para María Elena Blanco, por la excursión otoñal
En la puerta de la casa del poeta hay una campanilla que nunca suena. Una araña ha tejido allí su hamaca al sol. Desde la buhardilla se ven flores, cipreses y una cama elástica, rara como un platillo volador en medio del jardín. Dentro, el botiquín de primeros auxilios de cualquier poeta: un buen diccionario, alcohol (botellas empezadas de sake, vermut y ginebra), unos sólidos muebles de madera pulida y un centenar de libros repartidos entre varios estantes. Curiosa selección, que va desde Malcolm de Chazal y Cioran, en ediciones medio desencuadernadas por el uso, hasta un montón de novelas policiales, el Il Libro degli uccelli italiani o The Important Thing, de un tal Robert Granat.
La casa, donde W. H. Auden vivió con Chester Kallman, está en Kirchstetten, un pueblito a una hora en tren de Viena, junto a un bosquecillo de alerces. Entre los árboles hay varias tarjas que recuerdan sus poemas más famosos. Uno de ellos es este, publicado en mayo de 1973, pocos meses antes de su muerte.
No, Platón, no
No se me ocurre nada
menos deseable que ser
un Espíritu desencarnado,
incapaz de sorber o masticar,
o tocar superficies,
o aspirar los aromas del verano,
o comprender el lenguaje y la música
o contemplar lo que está más allá.
No, Dios me ha puesto exactamente
en el lugar que yo hubiera elegido:
es tan divertido el mundo sublunar,
donde el Hombre es masculino o femenino
y otorga Nombres Propios a las cosas.
Puedo, no obstante, concebir
que los órganos que la Naturaleza me dio,
por ejemplo, mis glándulas endocrinas,
esclavizadas las veinticuatro horas del día,
sin mostrar ningún resentimiento
para complacerme a Mí, su Amo,
y mantenerme en forma
(no les doy yo las órdenes,
no sabría qué gritarles),
aspiren a otra vida
que la que han conocido hasta ahora;
sí, bien podría ser que mi Carne
esté rezando para que «Él» se muera,
y quedar libre para convertirse en
Materia irresponsable.
No, Plato, No
I can’t imagine anything
that I would less like to be
than a disincarnate Spirit,
unable to chew or sip
or make contact with surfaces
or breathe the scents of summer
or comprehend speech and music
or gaze at what lies beyond.
No, God has placed me exactly
where I’d have chosen to be:
the sublunar world is such fun,
where Man is male or female
and gives Proper Names to all things.
I can, however, conceive
that the organs Nature gave Me,
my ductless glands, for instance,
slaving twenty-four hours a day
with no show of resentment
to gratify Me, their Master,
and keep Me in decent shape,
(not that I give them their orders,
I wouldn’t know what to yell),
ream of another existence
than that they have known so far:
yes, it well could be that my Flesh
is praying for «Him» to die,
so setting Her free to become
irresponsible Matter.
© Imagen de portada, Ernesto Hernández Busto.