Wo
El filósofo Mo Tse enseña: refutarme es como
tirar huevos a una roca.
Se pueden agotar todos los huevos pero la roca
permanece incólume.
El filósofo Wo agota los huevos del mundo
contra una roca
y la conquista.
Primero, al hacerla memorable.
Segundo, porque en lo adelante y dada su
amarillez excesiva,
quienes acuden a la roca
confunden la luna y los caballos.
Y tercero, aun más importante: un veredicto
actúa sobre otro
veredicto,
anula la obsesión de sus palabras.
Gramática de papá
Había que ver a este emigrante balbucir verbos
de yiddish a español,
había que verlo entre esquelas y planas y
bolcheviques historias
naufragar frente a sus hijos,
su bochorno en la calle se parapetaba tras el
dialecto de los gallegos,
la mercancía de los
catalanes,
se desplomaba contundentemente entre los andrajos de
sus dislocadas conjugaciones,
decía va por voy, ponga por pongo, se zumbaba
las preposiciones,
y pronunciaba foi, joives decía y la calle resbalaba,
suerte funesta déspota la burla se despilfarra por
las esquinas,
y era que el emigrante se enredaba con los verbos,
descargaba furibunda acumulación de escollos
en la penuria de los
trabalenguas,
hijos poetas producía arrinconado en los entrepaños
del número y desencanto
de las negociaciones,
y ahora sus hijos lo dejaban como un miércoles
muerto de ceniza,
sus hijos se manchaban hilvanando castellanos,
ligerísimo como sus hijos redactando una sintaxis
purísima,
padres a hijos dilatando la suprema exaltación de
las palabras,
húmedo el emigrante se encogía entre los últimos
desperfectos de su
vocabulario rojo,
último padecía para siempre impedido entre las
lágrimas del Niemen,
fin de Polonia.
Mi padre, que está vivo todavía
Mi padre, que está vivo todavía
no lo veo, y sé que se ha achicado,
tiene una familia de hermanos calcinados
en Polonia,
nunca los vio, se enteró de la muerte de su
madre por telegrama,
no heredó de su padre ni siquiera un botón,
qué sé yo si heredó su carácter.
Mi padre, que fue sastre y comunista,
mi padre que no hablaba y se sentó a la
terraza,
a no creer en Dios,
a no querer más nada con los hombres,
huraño contra Hitler, huraño contra Stalin,
mi padre que una vez al año empinaba una
copa de whisky,
mi padre sentado en el manzano de un
vecino comiéndole
las frutas,
el día que entraron los rojos a su pueblo,
y pusieron a mi abuelo a danzar como un
oso el día sábado,
y mi padre se fue de la aldea para siempre,
se fue refunfuñando para siempre contra la
revolución de octubre,
recalcando para siempre que Trotsky era un
iluso y Beria un criminal,
abominando de los libros se sentó chiquitico
en la terraza,
y me decía que los sueños del hombre no son
más que una falsa
literatura,
que los libros de historia mienten porque el
papel lo aguanta todo.
Mi padre que era sastre y comunista.
He venido a llamar trece hombres
He venido a llamar trece hombres para que vengan
a enterrar a mi abuelo.
Vaya, que le pongan a mi abuelo el batilongo del
esplendor los judíos.
Sí, que lo carguen en cenizas, a este cordero
lechoso, que se desgrana
su carne blanca en las
urnas.
Y todos los judíos de Ostrava, de Zvolen, de
Ternava y de Brastislava
vengan a Praga a ver como lamentan los
ancianos la expulsión,
saquen las cajas de cuero cuadrado y amárrenle
los brazos para que
peregrine por los
abecedarios del
Deuteronomio,
para que abuelo peregrine con sus grandes cajas
de habas entre los
hombres de negocios.
Este es el libro de los salmos que hizo danzar a mi madre
Este es el libro de los salmos que hizo danzar
a mi madre,
este es el libro de las horas que me dio mi
madre,
este es el libro recto de los preceptos.
Yo me presento colérico y arrollador ante
este libro anguloso,
yo me presento como un rabino a bailar una
polca soberana,
y me presento en el apogeo de la gloria a
danzar ceremonioso
un minué,
brazo con brazo clandestino de la muerte,
yo me presento paso de ganso a bailar
fumando,
soy un rabino que se alzó la bata por las
estepas rusas,
soy un rabino que un Zar enorme hace
danzar ante los
bastiones de la
muerte,
soy el abuelo Leizer que bailó ceñido
ceremoniosamente
al talle de la abuela
Sara,
yo soy una doncella que llega toda lúbrica a
dilatar las fronteras
de esta danza,
yo soy una doncella dilatada por un súbito
desconcierto de
los tobillos,
pero la muerte me impone un desarreglo,
y hay un búcaro que cae en los grandes
estantes de mi
cuarto,
y hay un paso lustroso de farándula que
han dado en falso,
y son mis pies como un bramido grande de
cuatro generaciones
de muertos.
Desolación de Rebb Leizer
Pues fue su tierra duramente la aldea Chejonov.
Rebb Leizer chancleteó por los hornos de
carbón con la cabeza
rapada.
Rebb Leizer almacenó insaciables toneladas
de papas en los túneles
de una casa.
Pequeñito palpaba la sal de la atrición con la
punta de los dedos.
Y con la punta de los dedos alzaba pequeñito
la exhalación de los
salmos.
Su voz ardía entre los cráteres rojos de una
cronología.
Goteaba la yema del dedo índice un vino
espeso.
Rebb Leizer distribuía entre sus hijos la
tentación del oro.
Evadía con su bastón intransigente la
redondez agreste de
los panes.
Y acodado a los suplicios de un mostrador
desconocía el sobresalto de los peces, la
brumosa indecisión
de un puerto.
Sus siete hijos perecieron
entre los ancestrales engranajes de la guerra:
y Rebb Leizer afirmando el muñón de los
sufrimientos.
Y Rebb Leizer anotando paradigmas en
un libro sagrado.
Naturaleza muerta de Franz Kafka (tríptico de Franz Kafka)
Le cupo amar los gorriones.
Porque era un hombre abundante y detestable
quiso creerse oscuro como
si fuera un habitante de la
ciudad de Viena condenado
a inspeccionar el mundo
desde los ventanales que
Stalin concibió en el
Kremlin.
Pero soñaba también con los cañaverales.
Vio un día que lapidaron la imagen de San Juan
de Patmos en los ojos
rasgados del fuego.
Y se sintió circundado de palomas.
Vasto en exceso, conoció momentáneamente las
desdichas de la ambigüedad.
Creyó verse asesinado entre los matorrales por los
gendarmes.
Por su falta de clarividencia conoció el futuro.
En la piedra de los holocaustos comprendió su
significado.
Dejaba demasiadas circunstancias por terminar.
Nadie compareció: llamaban a los fiscales en la
piedad.
Lo empezaron a buscar por Praga o en la incesante
garúa de Lima
pero solo desenterraban el veredicto que dejó en
las bibliotecas.
Nadie entre tantísimos documentos lo quiso consolar.
Meditación
El cencerro.
Diez golpes de la esquila y contra el batintín,
diez
golpes. La cuerva
se agita sobre el cuervo, la ardilla unos meandros
apresuradísimos tras
la ardilla: algarabía
los gorriones. La helada colma de carámbanos
las altas ramas del
viejo
sicomoro: alba
y fractura de una alta rama, pedregosa. Cae
con su silencio
de saeta y el cuervo se agita sobre la cuerva,
retraimiento
momentáneo
la ardilla: el gong, diez voces. El samurái da
un paso al frente,
tropieza con la
sombra
del Emperador.
Satori
El gusano
(impenitente)
(otro aspecto del
interrogatorio de
Dios) se concibe
a pies juntillas
causa (eficiente)
de destrucción de
la manzana.
Falaz.
Falaz.
Horada
(avanza) a
sabiendas que
la manzana
le entrega
un cuerpo
carnoso
(redentor).
Ánima
Un campo de achicoria.
La vaca pastando la vaca pastando.
El campo agostado un último ramillete de achicoria
en el florero de casa.
Círculos en derredor de sí misma el aura tiñosa.
Secos los campos muerta la flor de achicoria en el florero.
La tiñosa cebándose la tiñosa cebándose de la víscera azul de la res.
Ánima
Grácil es el vuelo del ave de carroña.
Aura tiñosa amada, monda el hueso donde el corpúsculo
lo tritura a la estupefacción
de la carroña.
Aura tiñosa, roya del aire, carcoma de estupefacción, de
ti misma tiñosa.
Ingiere traga atraca: desembucha el largo círculo
concéntrico de vuelta al
antecedente primero
(gástrico) de tu vuelo.
Herida fugitiva la carroña a tu boca.
No temas, aura, la gracia postrera de la pestilencia: Eva
apetece flores, la carne
descompuesta de Adán
se reordena al resplandor
de un orificio: secundaria
avidez, tus garras.
Intercédase por mí con el aura tiñosa: seré su alimaña
de los campos, dígnese a
concederme por vía de la
euforia del día (Dios) a
perpetuidad en su euforia:
perpetuidad irreprimible
del conejo de Indias al
algarrobo a la hojarasca
del conejo de Indias.
Ánima
Mi nombre, mal pronunciado, será una calle.
En un farol se posará a dormitar la lechuza en
la madrugada.
Será una calle rectilínea perdiéndose en una bahía
de hondo calado cuya
refracción recorre la
configuración del
caimán en dirección
contraria se abalanza
saeta perpendicular
rumbo a una calle
oblicua (innombrable)
a la entrada de la Ciudad
de los once cimientos.
Me gustaría que en sus dos extremos (y ya sin otro
incremento) hubiera una
maceta con vicarias
blancas (inmarcesibles)
su reflejo en lo alto
chispas de un hormiguero
hecho de la duración de
toda la duración que
engendrara en carne
viva la figura (no
merma) de mi abuelo.
Autobiografía
Exhorta las aves, una de las paredes en sombra de su cuarto,
exhorta el vano de
la ventana, el cuadro
naïf que le obsequiaron
en Chile, aves acudid al
cuadro, acompañadle de
nuevo a Chile, Isla Negra,
la casa de Neruda (una de
tres) estaba cada vez más
gordo, almorzar con
Damaris Calderón.
Leer la prensa de los años cincuenta, véase cómo el
tiempo no transcurre,
El Mundo, El País, el
Forward (yidisher
zeitung) ver la hora de
Mamacusa Alambrito,
la Taberna de Pedro
(Pedro Polaco y
Palanganovich) los
martes.
Sentarse en el suelo a jugar a los yaquis, palitos chinos,
a las damas con su
hermana la señorita
Sylvia entrando en
el baile que la bailen
que la bailen, el Barrio
de las Yaguas, y ojo,
no ir a Rancho Boyeros
que esta vez no se
regresa a la Isla de
Corcho, concho.
Bandadas de tojosas lo mandaban a callar, las
desafía, se callan las
buchonas, torcazas,
no hay manera de
ponerse de acuerdo,
una Isla de cuatro
kilómetros de largo,
tres metros de ancho
y no hay modo de
entenderse. ¿Qué quedó?
¿Tirar a bachata una vida,
ver caer desinflado el globo
de Cantolla? A todo lo largo
del Pacífico delfines,
cormoranes, en el cuadro
de la habitación un barco
a vela, bandera chilena,
Damaris Calderón señala
(estatuaria) desde un
silencio un gran silencio
bosques de jagüeyes
grandes y chicos, un
quiltro, un perro sato
afueras de La Habana
y aquella huella fuera
jueves o viernes (seguir
leyendo) que tanto
preocupaba a Robinson
Crusoe.
De mis diarios
Esperando a Godot, comprar. De repente
reaparece la etapa en
Mills donde trabé
amistad con Alvin
Curran, todavía vive
(vivimos) Curran,
Roma, yo (¿no te
jode?) Hallandale.
Llueve. El huracán.
Tiene nombre irlandés,
nada me significa salvo
el punto literario, Beckett,
Joyce, et al. Curran,
judío de Providence
qué caché, su Canti
illuminati y los chipmunks.
Si con estos elementos
se conforma un poema
señal que me estoy
secando como los
mares, ríos, lagos,
charcos y albercas
del planeta: no
quedará una ninfea
en nuestro seco
entorno como un
coco de agua sin
agua ni masa.
Cuatro de la
madrugada, en
efecto Nizri, soy
papel, por mis
venas corre tinta
Pelikan azul de
Prusia, papel
que hago conmigo
mismo, acabaré
por ser referencia
literaria de mí
mismo. Recordar
comprar a Godot
en castellano,
escribir a Abel
Herrero (Parma)
sobre Curran
(Roma) desde
Hallandale mientras
oigo llover cataratas
de agua seca de un
ciclón con nombre
irlandés. Resulta
que tras volver a
escuchar La noche
(Kristallnacht) de los
cristales rotos, música
de Salomone Rossi,
surge en mí, Adenoid
Hynkel, toda esa
jodienda de nosotros
los judíos que también
tenemos alma embutida
en un cuerpo.
De Últimas horas
Mi materia participa de una sustancia que sirve
de postre al hambre final
del gusano, su sobremesa,
sirve de elemento nutritivo
al fuego (no hay fuego
redentor, fuego es fuego)
leña soy, ascuas, rescoldo,
en cuanto me enfrío devengo
ceniza, de la madera postre
de la tierra, pasa a la boca
de la lombriz, del milpiés
que horada y ventila el
jardín que me acoge
malva blanca, por
ejemplo, come médula
de esta ósea condición
que tiene su duración,
acaba en un saco de
papas, por ejemplo,
nuevas.
Donde termino comienzo, paso de función en función,
mercachifle hebreo,
trapero, vendí aves
de corral, yo mismo
le retorcía el pescuezo
a la gallina para caldo
de la casera que
pasaba los lunes a
la compra, obrero
viví del trabajo de
mis manos, y no
del mental vendiendo
papel que es humo,
papel mojado, letras
de cambio descontando,
todo a base de
porcentajes, finanzas:
acabé haciendo
carpintería, dos
travesaños para
uno de los miembros
del Dios Trino, no es
fácil preservar el
equilibrio de la Cruz
del Gólgota para
Gloria del Crucificado.
Nunca más volveré a morir. Me quedo quieto, sonata
(Primavera) de Beethoven,
termina el día, la sustancia
que soy cumple su función,
devengo ceniza, coagulo
malva o papa, en pérgola
me veo glicina, cuelgo,
en campos de mastuerzo
florezco, muero flor de
calabaza: mi cuerpo por
transubstanciación lo
sirve el cocinero del
monasterio budista
o capuchino, adónde
fue a parar papa hervida
mi cuerpo, en dos partida,
cada mitad salada en el
plato donde el monje
mastica, tiene cada
cual su función: nada
más sobrecogedor que
ser triturado sustancia
en un refectorio tibetano,
trina vez primera por
gusano, luego por el
fuego, y ahora por el
abad del monasterio.
¿Podré verme entre las siete estrellas un día en
Laodicea, entre los siete
candelabros de oro en
Efeso, y servir de
mensajero a aquel
que llamaron
primogénito de los
muertos y ser
redimido de qué?
No tengo redención,
qué hice. No tengo
salvación, a qué. No
participo, no pido
consuelo, mi desolación
no tributa beneficios, el
ramillete de malvas
para mi madre carece
de justificación, el saco
de papas lo carga
todavía mi padre de
Polonia a La Habana:
del fuego surge la luz.
No veo, no veo a quién
me entrego, a lo sumo
me veo Melibeo, coloco
la alianza a los pies de
Guadalupe descalza,
soy Baucis, me entrego
a las llamas con Filemón
entrelazados en
Capadocia.
© Imagen de portada: José Kozer.
Sobre el autor:
José Kozer (Cuba, 1940) es hijo de emigrantes judíos de Polonia y Checoslovaquia. Entre 1960 y 1997 vivió en New York, donde fue profesor de Español y de Literatura en lengua castellana en Queens College. Su poesía ha sido traducida al inglés, portugués, francés, hebreo, griego, alemán e italiano. Sus poemas, ficción, diarios y ensayos se han publicado en numerosas revistas de América y Europa. Ha traducido, asimismo, dos volúmenes de la obra de Hawthorne, Kokoro de Lafcadio Hearn, poemas de Delmore Schwartz y por vía indirecta (a través del inglés) obras japonesas de Saito Mokichi, Natsume Soseki, Akutagawa y el poeta monje medieval Saigyo. Su obra está representada en numerosas antologías y se han escrito varias tesis doctorales sobre su trabajo y monografías acerca de su obra. En 2002, Jacobo Sefamí editó La voracidad grafómana, artículos, notas, testimonios, reseñas, documentos y bibliografía sobre José Kozer en la UNAM (México). Ha publicado más de cincuenta libros de poesía entre los que destacan: La rueca de los semblantes (León); Bajo este cien (México y Barcelona); La garza sin sombras (Llibres del Mall, Barcelona); Carece de causa (Buenos Aires); Dípticos (Bartleby, Madrid); Farándula (México); No buscan reflejarse (Letras Cubanas, La Habana); Anima (FCE, México) y dos libros en prosa: Mezcla para dos tiempos y Una huella destartalada, diarios (Aldus, México). Visor editores de Madrid publicó una amplia antología de su obra titulada Y del esparto la invariabilidad con prólogo de Reynaldo Jiménez; y Monte Ávila Editores de Caracas una antología suya titulada Trasvasando. Ha obtenidos los premios Pablo Neruda (2013), Montgomery Fellow (2016) y el Premio Avellaneda del CCCNY del 2021.
Ana Varela Tafur
Ana Varela Tafur (Perú, 1963). Poeta, docente y activista cultural. Ha publicado, entre otros títulos, ‘Lo que no veo en visiones’ (1992), ‘Voces desde la orilla’ (2000), ‘Dama en el escenario’ (2001) y ‘Estancias de Emilia Tangoa’ (2022).