S/T. Foto de Irina Pino.
Un eternizador de dioses del ocaso.
“La maza”. Silvio Rodríguez.
Irina Pino, amiga y colega de Havana Times, publicó en su muro de Facebook una imagen de libros desechados en la basura. Buenas ediciones, excelentes obras.
Mi amiga se indigna. Le digo que me comparta la foto para escribir este post.
¡Ah, los libros! ¿Cómo olvidar los que he atesorado a la largo de mi vida…?
Obras que descubrí en el momento exacto y me cambiaron internamente. Autores que me ayudaron a orientarme en este confuso y doloroso mapa llamado existencia.
Esos los conservo en un anaquel especial, con su aroma único (porque liberan moléculas de sustancias químicas que semejan la vainilla o la almendra, más o menos concentrados en dependencia de su grado de antigüedad).
Ejemplares que han pasado la prueba del tiempo, e incluso, de estos tiempos salvajes.
Y es que en Cuba se ha perdido el pudor por todo. Desde que ves a gente de cualquier edad hurgando en la basura, el estado general de las calles y la condición de los hospitales, qué puede significar un libro, por valioso que sea para la literatura universal.
Yo misma he usado páginas de obras clásicas para recoger excrementos de mis gatos. Empecé por los más viejos, raídos por la polilla. Páginas amarillentas impresas con reflexiones profundas e impecable sintaxis. Enciclopedias de hojas satinadas, cargadas de grabados o fotografías que remontan a épocas apacibles, a escenarios bucólicos.
Versos, novelas, cuentos, ensayos. La escasez de periódicos impone variantes desesperadas. Y sopeso los libros por el largo y ancho de sus páginas, por la flexibilidad de las hojas.
Historias que disfruté muchísimo y en el vértigo diario, cada vez más agobiante, ya no voy a releer. Solo conservo los libros regalados por mis amigos. En especial, cuando son sus autores.
Ahora es posible descargar casi cualquier obra en un PDF, el valor de los objetos tangibles ha sido reemplazado por la materia virtual. Aunque algunos estudios insisten en afirmar que la generalidad de los lectores aún prefiere los libros en papel.
La causa radica en que el cerebro humano es capaz de percibir un texto palpable, en su totalidad, como si se tratara de un paisaje físico. Como si recorriéramos un sendero visible, paso tras paso. De alguna manera, el universo de los píxeles no tiene el mismo efecto en nuestra mente. Quizás por su propia inconsistencia.
Pero las generaciones más jóvenes no piensan lo mismo y prefieren, por mucho, los libros digitales. Será porque el soporte que le permite jugar, chatear, escuchar música, es el mismo habilitado con un procesador de texto que incluso simula el acto de pasar las páginas con los dedos.
Bueno…, cada generación viene equipada con lo fundamental para insertarse a la naturaleza específica de su momento histórico.
Como esa generación analógica en que crecí, me identifico entrañablemente con lo tangible. Y, si sacrifico parte de mi biblioteca personal, donde cada adquisición tiene una historia adicional a la que narra el autor, es por la procacidad de esta crisis que nos impone condiciones de guerra.
Paradójicamente, otra amiga, lectora ferviente, desde una zona rural de La Habana, me cuenta emocionada que ahora es bibliotecaria. En medio de la implacable avalancha de diarios apagones, ha encontrado un escape creando eventos para estimular la lectura, los que son muy bien recibidos en su comunidad.
Debería sentirme hipócrita por felicitarla, pero mi admiración es franca: cada objeto tiene un destino que muchas veces, no podemos controlar.
No sé si antes tenía esta sensación de que los acontecimientos previstos pueden descolocarse de pronto y las obstinadas directrices creadas para orientarnos, son borradas de un manotazo.
Y es por eso que no me indigno, como mi colega Irina, cuando recibo por email la foto de estos libros desechados junto con todo lo sucio, lo inmundo. Si todavía la gente se va después de vender todo, desechando fotos y recuerdos familiares, llevando sólo lo que cabe en una maleta, o en una mochila.
Entiendo el valor simbólico de un libro. Pero, ¿cómo puede la representación reemplazar al propio individuo?
En Cuba, tiene que restaurarse primero el valor sagrado del ser humano: niño (varón o hembra), adulto, anciano. El valor de cada animal. De cada árbol. El valor de la verdad.
Sólo entonces lo simbólico recogido en experiencia, enseñanza, legado que trasciende las fronteras de los países y las épocas, y que nos sacude el alma como historia, poema o análisis en un libro, será tan valioso que nunca irá a parar a la basura.

Discurso en la Universidad de La Habana (Sabatina del 22 de febrero de 1862)
Por Ignacio Agramonte y Loynaz
“El Gobierno que con una centralización absoluta destruya ese franco desarrollo de la acción individual, no se funda en la justicia y en la razón, sino tan sólo en la fuerza”.