Carta de amor

Este poema-epístola de Sylvia Plath, tras el cual no es difícil adivinar los avatares de su tortuosa relación con el también poeta Ted Hughes, es mi preferido de toda su obra. Lo notable, más que el tono reivindicativo que cautiva a la legión de lectoras y escoliastas feministas, es la imaginería de la metamorfosis reseñada al parecer, para su psiquiatra, ese doctor Beuscher que aparece como el benevolente Dr. Nolan en The Bell Jar. A mí me recuerda, también, la novela Revolutionary Road de Richard Yates. Si tenemos en cuenta que cuando lo escribió, a finales de 1960, ya Plath había pasado por varias sesiones de electroshoks, el poema adquiere, también un aura de lúcida desesperación.


Carta de amor

No es fácil decir cuánto me cambiaste.
Si ahora estoy viva, entonces muerta estuve,
aunque, como una piedra, imperturbable,
quieta en mi sitio, como de costumbre.
No me moviste un ápice, tampoco
me dejaste apuntar mi ojo deforme
de nuevo al firmamento; sin esperanza, claro,
de asir el vasto azul o las estrellas. 

No fue así. Digo que me dormí, como serpiente
camuflada, negra roca entre rocas, 
en el blanco hiato del invierno;
igual a mis vecinas, sin sentir
los placeres de un millón de mejillas
perfectamente cinceladas y listas
para fundir las mías de basalto. Hubo llanto, 
unos ángeles llorando por los tontos, 
sin convencerme. Sus lágrimas helaban. 
Cada cabeza muerta con un yelmo de hielo. 

Dormí como si fuera un dedo roto.
Fui primero aire puro, y fui las gotas 
encerradas alzándose en rocío,
límpidas como espíritus. Muchas piedras
densas e inexpresivas me rodeaban.
No supe bien qué hacer con todo eso. 
Relucí como mica, desplegada,
fue como si yo misma me vertiera,
igual que algún fluido entre las patas 
del pájaro y los tallos de las plantas. 
No fui engañada, te calé enseguida. 

Piedra y árbol brillaron, sin las sombras.
Como un cristal lució mi nueva altura.
Empecé a florecer como una rama en marzo:
un brazo y una pierna, y otro, y otra.
De piedra a nube, entonces, me elevé.
Ahora parezco una especie de dios,
floto en el aire tras mudar de alma, 
tan pura como lámina de hielo. Eso es un don.


Love Letter

Not easy to state the change you made.
If I’m alive now, then I was dead,
Though, like a stone, unbothered by it,
Staying put according to habit.
You didn’t just toe me an inch, no-
Nor leave me to set my small bald eye
Skyward again, without hope, of course,
Of apprehending blueness, or stars.

That wasn’t it. I slept, say: a snake
Masked among black rocks as a black rock
In the white hiatus of winter-
Like my neighbors, taking no pleasure
In the million perfectly-chiseled
Cheeks alighting each moment to melt
My cheeks of basalt. They turned to tears,
Angels weeping over dull natures,
But didn’t convince me. Those tears froze.
Each dead head had a visor of ice.

And I slept on like a bent finger.
The first thing I was was sheer air
And the locked drops rising in dew
Limpid as spirits. Many stones lay
Dense and expressionless round about.
I didn’t know what to make of it.
I shone, mica-scaled, and unfolded
To pour myself out like a fluid
Among bird feet and the stems of plants.
I wasn’t fooled. I knew you at once.

Tree and stone glittered, without shadows.
My finger-length grew lucent as glass.
I started to bud like a March twig:
An arm and a leg, and arm, a leg.
From stone to cloud, so I ascended.
Now I resemble a sort of god
Floating through the air in my soul-shift
Pure as a pane of ice. It’s a gift.