El regalo

Ejemplo de la veta multicultural que ha transformado la poesía norteamericana contemporánea, Li-Young Lee nació en Yakarta, dentro de una familia china con una historia fascinante. Su bisabuelo materno fue Yuan Shikai, primer presidente republicano de China, que luego trató de coronarse emperador. Su padre fue el médico personal de Mao Zedong, y estuvo en un campo de internamiento antes de exiliarse con toda su familia a Indonesia. Pero en 1959, la familia Lee tuvo que huir de Indonesia para escapar al racismo anti-chino durante el régimen de Sukarno. 

Tras varios tumbos por Hong Kong y Japón, en 1964 finalmente se establecieron en Estados Unidos. Parte de esa biografía está contada en un excelente libro de memorias, The Winged Seed (1995). La poesía de Li-Young Lee, de quien la editorial Vaso Roto ha publicado un par de libros en español, oscila entre lo cotidiano y lo místico, y vuelve siempre sobre ciertas reveladoras escenas de infancia, como en este poema, incluido en su primer libro Rose (1986).


El regalo

Para sacar una esquirla metálica de la palma de mi mano
mi padre me contaba una historia en voz baja.
Fue su adorable rostro lo que vi, no la cuchilla.
Antes de que la historia terminara, ya había sacado
la astilla de hierro que yo creí mortal.

No puedo recordar el cuento
pero aún oigo su voz, un pozo
de agua oscura, una plegaria.
Y recuerdo sus manos,
dos dosis de ternura
cubriendo mi cara,
las llamas de la disciplina
que elevó sobre mi cabeza.

Si hubieras entrado aquella tarde
habrías creído ver a un hombre
que plantaba algo en la mano de un niño,
una lágrima plateada, una pequeña llama.
Si hubieras seguido a ese niño
habrías llegado aquí,
donde me inclino sobre la mano derecha de mi esposa.

Mira cómo afeito su pulgar hacia abajo
con tanto cuidado que no siente dolor.
Ve cómo saco la astilla.
Tenía siete años cuando mi padre
tomó mi mano así,
y yo no sostuve esa esquirla
entre mis dedos ni pensé,
Metal que me enterrará,
ni lo bauticé Pequeño Asesino
o Mineral que se hunde en mi Corazón.
No alcé mi herida ni lloré,
¡La Muerte estuvo aquí!
Hice lo que hace un niño
cuando se le da algo para que lo guarde.
Besé a mi padre.


The Gift

To pull the metal splinter from my palm
my father recited a story in a low voice.
I watched his lovely face and not the blade.
Before the story ended, he’d removed
the iron sliver I thought I’d die from.

I can’t remember the tale,
but hear his voice still, a well
of dark water, a prayer.
And I recall his hands,
two measures of tenderness
he laid against my face,
the flames of discipline
he raised above my head.

Had you entered that afternoon
you would have thought you saw a man
planting something in a boy’s palm,
a silver tear, a tiny flame.
Had you followed that boy
you would have arrived here,
where I bend over my wife’s right hand.

Look how I shave her thumbnail down
so carefully she feels no pain.
Watch as I lift the splinter out.
I was seven when my father
took my hand like this,
and I did not hold that shard
between my fingers and think,
Metal that will bury me,
christen it Little Assassin,
Ore Going Deep for My Heart.
And I did not lift up my wound and cry,
Death visited here!
I did what a child does
when he’s given something to keep.
I kissed my father.