las trucidaciones
con letra y música de La Guantanamera.
Y ya en las madrugadas
se jugaba a la suerte hasta las nalgas
que solía perder con gran contento.
Se entregaba a gozar y a raros ritos
y amanecía bailando, la cabrona,
boleros, mambos, rumbas,
en bembés, cocktail parties y saraos,
saturnales del diablo, su ángel más venerado.
Nada la conmovía, ni siquiera
la sangre que sus hijos ofrendaron
asaltando el Palacio del Tirano.
Siguió carnavaleando, se diría
que nadie hubiera podido enamorarla,
apagarle la música y dejarla
como una esposa fiel, tan tranquilita.
Poco después bajaron los guerreros
recitando ¿qué décimas,
qué epitalamios, silvas, madrigales,
para hacerla olvidar siglos de rumba?
¿Con qué wemba lograron hechizarla?
Se enamoró de la virtud como una puta.
Pidió perdón hincada de rodillas
para expiar sus múltiples pecados.
Sacrificó sus congas, sus mentiras,
sus jabones de olor, sus fruslerías,
sus lujurias, pasiones, arrebatos.
Comió en mesa frugal un par de huevos.
Gritó pura y feliz hasta quedarse ronca.
Hizo una cola larga, interminable,
y sólo a su pesar, algunas veces,
metida con un santo o con un macho
sufrió las delirantes nostalgias del bembé.
No bastó aquella entrega.
Los hijos de la puta, nosotros, sus bastardos,
la negamos tres veces. Ya no tuvo
pinturita de uñas, ni siquiera
un buchito de alcohol de reverbero
que llevarse a la boca en sus delirios.
Y si gritó de sed, no la escuchamos.
Andábamos clamando por el mundo
como una llamarada de pureza.
Casi murió de lepra, las legañas
nos la dejaron ciega, el gran silencio
le produjo sordera, el desamor
le descarnó los labios, la demencia
le arrancó los cabellos, la tristeza
le fue secando el sexo. Una mañana
la fealdad la asesinó del todo.
Queda tan solo un triste simulacro:
este fantasma de una vieja puta
o de una virgen tuerta y sin altar,
estos, Fabios, ¡ay dolor!, que ves agora,
campos de soledad, mustio collado,
pasto para turistas
que recorren las ruinas murmurando:
“Dice que fue candela,
que encendía el rumbón con la cintura,
que alguna vez, la pobre,
estuvo viva”.




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Magali Alabau

Magali Alabau

Magali Alabau. Poeta. Nació en Cuba y reside en Nueva York desde 1968. Estudió teatro. Ha publicado entre 1986 y 2016 nueve poemarios.